Música y folclor
Los verdaderos juglares del vallenato
Entre las características predominantes del llamado “Vallenato Clásico” –que tuvo su hegemonía hasta las tres primeras generaciones– sin lugar a dudas, la más notoria y que se convirtió en una constante rutinaria, fue la versatilidad del artista a la hora de plasmar su oficio: cantaba, ejecutaba el acordeón, componía y verseaba (improvisaba).
Era el verdadero “hombre orquesta”. A fuerza de temeridad y disposición, le tocó desafiar caminos tortuosos, atmósferas caliginosas, y noches peligrosas para relatar las “historias frescas” que eran arrancadas de la vida cotidiana y, que posteriormente, las convertía en canto.
A diferencia del Juglar medieval, que sí sabía cobrar por su profesión, los del Imperio Vallenato, al menos los de la Primera Generación, lo hacían sin ninguna retribución monetaria. La única prebenda que esperaban a cambio, si acaso, era un buen trago de ron bestial y una buena ración de animal de monte. El propósito era cumplir su misión: comunicar los hechos vivenciales.
Los Juglares de la Segunda y Tercera Generación, si bien es cierto, que con las grabaciones y presentaciones en vivo forjaron su sustento, sintetizaron esos atributos que las Musas les regalaron, como fue el de convertirse en verdaderos polifacéticos.
Emergieron en esta gran camada de Juglares, verdaderos Maestros del acervo cultural de este género como: Alejo Durán, Emiliano Zuleta (el viejo), Luís Enrique Martínez, Lorenzo Morales, Abel Antonio Villa, Calixto Ochoa, Andrés Landero, Luís Pitre, “Chema” Guerra y el más famoso de todos: Francisco Moscote Guerra, devorado por la leyenda y el mito como “Francisco el Hombre”. De él nos ocuparemos ampliamente en una de estas tertulias.
El Encanto de estos verdaderos Trovadores se extinguió a finales del Siglo XX, cuando apareció la cuarta generación vallenata. Este folclor que ya cabalgaba en lomos de la comercialización y aferrada a la mal llamada “innovación musical”, se desprendió de su esencia vernácula para darle paso a un sonido postizo y estridente. Apareció también el cantante líder, dejando relegado al plano secundario al acordeonero tradicional. Cada uno en lo suyo.
Las composiciones ya no eran una copia de la realidad que vivía el autor, ni el lenguaje que empleaba era el directo y sencillo de antaño, sino que irrumpió el lirismo; la melodía también era tan advenediza, que no sabían si llamar a este aire musical, “balanato”, “rancherato” o “reggenato”.
De todas maneras se cumplió el sueño de los que profesan la gloria y el metal. La Quinta Generación dio la estocada final a lo que quedaba de tradicional. Terminó por desbaratar sus raíces para que lo reconocieran en el mundo entero, en detrimento de los otrora juglares, que no sólo, ya no cobran, sino que ni siquiera cantan.
3 Comentarios
Una gran verdad lo que dice el Dr. Berrequeque .Ahora son unos mercantilistas del folclor que se dicen ser artistas
Falto juancho polo valencia el legendario
Uno de los juglares más importantes, por su aporte a nuestro folclor, lo mencionan muy esporadicamente y con cierta inseguridad; se trata de Sebastián Guerra, creador de canciones tales como el higueron, el pleito, la muerte de Sebastián Guerra, el caballo pechichon, la chencha, obras usurpadas por músicos de la siguiente generación como José María Peñaranda, Abel Antonio Villa, Julio Erazo, entre otros pero de todos Abel Antonio fue el más atrevido en esa mala práctica pues grabó a su nombre canciones no solo de Sebastián Guerra sino también de Leandro Díaz, José Antonio Serna, entre otros. El maestro Pacho Rada uno de los los juglares más longevos siempre reconoció que aprendió a tocar sólo y la primera canción que tocó fue la chencha de el músico más completo de su época Sebastián Guerra, al mismo tiempo siempre crítico que Abel Antonio se dedicó a tocar las composiciones que se aprendía de otros músicos y que después las grabó a su nombre.
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