Música y folclor
Yuri Buenaventura, el Caballero que conquistó Francia (y el mundo salsero)
En plena celebración del Festival de Cannes, Yuri Buenaventura entona su ya universal “Ne me quittte pas”, enriquecido con la savia de los tambores. A su lado la actriz Salma Hayek, convertida en una catarata de curvas y movimientos hipnóticos, inmortaliza esta escena de sabor salsero con un sostenido “¡No me dejes más!”, y él, siempre tan elegante, mantiene el control sobre una orquesta que ha dado la vuelta al mundo y sonríe.
¿Quién diría que, más de veinte años después, en 2018, el hombre que dio vida a la Salsa en Francia, que la acercó a las masas con un tema inolvidable de Jacques Brel, volvería a brillar con el mismo tema en los escenarios de uno de los festivales de cine más importantes del mundo?
La historia que une el salsero de Buenaventura con Francia puede asimilarse a un romance de los que duran, aquellos que superan vientos y tormentas, y se imponen a las tendencias y a las modas. Después de lo que sucedió a mediados de la década de los noventa con el lanzamiento del álbum “Herencia africana”, Yuri se ha hecho un espacio innegable entre melómanos y seguidores de ritmos latinos. Todavía retumban las imágenes del cantante colombiano ataviado con su traje a medida en el set de Michel Drucker, una leyenda inamovible de la televisión francesa, invitado para presentar su gran versión de “Ne me quitte pas”. O mejor todavía, su intervención solemne y abrumadora en el programa musical de gran impacto televisivo, “Taratata”, donde hasta entonces intervenían estrellas de gran trascendencia francesa y otros emblemas de la música pop.
1996 fue el año del gran salto al éxito. En cada uno de los programas, destacaba el brillo y la gentileza del cantante, combinada con un destacable orgullo por su patria y un desbordante apego a las raíces africanas. Las notas francesas de “Ne me quitte pas” sazonadas con una base de percusión, y los cambios de ritmo tan característicos de la salsa, sedujeron enseguida a un público anhelante de tropicalismo. Después de las oleadas de Zouk Love con Zouk Machine y de música variada (como la Lambada de Kaoma, el calypso en formato de “Soca Dance”, la Soukouss de Yannick Noah, o incluso “La Gota fría” de Carlos Vives), Francia estaba deseando entrar en el fervor creciente de la Salsa y, al escuchar la interpretación de Jacques Brel en la voz de Yuri ––un inesperado y refrescante puente entre la tradicional Chanson française (canción francesa) y la salsa más auténtica––, la magia ya estaba hecha.
No obstante, lo que descubrió Francia con Yuri Buenaventura fue, en realidad, mucho más que un “producto” consumible para el verano. Los años que había pasado el sonero en París desde su llegada a finales de los 80, las grandes dificultades que enfrentó como inmigrante latino en tierras francófonas, le sirvieron para forjarse una idea clara de lo que debía ser este gran estreno. El gran Yuri supo leer las peculiaridades de un mercado exigente como el francés, incorporando otro tema reconocible como “Une belle histoire” (Una bella historia) de Michel Fugain, pero también, y por encima de todo, dejando grabada en ese trabajo musical la esencia de su identidad.
El álbum “Herencia africana” (1996) venía cargado con la voz de los antepasados, del África que influyó en la música y la vida cotidiana de Colombia, así como la infancia y la visión del cantante. En ese disco se hallaba la nostalgia de esa casita en Buenaventura en la que creció Yuri, ese aire inspirador que inhaló por primera vez en esa tierra mágica, el olor a café con el que despertaba, el ruido de los vecinos tocando tamboras, pero también el grito del hombre que clama justicia con ese inolvidable “Romper la cadena”.
Gracias a su carisma natural, y a la autenticidad de una composición nacida de la esencia del Pacífico, Yuri se enfrentó a la sombra que proyecta el “Tube de l´été” (el Hit del verano en francés) y consiguió instalarse en el panorama musical de manera duradera. Le ayudó desde el principio su rechazo a la mentira, su forma sincera de decir las cosas y de asumir su condición: en cada una de sus intervenciones elogiaba los nombres de Colombia y África, rechazaba las etiquetas que destruyen al inmigrante humilde, y, además, se rodeó de unos músicos de gran talento, también representantes de la calidez musical del Pacífico colombiano.
El éxito le tomó por sorpresa, es cierto. De un día para otro, el famoso “Ne me quitte pas” le llevó a tratar con grandes negociantes, entender lo que significaba la letra pequeña de ciertos contratos, a viajar y presentarse en innumerables escenarios. Se habla de millones de copias vendidas en el primer año (cosa inaudita para la música latina en Europa en aquel entonces), pero Yuri Buenaventura supo mantener los pies pegados en la tierra y centrarse en lo que debe prevalecer: el trabajo disciplinado y el deseo de entregar lo mejor a su público. Y eso se explica en gran parte por las dificultades que vivió el “Sonero de París” al llegar a Francia.
Mientras estudiaba economía en la Sorbona, fue combinando la música con algunos trabajos, hasta que un día, siendo empleado de una hamburguesería, se cayó en las escaleras que le llevaban al cuarto frío donde se almacenaban las papas, y se puso a pensar seriamente sobre su situación: “Yuri, ¿vos viniste hasta acá a subir estas papas al segundo piso o a qué viniste?”, se dijo a sí mismo. La decisión fue rotunda. A partir de ese momento, Yuri optó por la música. Primero en los vagones del metro de París donde enseguida se encontró con un público diferente e infinidades de nacionalidades. Era como una Torre de Babel escondida bajo tierra. Luego, pudo acceder a los pasillos laberinticos de ese transporte subterráneo y, finalmente, cantó al aire libre o en clubes nocturnos donde fue relacionándose con otros artistas latinos.
Yuri Buenaventura atravesó momentos de mucha soledad y precariedad. No muy lejos del Sacré-coeur en París, llegó a alumbrar su cuarto diminuto con las velas de una iglesia. Su habitación se había convertido en una especie de santuario (que él llamaba palacio). Pero lo peor de todo fueron los tres años en las calles parisinas con el frío y la indiferencia que las recorren. Ahí Yuri comprobó que detrás de las bellas imágenes de la Ciudad de las Luces, detrás de los mitos de la ciudad aburguesada o del maravilloso destino romántico que venden las agencias turísticas, también existía una selva de cemento cruel, quizás más peligrosa que la selva chocoana, y en esas situaciones en las que las ilusiones se congelan y la vida pierde sentido, el suicidio también afloró frente al río Sena. Fue un momento de total desesperación. Ante las dificultades y las limitaciones, el cantante colombiano se amarró el bongo y se tiró al agua con todo lo demás (el abrigo y las botas). La naturaleza (y su naturaleza bienaventurada) hizo que toda esta tentativa quedara frustrada. Desde entonces, el hombre apostó por la vida (y por la Salsa Dura).
Las cosas fueron mejorando poco a poco. Una puerta abierta llevó a otra. En los vagones del metro parisino, Yuri se encontró con un viejito que le recomendó hablar con un salsero especialmente reconocido en París (el panameño Camilo Azuquita). El viejito no era ni más ni menos que Tito Puente, un ángel caído del cielo. Con este contacto, Yuri Buenaventura trasladó definitivamente su actividad a los clubes, pero fue a raíz de una participación en el concierto de un famoso grupo colombiano que su trayectoria se afianzó en los estudios de grabación.
“Un día llegó el grupo Niche y me subí a improvisar con ellos ––explicó el cantante en una entrevista televisada––. Al bajarme, un productor anglo-colombiano me dijo: Yuri, ¿usted quiere grabar un disco? Yo dije sí. ¡Pues vaya y grabe el disco!”. Con esa invitación insospechada, empezaron las grabaciones y así también se ampliaron los horizontes.
El periodista Rémy Kolpa Kopoul, un verdadero monumento de la “World Music” en Francia, figura destacada en aquel entonces de una emisora que apostaba deliberadamente por sonidos de otras latitudes (la Radio Nova), divulgó en su programa radial la música de Yuri y, siguiendo esa concatenación de milagros inesperados, otra puerta se abrió: un editor de Universal Music, quedó subyugado por la voz de Yuri Buenaventura mientras viajaba en un taxi, y de inmediato se puso en contacto con el periodista. En ese instante, Yuri no sabía que estaba a punto de ser fichado por una de las grandes disqueras del país. Su famosa interpretación de “Ne me quitte pas” estaba a un paso de entrar en la historia de la música universal.
Cuando su primer gran álbum “Herencia africana” salió al mercado, Yuri era ya un músico maduro. Su recorrido por la jungla parisina le había obligado a reflexionar mil veces sobre quién era él, de dónde venía, y cómo debía ser su música. En los peores momentos, pudo darse cuenta de quiénes eran las personas que lo valoraban y cuán duró era ganarse la confianza de su entorno, y a pesar de todo, optó por no mentir, por ser el auténtico caballero que vestía sus notas con alegría colombiana (y africanidad, claro). Esto le dio otra ventaja frente a la tiránica ley del Tube de l´été -tan inclemente con las canciones superficiales-, pero era también un mensaje para el mundo musical: el éxito le puede llegar también a quienes confían y trabajan con esmero, sin otros alardes que ser uno mismo.
Entonces, la lucha se trasladó al siguiente Cd. “Yo soy” (2000) se convirtió, de repente, en la forma de revalidar su madurez. Como si no fuera suficiente ganarse el cariño del público en un país poco acostumbrado a escuchar salsa, Yuri debía demostrar ahora que podía ser mucho más que el cantante que conquistó a Francia con “Ne me quitte pas”. Para eso, la selección de las canciones era crucial, pero también la proyección que se le daba a cada una de ellas.
Con su olfato y don para la composición, El sonero de París supo leer algunas tendencias del panorama cultural y hacer que su Salsa las integrara con la mayor naturalidad. Así es cómo nació la famosa canción “Salsa Rai” interpretada con el cantante argelino Faudel Belloua, en la que cada uno intervenía en su idioma. En un momento en que la música magrebí recibía todas las atenciones del público francés, el sonido del violín y el aire oriental que impregnaban la melodía se fusionó maravillosamente con las percusiones y el estribillo de “Romper la cadena“. De esta forma, Yuri Buenaventura se alzó como un embajador de la multiculturalidad. Su canción creaba puentes entre diversas comunidades y nacionalidades de París, y aunaba con brío la filosofía más elemental de la Salsa: una fusión alegre nutrida con los aportes de inmigrantes y construida sobre los cimientos de los ritmos afros.
Pero esto sólo era una de las numerosas bazas de este nuevo álbum. La interpretación de “Mala vida” (un clásico de rock de la banda francesa Mano Negra, liderada por Manu Chao), de “Tu canción” (adaptación del conocido “Your song” de Elton Jhon), o incluso, la legendaria “Chanson des Jumelles”, de Michel Legrand actualizada con la cristalinidad de unas trompetas y tumbaos abrumadores, ofrecían una versatilidad musical loable. Todo estos elementos ––combinados con el discurso reflexivo y melancólico de “Banano de Urabá”, la reivindicación de la región del Pacífico en “Yo soy” (“Yo soy un palo bien duro”), y sobre todo el carácter alegre de “Salsa” que terminó siendo una de las canciones más emblemáticas de la película francesa del mismo nombre (estrenada también en el año 2000)––, hicieron que el trabajo ganara en profundidad.
La grabación, sin embargo, no fue fácil. José Aguirrre, productor de aquel disco, expuso en una entrevista el nivel de exigencia y de perfeccionismo de Yuri Buenaventura: “Estábamos grabando el álbum Yo Soy, y como que faltaba algo ahí. Entonces, paramos ––explicó el productor––: Está, pero falta algo. No tiene alma, dijo Yuri… Se trabajaron los arreglos de Mala Vida, con tambores, y, finalmente, ¡quedó genial!”.
El alma es la esencia de todo. El ADN de la música. Uno de los elementos a los que Yuri Buenaventura da vital importancia. Sin alma no hay identidad ni futuro. “Herencia africana” iba cargado de un mensaje identitario (el amor por una tierra y un legado patrimonial), “Yo soy” era la afirmación de un ser que apuesta por la universalidad y por crear espacios de entendimiento, y así siguió Yuri hilvanando un diálogo íntimo con sus oyentes, con el bailador, y con los grandes maestros que han ido aportando al género de la Salsa y el Son.
Cada trabajo musical debe ser un espejo del artista. Del creador. Del Universo. Del momento. Y, claro está, un esfuerzo de memoria. Con esta regla en mano, Yuri ha ido saltando de álbum en álbum, recorriendo un mundo de nostalgias y de grandes sentimientos. Los dúos con grandes cantantes como Cheo Feliciano se instalaron en el álbum “Vagabundo” (2003), y más adelante en 2008, el Sonero de París realizó su gran “Cita con la luz”: un encuentro necesario con las raíces cubanas. Era también una forma de reubicar su música en el contexto caribeño y volver a la esencia de la percusión.
“Querámoslo o no los salseros, el timbal, la tumbadora y el bongo son cubanos ––explicó Yuri en el programa ConversanDos––. Nosotros tenemos una deuda con Cuba, como dice un amigo: es un sentimiento prestado”.
Este paso por la isla antillana (donde grabó Yuri), marcó una transición. La llamada del tambor hizo su efecto. Era necesario regresar al epicentro de la salsa moderna, grabar con personajes como Jorge Reyes (contrabajista de Irakere) o Changuito (fundador de Los Van Van con Juan Formell), antes de emprender el regreso a Colombia. Era, también, una exigencia existencial de un salsero que anhela cultivar la memoria de su género ––o una cita con la luz, simplemente––, y el propio Yuri lo dice: “Yo creo que ahí me diplomé”.
Entonces, se impuso la idea de volver a casa. Es decir, a la casa natal, Colombia. El tiempo había hecho su efecto. El abrazo con los mejores recuerdos se hizo urgente. Yuri deseaba sentir nuevamente la energía de Buenaventura, el aire salino del mar, el verde de su vegetación, las esperanzas de la gente trabajadora y el espíritu de los instrumentos venidos del África. Yuri debía reconectar y darle otro cariz a su música. Una proyección latinoamericana. Este proceso implicaba también recuperar la fe en un país azotado por la violencia y dividido por políticas nefastas, mirar su realidad de frente y disipar las imágenes que le animaron a irse a Francia.
“Paris tiene otro tipo de vida, pero nosotros tenemos La Vida. Buenaventura es el primer municipio más rico por hectárea del mundo en biodiversidad, eso no lo tienen ellos”, expresaba Yuri en una entrevista concedida a Marlon Becerra.
Sin embargo, Francia no deja ––y no dejará nunca–– de ser su casa. Allí vuelve a reinstalarse unos años después, porque, como bien dice Yuri: “Si Colombia es la madre, Francia es la madrastra”. Entre un proyecto y otro (algunos de ellos fueron la banda sonora de la serie “Escobar, el patrón del mal” que le valió el premio India Catalina en 2012 o la presentación de su disco “Manigua” en el Teatro Colón), Yuri vuelve a los orígenes de su carrera musical y saluda su público que lo sigue recordando con nostalgia con “Paroles” (Palabras), un trabajo discográfico que ensalza la música francesa.
La historia de Yuri se asemeja al título de la canción que le hizo famoso: “Ne me quitte pas”. A ratos se lo susurra tímidamente Colombia al oído –– “¡No me dejes más!”––, y en otros momentos se lo reclama vivamente Francia. Las muestras de interés procedentes de los medios de comunicación en Colombia se alternan con los reconocimientos oficiales que recibe en el país galo. En 2014 el cantante recibía la Orden de las Artes y Letras en el grado de Caballero en Francia, y tres años más tarde su nombre volvía a sonar, esta vez para recibir la Gran Orden del Ministerio de Cultura francés en pleno año de intercambio Colombia-Francia.
A estas alturas, el regreso del “Chevalier Yuri Buenaventura” (el Caballero Yuri Buenaventura) al Festival de Cannes es un imperativo. Pero ya no como cantante al lado de la hipnotizadora Salma Hayek y su contoneo deslumbrante, sino como el protagonista de una película con tanto picante como la música que compone.
Johari Gautier Carmona
@JohariGautier
Sobre el autor
Johari Gautier Carmona
Textos caribeños
Periodista y narrador. Dirige PanoramaCultural.com.co desde su fundación en 2012.
Nacido en París (en el distrito XV), Francia. De herencia antillana y española. Y, además -como si no fuera poco-: vallenato de adopción.
Escribe sobre culturas, África, viajes, medio ambiente y literatura. Todo lo que, de alguna forma, está ahí y no se deja ver… Autor de "El hechizo del tren" (Ediciones Universidad Autònoma de Barcelona, 2023), "África: cambio climático y resiliencia" (Ediciones Universidad Autónoma de Barcelona, 2022), "Cuentos históricos del pueblo africano" (Ed. Almuzara, 2010), Del sueño y sus pesadillas (Atmósfera Literaria, 2015) y "El Rey del mambo" (Ed. Irreverentes, 2009).
1 Comentarios
¡Excelente! Felicitaciones Johari Gautier; me encantó esta crónica.
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