Música y folclor

La estancia de Altos del Rosario, Bolívar

Álvaro Rojano Osorio

05/10/2023 - 00:15

 

La estancia de Altos del Rosario, Bolívar
La agrupación Altos del Rosario / Foto: KienyKe

 

¡Paaasssteeeleeesss…! Era el pregón que todos los días llevaba una mujer de tez clara, de estatura mediana y contextura gruesa, por las calles de la antigua estancia de El Pelao, hoy Altos del Rosario, Bolívar. La suya era de las primeras voces que se escuchaban en ese pueblo, anunciaba, de esa manera, el producto que vendía. La llamaban La Mona, su andar era lento y era usual verla vestida con trajes de variados colores, luciendo, además, una flor de buche en su cabello.

Llevaba la mercancía en ollas, caminaba con sus pies descalzos por las calles de arena, color ocre, de aquel lugar al que inicialmente identificaron como El Pelado, y que se fue poblando sin premuras, a orillas del brazuelo del río Magdalena que llaman El Rosario o El Pelao. Territorio que en tiempos de la colonia fue una estancia y que tuvo en los herederos de la marquesa Mariquita de Hoyos, sus últimos propietarios. Fundo donde un grupo de negros esclavos se encargaban de cuidar el ganado vacuno y caballar que allí apastaba y de sembrar el campo con semillas de cacao y de pan coger. El pueblo, que principió a formarse a principios del siglo XIX, fue llamado inicialmente El Pelao, después Altos del Rosario, aunque sea usual que le llamen El Alto.

La Mona, a quien le brillaba su cabello cuando el sol lo bañaba con sus rayos, fue conocida más por este remoquete que por su nombre de pilas, Susana Mera. Sus pies rollizos, callosos y quemados por el sol dejaban huellas por donde iba a proponer la mercancía que vendía. Ella, La Mona, fue por años la compañera sentimental de Manuelito Epalza, el tocador de tambora de el Alto, el que mientras interpretaba su instrumento lanzaba el grito de ¡Aaaggguuuuaaaa…!

La familia Epalza es una de las descendientes de negros esclavos que abandonaron a Mompox para ubicarse en la antigua estancia de El Pelao o el Rosario. Lo hicieron, como otras, impulsados por hechos como la guerra de Independencia, la abolición de la esclavitud, la libertad de vientres, el decaimiento de la minería, los enfrentamientos políticos locales y regionales en la depresión momposina, el cólera morbo y la viruela, la expedición de normas que buscaban sujetar a los jornaleros a los dueños de la tierra.

El Pelao, ubicado en zona de difícil acceso, fue el lugar ideal para que las familias que estaban y las que llegaron comenzaran una nueva vida, aislado de las circunstancias ya mencionadas, y de otras que fueron surgiendo. Sin embargo, en ese lugar no estuvieron exentos de escuchar el ruido de las armas de fuego disparadas entre colombianos. Aislamiento poblacional que contribuyó a la consolidación de la cosmovisión conservadurista del pelaero con la que defendieron, entre otros asuntos, sus tradiciones culturales como la lingüística y la música folklòrica.

Altos del Rosario, Bolívar / mosaico

Aun en Altos del Rosario están vigentes los rastros del español hablado por los esclavos a mediados del siglo XIX. Los alteños, como los lobanos, acostumbran a musicalizar las palabras que pronuncian, también a reemplazar algunas letras por la r. La comunicación entre alteños está cargada de fenómenos lingüísticos como los hipocorísticos, tales como: ¡histo!, paran reemplazar la afirmación Jesucristo. ¡Vasio! que es el más usado al momento negar algún hecho o afirmación. También se escucha: ¡ay vicio loco!, ¡vachere!, ¡vurria!

Tres gorpes, tres gorpes, tres gorpes na’ más, al son de la Villanueva, tres gorpes na’ ma’.

Algunos de estos fenómenos debieron comenzar a construirse por el lejano 1600 cuando llegaron a la zona de Loba los primeros negros africanos; fenómenos donde se encuentra presente la mezcla con la impronta indígena y española dada en la colonia.

Después de la emancipación de los esclavos y el marchitamiento económico de ciudades como Cartagena y Mompox, algunas familias se dirigieron hacia el Rosario, como también llamaban a esa estancia. Ese lugar fue el destino de algunas familias como la Vírico, Vásquez, Hoyos, Trespalacios y Salas. Partieron hacia allá llevando muchas cosas intangibles, como el deseo de ser libres, y pocas cosas materiales que la esclavitud les dejaba.

Afán de libertad que los indujo a recorrer intrincados caminos para arribar a ese lugar. No eran muchas las opciones para movilizarse hacia a ese sitio. Un río caudaloso, el Magdalena, en el lado de Mompox, pero intrincado cuando debían navegar por el brazo de Loba, y esa era ruta obligada hacia El Pelao. Sendero que debieron utilizarla los Ardila, cuando se mudaron de Bucaramanga para las tierras de Loba. La otra era la terrestre, que arrancaba en Mompox e iba hasta el extremo sur de la isla, pero para llegar a El Pelao el viajero debía navegar por las aguas del brazo Quitasol hasta entrar al brazuelo del Rosario por la boca de Las Palomas. 

Después, cuando dinamitaron las piedras de Juana Sánchez, el brazo de Loba dejó de ser intrincado, aunque continuó siendo sinuoso. Desde entonces el mayor caudal del Magdalena se enrumbó por ese cause lo que facilitó la llegada de viajeros a Altos del Rosario y a las antiguas tierras del cacique Loba.

Los Hoyos o De Hoyo, esclavos libertos de El Pelao, debieron dar la bienvenida a los primeros que llegaron a la antigua estancia. Los vieron descender de canoas, a las mujeres con niños cargados o de la mano y a los hombres con el canalete o el trozo de madera con el que remontaron el río. Que cosas materiales les podía dejar la esclavitud. Pero, luego, con la llegada de más familias surgieron las preocupaciones por trazar una plaza pública, abrir calles y carreras, construir la iglesia, dejar una reserva natural y, después, evitar que el pueblo fuera trasladado para otro lugar.

Lucha ultima que dieron los alteños encabezados por mujeres rebeldes, recelosas cuando se trababa de cuidar su universo. Defensa de su terruño que dieron apoyados en el sonido del tambor, lo usaron para congregar a la gente, para mantener activo el espíritu de defensa de lo suyo.

Tambores como la tambora, el llamador y el currulao son de los bienes más preciados de los alteños. Sonidos emitidos por estos instrumentos que, incluso, algunas veces han hecho de voces para arrullar a los recién nacidos. Los alteños crecieron escuchándolos desde los tiempos en que los que estaban y los que llegaron a la estancia observaron en el bosque cercano la existencia de árboles consistentes, gruesos y rectos con que fabricarlos. Bosques donde iban a cazar animales silvestres, entre ellos el venado, especialmente la hembra, cuyo cuero utilizaban para forrar los tambores por dar un mejor sonido. Aunque no podemos descartar que alguno de estos tambores hiciera parte del equipaje de los viajeros o al llegar los nuevos habitantes ya sonaran en la antigua estancia.

Al son de los tambores, las palmas y las maracas comenzaron a reunirse para celebrar las mismas fiestas que conocieron en los lugares donde había vivido. Cantaban los versos que algunos se sabían o los que fueron componiendo. Alborozados debieron cantar:  Vámonos caminando, Vamos a las calles, vamos a pasear, porque ya tenemos nuestra libertad. ¡Mueran los españoles, picarones tiranos!, ¡vivan los americanos republicanos!

Comenzaron a tocar un aire musical llamado tambora, lo hacían en los días de fiestas de noviembre y continuaban hasta enero. Tradición folclórica de donde surgió el famoso grupo de tambora al que le dieron el nombre de Si se puede. Grupo musical que puso en contexto a Altos del Rosario, como lugar de tradición folclórica en la nación. Importancia que permitió que sus componentes se volvieran referentes culturales regionales y nacionales.

Los que se fueron a vivir Al Pelao y quienes habitaban en ese lugar, compartían en su cosmovisión el ser circunspectos y desconfiados con la persona que no conocían. Esto lo aprendieron de sus antepasados. Antepasados que debieron copiar de los pájaros el ser escurridizos y prevenidos. Aprendieron de los Malebues a mimetizarse como lo hace la paloma veranera, que madruga a cantar entre el follaje iluminado por las luces amarillas, rojas y naranjas del sol del despertar, sin que sea fácil observarla.

Los pelaeros miraban con ojos de desconfianza a quien llegaba y no era conocido, de inmediato lo identificaban como seguidor del partido conservador. Utilizando la frase: Me llere a goro, carajo, hacían de la estancia del desconocido en ese lugar un tiempo de miradas inquisitivas y de reproches. Porque de los pelaeros se puede aseverar que eran conservadurista en su visión de mundo, pero, jamás, correligionarios del conservatismo. Los tiempos cambiaron, ahora al que llega y no es bienvenido lo llaman Palo crecientero

Los llegados y los que estaban en El Pelao compartían otro elemento vital en la cosmovisión del negro y del zambo, la libertad de sexo. Libertad que era producto de la incertidumbre en la continuidad de las relaciones parentales, lo que llevó a que entre parientes cercanos se dieran uniones sexuales.  Una de esas relaciones fue la de la cantadora Miguelina Epalza Hoyos con su tío Nazario Epalza, quienes procrearon a Celestino, a quien llamaban Chele, histórico interprete de currulao en el conocido grupo de tambora alteño. El cantador Dagoberto Leal decía que cuando recordaba la voz cantora de Miguelina Epalza se le paraban los vellitos

La promiscuidad fue otro elemento que hizo parte de la visión de mundo de los habitantes de El Pelao. Ella se reflejó entre las familias Epalza, Hoyos, Vásquez y Salas, quienes fueron soporte básico para la difusión de los aires típicos interpretados por la tambora de ese lugar. Promiscuidad que, según Natalio Vásquez, El campeón, impidió que él hubiera sido un diablo, el de los gentiles, al tocar el currulao. Su papá, Natalio Vásquez, también currulaero, cuando interpretaba ese instrumento usaba prendas como un anillo, una pañoleta, una estampa de la virgen del Rosario, las que al morir quedaron en manos de la mujer con la que este vivía, que no era la madre de El Campeón, y quien no quiso dárselas.

Tambora Altos del Rosario / Foto: Kienyke

La cantadora Marta Epalza fue la madre de una de las más importantes cantadoras alteñas, Agripina Echeverri, conocida como “La Cachaca”, apodo que le fue dado por ser hija de un hombre del interior del país. También lo fue de las cantadoras Leonarda, Medarda y Lorenza Hoyo, así como del tamborero Eduardo Hoyos, que conocían por el remoquete de “Tita”. Eran hijos de Nemesio Hoyos Epalza, quien en relación sentimental paralela con la cantadora de origen momposino, Paulina Vírico, fue padre de otra interprete de los aires de la tambora, Rosalía Hoyos Virìco.

Otro elemento que hizo parte de la cosmovisión alteña fue la de poner un requisito étnico para poder intervenir en la rueda de tambora. Nadie que no fuera negro o zambo podía intervenir en las ruedas de baile como cantadora, bailadora o interprete de un instrumento. Regla que fue quebrantada en el transcurso del siglo XX cuando fue permitido el ingreso de la mestiza y cantadora Nieves Meza.

Apertura cultural que permitió que un hombre nacido en el barrio San Felipe, como me lo dijo en una entrevista, o entre San Luis y Santa María de Barranquilla, como lo dijo en otra entrevista, Dagoberto Leal Villa, se constituyera en un referente de la tambora de Altos del Rosario. Tras escucharlo cantar, por primera vez, dijeron: jog, carajo, ese hombre si canta. Con su incorporación a la tambora sucedió un hecho histórico, por primera vez alguien no nacido en ese lugar cantaba con el tradicional grupo.

Tras la muerte de Agripina Echeverri, y hasta el día de su muerte en el año 2012, Dagoberto fue la voz tenor del grupo de tambora que llamaron Si se puede, el que conformaban pescadores, agricultores, hacedoras de bollo y de dulces, amas de casa, porque lo de hacer y vender chicha de maíz estuvo en manos de las negras chicheras. Respetaron tantos los cánones musicales tradicionales que llevó a que algunos investigadores musicales a asegurar que Altos del Rosario fue un palenque.

María Indalesa Ardila fue la única cantadora de los aires de tambora de la familia Ardila, a la que pertenecieron destacados bailadores. Era una mulata de pelo engajado y largo que compartía con los gallos del amanecer el tiempo para ponerse de pie y salir al patio a comenzar a procesar la harina para hacer bollos. Preparando los bollos consumía el primer tinto del día. Lelele leeeeeee, oye leeeee, oye, caramba, que sabrosoooooso que yo tomo, mi café en la madrugada...

Madrugadas en la que la oscuridad y el mosquito reinaban, tiempo en el que ella, con su voz, le disputaba el espacio sonoro al cacareo de los gallos de la calle Marcelo, donde vivía. Y mientras amasaba la harina cantaba: Noche oscura y tenebrosa, noche de mi mala suerte, algunos me desean la vida y otros me desean la muerte. Cuando envolvía la masa en hojas de bijao cantaba: Cuando venga mi sombrero, le voy a pegar un regaño, porque yo le tengo dicho, que el sereno le hace daño. Al amarrarlos vocalizaba: Mañana cuando me vaya, quien se acordará de mí, solamente la tinaja, por el agua que bebí. Mientras los bollos hervían, cantaba: Se la pasa, se la pasa, de la sala a la cocina, Agripina Echeverri, donde está la Miguelina.

Otra hacedora de bollos que perteneció al grupo Si se puede fue Marciana Salas Toloza. Ella era la encargada de bailar con Dagoberto Leal la canción denominada La Pava echada, interpretada por este grupo de tambora. En Altos del Rosario y algunas poblaciones ubicadas en la zona de Loba, este fue un canto que hizo parte de un juego de velorio de angelitos llamado Cachumbe o La pava echà.  Mariana hacía de pava y Dagoberto de pavo, mientras este cantaba: Yo tenía mi pava echà, zumba que zumba, zumba la pava…

El grupo de tambora conocido en Colombia dejó llamarse Si se puede, para denominarse Cantares de mi tierra. Cuando pregunté las razones del cambio de nombre me dijeron porque el primero parecía el lema de una campaña política. De los antiguos intervinientes en la agrupación solo sobrevive la cantadora Dioselina Epalza, la hija del currulaero Celestino Epalza. Quien dirige el nuevo grupo de tambora, conformado por jóvenes, es Efraín Hernández Epalza, el nieto de Chele.

De Marciana Salas Toloza quedó sembrada su voz en la memoria de los alteños, no de cantadora porque ella bailaba, sino cuando pregonaba los productos alimenticios, como los bollos Palo con Palo, que fabricaba.

Iba por las calles, con la olla de bollos en la cabeza, propagando: Sí llevo los bollos cubanos, los que dan fuerza en el ano. Los llevo caliente, si no me los va comprar no me los tientes.

 

Álvaro Rojano Osorio

 

Bibliografía:

Rojano, A. (2013) La Tambora Viva, Música de la Depresión Momposina. Barranquilla.

Sobre el autor

Álvaro Rojano Osorio

Álvaro Rojano Osorio

El telégrafo del río

Autor de  los libros “Municipio de Pedraza, aproximaciones historicas" (Barranquilla, 2002), “La Tambora viva, música de la depresion momposina” (Barranquilla, 2013), “La música del Bajo Magdalena, subregión río” (Barranquilla, 2017), libro ganador de la beca del Ministerio de Cultura para la publicación de autores colombianos en el portafolio de estímulos 2017, “El río Magdalena y el Canal del Dique: poblamiento y desarrollo en el Bajo Magdalena” (Santa Marta, 2019), “Bandas de viento, fiestas, porros y orquestas en Bajo Magdalena” (Barranquilla, 2019), “Pedraza: fundación, poblamiento y vida cultural” (Santa Marta, 2021).

Coautor de los libros: “Cuentos de la Bahía dos” (Santa Marta, 2017). “Magdalena, territorio de paz” (Santa Marta 2018). Investigador y escritor del libro “El travestismo en el Caribe colombiano, danzas, disfraces y expresiones religiosas”, puiblicado por la editorial La Iguana Ciega de Barranquilla. Ganador de la beca del Ministerio de Cultura para la publicación de autores colombianos en el Portafolio de Estímulos 2020 con la obra “Abel Antonio Villa, el padre del acordeón” (Santa Marta, 2021).

Ganador en 2021 del estímulo “Narraciones sobre el río Magdalena”, otorgado por el Ministerio de Cultura.

@o_rojano

4 Comentarios


Manuel H. Zabaleta Rodriguez 11-02-2020 02:18 PM

Soy oriundo del alto, hijo deManuel Zabaleta Gutierrez con Idalia Rodriguez Vergel, más conocidos como Heriberto y Yaya. Me complace manifestarle mi satisfacción por el relato sobre nuestro pueblo. Me gustaría que hubiera continuidad en la crónica sobre Mi Pueblo natal hasta nuestros días, si es posible. Agradezco comentarios, gracias.

Giselle Jiménez 16-02-2020 02:59 PM

Me gustaría que incluyeras más pueblos del municipio como lo es el corregimiento de la Pacha soy de allá y sé que tendrías mucho material con qué trabajar espero y el sig libro esté.

Damaris. Castro 31-03-2020 05:57 PM

Hermoso relato histórico, parte de.mi niñez transcurrió en éste hermoso terruño que aunque no nací aquí lo llevo en mi corazón , me considero parte de él, le faltó mencionar a la sra, Nelly. Rodriguez también hizo de la tambora y fue el primer grupo en visitar la Presidencia de. La República en. Bogota

Gregorio Ortiz Epalza 07-10-2023 09:21 PM

Mi nombre es Gregorio Ortiz Epalza, soy natural de San Antonio distante a 15 minutos en chalupa del Alto del Rosario, mi segundo apellido hace parte de la familia insigne del Alto, como bien se relata en este precioso artículo. A mi también, me gustaría que investigara el desarrollo de la tambora de mi pueblo, donde han existido buenos exponentes.

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