Música y folclor
El regalito
Carta cargada de sentimientos, preñada de esperanza y con plena confianza en la atención de cualquier solicitud por difícil que pareciera. Era una ilusión realista nacida en la certeza del esfuerzo creador que un buen padre aplica por su(s) hijo(s). De noche como de día, temprano o bien de tardecita, la dedicación abunda cuando el amor permanece.
Gustavo Gutiérrez lo cantó:
Le voy a escribí a mi padre
que me mande un regalito
él que es hombre parrandero
Sabe lo que necesito…
Ni siquiera la adultez aleja el lazo indisidoluble, con nudo de puerco o no, entre padre e hijo, que umbilica la unidad emocional y sustituye el miedo de no lograr lo que se quiere. Tiene una fuerza huracánica que todo lo posibilita, desde la chiricana más antigua hasta el sueño de vida más complejo.
“Sinceramente le mando
de regalo esta canción
usted me da una guitarra
y de ñapa un acordeón…
Para el padre amoroso no existe diferencia entre pedirle un carrito o una guitarra, y de ñapa un acordeón. Dride, destaca que su papá le lleva salchipapa y le enncima un desgranado. Para unos el dar tiene mucho que ver con el respeto, la integridad y el amor en pleno. Es asunto de las ‘entrañas’, algo que viene de lo más hondo y al materializarlo transmite la fuerza inmanente del sentir, sin dobleces ni titubeos,
“También le pido que cuide bien de mi madre
Y que la colme de cariño enternecido
También le dice que me mande cualquier cosa,
Y usted recibe un abrazo de su hijo…
Con recomendación manifiesta:
“Querido padre aquí le canto
cuide a mi madre la quiero tanto
deme el regalo que me ha ofrecido
acordeón nuevo yo le he pedido..”
Lo uno o lo otro
Sabido es que Juan Manuel Geles jamás pidió acordeón, pero su papá le compró uno con todo el convencimiento de que saldría adelante en su aprendizaje. No obstante, pese a la reconocida creatividad de mi compadre, la indiferencia pudo más que el deseo de complacer a su progenitor.
Cuando su hermano Omar se apropió del instrumento, respiró feliz, aliviadísimo, como quitándose el piano más grande de su hombro. El tiempo ha confirmado que su relieve corporal no se prestaba para incursionar como acordeonero, a cambio, fue gran compositor cuando se lo propuso, emprendedor y empresario exitoso, y, sobre todo, cultor incansable de la gratitud. El rey vallenato lo narra en su canción:
“…Y antes de irse, mi buen padre compró un acordeón
pa’ que mi hermano,
algún día aprendiera a interpretarla
pero ya saben, que mi hermanito nunca aprendió
y aprendí yo, y creció el Vallenato en mi alma
comencé a trasnochar desde niño
porque desde niño aprendí a trabajar
le tocaba parranda a mis amigos, algunos me pagaban con cariño
y otros me daban lo que me querían dar
comencé a ganarme unos centavitos
pero mi vieja no me dejaba llegar
y yo escondía plata en otro bolsillo
quería quedarme con unos centavitos
pero Mamá me sabía requisar
me daba rabia, me dejaba limpio
yo era muy niño y no podía pensar
que mi viejita todos esos pesitos
en la comida los iba a gastar
pa’ mi, pa’ ella y pa’ mis hermanitos, cuando Papá se quiso marchar…”.
La música vallenata, el entramado cultural que la afirma, se nutren en gran medida de casos parecidos, disímiles y en contraste muchas veces. El arte musical vallenato pende de historias dinásticas, de ejemplos que unen gestas de padres a hijos, prohibiciones que no se cumplieron y aceptaciones posteriores que derivaron en éxitos que se replican día y noche.
El festival Vallenato recoge la esencia, la casuística parrandera y contenidos vertidos por hombres y mujeres que engrandecen la gran región vallenata, planicie espiritual sembrada en surcos de inspiración y cariño.
El punto mayor
Alegra la vida el canto eterno que nace entre matorrales del alma, abriéndose paso por cañadas frustrantes sin reparar en pérdidas ni victorias, aflora como expresion propia para compartirse de manera global. Si Escalona atinó con “La casa en el aire” para su hermosa Ada Luz, otros compositores privilegiaron el arte en la labor personal y colectiva de sus hijos.
El queridísimo viejo Emiliano Zuleta los tuvo presente siempre, bien al describir sus males, “una mañana que me levanté temprano, estando buenecito y sano salí a caminar mi rosa, al poco rato sentí que me dio una cosa, una novedad furiosa que me estaba terminando; yo salí con dos hijitos para arriba, y me dieron dos desmayos cuando iba…”. También en su referencia general: “Tengo una pena que sufro tanto, tengo una pena que no me pasa, esté en la calle o esté en la casa, ‘toy con la pena de cada rato; pero la pena es porque estoy viejo, y me separo altual de mis hijos, porque es que son tan buenos conmigo, que a mí me duele morir por ellos…”.
Muchos años después, el pollo Dagoberto López, padre del gran Navin, anudó en su canto el amor por partida doble: “Yo quiero a mis canciones como quiero a mis hijos, y aspiro a que to’el tiempo sean menores de edad, para tener sobre ellos la patria potestad, cantarlas como son y escucharlas yo mismo; unos dirán que egoismo, otros me dan la razón, pero si salen en discos, no las cantan como son…”.
La vida se supone larguísima desde la mirada infantil, a medida que cumplimos años cada vez faltan menos lustros para vivir, surgen las dolencias del alma y se eternizan los recuerdos. Es la vaguedad del curso irregular de los tiempos cuando el amor sube y baja como yo-yo. En quienes la danza del afecto marcha como guía resulta menos aflictiva la tarea de vivir.
Y parten los padres, los mayores, los amigos, y menores también. En eso pienso para pedirle a Dios por hombres, como mi querido padre y don Pepe, ahora cuando su bellísima hija, mi amiga Ingri Maldonado Mestre, emprendió viaje a la eternidad. Se amontonan los recuerdos de esa época de muchachos, felices como la noche. Las lágrimas de doña Irma, de su esposo e hijos, de sus hermanos y amigos, son semillas de gratitud por su vida de plenitud y servicio. ¡Hermosa siempre!
Alberto Muñoz Peñaloza
Sobre el autor
Alberto Muñoz Peñaloza
Cosas del Valle
Alberto Muñoz Peñaloza (Valledupar). Es periodista y abogado. Desempeñó el cargo de director de la Casa de la Cultura de Valledupar y su columna “Cosas del Valle” nos abre una ventana sobre todas esas anécdotas que hacen de Valledupar una ciudad única.
4 Comentarios
Crónica escrita con mucho sentimiento. De la misma cosecha : "Hay cosas bellas, que nunca se olvidan/que solo la muerte puede acabar/como la herencia que le puede dar/un padre a un hijo pa toda la vida. No es una herencia material/la que mi padre me dejó... Y si que les ha servido. Porque el dinero se acaba;pero esa, no...
Excelente! Mejor que el Bocadillo!
Excelente descripción del amor de un padre por sus hijos, gracias Alberto, apreciado amigo, retrotrajiste recuerdos de mi padre, ejemplar y amoroso, que aunque ya no esté su recuerdo indeleble permanece en nuestros corazones. Sin palabras sobre la rápida partida física de Ingri, gran amiga y compañera de estudios, descanse en paz y tu y yo la recordaremos con muchísimo afecto. Un abrazo.
el canto es una de las manifestaciones de alma, por han permitido transmitir a través de los tiempos los sentimientos , relatos, ,manifestantes, alegría, del compositor.
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