Música y folclor

Entre cumbias y merengues

Jorge Nain Ruiz

16/04/2021 - 04:45

 

Entre cumbias y merengues
Algunos instrumentos que caracterizan a la cumbia y el merengue / Foto: créditos a su autor

 

Cuando hablamos de cumbias o merengues, lo que primero le viene a uno a la mente es que se refiere a dos ritmos musicales del Caribe, y que en ambos se encuentran profundas raíces africanas. Ahora, sin duda también a la imaginación se le asoma la danza y el baile con algunas tradiciones indígenas.

En la primera mitad del siglo XIX, buena parte de la costa Caribe colombiana hablaba indistintamente de merengues y de cumbiambas para referirse a una ceremonia dancística en la que se bailaba alrededor de los músicos, el investigador y abogado Tomás Darío Gutiérrez (1992) en su obra Cultura Vallenata, Origen, Teoría y Pruebas, afirma: “El merengue, la cumbia o la cumbiamba tuvieron pues, constituidos por una ceremonia festiva de rancia estirpe popular en donde gaiteros, tamboreros y guacharaqueros se situaban en un lugar adecuado para que los asistentes bailaran a su alrededor”.

Entonces, son los merengues y las cumbiambas los ascendientes más cercanos a lo que hoy llamamos parranda, porque en este tipo de reuniones de jolgorio, se tocaba, se bailaba, se comía, se tomaba licor y se contaban chistes y anécdotas.

Ahora, también se dice que la palabra cumbia proviene del término “Cumbé” ritmo y danza de Guinea Ecuatorial que en el mestizaje cultural del Caribe colombiano dio origen al ritmo que hoy conocemos y que ha representado a Colombia universalmente. Juan Sebastián Ochoa (2016) afirma sobre la cumbia: “Como baile y práctica: este uso se refiere a la práctica cultural rural de los conjuntos musicales de “negros” e “indios” en el Caribe colombiano, en los que se agrupan personas a bailar alrededor de músicos con tambores y cantos (y en ocasiones algunos tipos de flautas).”

A la cumbia o cumbiamba, Delia Zapata Olivella (1962) las acerca tanto que dice: “En las costas tórridas de nuestros mares y a lo largo del Magdalena y otros ríos, se han esparcido propiciamente los africanos... y se baila la cumbia o cumbiamba con sin igual desenvoltura y frenesí rayano en el delirio…”

Respecto al merengue debemos afirmar con toda claridad que, sin desconocer su preeminencia en República Dominicana y Haití, también en Colombia se le llamaba merengue a una forma de parranda o baile alrededor de músicos, en el que predominaban tambores, gaitas de millos, maracas y acordeones, así lo expresaron nuestros primeros juglares, quienes ni cuenta se dieron cuando pasó el término a identificar un aire en lo que en el siglo pasado le pusimos por nombre vallenato. 

En la tesis ‘Los signos del merengue: Un análisis semiótico’, del mexicano Alfredo Tenoch Cid Jurado (2006) se concluye sobre esta expresión cultural latinoamericana lo siguiente: “El merengue representa un ritmo que atraviesa partes importantes del Caribe y Centroamérica en cuanto región geográfica, y actúa como vehículo para comunicar identidad cultural, al mismo tiempo que permite conservar la memoria colectiva y transmitirla de acuerdo al tiempo y espacio que lo determina”.

Es por todo lo anterior que hoy quisimos dejarles la inquietud sobre las tantas similitudes entre la cumbia y el merengue, al extremo que para acercarlos más “Pacho” Galán los mezcló y creo ‘El Merecumbé’.

Colofón: El 14 de abril pasado se cumplieron 4 años de la partida prematura de Martin Elías y ese muchacho dejó tan buena música, que hay un movimiento fuerte de jóvenes intentando imitarlo.

 

Jorge Nain Ruiz

@jorgenainruiz

Sobre el autor

Jorge Nain Ruiz

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Vallenateando

Jorge Nain Ruíz. Abogado. Especializado en derecho Administrativo, enamorado del folclor Vallenato, cantautor del mismo. Esta columna busca acercarnos a una visión didáctica sobre la cultura, el folclore y especialmente la música vallenata. Ponemos un granito de arena para que la música más hermosa del mundo pueda ser analizada, estudiada y comprendida.

@jorgenainruiz

1 Comentarios


John 16-04-2021 08:36 AM

El artículo está bien intencionado, se leen algunos puntos interesantes (como las anotaciones de Delia Zapata Olivella), pero el simple hecho de mencionar al autor Tomás Darío Gutiérrez, que no es un verdadero historiador, le resta toda la credibilidad.

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