Música y folclor
Leandro Díaz: el prodigioso compositor que “veía con los ojos del alma”
La metáfora que me sirve de título a esta crónica fue utilizada por el compositor José Garibaldi Fuentes, oriundo de Guamal, Magdalena, en el nombre de una canción que le dedicó al maestro Leandro Díaz, con quien lo unía una entrañable amistad que habían logrado cimentar a través de la música vallenata. El disco titulado “Con los ojos del alma” hizo parte, junto con diez éxitos más, del long play “El envenenado”, que fue grabado por Alfredo Gutiérrez, a mediados de 1971. La canción es una excelente apología que hace el cantante guamalero para destacar las virtudes que rodeaban a Leandro Díaz, a quien la naturaleza privó del maravilloso sentido de la vista, pero lo compensó con un insuperable talento musical. Los versos del maestro Garibaldi, interpretados por la melodiosa y atractiva voz del “Rebelde del acordeón”, quedaron impresos en la memoria del pueblo, sobre todo, aquellos que entran sutilmente en la sensibilidad humana: “Muy sincero mi corazón canta / para los juglares de la patria mía / en especial a Leandro Díaz / el hombre que ve con el alma, / porque sus ojos todavía / no han visto el sol de la mañana / tan poco han visto la sabana / con sus matices de alegría”.
Varios años después, nuevamente la metáfora fue cantada por Jorge Oñate en el disco “Yo comprendo”, incluido en el elepé “El campesino parrandero”, lanzado a mediados de 1976, justamente, cuando la música vallenata vivía su época de mayor esplendor y, tal vez, la más recordada de todos los tiempos. Éste era el segundo álbum que lanzaba al mercado “El ruiseñor del Cesar” en compañía del consagrado “Colacho” Mendoza, con quien se había unido en 1975, tras su lamentada y repentina separación del conjunto de los hermanos Miguel y Pablo López. Con ellos, el reputado cantante de La Paz, alcanzó a grabar casi cien canciones repartidas en nueve álbumes, las cuales, todas, sin excepción, fueron éxitos rotundos que alcanzaron altísimos niveles de simpatía y admiración, y calaron profundamente en el sentimiento del pueblo, no solo costeño, sino de muchas regiones del interior del país. Es evidente afirmar que, con la aparición de Jorge Oñate, la música vallenata alcanza nuevos ribetes de vocalización que la enrumban, indiscutiblemente, por los caminos de la modernidad.
“Yo comprendo” es un bellísimo merengue compuesto por el maestro Leandro Díaz, considerado también a través de la historia del vallenato un verdadero artista en la creación de este ritmo musical. Por el título del disco, en el cual la acción verbal se torna enfática por la presencia del pronombre de la primera persona, es fácil suponer la temática de la letra y la subjetividad irónica de la composición. Con una terminología exquisita, el maestro presenta un análisis de aquellas situaciones vivenciales en las cuales “el hombre es apreciado cuando tiene dinero y es abandonado cuando lo asiste la pobreza”. Y refiriéndose al merengue, el ritmo, según él sostenía, era cantado muy poco por los músicos de la actualidad, también alcanzó a lanzar sus frases desafiantes, las cuales no dejaban de generar comentarios en sus admiradores. Así lo manifiesta en “El bozal”, un merengue de corte crítico, grabado por Diomedes Díaz y Colacho Mendoza en 1982. Algunos versos como, “ya los músicos de hoy no quieren cantar merengues” y “el merengue es el bozal de los cantantes modernos”, reflejan el espíritu controvertido y polémico que siempre caracterizó al maestro hatonuevero.
La metáfora de José Garibaldi Fuentes, el maestro Gari, como lo llamaban cariñosamente en Barrancabermeja, la ciudad donde residió hasta el día de su muerte, ocurrida el 30 de mayo de 2010, reaparece por tercera vez, utilizada ahora por el propio maestro Leandro Díaz en el estupendo disco “Dios no me deja”, grabado por el conjunto de los Hermanos Zuleta en el elepé titulado “Tierra de cantores” lanzado en 1982. La canción del maestro, junto con “Río Badillo” de Octavio Daza, “Isabel Martínez” de autor desconocido y “Tierra de cantores” de Carlos Huertas, fueron los éxitos indiscutibles que arrasaron con la voluminosa simpatía costeña amante de la música vallenata. En la letra de “Dios no me deja”, compuesto en ritmo de paseo, el autor, aparte de invocar la presencia de Dios, presenta un análisis detallado de lo que ha sido su existencia, privada de la visión y marcada por el sufrimiento. Sin embargo, el talento musical, lo supera todo: “Y cuando quiero flaquear / siento que Dios no me deja, / luego me pongo a cantar / le doy alivio a mis penas”. Y, refiriéndose a Dios, expresa: “Él la vista me negó / para que yo no mirara / y en recompensa me dio / los ojos bellos del alma”.
El maestro Leandro José Díaz Duarte, quien utiliza los apellidos invertidos por ser hijo natural de María Ignacia Díaz y Abel Duarte –esta fue la costumbre que imperó en la primera mitad del siglo pasado para los descendientes extra matrimoniales-, percibió la luz de la existencia el 20 de febrero de 1928 en la vereda Lagunita de la Sierra, perteneciente al municipio de Barrancas, en ese entonces departamento del Magdalena. También se afirma, y él no lo desmentía, que nació en la población de Hatonuevo, hoy un rico y próspero municipio carbonero de la península de La Guajira. Los primeros años de vida los pasó al lado de sus padres y hermanos, disfrutando de las delicias naturales que les prodigaba esa hermosa región sabanera, nutrida desde antaño por músicos y cantantes, poetas y juglares, verseadores y repentistas, que han hecho de esos lugares un terreno fértil y prolífico en talento musical. Allí, siendo todavía un niño, se ganó los primeros centavos entonando algunos versos aislados de aquellas canciones bucólicas que despertaban la admiración de la gente. En ese tiempo, para demostrarle afecto, le decían cariñosamente “El cieguito de Nacha”, que era el hipocorístico familiar con que llamaban a su feliz progenitora.
Convertido ya en un adolescente, siguió cultivando su atracción musical, pero ahora, ya no cantando música de acordeón, sino las rancheras mejicanas de moda, para deleitar con ellas a los transeúntes despistados o a los pasajeros angustiosos que hacían sus recorridos en buses incómodos y destartalados, por carreteras inservibles, en las poblaciones cercanas a Hatonuevo, su lugar de residencia. Curiosamente, años más tarde, esta misma actividad la desarrolló Alfredo Gutiérrez, tratando de sobrevivir, en los buses obsoletos que viajaban entre Magangué y Sincelejo. Esta fue una experiencia grande para el futuro maestro, quien no vaciló en reflexionar, analizar su porvenir y decidirse a sentar plaza. De esta manera, cuando se acercaba a los veinte años, recaló en Tocaimo, un bello corregimiento del municipio de San Diego, hoy departamento del Cesar, bañado por un río del mismo nombre, de aguas cristalinas y turbulentas, que más tarde le sirvió de inspiración para crear varias de sus composiciones, entre ellas, Matilde Lina, considerada por muchos su canción estelar.
Su paso por esta población quedó inmortalizado en la canción “Los tocaimeros”, llamada también “La trampa”, incluida en el long play “Los dos amigos”, grabado por Jorge Oñate y Colacho Mendoza a finales de 1975. El disco es un merengue pintoresco y de corte costumbrista donde el autor encadena de manera magistral los nombres, y algunos con apellidos, de más de cincuenta personas residentes en Tocaimo. Los versos de la estrofa inicial definen la magnitud de la canción: “Señores les vengo a contar / la gente que habita en Tocaimo / a todos los voy a enlazar / en este merengue cantando”. Enseguida comienza la lista de nombres, mencionados aisladamente o en parejas matrimoniales. Con ello, el maestro demuestra, además de su destreza en la factura del merengue, el aprecio y la estimación que le profesan los habitantes tocaimeros. Y en los versos finales: “Paso la vida en la sierra / gozando de buena fortuna / vive en Tocaimo una viuda / que Leandro se muere por ella”, nuevamente, el maestro hace énfasis en el talante enamoradizo que lo alimentó y lo caracterizó desde la juventud.
La parábola musical del maestro Leandro Díaz se inicia prácticamente en 1970, al iniciar su amistad con Alfredo Gutiérrez, quien, en ese momento, era un ídolo insuperable de la música vallenata. Y aunque ya algunos conjuntos le habían grabado varias composiciones, estas sólo habían aquilatado un poco de atracción en la fanaticada costeña. Fue por esos años cuando el “Rebelde del acordeón”, quien deleitaba a los pueblos del Magdalena y el Cesar amenizando las casetas y los festivales, tomó la determinación de visitarlo en su residencia San Diego, atraído por los comentarios positivos que generaban sus canciones. Apenas se conocieron, el acordeonista quedó tan impresionado con las piezas que le tarareó el maestro, que le prometió incluirlas en sus próximas grabaciones. A partir de ese momento, se selló entre ellos una simpatía personal que perduró hasta el día de su fallecimiento. Alfredo Gutiérrez, que en ese entonces era artista exclusivo del sello Codiscos, en Medellín, habló con las directivas de esa empresa para vincular a Leandro Díaz, por un contrato de cuatro años, como artista exclusivo de esa casa disquera.
Sobre este detalle, con toda franqueza podemos afirmar que durante el tiempo que demoró la exclusividad del maestro Leandro Díaz con la empresa musical medellinense, sus canciones se desbordaron en admiración y alcanzaron la fama que tenían predestinada. Y fiel a la promesa que le había cursado, el “Rebelde del acordeón”, que prácticamente no tenía contendores de peso en el manejo del acordeón, le dio el honor de titular tres álbumes con los nombres de sus canciones: “Matilde Lina” en 1970, “Bajo el palo e mango” en 1971 y “La diosa coronada” en 1972. El primero es un hermoso paseo inspirado en una bellísima mujer que el maestro conoció accidentalmente en Manaure, mientras se encontraba parrandeando en la casa de un amigo. El nombre le quedó grabado, y se comenta que averiguó su dirección y le realizó varias visitas, pero no logró conquistarla. Un día cualquiera, motivado por el recuerdo, se fue al río Tocaimo, y allí nació la canción, cuya letra sensible evoca los pensamientos amorosos que le produjo la mujer. “Matilde Lina” impactó en la fanaticada, y posteriormente fue grabada por varias agrupaciones musicales.
“Bajo el palo e’ mango”, la canción que sirve de título a otro álbum de Alfredo, es un paseo romántico de fondo costumbrista que presenta la idealización de un hombre, profundamente enamorado de una mujer, a quien cuestiona en sus pensamientos por su actitud de indiferencia. Este disco también fue grabado por Jorge Oñate y los hermanos López a finales de 1972. Y el tercer elepé “La diosa coronada”, cobra su título de un magnífico paseo inspirado en una hermosa muchacha que llegó a Tocaimo, cuando Leandro aún era joven, y por su porte y el movimiento de sus caderas despertaba la atracción del pueblo. Muchos años después, el cantante, inspirado por el recuerdo y la fantasía, le dio vida a la composición, la cual se robó la simpatía popular y ha sido grabada por varios conjuntos vallenatos. Y para orgullo del maestro Leandro, tanto él como el título de la canción, fueron inmortalizados por Gabriel García Márquez, quien, atraído por la composición, utilizó los versos: “En adelanto van estos lugares/ ya tienen su diosa coronada”, como epígrafe de su extraordinaria novela “El amor en los tiempos del cólera”, publicada en 1985.
Y para mantener el compromiso con la casa disquera, que finalizaba en 1974, el maestro Leandro Díaz se inspiró en varias composiciones, donde el amor, la mujer, la naturaleza, las costumbres y la crítica sutil, eran el alimento esencial. En esa tónica, el “Rebelde del acordeón”, le grabó más de veinte canciones, donde merecen destacarse. “Quiéreme”, “El enamorado”, “Cultivo de Penas”, “Carmencita” y “Sabor a primavera”. Años después, y separado ya de Codiscos”, las composiciones del maestro son interpretadas por los grandes cantantes vallenatos. Poncho Zuleta, inmortalizó los temas “Dios no me deja”, “Olvídame”, “Horas felices”, “Los tres amigos” y “Para olvidar”. Jorge Oñate se hizo célebre interpretando los paseos y merengues: “Mujer infiel”, “La trampa”, “Yo comprendo”, “La gordita”, “La parrandita”, “La contra” y muchos más. Y cierra el círculo Diomedes Díaz con “Mi memoria” y “El bozal”. También, de la época dorada, me es grato mencionar “El verano”, una composición magistral que se robó la admiración del pueblo costeño y fue grabada por el recordado maestro Alejo Durán a mediados de los años sesenta.
Desde finales del siglo pasado, cuando ya había transitado más de cinco décadas por los caminos estelares de la música vallenata, el maestro Leandro Díaz, quien también era conocido con los atributos de “El ciego maravilloso”, “El Homero del vallenato” y “El ciego de oro”, se había radicado definitivamente en Valledupar, la ciudad donde se sentía satisfecho y gozaba de una admiración sin límites que le profesaban todos sus habitantes. Aquí, era feliz al lado de Clementina, su esposa, y de sus seis hijos, entre ellos Ivo, el único que heredó su talento musical y era el amigo inseparable que lo acompañaba a todas partes. Y ya superando la edad octogenaria, aún salía de visitas, frecuentaba parrandas, cantaba sus canciones preferidas, narraba anécdotas y de vez en cuando tocaba la guacharaca, el único instrumento que le inspiraba confianza. A veces se evadía de la realidad y se sumergía en la imaginación para arrancarle alguna metáfora a su musa, o también para recordar aquellos tiempos lejanos, cuando, siendo muy niño, comenzó a tararear sus primeras canciones y descubrió el perrenque musical que lo acompañó hasta el 13 de junio de 2013 cuando partió para la eternidad.
Eddie José Daniels García
Sobre el autor
Eddie José Dániels García
Reflejos cotidianos
Eddie José Daniels García, Talaigua, Bolívar. Licenciado en Español y Literatura, UPTC, Tunja, Docente del Simón Araújo, Sincelejo y Catedrático, ensayista e Investigador universitario. Cultiva y ejerce pedagogía en la poesía clásica española, la historia de Colombia y regional, la pureza del lenguaje; es columnista, prologuista, conferencista y habitual líder en debates y charlas didácticas sobre la Literatura en la prensa, revistas y encuentros literarios y culturales en toda la Costa del caribe colombiano. Los escritos de Dániels García llaman la atención por la abundancia de hechos y apuntes históricos, políticos y literarios que plantea, sin complejidades innecesarias en su lenguaje claro y didáctico bien reconocido por la crítica estilística costeña, por su esencialidad en la acción y en la descripción de una humanidad y ambiente que destaca la propia vida regional.
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