Música y folclor

Petrona Martínez, las penas que nunca fueron tristes

Guillermo Valencia Hernández

23/02/2022 - 05:05

 

Petrona Martínez, las penas que nunca fueron tristes
Petrona Martínez nació en San Cayetano (Bolívar), corregimiento del municipio de San Juan Nepomuceno / Foto: David Lara

 

Petrona Martínez Villa, es, probablemente, la más sobresaliente cantadora y compositora de la música tradicional del Caribe colombiano.  No olvidemos que, desde los años 90, es considerada por la crítica musical del mundo como “La Reina del Bullerengue”. Desde su primera presentación nacional en el Planetario Distrital de Bogotá, Sala Oriol Rangel (en 1998), hasta nuestros días, no ha dejado de sorprender a sus seguidores con su canto ancestral y sus frenéticos tambores.

Incluso, ya retirada de los escenarios, con ochenta años encima, y sufriendo una enfermedad que la mantiene en una mecedora, pero espiritualmente llena de tranquilidad y alegría cuando escucha los tambores y cantos de sus familiares, le regaló a su país la alegría de ganar un Grammy Latino como mejor álbum de música tradicional del mundo entero, por su disco “Ancestras”.

Este nuevo disco ha causado revuelo en los circuitos de las músicas tradicionales del mundo entero por su sonoridad y su creatividad. Estuvo bajo la producción musical de Manuel García-Orozco, mejor conocido como “Chaco”, y la co-producción de la gaitera, Mayte Montero. Aunque Petrona ya había sido nominada dos veces anteriores al mismo premio en 2002 por su álbum “Bonito que Canta”, grabado en el estudio de Jonathan Lane en Bristol, Inglaterra, bajo la dirección musical del cartagenero, Rafael Ramos; y en 2010 por “Las Penas Alegres”, grabado en los Estudios Audiovisión de Bogotá, y producido por Chaco y el mismo sello que hizo posible “Ancestras”.

El álbum “Ancestras” es un territorio universal de voces femeninas que cantan. Que cantan como los pájaros y como la noche. Una fuerte cofradía internacional con sublimes cantadoras de África, Perú, Cuba, Brasil, México, Estados Unidos, República Dominicana, Honduras, Panamá, el Pacifico, voces en lenguas garífunas, lenguas criollas y precolombinas, donde las cantadoras rinden homenaje a doña Petrona, y ésta a su vez, a sus maestras, a sus ancestras, a esas mujeres anónimas que le dieron a conocer el bullerengue desde niña en su pueblo natal.

Petrona Martínez, en su casa de Palenquito / Foto: Guillermo Valencia, 2007.

¿De dónde viene Petrona?

Petrona Martínez, nació en San Cayetano (Bolívar), corregimiento del municipio de San Juan Nepomuceno, un 27 de enero de 1939. Petronita, esa niña traviesa, vendedora de yuca y cocadas que todas las tardes salía a vender por las calles empinadas de su pueblo, traía en sus venas la esencia y la ancestralidad del bullerengue, un compendio musical y poético de herencia africana.

Ella proviene de una familia de cantadoras –como la gran Orfelina Martínez (abuela), y Carmen Silva (bisabuela)–, además de decimeros y bailadores como su padre Cayetano Martínez Pimentel y su tío Pellito Valdez, quien fuera jefe de la Danza de Negros Libertos de la región. Oriundo de Evitar (Bolívar), “Cayeto”, como le decían a su padre. Viene del linaje de un frondoso árbol donde se prendían en fama popular: la gran Estebana Martínez, Abraham Herrera Pacheco, Ascanio Pimentel, la matrona Juana García Blanquiset, y sus hijas cantadoras Emilia Herrera y Martha Herrera quienes hicieron parte de la industria musical naciente del caribe colombiano.

El inicio de Petrona Martínez para la música del Caribe Colombiano.

“Nunca quise ser una mujer famosa”, decía doña Petrona constantemente. Odiaba la calle, la muchedumbre, las entrevistas, la preguntadera, los hombres bebiendo, la jarana, el borrullo. Siempre quiso estar en los lugares campestres con su marido Enrique Llerena, trabajando de corral en corral, y de finca en finca. Fue feliz en el monte lavando en los arroyos, criando animales, recogiendo arroz, haciendo dulces, empalmando techos de ranchos y colocando cercas. Siempre quiso vivir así, apartada de la muchedumbre y criando a sus hijos. Pero con el destino no se puede pelear, porque mientras ella más se escondía de la gente, la gente más la buscaba para hacerle visitas interminables.

A su casa llegaban los compadres, las comadres, los amigos de sus padres, sus familiares, los músicos, los tamboreros, y de pronto, coincidiendo con alguna fecha especial, se alegraban los tambores y los amigos prendidos de ron obligaban a la cuidandera de finca, campesina, y criadora de animales, a que se entonara esos bullerengues de vieja data que cantaban sus abuelas, tías y su papá en su pueblo natal.  De ahí fue naciendo el hilito conductor de todo este proceso musical que se dio a conocer en público.

Para sorpresa de los vecinos que nunca la habían escuchado cantar, lo hizo durante una fiesta navideña de 1984 en San Marcos de Malagana. Esa noche reventó un dique que le taponaba su corazón y sus entrañas. Ella recuerda que esa noche cantó y cantó; de su mente le brotaban letras en diferentes tonadas que no pararon. Luego, organizó su primer grupo musical con los primos que la visitaban y su hijo, Luis Enrique Díaz Martínez. Esta agrupación musical empezó a practicar en la vereda de Palenquito, a la entrada de San Basilio de Palenque.

¿Y quiénes eran esas mujeres que cantaban en la radio?

Petrona decidió dejar el monte para que sus hijos menores lograran estudiar algo, entonces se muda en una casita de barro en la vereda de Palenquito, corregimiento de Malagana. Ahí la familia Llerena Martínez decide dejar de ser jornaleros y ordeñadores, para convertirse en areneros, sacadores de arena en el arroyo Ají Molido.

Para entonces, mientras familiares y amigos músicos visitaban a Petrona, la música tradicional del Caribe colombiano comenzaba a ganar espacio radial gracias a las voces de las cantadoras Irene Martínez Mejía y Emilia Herrera, “La Niña Emilia”.

Los Soneros de Gamero –grupo vanguardista en la costa Caribe por ser pioneros en alterar la instrumentación tradicional del bullerengue, al introducirle saxofones, clarinetes, timbaletas, güiros, congas, y bajo– irrumpieron fuertemente en la radio, donde se daba a conocer una voz desdentada, chusca, jarocha, chillona que llamaba la atención y ponía al público a mover el esqueleto de inmediato. La dueña de esa voz era la cantadora Irene Martínez Mejía.

Irene, esta mujer delgada y de pelos ensortijados, tuntunera de hicotea y buscadora de leña, de pronto se convirtió en una celebridad local. Ella como voz principal de los Soneros de Gamero, graba un disco en Barranquilla, bajo la producción del cajero Wady Bedrán, donde aparecían los cantos ancestrales de la Región del Dique completamente alterados en su esencia. Y junto al boom de esta, se coló en la radio costeña su corista, la niña Emilia Herrera, con una canción que cruzó fronteras, “El Coroncoro”.

Esta época de la industria radial costeña estuvo y sigue marcada por la presencia de estas dos cantadoras, además de la hermana mayor de Emilia, la cantadora, Martha Herrera, autora e intérprete de temas emblemáticos del Carnaval de Barranquilla como “Chispa Candela”, “La Bomba”, “La Mona”, y “se Quema”.

Petrona escuchó “El Lobo” en la radio, entonces los primos y algunos músicos de Malagana, con un poquito de rasquiña entusiasmaban a Petrona Martínez con la posible fama y plata que se podían ganar si igualaban en popularidad a “esas viejas recocheras” llenas de una picaresca para interpretar la música tradicional en sus grabaciones.

Este primer grupo de Petrona Martínez estuvo conformado por Ramón “Pio” Sánchez, su primer tamborero, Epifanio Martínez Sánchez “Pifo”, Primo de Petrona, Clemente Pacheco, y el gran Marceliano Orozco. Con este grupo practicaba todos los fines de semana en su rancho de Palenquito. Pero fue más un intento de pasarla bien tocando tambor, bebiendo ron, comiendo sancocho. Un día la cantadora no aguantó más y dijo: “Hasta aquí llego. Yo no nací ni para perder el tiempo ni para beber ron”. El grupo se acabó, pero la amistad y la familiaridad siguieron.  Después, por iniciativa de su hijo Luis Enrique Díaz Martínez, se entusiasmó con otros muchachos de Malagana y del corregimiento de Evitar y logró conformar un segundo grupo musical, “Los Tambores de Malagana”.

Para el Bucanero de Oro, un festival en la plaza de toros de Cartagena durante los años 80, Petrona Martínez es invitada a participar con su nuevo grupo y se encuentra con la famosa Irene Martínez. Este encuentro estuvo marcado por el entusiasmo de Petrona y la indiferencia total de Irene. Así, la cantadora de Palenquito se entusiasmó más en la música. Para Petrona, “ese desprecio de Irene fue un reto”. Siempre lo dijo.

En 1989, Petrona Martínez y los Tambores de Malagana lograron grabar un disco de larga duración en la casa disquera del momento, donde había grabado Emilia Herrera, Felito Records en Barranquilla. Bajo la dirección musical de Eduardo Dávila Santiago y la producción de Félix Butrón Márceles el disco, sin embargo, no despegó a nivel comercial. Sólo un tema medio sonó por algunos parajes de Bolívar, “So Animá Animá”, una canción jocosa y un poquito pasada de tono de la autoría de doña Petrona.

Después, el grupo musical se desarticula y la cantadora se queda en su casa de Palenquito, sacando arena y componiendo canciones. Más tarde, Petrona Martínez graba dos acetatos más: “El Folclor Vive” y “el Destape del Folclor”. El primero grabado en los estudios de Kuki Records, Cartagena, 1993. Este contiene temas de su autoría como: “La Arena” (posteriormente retitulado “La Vida Vale La Pena”, “El Animá Parao”, “La Encuera” y “Cartagena de Indias”. Un dato curioso: ese día, Petrona Martínez en el estudio de Kuki Records se encuentra con unos muchachitos que estaban dando sus pininos como cantantes, eran, ni más ni menos, Juan Carlos y Alfredo Coronel, Gerardo Varela, y Lucho Lambis. Ellos se entusiasmaron tanto con la cantadora que podría ser su abuela, que se le brindaron ayuda grabándole los coros.

Dos años después, Petrona grabó un variado titulado el “Destape del Folclor” en los estudios de Romy Molina, la meca de la naciente música champeta en el mercado de Bazurto, en el pleno corazón de Cartagena. El fallecido productor Wilfrido Hincapié, más conocido como “Pilo Discos”, la invitó por medio del percusionista Víctor Medrano, “el Docto”, hijo de la gran cantadora Estefanía Caicedo, a hacer parte de una tripleta novembrina donde también participaría Luis Felipe Lugo, el “Moneda”, Luchito González, el arreglista de “Son Cartagena”, El Famy de la Champeta y Justo Valdez. En este variado Petrona Martínez graba “El Hueso”, “La Cortá”, y “El Ojo”. El tema que logró pegar de ese disco fue “El Tigre de la Montaña” de Luis Felipe Lugo.

Sus canciones no alcanzan el éxito ni la difusión de Irene Martínez, y las hermanas Emilia y Martha Herrera. Una frustración invade a la cantadora y nota que cada día se esfuerza más en la industria musical, pero solo le deja cansancio, hambre, y pérdida de sueño. Por mucho empeño que ella les pone a sus presentaciones en casetas de pueblos, a sus regresos a Palenquito, éstas siempre le marcan un sinsabor de derrota y cansancio. Para el remate, sin un pan bajo sus brazos para sus hijos y nietos.

Nacía para ella, la industria de la música. Nacía el papel del representante. La prensa. La payola. La envidia entre los mismos músicos. La rosca. Y doña Petrona, cada día se le complicaba entender este mundo de la oferta y la demanda. Otros factores pudieron influir. La voz nasal de Petrona Martínez no estaba hecha para esta clase de arreglos musicales, sus guapirreos, y su carisma no iba con este viaje de la radio, no era buena para dar entrevistas, y por mucho que se esforzaba nunca pudo pegar en la radio como Irene y Emilia, las reinas vitalicias de las fiestas novembrinas y el Carnaval de Barranquilla.

En la radio no sonaban sus canciones, sus músicos se le apartaron, se ganó muchas enemistades con sus representantes, mucha discordia con algunos amigos, entonces toma la decisión de renunciar a la industria musical para no seguir con ese cuento de andar cantando sin conseguir nada. Se retiró de las presentaciones para dedicarse por completo a sacar arena del arroyo de Palenquito, a vender cocadas en los colegios, y a visitar a sus familiares en su natal San Cayetano.

Petrona Martínez, la reina del bullerengue / Foto: Ballet de Antioquia

El otro camino que le faltaba por recorrer

La suerte encuentra a Petrona Martínez, pues una documentalista colombo-francesa, de nombre Liset Lemoine, llegó a Colombia a realizar un documental “La Vida de las Cantadoras en el Caribe Colombiano”. Tenía como destino a San Basilio de Palenque donde entrevistaría a Graciela Salgado, la hermana de Paulino Salgado, Batata, el famoso tamborero que acompañó por muchos años a Totó la Momposina. Pero Graciela y su grupo de mujeres estaban recién salidas de un velorio que había pasado las nueve noches, y todavía estaban prendidas de ñeque, por lo que no le dieron importancia a la visita de la mujer blanca con anteojos.

Por más que Liset le explicó a Graciela y su grupo de mujeres, más perdió el tiempo y más se enredó su proyecto. Frustrada y angustiada por el esfuerzo que había hecho y por el dinero invertido en equipos de grabación y logística, se dio por vencida y decidió regresar a Cartagena. En mitad del camino, ya montada en un camioncito que viajaba muy lentamente, el chofer del vehículo que era nacido en Malagana y conocía a Petrona, le dijo a la documentalista que a la salida de Palenquito vivía una señora que también cantaba bonito y sacaba arena del arroyo.

Con semejante argumento, Liset se entusiasmó dejando que el chofer le siguiera refiriendo el cuento de la cantadora que ella no vino a visitar. Este le relata sobre Petrona Martínez, que había grabado discos y que él no sabía por qué estaba retirada de la música. La convence y detiene el carro en la puerta de la cantadora. Sin embargo, el recibimiento no fue el mejor, la cantadora no quería saber nada de música ni de presentaciones.

Después de una conversación donde se dejaron escuchar explicaciones y disculpas, las palabras de Petrona fueron tajantes: “te puedes quedar, pero nada de entrevistas ni nada que tenga que ver con la música”. La mujer, sin saber a dónde ir, no le tocó más que pasar entre la casa de la cantadora y se arrimó a mi casa, que además de su vecino, siempre fui secretario informal de Petrona. Fueron días difíciles, encuentros tensos, pero, poco a poco, la paciencia de la documentalista y las eternas conversas de la sacadora de arena se fueron endulzando de café hecho en hornillas y con leñas, y largas jornadas de charlas acompañadas de bocanadas de humos de cigarrillos pielroja.

Con el paso de los días, la mujer ganó los espacios más íntimos de la casa y también el corazón de la cantadora. Le permitió filmar el patio de la casa, la sacada de arena, la elaboración del arroz de coco, la preparación del café en hornilla, y algunas charlas monotemáticas que la cantadora siempre refería.

En esta primera etapa fue fundamental el trabajo del hijo mayor de Petrona, Luis Enrique Díaz Martínez, quien sirvió de mediador entre la descompostura diaria de su madre y la paciencia de la mujer que había llegado de Francia. A Liset se le agotó el tiempo y prometió volver. Y volvió, pero cuando lo hace encuentra a una mujer sumida en medio de la tragedia, porque ese joven moreno y de carácter agradable que la había atendido con entusiasmo y agradecimiento, lo habían asesinado en Cartagena por hurtarle un reloj que no valía ni 20.000 pesos.

Liset llegó en la mitad de las nueve noches, no habló de grabación ni de música, solo se quedó a acompañar a la catadora en su dolor. Colaboró con los gastos del velorio y con la comida de la casa. Sin embargo, cuando le tocó marcharse, la cantadora no dejó caer su palabra empeñada, le dijo que, así como estaba sin mente y sin ganas de cantar, le iba a grabar unos sones para que musicalizara las “tomas grabadas” que ella ya había hecho de su casa en su primera visita.  Y así sin músicos, sólo con la compañía de su hijo menor, Álvaro Llerena Martínez que también había aprendido a tocar el tambor hembra, su cuarta hija y corista Joselina Llerena Martínez, y el suscrito Guillermo Valencia Hernández, que aprendí a tocar el llamador de al su hijo mayor, viajamos hasta Cartagena, a los estudios Playa Producciones del desaparecido Eugenio Giraldo.

Le grabó a Liset Lemoine varios sones llenos de una melancolía y profundidad que más tarde, pese a la cantidad de errores técnicos y la ausencia de ensayo, se convertirían en su primer disco compacto producido en Europa, el disco “Le Bullerengue”, editado por el famoso sello Ocora de Radio Francia Internacional en Paris. Unos sones grabados más por un compromiso para musicalizar un documental que por otra cosa, y para cumplirle una promesa al hijo asesinado.

Después de este disco, llegó la fama, porque los productores del interior del país se interesaron por ella. Nadie podía creer que una mujer negra, sacadora de arena de un arroyo había grabado un disco para el sello Ocora. Abierta esta puerta, no tenía competencia, porque se podía dar el lujo de cantar todo lo ella quisiera, con músicos que tocaran como ella quería y sin meterle tanto aparatos ni arreglos de pitos a sus canciones.

En uno de sus tantos viajes a Bogotá, graba otro disco, “La Vida Vale La Pena”, en el estudio de Alfonso Abril, bajo la producción ejecutiva de Luis Ortiz. La fama de la cantadora de Palenquito se empieza a sentir en todos los escenarios de Bogotá. Surgen las entrevistas en los periódicos más importantes de la ciudad capitalina y en las más leídas revistas del país. Entre la prensa y sus seguidores la proclaman como “La Reina del Bullerengue”.

Ciudadana del mundo entero, visitante de los más famosos festivales del mundo, ganadora de incontables premios, embajadora de Colombia ante el mundo. La mujer admirada en muchos países, la afrodescendiente, campesina, sacadora de arena, pilandera, criadora de animales, que, pese a nunca pisar una escuela de música, compuso más de un centenar de canciones, grabó más de siete discos. La que logró cantar por los cinco continentes con unas penas que le atoraban el corazón, pero cuando las liberaba por su boca, venían trasformadas en canciones.

La fama y el reconocimiento irradiaban a Petrona Martínez, mientras la oscuridad y el olvido cubrían, de Irene y Emilia, los restos mortales olvidados en sus pueblos natales.  

 

Guillermo Valencia Hernández

 

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