Música y folclor
La música de gaitas en el Caribe sabanero: origen y horizontes de una expresión musical

El Caribe colombiano se caracteriza por tener una riqueza en sus manifestaciones musicales, que varían según las regiones y los pueblos; la música de gaita es uno de los aires más representativos de esta zona del país, originaria de los Montes de María, ubicados entre los 2 departamentos de Sucre y Bolívar. Es ahí donde tiene génesis la tradición gaitera de Colombia, la cual hoy en día se ha abierto paso por todo el territorio colombiano. Esto se debe a las diversas migraciones de comunidades negras e indígenas que, al integrarse a la cultura de las sociedades colonizadas, compartieron sus saberes.
Las gaitas (macho y hembra) fueron nombradas así por los españoles, durante la época colonial, que asociaron su sonido al de la gaita escocesa, aunque los nombres originales que tuvo, usados por los indígenas Koguis y Arhuacos, cuyas comunidades se ubican hoy en la Sierra Nevada de Santa Marta, fueron kuisis, tolos, chuanas o suarras. Son instrumentos de viento, tradicionalmente construidos con pito de cardón (también conocido como pitahaya según la región), cera de abeja combinada con carbón mineral y una pluma de ave. La tradición y la música ritualizada, como es el caso de la gaita, implica la defensa de un arte que exalta armónicamente los sentidos, tiene magia y su belleza perdura más allá del impulso de la moda. Por ello su práctica debe ser valorada como patrimonio cultural de la nación.
A la hora de hablar de la Rueda de Gaita y la música tradicional del Caribe colombiano se debe tener en cuenta su contexto histórico: sus sonidos han abrigado la historia de nuestro país, han acompañado a la naturaleza y sus gentes, culturalmente esto genera los encuentros, las despedidas; con ella se le ha cantado al campo, a los amaneceres, a la vida misma. Ella, que nace del corazón del cardón, se ha juntado con los corazones de quienes las tocan para refugiarse en sus sonidos que permiten conocer el sentir de indígenas, campesinos, comunidades negras, tierras de palenque; eso es conocer la historia de un país.
La justificación de persistir en su existencia es la de aportar a nuestra memoria, nuestros sentires, que nuestros sonidos caribeños sigan viviendo y sean parte de nuestra identidad, de generación en generación. Debe permitírsenos caminar con el pasado, no como algo que haya que superar, evolucionar y verlo desde la linealidad; albergar la posibilidad de que nuestro andar habite desde un espiral, y con nuestros ancestros, abuelos y abuelas que empezaron a tocar la gaita. Imitando la naturaleza para dialogar y vivir desde el sentir. Así como camina la palabra y las narraciones para enseñar, veo la necesidad de que la gaita, los tambores y los sonidos de la gaita sigan acompañando nuestros pasos, poder enseñar lo que la vida me ha permitido y reafirmar que somos semilla y la gaita nos permite florecer.
Se requieren espacios de socialización que permitan que estos sonidos no mueran, que la historia de los pueblos no muera. Estos espacios se entrelazan para acallar, detener y permitir otras maneras de re-existencia, que la violencia en muchos territorios ha arrebatado. Dichos sonidos han envuelto el dolor, el llanto, las ausencias y desapariciones, para decirnos y expresar que continuamos, pese a todo.
Alexis Aristizábal Ospina
Instituto Departamental de Bellas Artes
Conservatorio Antonio María Valencia
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