Música y folclor
El canto del último juglar, el gallo bueno
La juglaría vallenata elogia y valora con frenesí a los más connotados exponentes de la composición vallenata, pero de igual manera se comporta despectivo y prescinde de algunos otros.
Los Montes de María exportaron al mundo el talento inmaculado de un hombre polifacético, capaz de interactuar de manera coherente, sencilla y con profundo amor por sus convicciones y raíces. Adolfo Pacheco Anillo, con sus ochenta y dos años, sigue dándole frutos a las páginas que engalanan el vallenato folclórico y tradicional. Personalmente, debo reconocerlo, aun siendo yo de una generación poética y melódicamente escaza, crecí escuchando la música imperecedera del maestro Pacheco.
Las primeras canciones llegaron a mí como un alud de poesía en mis noveles años gracias a mi padre, que con dedicación fraterna y exhortado por su afición vallenata, cantaba para mí las piezas musicales grabadas en la voz de Andrés Landero, en su mayoría. Desde el primer momento, esos cantos repletos de poesía, melodía, métrica y sentimiento, despertaron, en mi aún sentir de niño, además de curiosidad por sus letras, admiración y ganas de llegar a ser, tal vez, un pálido reflejo de su inmortal memoria.
Canciones de Adolfo Pacheco hay de todas las capas, románticas, alegres, narrativas y protestas, como no. Cuando hablamos de este portentoso compositor costeño, casi por arte de magia nos transportamos de ipso facto a la época pretérita en el preludio del mal llamado “conflicto” cultural entre la Sabana y el Cesar, narrado en las intimidades de “La hamaca grande”, que emerge en medio de la controversia como un aporte a la unión del folclore vallenato, y que, además, promete unificar las culturas entorno a la música de acordeón. Quien diría que la voz alzada de un sanjacintero llegaría a darle la vuelta al mundo y consagrada, en la voz de Carlos Vives, como una de las más recordadas melodías vallenatas.
Como detrás de toda mansión hay un cobertizo, en el caso de Adolfo Pacheco el cobertizo debería estar en la sala principal. La obra de este gran maestro no se limita a las comerciales canciones grabadas en las más reconocidas voces, su obra se extiende (si hablamos de distancias) desde la Guajira hasta el Amazonas, pero lo más interesante, es que cada una de ellas poseen las más excelsas virtudes sentimentales y poéticas. “Gallo bueno”, “Mercedes”, “El mochuelo”, “La babilla de Altamira”, “El cordobés” y “Cuando lo negro sea bello”, entre otras canciones que desgraciadamente han quedado en el olvido de los consumidores.
Luego de muchos años de trayectoria musical, la obra de Pacheco sigue vigente. Aficionado a los gallos de pelea, de poncho, abarcas y sombrero, Adolfo ha recorrido detrás de sus cantos (que hablan por sí solos) las más altas esferas musicales y culturales del país y del mundo. Pintó al óleo el amor, sin pincel y sin paleta, buscando como el poeta, la armonía en el color. La dulzura pinceló con Mercedes y el mochuelo y pintó la hamaca grande con magníficos colores. Este es el canto del ultimo juglar, el gallo bueno de san Jacinto, que pinta lo que no se ve como Leandro el ciego y que sigue pintando, por los siglos de los siglos, amén.
Hernán de la Ossa
Sobre el autor
Hernán De La Ossa Benítez
La bitácora del naufrago
Hernán Duley De La Ossa Benítez, nacido en Sincé, departamento de Sucre el 7 de agosto del 2000. Actual estudiante de la facultad de Ciencias jurídicas de la Universidad del Sinú, sede Montería. Escritor por vocación desde sus primeros años. Autor del libro “¿A dónde van las gaviotas?”, publicado por la editorial Torcaza en 2021. Asiduo lector de prensa, literatura contemporánea y amante de la poesía clásica. Poeta y columnista, refiere en sus líneas inquietudes sociales y exalta la cultura de la región sabanera con un ambiente raizal y espontáneo, sencillo y atrapante para el lector. Cursó bachillerato en el Liceo Panamericano campestre de la ciudad de Sincelejo, donde reafirmó su vocación de escritor.
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