Música y folclor
La Tambora, de nuevo en peligro
Nuestros abuelos eran portadores de una oralidad heredadas de sus mayores que admiraban y conservaban, no perdiendo nunca la oportunidad de darla a conocer a las nuevas generaciones hijos, nietos, parientes y vecinos. Eran una especie de guardianes de la tradición oral del territorio y, por tanto, la defendían y procuraban a toda costa mantenerla viva e intacta.
Esta transmisión de oralidad sufrió un bache, en un periodo de la década de finales de los 60 y los 70, se interrumpe el circuito de la oralidad, tal vez por la popularización de la radio y las radionovelas que transmitían las emisoras regionales y, más tarde, por el advenimiento de la televisión. No podemos desconocer que, por esa misma época, aparecieron los colegios de bachillerato que abrían sus puertas por estos lares, en los cuales laboraban profesores de otras latitudes, venidos del interior del país y de las capitales costeñas. Estos eran extraños a nuestra cultura e implementaban modelos de enseñanza donde privilegiaban sus propias costumbres y tradiciones y más de uno de ellos se burlaba de nuestra cultura vernácula.
Este largo bache, tocó y puso en peligro de extinción el baile cantao, insignia cultural de «los riogranderos», habitantes de las orillas del Río Grande de La Magdalena o pobladores de la que ahora se conoce como «La Depresión Momposina». En efecto, la Tambora estuvo en riesgo de extinción, afortunadamente, nuestros ancianos la defendieron con la ardentía, propia del que ama su tierra y no se avergüenza nunca de sus orígenes. Nuestros mayores la conservaron cantándola, bailándola y tocándola, eso hizo posible que resistiera los embates de la modernidad que comenzaba a aposentarse en nuestros pueblos arrasando con tradiciones y costumbres del pasado.
A finales de los 70, tuvimos la afortunada idea de realizar un evento donde se mostrara y se ensalzara la Tambora como nuestro patrimonio cultural tradicional y se visibilizaran los ancianos que hicieron posible su conservación y defensa. Por ello se dio en Tamalameque, en el año 1978, el primer Festival de la Tambora y uno o dos años después se hizo lo mismo en San Martín de Loba Bolívar. A partir de allí se le insufló un nuevo aire y una energía de vida que, hasta ahora, se ha conservado. Es más, en casi todas las cabeceras municipales de la Depresión Momposina se realiza un festival de Tambora, lo que garantiza la continuidad y existencia de este bello folclor, máxime cuando hay participación de niños y jóvenes.
Los festivales de Tambora han potenciado el empoderamiento de una gran cantidad de jóvenes que practican y difunden nuestra cultura riana con la conformación de grupos exponentes de nuestro baile cantao, los que participan en los diferentes festivales del territorio en una competencia cultural que permite la apropiación identitaria de nuestra cultura vernácula en los habitantes de los pueblos del río, sin embargo, esta valiosa presencia y participación de las nuevas generaciones, encierra algunos problemas que hay que dilucidar al seno de las comunidades que realizan los festivales.
Muchos jóvenes son del criterio que la Tambora debe modernizarse, pues miran con una visión comercial la cultura, algunos creen que introduciendo instrumentos como el bajo y el clarinete se abrirían espacios de comercialización para la música de tambora, otros dicen que hay que vender los festivales a las empresas privadas para que nuestra música alcance niveles de publicidad en medios, como lo ha alcanzado el vallenato. En fin, los jóvenes tienen la creencia que hay que cambiar todo, baile, música, vestuario, costumbres y tradiciones, pensando que esto daría un despegue y nuevo aire a nuestra cultura.
Otros han asumido poses de cantantes de otros aires e inflaman su ego con una arrogancia donde menosprecian los escenarios de los festivales de los pueblos y comienzan a exigir algunas condiciones que la infraestructura y recursos de nuestros poblaciones no pueden brindar y prefieren no asistir a los festivales, en algunos casos porque el monto de la premiación no es alta, los hoteles y hospedajes no tienen las condiciones de los hoteles de ciudades grandes y otra serie de exigencias en algunos casos válidas y en otras exageradas si se tiene en cuenta que hablamos de pueblos pequeños. Sin embargo, se van regalando a festivales y fiestas de otros culturas y departamentos distantes, curiosamente se van de regalo y suben en las redes, como trofeo de guerra, fotos y videos de los escenarios ajenos.
De continuar esta problemática, la tambora como manifestación cultural de los pueblos del río entrará en otra crisis, más profunda y dañina que las que nuestros abuelos sortearon con paciencia y tenacidad apegados a su cultura y tradición, lo que lograron siendo auténticos y apegados a su cultura y tradición la que practicaban, defendían y perpetuaron por ser forma identitaria del pueblo de sus querencias y respeto a sus mayores.
Diógenes Armando Pino Ávila
Sobre el autor
Diógenes Armando Pino Ávila
Caletreando
Diógenes Armando Pino Ávila (San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Colombia. 1953). Lic. Comercio y contaduría U. Mariana de Pasto convenio con Universidad San Buenaventura de Medellín. Especialista en Administración del Sistema escolar Universidad de Santander orgullosamente egresado de la Normal Piloto de Bolívar de Cartagena. Publicaciones: La Tambora, Universo mágico (folclor), Agua de tinaja (cuentos), Tamalameque Historia y leyenda (Historia, oralidad y tradición).
1 Comentarios
Muy buena apreciación Dr Diógenes, y es muy grato saber que aún hay personas como usted con gran sentido de pertenencia por los ritmos y bailes autóctonos de nuestros pueblos ribereños, porque orgullosamente yo soy miembro activo de mi amada tambora alegría de Arenal sur de Bolívar. Me identifico con usted cuando hablaba sobre los profesores que llegaron de las capitales de las ciudades caribeñas.
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