Música y folclor

El cachaquito y el sueño con Leandro Diaz

Luis Carlos Guerra Ávila

26/04/2023 - 00:07

 

El cachaquito y el sueño con Leandro Diaz
El joven cachaquito logró su sueño de encontrarse con el hijo de Leandro Diaz / Foto: El Tachi Guerra

 

En las horas de la noche a eso de las 7 pm, recibí una llamada de un amigo de Bogotá, exactamente el primero de abril del año en curso. Después de un cordial y afectuoso saludo, charlamos sobre nuestras actividades y aconteceres de nuestras vidas, pero su llamada estaba centrada en otro tema, uno familiar, una petición que después de dar vueltas y vueltas al fin pudo contarme.

––¿Don Luis? ––me dijo.

––Le escucho ––le contesté.

––Es que no sé cómo empezar …

––Comience por el principio ––le dije.

––[Risas] Bueno, ésta es la historia. Tengo un hijo de 8 años que se vio la novela de Leandro Díaz y el niño está muy interesado en la trama y quiere conocer la familia real.  Con decirle que él mismo ha investigado y me dice que en San Diego Cesar, vive una hija y una cuñada. Dice que para él sería grandioso conocerlos y hablar con ellos. ¿Quién nos podría hacer esta conexión con ellos, para cumplirle ese deseo a mi hijo? Yo viajaría con mi esposa el miércoles Santo, y el recorrido sería entonces el Jueves Santo en la mañana.

La verdad es que, ante este relato, quedé en silencio pues no es común que un niño de esta edad se interese por conocer la vida real de unos personajes de una novela.

––Bueno, Miller ––respiré profundo y le dije––. Estoy bastante comprometido con unas actividades de mi parroquia, pero entonces lo recojo el jueves a las 8am en el hotel donde ustedes se van a hospedar para ver si hasta la una de la tarde podemos cumplir el sueño de su hijo.

––Perfecto, Don Luis, le quedo altamente agradecido ––así se despidió.

El jueves me levanté temprano, le conté a mi esposa la historia del niño y le pedí el favor que me acompañara. Llegamos al hotel y los recogimos. Mi amigo Miller me presentó a su esposa y a su hijo Luciano y, desde luego, yo les presenté a la mía. El niño estaba emocionado y lo reflejaba en su actuar, es muy expresivo y enseguida me preguntó: ¿Usted nos va a llevar a San Diego, a la casa donde vivió Leandro Díaz? ¿Está lejos Tocaimo?, ¿Todavía existe el palo de mango donde él se entretenía?, ¿Dónde queda El Plan? ¿Está muy lejos?

––Bueno, hijo ––lo interrumpí––. San diego no está lejos, queda a unos veinte minutos de aquí de Valledupar, vamos a llegar al pueblo y hacemos unas averiguaciones ya que mi papá nació ahí y él me contaba que fue amigo de Leandro, tengo unos familiares que nos pueden orientar.

Así fue. Una vez llegamos a San Diego les hice un recorrido por la ruta de la Semana Santa, los llevé a la iglesia y al parque principal. Allí preguntamos y nos indicaron cómo llegar donde Diana, una hija de Leandro Díaz. Cuando íbamos llegando a la vivienda, el niño estaba emocionado y nervioso, se le manifestaba el nerviosismo en sus manos sudorosas, lo calmamos y nos dispusimos a tocar la puerta.

Precisamente la abrió Diana, su hija menor.

––Buenos días, a la orden ––nos dijo.

––Buenos días ––le respondimos––. Mira, Diana ––le dije––. Ellos vienen de Bogotá y su hijo Luciano quiere conocer más de ustedes y tiene unas preguntas para ver si tú se las puedes contestar.

––Claro que sí ––nos dijo.

Luciano le preguntó: ¿Existe el palo de mamón y el de mango?

––Sí ––dijo ella––. Sigan para que lo vean.

El niño se entretuvo con unas fotos de la sala y se tomó fotografías y relataba apartes de la novela para que Diana le confirmara si todo era cierto, por ejemplo: cuando Leandro contaba los mangos para saber si se los robaban, ella le afirmaba que sí, que eso fue real.

El palo de mango por los años muestra deterioro, pero aún existe, al igual que el árbol de mamón tal vez persistiendo como vestigio del legado de este gran hombre que Dios trajo para bien de la cultura y el folclor vallenato.

Después de muchas fotos y agradecimientos por habernos recibido, le preguntamos por su tía Corina y nos dio la dirección.

El cachaquito estaba feliz y siempre dudaba que lo fueran a recibir, pues para él eran personajes inalcanzables de la vida real. Cuando llegamos a la casa de Corina, nos recibieron sus hijas y, al explicarles el motivo de nuestra visita, enseguida nos atendieron y nos hicieron seguir. Luciano comenzó a preguntar por esa parte de la historia de la vida de Leandro a la que ellas muy gentilmente contaron con detalles, desde luego, hay cosas que la novela argumenta y que no coinciden al ser escuchada por la versión original.

Luego, se tomó fotos con Corina, fue muy emocionante. Aunque ella se encuentra en cama delicada de salud, posó para la foto.

––Don Luis ––me dijo Luciano––. No podemos ir al río donde él se sentaba en las piedras, se llama Tocaimo; cerca del pueblo. Miller me miró con una encogida de hombros, admirado por ese deseo de su hijo por conocer las vivencias de Leandro Diaz.

Claro que sí, eran las 10 de la mañana y teníamos tiempo, subimos a Media Luna y luego a Tocaimo una carretera con placa huellas muy buena. Allí se tomó fotos y preguntamos por los “Tocaimeros" nos dijeron que posiblemente la única viva era Ramona pero que no sabían donde vivía. Después nos brindaron unos bolis de tamarindo y bajamos al río. Allí se quedó extasiado tal vez pensando y colocándose los zapatos de Leandro. Se tomó fotos en las piedras asimilando esos momentos de la vida del juglar.

Decía que esto era lo mejor que le había pasado en su vida y que estaba muy agradecido con sus padres y conmigo por haberlo llevado a conocer estos lugares por los que anduvo el compositor.

Regresamos a San Diego, eran las doce en punto, decidimos almorzar donde la Lule, un restaurante tradicional del pueblo, ahí descubrió la foto de Ivo Diaz abrazado con la Lule. Suspiró… y dijo: “Lástima que no lo conocí, no creo que él nos reciba”.

En ese momento que estábamos almorzando, llamé a Ivo Díaz y me contestó su señora. Me presenté, le dije lo que estaba sucediendo con el cachaquito y me dijo:

––Él, en estos momentos, no se encuentra, pero, si vienes dentro de una hora, lo llamas para ver si los recibe.

––Muchas gracias ––le dije.

Se lo comuniqué inmediatamente a Luciano y a sus padres. Les dije: Ivo Diaz nos recibe en una hora.

––¿De verdad, Don Luis? ––me dijo Miller.

––Sí ––le contesté.

Luciano no creía que Ivo le fuera a recibir y se puso más nervioso, pues nos contó que él había tenido un sueño con Leandro Díaz donde se le presentó como su abuelito y que estar al lado de Ivo era como estar al lado de Leandro.

Sus padres le decían que se calmara, que controlara la emoción y que le hiciera las preguntas que él quisiera, para que saliera de las dudas que tenía de la existencia de Leandro.

A la una en punto de la tarde llegamos a la casa campo donde nos citaron, llamé por celular a Ivo Diaz y esta vez me contestó él mismo. Le comenté lo que le había dicho a su esposa y en lo que andábamos. Enseguida me dijo:

––Ya mando a que abran el portón para que sigan adelante.

El encuentro con Ivo Diaz fue espectacular, nos recibió como si estuviera recibiendo a sus mejores amigos, le hice una breve reseña del recorrido que habíamos hecho y le presenté a Luciano y sus padres y respectivamente a mi esposa.

Lógicamente, el niño al principio quedó impávido, mudo… enseguida rompí el hielo y le pregunté:

––¿Qué sientes al estar al lado de Ivo?

––Es como si estuviera hablando con su papá, se parece mucho.

Ivo aprovechó el momento y le dijo que estaba dispuesto a contestarle todas las preguntas que quisiera.

Tuvieron una charla entre los dos muy amena y le contó los pormenores de la vida de su papá referente a la novela, le explicó que hay argumentos de realidad y ficción.

Le mostró unas fotografías de Leandro Díaz que tiene colgada en una pared y otras de él, se tomaron fotografías y cantaron juntos “Matilde Lina”. Al final de la visita, Ivo Diaz le regaló un CD autografiado.

El niño salió muy complacido de aquel encuentro, sus padres también. No creían que pudieran cumplir aquel sueño.

A Ivo Díaz las gracias infinitas por las atenciones prestadas en su casa campo.

 

Luis Carlos Guerra Ávila

Tachi Guerra

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Sobre el autor

Luis Carlos Guerra Ávila

Luis Carlos Guerra Ávila

Magiriaimo Literario

Luis Carlos "El tachi" Guerra Avila nació en Codazzi, Cesar, un 09-04-62. Escritor, compositor y poeta. Entre sus obras tiene dos producciones musicales: "Auténtico", comercial, y "Misa vallenata", cristiana. Un poemario: "Nadie sabe que soy poeta". Varios ensayos y crónicas: "Origen de la música de acordeón”, “El ultimo juglar”, y análisis literarios de Juancho Polo Valencia, Doña Petra, Hijo de José Camilo, Hígado encebollado, entre otros. Actualmente se dedica a defender el río Magiriamo en Codazzi, como presidente de la Fundación Somos Codazzi y reside en Valledupar (Cesar).

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