Música y folclor
Retrato de un Amigo y No voy a Patillal
Natalia Ginzburg y Cesare Pavese nacieron en Italia, Armando Zabaleta y Freddy Molina en Colombia. Separados por kilómetros y culturas ajenas, desconocían que sus historias, relatos y talentos, estaban vinculados entre sí. Si Gabriel García Márquez tenía razón sobre que Cien Años de Soledad es un vallenato, entonces Ginzburg, Pavese; Zabaleta y Molina tenían el mismo oficio: escribir.
Ginzburg y Zabaleta se vieron afligidos por un mismo suceso que los convirtió en espectadores y narradores del dolor. En Retrato de un amigo, de autoría de la escritora italiana, y en la canción No voy a Patillal, compuesta por el músico molinero, se describen de un modo preciso los sentimientos tristes, melancólicos y desgarradores provocados por el fallecimiento de un amigo.
Las raíces que enlazan estas dos historias inician en sus autores, pero los trascienden para sembrarse en los personajes que inspiraron ambos epitafios literarios. Pavese y Molina estaban hermanados más que por la poesía, eran, además, fieles a su terruño. En sus letras se devela la magnificencia que en su corazón germinó al sentirse inspirados por las calles que, para otros, no serían más que caminos polvorientos y paisajes sombríos.
“Este es el día en que suben las nieblas del río / a la bella ciudad, entre prados y colinas, / difuminándola como un recuerdo/. Aquellos son los versos que Ginzburg cita al notar como aquel amigo suyo, huraño y ermitaño, encontraba belleza en lo que para ella eran grisáceas calles. Molina, también proveído con la virtuosa mirada del poeta, halló inspiración en su pueblo, por lo que en la canción Canto a Mi Tierra le realiza un mapeo estético: / Un cielo azul bien estrellado, una casita en la sábana, por cerros y montes está rodeado y recibe el frío de la nevada / qué linda son las sábanas en mi pueblo tan querido, cuando la noche está clara sencillamente me inspiro “.
Molina y Pavese, de personalidades kantianas, no quisieron escapar de las pequeñas calles que siguieron sus pasos desde la niñez hasta su muerte. Las casas, parques y vecinos fueron testigos de sus amores, pesares y sonrisas y no estuvieron exentos de las consecuencias de sus muertes. Con la perdida de Freddy Molina, su amigo Armando Zabaleta, condena eternamente a las tierras patillaleras a permanecer con un sentimiento de ausencia /Porque yo sé muy bien /que en su tierra querida/ ha dejado un vacío / que no hay como llenarlo/.
Ginzburg señala con desilusión que era imposible desligar a Pavese de aquella ciudad, tanto era así, que sus caminos le generaban la efímera ilusión de toparse desprevenidamente con aquel peculiar sujeto “En la ciudad que se le parece sentimos revivir a nuestro amigo vayamos donde vayamos; a cada esquina, a cada vuelta, nos parece que de pronto puede aparecer su alta figura con abrigo oscuro, la cara hundida entre las solapas, y el sombrero calado sobre los ojos”. Tanto Ginzburg como Zabaleta enmarcan con melancolía la relación entre ambos poetas fallecidos y sus hogares.
La pérdida de su amigo, para Ginzburg, significó la confirmación de que debía tomar distancia de aquel lugar de su juventud. Con la muerte de Pavese ya no tenía nada que la atara a su ciudad más que recuerdos tristes “(…) que ya no tenemos razones para estar en nuestra casa; porque aquí, en nuestra casa, en nuestra ciudad, en la ciudad donde hemos pasado la juventud, nos quedan ya pocas cosas vivas y nos recibe una multitud de memorias y de sombras”.
Zabaleta, amante de Patillal y consciente del amor que el pueblo le profesaba, también se niega a volver, pues el dolor de la perdida es más intenso que el del amor “Me gusta Patillal porque allá me quieren bastante (…) Pero volver allá ahora si no me nace desde que se murió ese amigo mío”. Desde el inició de su canción reconocemos aquella oposición del compositor que no duda en revelarnos su sentimiento franco y genuino “No voy a Patillal porque me mata la tristeza”. A pesar del cariño entre él y el pueblo, la perdida, la muerte, la ausencia de amores vivos y las memorias dolorosas, lo terminarán alejando, al igual que a Ginzburg, de manera casi inevitable “Si algún día llego a ir sé que me regreso enseguida. Porque me da tristeza, apenas yo empiece a recordarlo”.
Los recuerdos de aquella ciudad, de aquel pueblo, están permeados para sus autores de melancolía y tristeza. Zabaleta no va a Patillal porque lo mata la tristeza y Ginzburg no regresa a su ciudad porque cada vez hay menos cosas vivas. Ninguno desea volver porque un amigo falleció, porque con esas pérdidas el pueblo y la ciudad murieron con ellos.
Diego Torres
Sobre el autor
Diego Torres
El cronista de Loperena
Diego Torres, abogado, activista político y líder joven nacido en la musical tierra de Valledupar. Escritor y poeta, amante del estudio del folclor vallenato. En "El cronista de Loperena" pretendo hacer reflexiones acerca de la cultura vallenata, algo de política, anotaciones con tinte poético y narrativas que nos hunden en el acontecer caribeño.
1 Comentarios
Me parece muy bien que sea una persona como Diego Torrez conocedor y nativo de v/par Realise esta narrativa folclórica y que utilice sus propias vivencias En cuanto al folclórica vallenato se Refiere
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