Música y folclor
La Habanera: del mar al puerto
El mar es, desde que supimos que se puede navegar, la autopista por la que han fluido las culturas de toda índole. Los fenicios no habrían sido nada sin un Mediterráneo, ni los griegos tampoco. La historia de Europa y América nada sería sin un Atlántico de por medio. Quizá eso es lo que verdaderamente nos hace humanos, que sin ser jilgueros creamos los más bellos cantos y melodías, y sin ser peces navegamos alrededor del orbe. Cuba, precisamente, convergió en estos dos aspectos para dar a luz La Habanera.
Los orígenes concretos de la habanera se siguen discutiendo hoy en día. Sin embargo, es innegable su sementera cubana como resultado de la conjunción de ritmos y músicas españolas, africanas y aborígenes. Como precursoras de la habanera, existían en Cuba distintos estilos musicales criollos como la chacona cubana o la contradanza criolla. De la ralentización rítmica de esta última se piensa que viene la habanera tal y como se conoce actualmente.
Sea como fuere, la primera habanera “moderna” de la que se tiene constancia es El amor en el baile de autor anónimo, que data de 1842, recogida en La prensa, un periódico cubano. Fueron los continuos viajes de embarcaciones cargadas de marineros que paraban en La Habana y en Cádiz los que expandieron la habanera por España primero, y por Europa después. Así, son varios los testimonios documentales de la segunda mitad del siglo XIX que evidencian un claro gusto popular por la habanera en Madrid, Valencia, Barcelona o Gerona.
Tanto agradó este género a los peninsulares, que su cultivo proliferó entre las altas élites burguesas y aristócratas españolas. A este punto, el vasco Sebastián Iradier se convirtió en un verdadero maestro de la habanera, siendo uno de los primeros autores conocidos —además de aclamado— en empeñar su conocimiento en el cultivo de este género. El romanticismo de la época también acogió con los brazos abiertos esta música, de tal manera que, el propio Iradier se codeó con políticos como Narváez, con aristócratas como los Montijo y literatos como Espronceda, José Zorrilla o Campoamor, todos los cuales gozaron de la habanera.
El ritmo lento de compás binario característico de la habanera resonó en París, donde los intelectuales y bohemios franceses se encargaron de elevarla, aún más, a una posición de “música culta” (tal y como pasó con el jazz que, desde sus humildes orígenes, hoy se corona con exquisitez en el olimpo de la música). Carmen, L'amour est un oiseau rebelle de Georges Bizet es, quizá, la expresión más conocida de la habanera gestada en Francia. Otros artistas de altísima cota como Claude Debussy, Isaac Albéniz, Manuel de Falla, Enrique Granados o Emmanuel Chabrier dieron vida a la habanera y se inspiraron en ella en multitud de obras. Curiosamente, Ignacio Cervantes fue el único compositor decimonónico de origen cubano que cultivó la habanera, que más tarde sería sustituida en los salones cubanos por géneros como el bolero o el danzón.
Para los oídos del siglo XXI, la habanera tiene algo especial que dar en adición de su ritmo sensual y sus versos amorosos. Pues, en España es común la tradición habanera en regiones próximas al mar como Cataluña o en ciudades costeras como Bilbao, Cádiz, Torrevieja, Cartagena, Huelva o Denia, donde sobrevive gracias a la abundancia de festivales habaneros y grupos folclóricos. Este ritmo sigue sonando en aquellos puertos españoles que conectaban con Cuba, donde la habanera se reviste el alma de mar, de amor, de Cuba y de nostalgia. La nostalgia quizá venga por la senectud de las personas que la suelen bailar en los festivales o por lo que provoca el recuerdo —-o la imaginación—- de los alegres marineros que traían el ritmo de América.
Quizá esa nostalgia y esos recuerdos mantienen viva la tradición habanera de una pequeña localidad vallisoletana tan lejana del mar como lo está Mayorga. Allí no atracaban los barcos procedentes de Cuba, pero fueron muchos los jóvenes de esta población los que lucharon en la guerra de Cuba en 1898 que, a su vuelta a España, trajeron dos cosas: la habanera como canto nostálgico y la expresión “más se perdió en Cuba”. Y así, teniendo mieses por mares y arados por barcos, en el centro de la meseta castellana también es posible sentir la brisa del mar, el romper de las olas y el ritmo de una lejana y antigua Cuba.
La generación literaria y filosófica del 98, con su expresión pesimista, fatalista y crítica después del “desastre político y militar”, fue para el pensamiento lo que la habanera para la música: un punto de transición para entender con más o menos entusiasmo la nueva realidad con la que comenzaba el siglo XX, repasando con una crítica nostalgia la nueva e incierta situación y sus causas.
Alonso Fernández García
Referencias:
https://nauticajonkepa.wordpress.com/2011/02/16/el-origen-de-las-habaneras/
Sobre el autor
Alonso Fernández García
Entre orillas de dos mundos
Si las lontananzas de la historia nos llegan en las letras, las anchuras de un océano se estrechan en la correspondencia. Qué hubo y qué hay entre una pequeña península al sur de los Pirineos y gran parte del continente americano, son cuestiones que nos definen en lo bueno y lo malo. Comprender las respuestas permitirá contemplar la escala de grises sobre la que “dibujamos”.
Alonso Fernández García es bachiller en letras del I.E.S Campos y Torozos, estudiante en la Universidad de Valladolid y periodista en ciernes. Criado en Tierra de Campos Góticos, entre mares de mieses con sus correspondientes castillos y palomares como horizonte y fondo, vaga entre lo pasado y lo presente para comprender el devenir del futuro.
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