Música y folclor
El pecado de Buitrago
Una reseña del libro inédito “Por qué hay que creer en Guillermo Buitrago”.
Una figura como Guillermo Buitrago, quien a nuestro criterio ha sido uno de los artistas más grandes y meritorios de Colombia del siglo pasado, una leyenda que continúa creciendo con su fantasma recorriendo todos los pueblos de la costa por los cuales transitó con su guitarra y canciones, debemos, por muchas razones, seguir ocupándonos de él, recordándolo de alguna manera.
Ciertamente, nos gusta oír y leer las cosas que se dicen y escriben sobre Buitrago, habida cuenta de sus muchos méritos y su enorme personalidad artística, pero preocupa cuando esas cosas anidan la mala intención o se le nota deseo de dañar, más cuando Guillermo Buitrago es un valor indiscutible de nuestro arte y tiene también su bien ganado sitio en la historia.
Es así como hemos querido retomar el tema nuevamente, ahondando en él un poco más en esta oportunidad, porque llama la atención la actitud negativa de algunos compueblanos nuestros, que más pendiente de los errores que las virtudes de nuestros valores, sigan empeñados en un desmedido afán en desprestigiar la incólume memoria de este gran artista cienaguero, como lo fue Guillermo Buitrago, repitiendo repetidamente del innecesario enjuiciamiento que le hacen, pretendiendo saber del personaje que apenas conocen por su música, señalándole como un elemento irresponsable y otras cosas más, lo que no es cierto. Este señalamiento, que ha venido haciendo carrera, se ha convertido, hace mucho tiempo, en un dedo acusador que no tiene motivo ni razón.
Alguna vez Discos Fuentes lo mostró en un vídeo, lo que pienso también ha servido como caldo de cultivo para alimentar aún más todo lo que se ha dicho de él, rodeado de mujeres, de fiestas, trago, pero no como el indeseable belicoso o borracho, porque no lo fue. Además, recordemos que es imposible por la época en que él vivió presentar un vídeo original, con situaciones reales y escenografías reales del propio Buitrago. Eso fue un drama acomodado a las circunstancias, para bien o para mal, del libretista, los actores, productores, etc.
Por supuesto, Buitrago vivió la alegría de la noche, la de sus amigos, y la del RON. Sí, así con mayúscula, porque tampoco era un santo, pero no fue ese borracho que tanto se habla, ni fue una persona que dio un espectáculo grotesco por efecto del alcohol ni por nada, ni siquiera tuvo una situación de mal gusto en el aspecto social y artístico.
A través de la historia, todos los artistas, compositores y músicos han estado sometidos a críticas destructivas, comentarios negativos y hasta calumnias e injurias y para eso el oportunista o comentarista de turno… escoge la mejor presa.
“No es feliz el hombre mientras no haya muerto”, le oía decir a alguien alguna vez, pero ni siquiera eso se le puede aplicar al pobre Buitrago, pues siempre andamos buscándole sombras en su existencia, cosa que, lo más lamentable, ocurre solamente entre nosotros los cienagueros.
Digamos más bien, y digámoslo con orgullo, que a Guillermo Buitrago le sobró talento, como lo demostró, para interpretar y hacer sus canciones. Infortunadamente, su grandeza muchas veces no solamente se ha querido ignorar, sino combinar con una irresponsabilidad que nunca existió.
Si un país como México tiene a honor ofrecer al mundo la imagen de artistas como Agustín Lara, Cuba que se honra también con la de Benny Moré e igualmente se enorgullece Puerto Rico ofreciéndole al universo las imágenes de Daniel Santos y la del Charlie Figueroa, entre otros, que hicieron cosas “peores” que la que pudo haber hecho Buitrago y se inclinan reverentes ante sus memorias, ¿por qué entonces seguir rasgándonos las vestiduras creándole una imagen falsa a Buitrago, hablando cosas que no son ciertas, cuando lo más que hizo, a lo que más llegó fue a participar en festejos y parrandas sanas?
¿Por qué esa tendencia nuestra de criticar, menospreciar, menoscabar a nuestros valores de importancia y significación?
¿Qué tal que ahora, por ejemplo, para hablar de Agustín Lara, nos ocupemos de él solo para decir que no salía de los prostíbulos y bares de mala muerte donde se la pasaba tocando y que durante TRES AÑOS no hubo referencias de él distintas de andar en estos lugares en donde precisamente, en ese ambiente prostibulario sufre una cortada en la cara con una botella por una prostituta, que llevó por el resto de su vida? ¿Recordarlo acaso porque estuvo preso por robos, o porque se fue desgastando entre el abuso del cigarrillo y del trago, o quitarle mérito a su gloria porque se la pasaba borracho en parrandas solitario en casa de un amigo, y otras cosas más?
De igual forma podríamos hablar de la vida personal de muchos, muchísimos artistas, como por ejemplo de la vida del gran Benny Moré, tomador y bebedor empedernido que murió como vivió sus glorias: en medio de las exageraciones en jornadas incansables estimuladas por el trago. Lo mató el licor, víctima de cirrosis, en plena juventud, gloria y bonanza (1963).
Sin embargo, todo esto en nada empaña la grandeza de un nombre que, aun después de más de 60 años de su muerte, se le sigue considerando como “el sonero cubano” por excelencia. Por encima de todo lo que se diga de él, a esta gran figura de la canción se le seguirá recordando como el genio de la música que fue.
Pero en la parte musical, ya como artista, hay que convenir que ese señor, con todos los rasgos de su personalidad, su vida poco ortodoxa, poco ordenada y tantas otras cosas más, a veces no gratas de su existencia, fue el cantante del siglo pasado y su obra musical, poética y vivificante, también perdurará por todos los tiempos.
Se le recuerda como el figurón lleno de inspiración y de talento; todo un personaje para la historia de la música popular en América.
El mismo Carlos Gardel, otro de los grandes e inmortales artistas, también tuvo su prontuario delictivo. ¿Acaso el “morocho de abasto” no fue un alías que le quedó impreso por su “comportamiento juvenil” y que luego retomara para darle otro giro y presentarlo como “el moreno que sí sabía cantar tangos”?
En su juventud, Gardel no era ninguna “perita en dulce, fácil de llenar”. Pero su nombre simboliza el tango, y este, la música triunfal de un país. En los discos quedaron su voz que no podrá olvidarse, no mientras merezca ser oída, como se escucha siempre, con serenidad, con todo el placer del recuerdo, valorando cada nota, cada expresión de sentimiento de aquella voz de Carlos Gardel que fue hecha para la gloria ¡y en la gloria está!
Nuestros criollos, famosos y gloriosos, ellos que enriquecieron con sus aportes el pentagrama musical de Colombia, tampoco escaparon a esa batahola de la farándula y también tuvieron muchos, muchísimos “pecados” en su vida sin que le resten méritos a su gloria.
Toño Fernández, por ejemplo, el famoso gaitero de San Jacinto, si algo lo caracterizaba era su sentido aventurero. Él mismo decía: “como me llovía ron, mano…”. Se la pasaba cantando en cantinas y plazas, recorriendo fiestas “bebiendo ron por galones y acostándose con mujeres ocasionales.”, solo iba a su casa a cambiarse de ropa. Pero a Toño Fernández lo recuerdan como el más grande gaitero del folclor de los Montes de María, por interpretar las gaitas con una gracia única, por su calidad musical y también por la facilidad que tenía para componer versos repentistas en décima.
Es que ni siquiera a Juancho Polo Valencia, que era un borracho desprestigiado, de esos de los que se dormía, por ahí, en cualquier parte, que no tenía que ver con nada, lo recuerdan así. A este juglar oriundo del corregimiento de Candelaria, enterrado como héroe en Fundación (22 de junio 1988), viejo, pobre y olvidado y al que sepultaron en una tumba prestada, los amantes del vallenato lo recordarán por siempre como el juglar que fue capaz de crear una escuela en la música, de crear un estilo que no es fácil de seguir, pese a la vida desordenada que llevó.
Así hay muchos casos de conocidos y famosos artistas que hicieron de su vida toda una “rueda suelta” en el aspecto social y musical, y nadie menciona la situación. Sin embargo, Buitrago, que ni siquiera se acercó a ninguno de esos “pecados”, a ese sí queremos estar señalándole con dedo acusador, buscándole derroteros en su vida.
A Guillermo Buitrago no lo podemos seguir “analizando” desde puntos de vista diferentes a los de su indiscutible grandeza artística, suficientemente conocida por todos. No podemos seguir teniéndolo en el cielo de las polémicas, sino más bien en el altar mayor de la música, donde están los grandes exponentes de la música popular.
Nosotros solo evocamos su memoria, no para exaltar sus méritos, como creo es la obligación de todo cienaguero, sino para colocar sobre su tumba, con mucha irreverencia, una corona de espina. ¡A qué precio, señores, le ha tocado a Buitrago pagar su fama!
Buitrago fue un bonachón del carajo que no conoció los defectos de algunos músicos de talla como la envidia, la vanidad, la prepotencia, la ambición. Fue una persona humilde que incomodaba a muchos con su sencillez y modestia en un hombre grande. Despreció la pose, el engreimiento, la arrogancia de pavo real de otros músicos menos dotados que él. Le tocó “parir” toda clase de dificultades en tiempos en que no se disponía ni en sueños de las ventajas de que hoy gozan los artistas jóvenes, pero supo conquistar las simpatías de toda la región para luego meterse en el corazón de un país desarrollando a través de su música, un estilo muy particular que lo hacía poseedor de una llamativa atracción. Un estilo por el que es reconocido y diferenciado.
Cuando empezó a ser conocido, lo invitaban a fiestas en las que se distinguía por su canto melodioso que a muchos les parecía extraño. Era una persona popular que atendía invitaciones. Sus canciones las compuso con el propósito exclusivo de divertirse y divertir a sus amigos, nada más. Su forma de interpretarlas despertó de inmediato la más sincera y respetuosa admiración; su voz era capítulo aparte, tenía una exquisita forma apropiada para la interpretación de cualquier melodía. También fue el creador de una gran época musical, por lo que se convirtió en el artista favorito del pueblo colombiano.
Buitrago también captó para su gusto la música del Magdalena Grande, hoy llamada vallenata, imponiendo su estilo personal a esos ritmos que conoció por aquellas regiones de la provincia. Su voz y su guitarra trajeron a Barranquilla el sabor, el calor, el ritmo de aquellos poblados que son leyenda y mito. Las dio a conocer con prestancia y calidad, dándole esperanza donde no la tenía por todo el territorio nacional.
Lo logró: marcó la diferencia y se impuso en las preferencias, conquistando no solo un éxito para él, sino abriendo el camino a un cancionero que era poco menos que conocido. Mostró al panorama artístico nombres que nadie había mencionado antes en los grandes centros comerciales e hizo públicas sus obras que estaban como los secuestrados en la selva, que de otra manera quién sabe cuánto tiempo más hubieran seguido guardadas en las viejas chozas de los más intrincados caseríos costeños.
Édgar Caballero Elías
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