Música y folclor

“Juancho Polo, ¿para dónde vas? Voy para el Cauca y regreso ligero”.

Álvaro Rojano Osorio

08/04/2024 - 05:25

 

“Juancho Polo, ¿para dónde vas? Voy para el Cauca y regreso ligero”.
Juancho Polo Valencia habló en sus canciones de las relaciones existentes entre el río Magdalena y el del Cauca

 

La frase: “Juancho Polo, ¿para dónde vas? Voy para el Cauca y regreso primero”, que hace parte de los versos de la canción Niña Mane, representa lo que este acordeonero conocía sobre las relaciones existentes entre habitantes de las orillas del río Magdalena y del Cauca, que, para entonces, los años setenta, mantenían comerciantes y capitanes, a través de lanchas que tenían a Cerro de San Antonio como el lugar de origen. Sin embargo, lo que sí desconocía era que estas también fueron comunes entre los antepasados que poblaron ambas costas.

En efecto, investigaciones arqueológicas demuestran la existencia de relaciones existentes desde la lejana época precerámica entre quienes para entonces habitaban en algunas costas de los ríos Magdalena y Cauca. Esto lo permite inferir la orfebrería encontrada en algunos lugares del Caribe colombiano, tal y como lo señala la antropóloga y arqueóloga Ana María Falchetti, basada en los colgantes del Darién, junto con remates de bastón y narigueras con prolongaciones horizontales, encontradas en la serranía de San Jacinto (Colosó, Ovejas, Carmen de Bolívar, Toluviejo). Los que también están presentes, aunque en menor abundancia, en el bajo río Cauca y en el Medio y Bajo Magdalena, en sitios distribuidos entre Pedraza (Guaquirí) al norte y Simití al sur [1].

Pero para cuando Juancho Polo grabó esta canción, en 1971 para Discos Fuentes, debía conocer que, antes de la navegación en lanchas entre ambos ríos, navegantes y comerciantes de Cerro de San Antonio y Pedraza iban a La Mojana sucreña a comprar coco y panela. Se movilizaban en canoas impulsadas hasta por siete palancas, es decir, siete bogas, mientras que río abajo aprovechaban las corrientes del río y los pueblos que encontraban a su paso para vender la mercadería.

Esa fue la ruta que tuvieron inicialmente las lanchas cerranas, las que iban a Sucre, Sucre, a través del San Jorge, a comprar panela. La primera en hacerlo fue la “Toño Jota”, de propiedad de Alberto Barranco Urina, la que, según el historiador local Alberto Lozano Barrios, fue con la que inició la flota de este tipo de embarcación que alcanzó un número aproximado a las cuarenta. Después, la “Pichi Play”, de Justo Ramos, recordada por ser primera en ser construida en Cerro de San Antonio.

Pero, hubo un hecho determinante para que las embarcaciones se dirigieran hacia el río Cauca, el surgimiento de Caucasia a principios del siglo XX. Conformada con personas llegadas de las tierras bajas y cenagosas del sur de Bolívar, otras de Medellín, Barranquilla, Zaragoza, Córdoba y pueblos del interior de Antioquia, fue polo de desarrollo agropecuario con la apertura de nuevas tierras y la consolidación de fincas dedicadas a la agricultura y la ganadería [2].

Como un lugar de dos calles, una zona de tolerancia, y en su frente un remolino en el río, recuerda a esa localidad el antiguo navegante Héctor Zacarías Rambal. Fue en esta zona donde los navegantes, en condición de comerciantes, encontraron sus clientes, las trabajadoras sexuales, a las que les vendían ropa y accesorios. Después, los dueños de los establecimientos públicos a los que les ofrecían cigarrillos de diversas clases. Las ganancias eran repartidas entre ellos, excluyendo al capitán.

Mientras los tripulantes vendíamos los productos, en los que se incluían ajo,  cebolla, carbón. Explica Héctor. Los capitanes de las embarcaciones esperaban a los finqueros cultivadores de plátano, para comprar los productos. Aunque también acostumbraban a adquirirlo una vez ingresábamos al Cauca, por ahí por Boca de Guamal. Íbamos de finca en finca, río arriba, para de bajada, recogerlo. Además, nosotros los tripulantes negociábamos lo que llamaban el desecho, es decir, lo de menor calidad.

Las lanchas, cuya eslora podía alcanzar los once metros, y de manga los tres metros, impulsadas por motores Buick (especial, corriente o máster), cargaban y movilizaban hasta ciento treinta mil plátanos. Estás inicialmente viajaban cada ocho días, pero en la medida que creció el número de ellas, lo hacían cada veinte días. Tiempo de espera, atracadas en Cerro de San Antonio, que aprovechaba el capitán y dueño de la embarcación para ir a Caucasia, y zonas aledañas, para negociar este producto que posteriormente transportaban.

El tiempo de navegación de bajada era de un día y medio sin detenerse (de subida, con escalas, cuatro días), con el fin de amanecer en Barranquilla. Ciudad que, desde el último cuarto del siglo XVIII, se convirtió en el más importante puerto a lo largo del río Magdalenas, donde las pequeñas comunidades que habían surgido a lo largo del margen oriental del bajo Magdalena (Sitionuevo, Remolino, El Piñón, Pedraza, Cerro de San Antonio, Guáimaro, etc.) [3], llevaban a vender lo que cultivaban en el campo.

Sin embargo, distintos factores, entre ellos la violencia partidista, las inundaciones, el surgimiento de la carretera que conectó a esa localidad con Medellín, llevaron a las lanchas a dirigir su proa hacia otros lugares del río Magdalena, del San Jorge, y de algunas ciénagas, para comprar pescado.

“Lo hacíamos en tiempo de subienda. Lo asegura Héctor Zacarías Rambal. Para lo que el capitán adquiría en Barranquilla entre ochenta o cien bloques de hielo. Las lanchas fueron acondicionadas para llevar el hielo y después almacenar hasta veinte mil bocachicos, bagres, con destino al mercado del pescado de esa ciudad.”

Pero lo sucedido en Caucasia y en el delta de río Cauca, además de la circunstancialidad de la pesca, llevó a los dueños de las lanchas a buscar nuevos puertos y productos que transportar. Proceso que llevó a que se cambiara el rol de los capitanes y dueños de las embarcaciones, estos pasaron de ser compradores a transportadores, especialmente de arroz desde La Mojana hacia Magangué, de esta localidad hacia Gamarra; también hacia Idema de Barranquilla. Después  hicieron de la isla de Mompox el destino desde donde transportaban naranja. También iban de Magangué a Vijagual, a La Vuelta de Acuña, al municipio de San Vicente de Chucurí, en el Magdalena Medio, a movilizar plátano.

La navegación a través de estas lanchas, entre las que se mencionan a la Linda Cerrana, Ana Carmen, La Sirena, San Antonio de Padua, Ana Raquel, El Águila, Monte Carmelo, La Niña Eris, La Leticia, entre otras, resistió el marchitamiento de este medio de transporte que se produjo en los años cincuenta, por factores como el decaimiento del puerto marítimo y fluvial de Barranquilla, la aparición de nuevas y mejores vías de comunicación terrestre. Sin embargo, los años setenta fueron los de la desaparición de la mayoría de estas embarcaciones, proceso que hizo que apareciera el desempleo en Cerro de San Antonio, donde más de doscientas personas estaban enganchadas en labores relacionadas con la navegación, incluyendo los talleres de carpintería y los de construcción de embarcaciones.

La canción Niña Mane se convirtió en éxito nacional tras ser grabada por Poncho Zuleta e Iván Zuleta, en el año 2000. De la flota de más de 40 embarcaciones o lanchas existentes solo quedan las anécdotas, las fotografías y unos cuantos videos. La relación comercial entre habitantes de la subregión del río Magdalena y los del delta del Cauca, hace parte de la historia. La vía Cerro de San Antonio al río  Cauca aún es abordada por un número limitado de pescadores que van por ella sin saber que es la misma que utilizaron nuestros antepasados precolombinos.

 

Álvaro Rojano Osorio

 

Sobre el autor

Álvaro Rojano Osorio

Álvaro Rojano Osorio

El telégrafo del río

Autor de  los libros “Municipio de Pedraza, aproximaciones historicas" (Barranquilla, 2002), “La Tambora viva, música de la depresion momposina” (Barranquilla, 2013), “La música del Bajo Magdalena, subregión río” (Barranquilla, 2017), libro ganador de la beca del Ministerio de Cultura para la publicación de autores colombianos en el portafolio de estímulos 2017, “El río Magdalena y el Canal del Dique: poblamiento y desarrollo en el Bajo Magdalena” (Santa Marta, 2019), “Bandas de viento, fiestas, porros y orquestas en Bajo Magdalena” (Barranquilla, 2019), “Pedraza: fundación, poblamiento y vida cultural” (Santa Marta, 2021).

Coautor de los libros: “Cuentos de la Bahía dos” (Santa Marta, 2017). “Magdalena, territorio de paz” (Santa Marta 2018). Investigador y escritor del libro “El travestismo en el Caribe colombiano, danzas, disfraces y expresiones religiosas”, puiblicado por la editorial La Iguana Ciega de Barranquilla. Ganador de la beca del Ministerio de Cultura para la publicación de autores colombianos en el Portafolio de Estímulos 2020 con la obra “Abel Antonio Villa, el padre del acordeón” (Santa Marta, 2021).

Ganador en 2021 del estímulo “Narraciones sobre el río Magdalena”, otorgado por el Ministerio de Cultura.

@o_rojano

1 Comentarios


Rafaél Alberto Moreno Cordero 08-04-2024 07:55 AM

Muy interesante tema, un impulso para conocer más de estás extintas relaciones geográficas y comerciales.

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