Ocio y sociedad
El viaje por el camino que antes todos se iban y regresaban
La luz amarilla naranja del sol, que apenas despuntaba en el horizonte, sorprendió al grupo de amigos que estaban sentados en torno a los últimos vestigios del fuego de una fogata y a la orilla de un caño de aguas diamantinas donde se dibujaba la cara de la luna llena. Eran los últimos que quedaban entre quienes habían participado en la reunión para despedir a la Osa Palmera, quien se iría con su hijo por el mismo camino por el que sus antepasados acostumbraban a partir.
Durante la noche y la madrugada, la luna llena con su luz brillante fue cómplice para que las mujeres mostraran su ajuar: la señora Babilla estuvo vestida con un traje de escarchas verde oliva. Por su parte, la joven Zorra lucía un vestido color marrón que, con el roce con la luz de este astro, parecía centelleante. De la señora Osa Melera se destacaba un luminoso collar que rodeaba parte de su vestido de color amarillo claro con tonos café. Mientras que la Osa Palmera tenía un traje que le cubría desde la garganta y se angostaba debajo de la cintura, formando un triángulo. El color de la prenda era negro, bordeado por dos líneas blancas.
Durante la noche y la madrugada, los señores hablaron de sus historias de vida. El señor Babilla, que usaba una camisa conuquera, pantalón arremangado, y portando en la mano una pella de chimó, relató cómo había viajado, en muchas oportunidades, a través de distintos caños que bifurcan el llano. Que, mientras lo hacía, escuchaba los sonidos de la noche en la mata de monte. Y que eran tantos que no había manera de contarlos y algunos no podían identificarlos. El señor Zorro, por su parte, portando un cuchillo lengua de oso terciado en la cintura, mencionó que con sus ojos vivaces había observado los más bellos crepúsculos pintados por la naturaleza. Aseguró, además, con voz que hacía cierta su versión, que había visto a la naturaleza con un pincel en la mano, perfeccionando los colores del amanecer y del atardecer.
Entre limonadas, tintos con canela y clavito, qué amables servían los Babilla, los presentes por momentos guardaban silencio para escuchar los sonidos del entorno. Entre ellos, la algarabía de las chenchenas que despertaba el rebalse del caño. Mientras que, el Cristofué entonaba con su cuatro una antigua tonada cantada por baquianos de otros tiempos.
El Oso Melero, mientras escuchaba a los demás hablar, dibujó, con sus afiladas garras, un mapa sobre la tierra, que después dividió con una raya que tiñó de negro con restos de cenizas que tomó de la hoguera. Posteriormente, pidió silencio y tomó la palabra. Lo hizo, para mencionar que, llegaría el momento en el que ese universo de sonidos no podría ser oído con la claridad con la que ellos lo estaban escuchando, porque el ruido de las máquinas, llevadas por el hombre para colonizar el llano, sería más fuerte.
Entonces, se puso de pie y, alargando su hocico para enfatizar lo que iba a decir, miró lo que había dibujado en el suelo y señaló que cada día habría más rayas grises sobre el llano y menos espacios para que ellos, los animales, habitaran sin la zozobra de ser atropellados por las máquinas del hombre. Luego de que se sentó, todos guardaron silencio, incluso hasta el llano lo hizo.
Fue la Osa Palmera quien rasgó el silencio con su voz. Lo hizo para señalar que los de su especie estaban signados por el interés de ir tras el rastro de los primeros que habían caminado hacia el horizonte, así como de volver al lugar de donde partían. Además, dijo que esa tradición, la de retornar, estaba desapareciendo porque muchos los de su especie se iban y no volvían. Lo que sucedía después de que fueron apareciendo nuevos senderos y trazos negros, como los pintados por el Oso Melero en el croquis.
—Casi todos regresaban al lugar donde nacieron—. Dijo la Iguana, que había guardado silencio. Ella, al llegar, se ubicó en torno a la fogata, y sin que se lo propusiera, la luz del fuego hizo que su vestido de escarcha y canutillos pareciera un cielo estrellado. Además, recordó que fue en un viaje en búsqueda de otro hábitat, al lado de su familia, cuando observó en una trocha varios cuerpos de iguanas con marcas de llantas y en estado de descomposición. Entonces comprendió que solamente en el llano adentro existía la seguridad de no ser atropellados por los carros. Sin embargo, señaló que, en el futuro, si no se controlaba la apertura de vías, ni en ese lugar los animales iban a tener tranquilidad.
El señor Babilla también tomó la palabra, lo hizo mencionando la lucha de los suyos por la defensa de su hábitat y la forma como han sido desalojados de ellos.
—Mi familia y yo hemos ido desplazándonos a través de caños y de charcos, buscando lo profundo del llano, mientras sentimos sobre nosotros las voces de quienes reclaman como suyas las aguas que eran de todos—. Y en ese desplazamiento nos enfrentamos a un nuevo enemigo, la velocidad que le imprimen los conductores de los automotores que poco o nada respetan nuestros espacios.
Ya el llano olía a humedad cuando el Arrendajo, interpretando una bandola y cantando, ayudó al día a despertar: Cuando amanece en el fundo/ Dios lo cubre con un manto de vida/, y en un segundo todo es belleza y encanto*. Luego, una bandada de guacharacas apareció en el firmamento cantando sobre la cabeza de los amigos que despedían a la viajera y a su hijo.
Para entonces, la Osa Palmera cargaba en su espalda a su hijo y en su pecho colgaba una bolsa de trapo o pollero, con bastimento. Mientras tanto, la paraulata melancólica cantaba: Adiós, brisita llanera, perfumada con mastranto/Adiós, garza veranera, caminito y lirio blanco/ Adiós espuma viajera, dale un abrazo al remanso*.
—Vete —le dijo el señor Babilla, acomodándose su sombrero pelo e guama. — Aprovecha las primeras luces del día para que puedas avanzar hasta más allá de aquella línea que se marca en el horizonte—
Entonces ella abordó el sendero que la llevaba hacia el lugar donde iban los de su especie. Fue cuando el reflejo de la luz solar dibujó en su cola el arco iris más bello, jamás visto ni pintado en el mundo.
Y mientras andaba, canturriaba: Volveré, llano mío, a mi mundo, a mi rancho, a jugar con el rocío*. Lo hacía confiando que pronto llegaría el día en que los derechos de los animales serán respetados por hombres y mujeres. Que habrá un mañana en el que el derecho que tienen los animales de nacer iguales ante la vida y de existir, también será fundamental.
*Canción Añoranzas —intérprete y compositor Jorge Guerrero.
Álvaro Rojano Osorio
Sobre el autor
Álvaro Rojano Osorio
El telégrafo del río
Autor de los libros “Municipio de Pedraza, aproximaciones historicas" (Barranquilla, 2002), “La Tambora viva, música de la depresion momposina” (Barranquilla, 2013), “La música del Bajo Magdalena, subregión río” (Barranquilla, 2017), libro ganador de la beca del Ministerio de Cultura para la publicación de autores colombianos en el portafolio de estímulos 2017, “El río Magdalena y el Canal del Dique: poblamiento y desarrollo en el Bajo Magdalena” (Santa Marta, 2019), “Bandas de viento, fiestas, porros y orquestas en Bajo Magdalena” (Barranquilla, 2019), “Pedraza: fundación, poblamiento y vida cultural” (Santa Marta, 2021).
Coautor de los libros: “Cuentos de la Bahía dos” (Santa Marta, 2017). “Magdalena, territorio de paz” (Santa Marta 2018). Investigador y escritor del libro “El travestismo en el Caribe colombiano, danzas, disfraces y expresiones religiosas”, puiblicado por la editorial La Iguana Ciega de Barranquilla. Ganador de la beca del Ministerio de Cultura para la publicación de autores colombianos en el Portafolio de Estímulos 2020 con la obra “Abel Antonio Villa, el padre del acordeón” (Santa Marta, 2021).
Ganador en 2021 del estímulo “Narraciones sobre el río Magdalena”, otorgado por el Ministerio de Cultura.
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