Ocio y sociedad
Ay amor, cuánto te extraño
Mi madre, Luz María, días antes de morir, me tomó de las manos y con sus ojos llenos de amor, me invitó a que me sentara a su lado. Entonces, con voz fresca y afectiva, comenzó a contarme cómo habían nacido sus relaciones sentimentales, por el lejano 1947, con mi padre, Cesar Aurelio. Y con cada palabra que empleaba para relatar lo vivido, sentía que me designaba como el heredero de esa historia de amor, sabiendo que yo la iba a atesorar para siempre, porque a ambos nos interesaban las historias de lo que ella llamaba el tiempo viejo.
Para cuando ella me designó como el heredero de sus recuerdos, mi padre había fallecido veinticinco años atrás. Después de este hecho, ella hizo del bolero, que a él siempre le gustó, ‘Angustia’, interpretado por Bienvenido Granda, el himno de su ausencia eterna, tanto que lo cantaba cada vez que el sol de las nostalgias alumbraba su pensamiento.
Angustia de no tenerte a ti
Tormento de no tener tu amor.
Angustia de no besarte más
Nostalgia de no escuchar tu voz.
Sentado a su lado, me contó que fueron novios después de que él se posesionara como telegrafista en Pedraza. Que él, antes de llegar a este lugar, había sido estudiante de bachillerato en la Universidad de Cartagena. Dejó de serlo cuando su padre decidió regresarlo para Calamar, donde nació, por un asunto amoroso. Después, optó por vincularlo como trabajador de Telecom.
—Al llegar a Pedraza, él frecuentaba la tienda de mi hermana Mercedes. Me dijo mientras una brisa tenue entraba por un ventanal del cuarto donde hablábamos. Y aprovechaba el tiempo en el que yo quedaba sola, para enamorarme. Para entonces yo iba a cumplir 18 y él 22 años. Sin embargo, no era el único que me había pretendido. A uno de ellos casi le recibo una carta, pero mamá se dio cuenta y me pegó. Es que para ella no había hombre del que yo me pudiera enamorar.
—César insistió hasta que yo lo acepté como mi novio. Él era un hombre simpático, moreno, delgado, no era alto, de trato cariñoso, además, tenía una sonrisa que enamoraba. Cuando comenzamos nuestras relaciones sentimentales, él tenía otras enamoradas. Una de ellas, desde que se enteró de lo nuestro, nunca más me dirigió la palabra.
Luz María, por su parte, era de tez clara, de buena estatura, piernas gruesas y torneadas. Su boca era pequeña y delineada. Jamás descuidó su aspecto físico, incluso, ni cuando el cáncer ya la vencía.
—Al principio fueron amores de papelitos, los míos los hacía Zoila Argote, que ya se había casado con mi hermano Juan Manuel. Cuando mamá supo de nuestras relaciones, no tuvo tiempo de oponerse porque Santander Fernández, que era su yerno, apadrinó y acompañó a César a pedir mi mano. Si no es por Santander, yo hubiera quedado para vestir santos.
En los tiempos de esos amores, Pedraza era un pueblo de noches oscuras, de sonidos de chicharras. De personas sentadas en taburetes en las puertas de las casas, esperando la hora de dormir mientras respondían saludos y comentaban las pocas cosas que sucedían en ese lugar. Y Cesar, para visitar a Luz María, aprendió a conocer las calles y carreras, a caminar en medio de la oscuridad por ellas, sin sorpresas y sin tropiezos. Mientras que, en las noches de luna clara, el brillo de la arena aluvial regada en las vías públicas, le marcaba el sendero que iba desde la plaza, donde vivía, hasta la casa de los Osorio Molinares.
Después de haberlo aceptado como novio, la llegada de César a la casa, todas las noches, tenía su parte ceremonial: saludar a Isabel y a Juan, los padres de esta, así como a los hermanos de la novia. En oportunidades conversaba con Ana María, una de las hermanas de su prometida, sobre política, especialmente la relacionada con el partido conservador, al que César también pertenecía. En otras oportunidades hablaba con Pablo, el hijo mayor de los Osorio Molinares, quien era el único seguidor del partido liberal de esa familia. Seguro que lo escuchaba asegurar que su jefe político, Jorge Eliecer Gaitán, iba a ser presidente de la República.
—Cuando comenzó a visitarme, yo lo atendía en la sala, pero, después, mis hermanas mayores decidieron que fuera en el comedor, para, de esa manera, burlar las miradas de un hombre que todas las noches iba a vernos. Aprovechábamos que mamá se distrajera para besarnos, mientras que por papá no nos preocupábamos porque no intervenía en nada.
—¿Cómo voy a olvidar el primer beso que me dio? ¿Cómo no recordar esos instantes en que nuestros labios se juntaron? Fue después de besarnos cuando concluí que él estaría para siempre en mi vida.
—Él me visitó solamente tres meses porque el 11 septiembre de 1947, día de su cumpleaños, nos casamos. Recuerdo que antes del matrimonio me ponía serenatas. El músico escogido para hacerlo fue Eladio Ruiz, quien, con su trompeta, interpretaba boleros; aunque en oportunidades lo hizo con unos guitarristas. Pero César nunca dejó de enamorarme, de hacerme sentir que la decisión de casarse conmigo fue la más acertada. Figúrate, mijo, cómo lo voy a dejar de amar, si yo siempre fui su amor.
—Recuerdo que cuando se aproximaba la fecha del matrimonio, mi hermana Griselda me regaló el ajuar. Fuimos a Barranquilla a comprarlo en el almacén Onelia. El escogido fue un vestido blanco con una cola que el día de la boda llevaron mis sobrinos Diógenes y Orfelina. Además, lucí un velo, guantes blancos y un ramo de flores del mismo color.
—César también viajó a Barranquilla a comprar la ropa para el matrimonio: un vestido entero, camisa blanca, zapatos y corbata negra. Desde allá me envió un telegrama que decía: “Recibe un rosario de caricias y una millonada de besos.”
—Hubo dos días de fiestas, la boda y el matrimonio fueron amenizadas por la banda de viento de los Barrios. Asistió gente de diferentes partes del país. Recibimos muchos regalos, incluso aún conservo algunos. Nos casamos en un lugar distinto a la iglesia porque la estaban construyendo. La fotografía en la que aparezco con el traje de novia al lado de César, la tomaron días después de la celebración.
—Mijo, hay una canción interpretada por Diomedes Díaz, que cuando la escucho, siento la piel de César juntarse a la mía. ¡Ay, amor, cuánto te extraño! Y eso es porque tú me extrañas. Percibo que me toma de las manos, me las acaricia. Luego escucho su voz llamándome: “Niña”, como siempre lo hizo. Después pasa sus manos por mis cabellos. Lo miro, me sonríe, su risa es amor.
—Yo sé que César no volverá, también que pronto me iré y estaremos juntos, porque nuestro amor nos seguirá uniendo aún después de la muerte.
Álvaro Rojano Osorio
Sobre el autor
Álvaro Rojano Osorio
El telégrafo del río
Autor de los libros “Municipio de Pedraza, aproximaciones historicas" (Barranquilla, 2002), “La Tambora viva, música de la depresion momposina” (Barranquilla, 2013), “La música del Bajo Magdalena, subregión río” (Barranquilla, 2017), libro ganador de la beca del Ministerio de Cultura para la publicación de autores colombianos en el portafolio de estímulos 2017, “El río Magdalena y el Canal del Dique: poblamiento y desarrollo en el Bajo Magdalena” (Santa Marta, 2019), “Bandas de viento, fiestas, porros y orquestas en Bajo Magdalena” (Barranquilla, 2019), “Pedraza: fundación, poblamiento y vida cultural” (Santa Marta, 2021).
Coautor de los libros: “Cuentos de la Bahía dos” (Santa Marta, 2017). “Magdalena, territorio de paz” (Santa Marta 2018). Investigador y escritor del libro “El travestismo en el Caribe colombiano, danzas, disfraces y expresiones religiosas”, puiblicado por la editorial La Iguana Ciega de Barranquilla. Ganador de la beca del Ministerio de Cultura para la publicación de autores colombianos en el Portafolio de Estímulos 2020 con la obra “Abel Antonio Villa, el padre del acordeón” (Santa Marta, 2021).
Ganador en 2021 del estímulo “Narraciones sobre el río Magdalena”, otorgado por el Ministerio de Cultura.
8 Comentarios
Hermosa historia de amor ????
Excelente historia y llena de muchas nostalgias. Como no recordar a la niña Luz y al señor Cesar , familia y amigos entrañables de mis padres. Gratos recuerdos.
Hermosa historia que llena de nostalgia al recordar a los protagonistas se veía que se querían muchísimo los conocí y en la forma como se trataban brotaba en ellos mucho amor Hermosos recuerdos me quedan de ellos
Este tipo de historias que extremesen los sentimientos de los que aún estamos en el plano terrenal , a mi , me encantan. Que bello tener la suerte de tener un historiador parido y descendiente de mi tierra.
Felicidades Dr Álvaro Rojano ???????? muchas bendiciones ????????
Gracias por compartir las verdaderas historias de amor, las cuales van acompañadas de anécdotas vividas por dos personas muy queridas en nuestro pueblo. Un abrazo, mil aprecios.
Cómo no recordar a la niña Luz una gran Señora dulce y llena de ternura y a su esposo don César grandes y maravillosas oersonas. Son amores que perduran hasta la eternidad.
Gran historia!
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