Ocio y sociedad
Nicolás Bolaño, un nombre que trasciende a través de la historia de un pueblo

Hasta Cerro de San Antonio llegó un informante, que, jurando por Dios y San Antonio bendito decir la verdad, le comunicó a las autoridades eclesiásticas y administrativas del Cantón lo que sucedía en Bahiahonda, una aldea ubicada en el lado oriental de la ciénaga de Cotoré, que estaba conformada, especialmente, por negros llegados desde el Estado Soberano de Bolívar.
Los primeros habitantes se ubicaron en ese lugar impulsados por la abundancia de peces que encuentran en la ciénaga y de fauna silvestre existente en los montes vírgenes que se extienden en la región, anotó el escribano Policarpo Barranco Santander, a manera de síntesis de lo dicho por el informante sobre el surgimiento de Bahiahonda.
Así lo consignó en el acta que ordenó el alcalde del Cantón, Francisco Domingo Jiménez, se levantara sobre lo que dijera el informante, a quien, para proteger su identidad, lo llamaron Lacides Enrique. Reunión en la que también participaron el sacerdote, Eugenio José Brochero, y el presidente del Cabildo, Gabriel L. Martínez.
Acta en la que también se indica que zambos, mulatos y mestizos, se han residenciado en ese lugar. Personas que han justificado su presencia argumentando la abundancia de pastos existentes y el agua suficiente para sus animales. Otros, por la seguridad que las costas de la ciénaga ofrecen, lo que no sucede en las del río, debido a las frecuentes guerras que tienen como escenario al Magdalena. Además, especialmente los negros, han señalado que en Bahiahonda encuentran la posibilidad de vivir en libertad, sin sujeción a ningún amo, y ejerciendo los derechos que en otros lugares no le eran reconocidos. Aunque esto último, según Lacides Gabriel, los ha convertido en vagos, libertinos y carentes del pasto espiritual.
Sin embargo, de lo hasta entonces narrado y consignado en el escrito, lo que, inicialmente, más llamó la atención de los intervinientes, es lo que a renglón seguido se lee: “Ellos, los negros, junto a los demás pobladores de Bahiahonda, han escogido a la Inmaculada Concepción como la patrona del pueblo. Un tal Agripa, la llama Okoró. La festejan y velan el ocho de diciembre. Ese mismo día celebran la procesión que encabeza una mestiza llegada de Tenerife, Carmen Rosa Pérez, quien, como si fuera un sacerdote, va orando y cantando alabanzas mientras otras mujeres le responden. Últimamente, con el arribo a esta población de Omaira y su familia, provenientes del Canal del Dique, adoran a la Virgen del Carmen. Ella con su chorro de voz le canta alabanzas mientras velan una representación de madera en el lugar donde planean construir la iglesia. Virgen a la que bañan con el ron que traen desde la destiladora de un tal Mancera. El seis de enero también se reúnen, cantan, bailan y beben en honor a la Candelaria, a la que algunos llaman Changó”.
“En cuanto a la hora santa, no se congregan para ofrecer sus oraciones de intercesión y alabanza a Jesucristo, tampoco meditan. Lo hacen para sonar un tambor que identifican como el llamador, al que veneran como si fuera un dios, porque los que se agrupan en torno a él bailan, tocan palmas y cantan.”
—¡Virgen Santa! ¡María Purísima, sin pecado concebida! —exclamó el sacerdote Eugenio José Brochero, mientras se santiguaba, y le pedía a Policarpo Barranco Santander que sus palabras hicieran parte del documento.
“Quien toca el tambor es un tal Nicolás”. Así consta en el acta, donde además se señala: “Este es un negro alto, magro, escandaloso y tropelero. Es el mayor entre un número grande de hermanos, con los que desembarcó una mañana temprano, a lado de sus padres, dos ancianos: Agustín y Má Tonda. Y como si la tierra fuera de ellos, de inmediato, escogieron los lotes donde levantaron sus viviendas. Después de eso se han unido entre sí y con otros troncos familiares, multiplicando el apellido Bolaño en toda la aldea”.
De Nicolás también se indica: “Él no está de acuerdo con que otros negros lleguen a residenciarse en ese lugar. Al verlos arribar les dice que no son bienvenidos porque esas tierras ya están muy manchadas de negro”.
En otra parte del acta, escrita con envidiable caligrafía, se indica: “Es Agripa quien aconseja a los negros que Nicolás rechaza que no lo enfrenten porque mascando tabaco, dándole golpes al tambor, y huyendo del trabajo, no se desgasta físicamente.
Pero Nicolás no solo toca el tambor, también canta. Dice el informante que, para hacerlo, se junta con Rosendo, un mestizo trashumante que, yendo de pueblo en pueblo, se aprendió un sinnúmero de versos que canta con destacado empeño, incluyendo los que usualmente vocaliza Nicolás. Otro con el que se asocia es con Agustín, su descendiente, que, entre cantos, guapirreos y otros gritos, baila una música que solo a ellos les gusta. Las mujeres igualmente hacen parte de ese aquelarre. Ellas cantan, tocan palma y hacen coro. Victoria es una de las que interpreta versos que hablan de pájaros. Ele lee elee la léela mi pajarito. El resto responde: Pajarito de la má.”
“Ellas, dando vueltas en torno al tambor, se inclinan ante él en señal de respeto. Y lujuriosas, levantan inescrupulosamente sus faldas hasta mostrar los tobillos para, retrocediendo y avanzando, invitar a los machos a danzar.”
Lo de Rosa, una mulata de pelos rizados, de buena estatura, contextura gruesa, de recio temperamento, es otro asunto escandaloso. Ella no baila, pero se encarga de gritar pascué, para que la música se detenga. Entonces, cuando los músicos callan los instrumentos, eleva su voz varonil para exclamar: ¡Beban ron, mis hijos!, mientras lo brinda de un calabazo que lleva dentro de una mochila.
—¡Carajo!, entonces esa gente está a todo viento, señaló Gabriel L. Martínez, presidente del Cabildo del Cantón, interrumpiendo al informante.
Después, Lacides Enrique volvió a mencionar a Agripa, por lo que en el acta se lee, en letras resaltadas, lo siguiente: “Fue el primero en llegar a este lugar, lo que se produjo en el tiempo en que el cólera morbo llenaba de muertos a los pueblos de las orillas del río Magdalena. Provenía de Barranca Nueva, donde se ubicó al terminar la Guerra de Independencia y después de pertenecer a las tropas comandadas por Hermógenes Maza que liberaron el río de las fuerzas españolas. De su origen se estableció que nació esclavizado en Tenerife, lugar donde, luego de escuchar a Simón Bolívar lanzar su proclama, se le unió, y avanzando con las fuerzas armadas del futuro libertador de América, llegó hasta El Banco.”
“Él venera a Simón Bolívar, tanto que asegura que, montado en un caballo en pelo y portando un machetico, liberó cinco naciones”. Así se lee en el acta que reposa en manos del guardador de la tradición oral y documentaria de Bahiahonda, Edward Acevedo.
Fue Agripa, quien, después de que llegaron las primeras familias, dispuso entregarle a Ezequiel sus secretos sobre la naturaleza, los conocimientos para curar los achaques del cuerpo y del alma. Le enseñó palabras mágicas para remediar males como el de ojos, conjuros para medicinar al ganado y ensalmos para aliviar las heridas. También le indicó cómo preparar los brebajes y polvos curativos. Fue quien le encargó a Edward, el hijo de la partera, la tarea de recopilar historias y anécdotas de los habitantes de Bahiahonda, así como el compromiso de contarlas con voz de historiador y gusto de cuentero. A Abelardo lo hizo heredero de sus recursos argumentativos, con los que se destacó como líder de los negros manumitidos en el cantón de Mahates. Lo hizo aprovechando la facilidad de expresión y el refinamiento al hablar de este mestizo.
Pero Nicolás, alborotoso, belicoso y porfiado, reunió a los pobladores de la aldea para, entre todos, acordar lo siguiente: “Que al morir una persona debía ser sepultada a dos metros de profundidad, con los pies hacia el poniente. Aunque un tal Darío Antenor, un hombrecito cuyo tamaño es de metro y treinta centímetros, pero con el temperamento de dos hombres fornidos y de gran estatura, rabioso, afirmó que había personas que por su comportamiento merecían una excavación más profunda...”. Además, le asignaron a la negra Conce la función de llorar a todos los fallecidos, y de mandarle con ellos mensajes a los que antes murieron. Para que cumpliera con este mandato, ordenaron construirle una vivienda en el camino que conduce al camposanto. También dispusieron que la cruz y el cristo de color negro, que los Obeso llevaron desde San Basilio de Palenque, presidiera los funerales, con la obligación de que jamás podían dejarla sola en la vivienda donde era ubicada.
En la reunión, Leticia, una negra lideresa y hacendosa, se puso de pie, y propuso que las mujeres familiares cercanas al fallecido se dedicaran a lamentar su partida, a orar y acompañar al Cristo. Mientras que al resto de la familia le correspondía reemplazarlas en los quehaceres del hogar. También, que el sepelio fuera presidido por un hombre portando un mechón encendido para iluminar el camino que el fallecido abordaba rumbo a su nueva vida… Ella, dirigiéndose a sus hijos, presentes en la reunión, les advirtió que en su velatorio debían atender a los presentes con abundantes bebidas calientes y suficiente comida.
Cándida Ospino, por su parte, propuso la creación de una escuela para que los niños asistieran a recibir clases; sin embargo, Nicolás se opuso indicando que bastaba con que ella supiera leer y escribir.
Pero, como se resalta en el documento, lo más escandaloso resultaron ser las indicaciones escuchadas en la reunión de cómo proceder cuando el muerto fuera un menor de edad: debe ubicarse sobre una mesa e introducirle trocitos de maderas entre las pupilas, para que vea los juegos que se escenifican en torno a él y se vaya contento a su encuentro con Dios. El juego preferido es La Culebra o María Macho Tamboré, en el que cantan el siguiente estribillo: Se va María Macho/ Tamboré/ Busca tu macho Pa´ joré/ Arenca frita/ Dame un raspón/ La pepita/ Se va mano e´ mango/ Pa´ gurupiera/ Pa´ gurupia.
Sin lugar a duda, dijo Lacides Enrique, le rinden culto a la muerte, tanto que entre los versos que más interpretan están los que se le oyen a Agustín: Lloren todas mis hermanas/ Mis amigos y parientes/ Lloren toda la gente/ Que la tierra me llama.
—¡Virgen del Carmen! Sentenció el sacerdote Eugenio José Brochero.
De otro lado, en esa reunión, a Nicolás y Agustín, les fue entregada la custodia de los cuentos de tía Zorra, tío Conejo, tío Tigre... Además, los facultaron para que narraran sus historias. Le extendieron el poder a Agustín, junto a Rosendo y Gilbertico, para que salieran a interpretar y bailar en los carnavales, a lo largo y ancho de la región adyacente, el son de negro y la danza de María Vivaracha. Autorizaron a Rosendo para que se encargara de enseñar a sus alumnos los secretos de la música que se volvió tradicional. A Martín, el sobrino de Nicolás, le encomendaron la tarea de no permitirle a la tristeza que se afincara en ese lugar, dotándolo de una risotada y de un permanente buen humor.
También precisaron que el mes de diciembre era el del carángano, del son de pajarito, de la maya, del bullerengue y el zambapalo. La elaboración e interpretación del carángano se la encargaron a las hermanas Santana. A Nicolás, Agustín, Rosendo y José del Carmen los responsabilizaron de interpretar los versos del pajarito; además, determinaron que en el futuro los hermanos Santana Rambal, junto con Amílcar, se encargarían de la vigencia de este y otros sones. Nicolás y Gilbertico se comprometieron a tocar el llamador. Fueron ellos quienes decidieron que, tras la muerte de ambos, Tarquinio los reemplazaría.
Del tiempo para poner el son de Pajarito, determinaron que fuera a partir del 8 de diciembre hasta el nacimiento de Jesús. El 28 y el 30 de ese mismo mes, saldrían a la calle a danzar la maya, para agradecer los frutos dejados por la agricultura y en espera de que las próximas cosechas también sean productivas. Además, incluyeron que habría una cabalgata. Igualmente, dijeron que durante todo el año se podía escuchar el retumbar de las palmas, del tambor y de las voces.
Capturado Nicolás por estos hechos, fue interrogado por el alcalde del Cantón, Francisco Domingo Jiménez.
—¿Usted es el famoso Nicolás, el revoltoso y guapito de Bahiahonda? El que ha dicho que ningún liberal puede confesarse con un cura godo.
—Guapito, no —le respondió—. Guapo, es lo que soy, ¡Carajo!
Álvaro Rojano Osorio
Sobre el autor

Álvaro Rojano Osorio
El telégrafo del río
Autor de los libros “Municipio de Pedraza, aproximaciones historicas" (Barranquilla, 2002), “La Tambora viva, música de la depresion momposina” (Barranquilla, 2013), “La música del Bajo Magdalena, subregión río” (Barranquilla, 2017), libro ganador de la beca del Ministerio de Cultura para la publicación de autores colombianos en el portafolio de estímulos 2017, “El río Magdalena y el Canal del Dique: poblamiento y desarrollo en el Bajo Magdalena” (Santa Marta, 2019), “Bandas de viento, fiestas, porros y orquestas en Bajo Magdalena” (Barranquilla, 2019), “Pedraza: fundación, poblamiento y vida cultural” (Santa Marta, 2021).
Coautor de los libros: “Cuentos de la Bahía dos” (Santa Marta, 2017). “Magdalena, territorio de paz” (Santa Marta 2018). Investigador y escritor del libro “El travestismo en el Caribe colombiano, danzas, disfraces y expresiones religiosas”, puiblicado por la editorial La Iguana Ciega de Barranquilla. Ganador de la beca del Ministerio de Cultura para la publicación de autores colombianos en el Portafolio de Estímulos 2020 con la obra “Abel Antonio Villa, el padre del acordeón” (Santa Marta, 2021).
Ganador en 2021 del estímulo “Narraciones sobre el río Magdalena”, otorgado por el Ministerio de Cultura.
3 Comentarios
Excelente gracias amigo dios te bendiga
Hermoso Relato,cuanto aprecio estas letras tan sublimes el narrar el acontecer de mi pueblo con inagotables anécdotas en infancia .Recuerdos de mi abuelo y bisabuelos.
Excelente documento que nos transporta a ese tiempo de niños y me invade la nostalgia de recordar a mi abuelo y aquellos que ya no está
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