Ocio y sociedad
La deportación masiva de latinos

La deportación es una figura jurídica legítima en el derecho migratorio e internacional. Consiste en la expulsión forzosa de un extranjero del territorio de un Estado y se fundamenta en normas nacionales y tratados internacionales. Puede aplicarse por razones de seguridad, orden público o irregularidad migratoria. Sin embargo, la deportación masiva es otra cosa: carece de sustento jurídico en el derecho internacional y está expresamente prohibida por diversos tratados, como la Convención Europea de Derechos Humanos, el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, y la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados.
Las deportaciones masivas no responden a necesidades reales de un Estado o nación, sino que suelen estar motivadas por razones políticas o ideológicas, a menudo vinculadas a discursos racistas y nacionalistas. Han sido una constante a lo largo de la historia, desde la Antigüedad hasta la actualidad. Entre los casos más relevantes del siglo XX se encuentran el genocidio armenio, las deportaciones soviéticas bajo Stalin, las deportaciones llevadas a cabo por el régimen nazi y la expulsión de palestinos tras la creación del Estado de Israel. Por suerte, cada una de estas deportaciones masivas ha sido denunciada y condenada por la comunidad internacional.
La deportación masiva de latinos en Estados Unidos también ha sido una constante histórica que, a diferencia de otros casos similares, no ha suscitado una condena significativa por parte de la comunidad internacional. Tampoco ha sido objeto de un cuestionamiento profundo por parte de la intelectualidad estadounidense, y en muchos casos, ha sido asumida con resignación incluso dentro de la propia comunidad latina. Esta situación refleja un fenómeno preocupante: la hostilidad hacia los latinos en Estados Unidos parece haberse normalizado hasta el punto de ser considerada políticamente aceptable e, incluso, de gozar de cierto respaldo intelectual. Para comprender en su justa dimensión las actuales deportaciones masivas de latinos en Estados Unidos, es necesario analizarlas dentro de un marco más amplio que considere tanto los antecedentes históricos como los factores políticos, religiosos, sociales y culturales que las han perpetuado.
Para comenzar, repasemos la historia. Cuando Estados Unidos proclamó su independencia, su población era mayoritariamente angloprotestante y se limitaba a las Trece Colonias, que representaban apenas el 9 % del territorio actual. Los llamados Padres Fundadores diseñaron un plan de expansión territorial que llevaría al país hasta las costas del océano Pacífico. En el proceso, incorporaron vastas regiones que habían pertenecido al Imperio español y, posteriormente, a México, que sumaban aproximadamente el 66 % del territorio actual de EE. UU. En estas tierras predominaba la cultura hispanocatólica, cuya cosmovisión, influida por el tomismo, valoraba la diversidad de la experiencia humana y, por tanto, propiciaba la mezcla con las poblaciones indígenas.
La cosmovisión protestante era distinta. En su filosofía de vida predominaba la idea de la predestinación, una doctrina que sostiene que Dios ha elegido, desde antes de la creación del mundo, a algunos para la salvación y a otros para la condenación. Dentro de esta visión, los elegidos suelen identificarse con la población blanca, anglosajona y protestante (WASP, por sus siglas en inglés: White, Anglo-Saxon and Protestant), mientras que los condenados se asocian con personas de otros colores de piel y creencias. No obstante, la diferencia entre católicos y protestantes es aún más profunda y resulta clave para el tema que nos ocupa, lo que hace necesario retroceder un poco más en la historia.
En el siglo XVI, la Iglesia católica, que había dominado Occidente durante mil años, se fracturó con la aparición del protestantismo. Para legitimarse, la nueva doctrina empleó el llamado mecanismo de transferencia de culpa, mediante el cual atribuyó a los católicos todos los males del mundo. Así, en el imaginario angloprotestante, el catolicismo —frecuentemente asociado con lo hispano— quedó representado como amoral, corrupto, tramposo, indolente, cobarde y carente de espíritu emprendedor.
Durante las guerras imperiales entre España e Inglaterra, en las que se disputaba el dominio del mundo, este imaginario protestante se organizó en forma de propaganda de guerra, conformando lo que se conoce como Leyenda Negra, un conjunto de relatos, interpretaciones y propaganda que presentaban a España y a sus territorios de manera extremadamente negativa, enfatizando la crueldad, el fanatismo religioso y el atraso cultural. Pese al fin de estas guerras, esta visión se ha perpetuado con el tiempo e incluso ha sido objeto de tratamiento académico, como el caso de Max Weber, quien elevó estas ideas a categoría sociológica en su obra La ética protestante y el espíritu del capitalismo (1904).
El protestantismo se fragmentó en un sinnúmero de sectas, diferenciadas en gran medida por el grado de anticatolicismo que profesaban. Entre ellas, el puritanismo—que se consideraba la más anticatólica y, por ende, la más antihispana—fue la religión de los fundadores de los Estados Unidos. Lejos de Europa, los puritanos se sintieron libres para expresar sus creencias, pero no previeron que gran parte del territorio que conformaría su nación pertenecía al mundo hispano, lo que prolongó el enfrentamiento en tierras americanas.
Por estas razones, los angloprotestantes no integraron a la comunidad hispanocatólica en su proyecto de nación, sino que la situaron como el “otro” constitutivo, una identidad antagónica al ideal norteamericano y, por tanto, susceptible de ser dominada, expulsada o exterminada. Su expansión territorial se fundamentó en el Destino Manifiesto, una doctrina política e ideológica que se basaba en la Leyenda Negra. Esta creencia sostenía que Estados Unidos estaba destinado a expandirse por todo el continente americano, justificando dicha expansión como una misión divina y un derecho natural de los estadounidenses, quienes se consideraban portadores de la "civilización" y la democracia.
Al ser considerada la cultura hispana como una “cultura abyecta”, la primera misión “civilizadora” en los territorios anexados fue la deshispanización. En los primeros tiempos no hubo deportaciones, sino despojo de tierras y derechos, marginación política y social, la supresión del idioma español y la erradicación de la cultura hispana, acompañados de prácticas sistemáticas de discriminación. Sin embargo, la manifestación más brutal de este proceso fueron los linchamientos de mexicanos, ocurridos desde mediados del siglo XIX hasta bien entrado el siglo XX, con una tasa de 27.4 ejecuciones por cada 100,000 habitantes y un pico de 47.3 entre 1848 y 1879. Se trataba de actos de violencia extralegal perpetrados con la complicidad de las autoridades. Aunque este tema sigue siendo poco conocido, en 2021 el estado de California aprobó una ley para investigar y reconocer los linchamientos de mexicanos y otras minorías como parte de su historia.
Cuando los linchamientos comenzaron a generar escándalo a nivel internacional y a representar un alto costo político, fueron reemplazados por un endurecimiento de las leyes migratorias. A lo largo de la historia, estas leyes han sido para los latinos lo que las leyes Jim Crow fueron para los afroamericanos, con la diferencia de que aún hoy se sigue legislando en contra nuestra.
Los habitantes originarios de estos territorios sentían que estaban siendo tratados como extranjeros en su propia tierra. Según Carlos Fuentes, los mexicanos que cruzan la frontera con Estados Unidos se preguntan ¿cuál frontera? «Esta siempre ha sido tierra mexicana, siempre ha sido tierra hispana, fue parte del Imperio Español, fue parte del mundo indígena, estamos regresando a nuestra tierra» (Marras, 1992, pág. 67). García Márquez también ha expresado su opinión sobre este tema: «No somos nosotros quienes vinimos a Estados Unidos. Fueron los Estados Unidos quienes vinieron a nosotros» (Lago, 2017). Pero los WASP piensan diferente. Para ellos, la premisa subyacente es que el latino es un elemento exógeno, un extranjero, y, por lo tanto, inadmisible y deportable. Para esta línea de pensamiento, “ser mexicano es ser mexicano”, sin importar el lugar de nacimiento ni el estatus legal.
Las primeras deportaciones masivas ocurrieron entre 1930 y 1940, y se les conoció como la Gran Redada, que resultó en la deportación de cerca de un millón de personas de ascendencia mexicana, de las cuales aproximadamente el 60 % eran, en realidad, ciudadanos estadounidenses. No hubo debido proceso; las personas eran detenidas y expulsadas sin oportunidad de defensa legal.
Le siguió la Operación Espaldas Mojadas de 1954, que detenía y deportaba a inmigrantes mexicanos indocumentados, muchos de los cuales habían llegado por el Programa Bracero (1942-1964), que permitía la contratación temporal de trabajadores agrícolas mexicanos. Se estima que más de un millón de personas fueron deportadas en un año. Las condiciones de las deportaciones fueron inhumanas; hubo casos de personas abandonadas en el desierto sin agua ni comida. Se implementaron tácticas militares, incluyendo redadas masivas en barrios latinos y fábricas.
En tercer lugar, tenemos a las deportaciones en la era de Ronald Reagan en la década de 1980s. Se deportaron miles de refugiados centroamericanos, a pesar de que huían de la violencia y la persecución. La política migratoria fue selectiva: los refugiados cubanos recibieron asilo, pero los centroamericanos fueron expulsados.
En cuarto lugar, tenemos las deportaciones masivas tras el 11 de septiembre de 2001, que tenían un enfoque de “seguridad nacional”. Entre 2001 y 2009, el gobierno de George W. Bush implementó redadas en fábricas y comunidades latinas, deportando a miles de personas.
En quinto lugar, tenemos el récord de deportaciones, que ocurrió bajo Barack Obama (2009-2017), con más de 3 millones de expulsiones, principalmente de mexicanos y centroamericanos. A pesar de promover el programa DACA para jóvenes inmigrantes, la administración deportó a más personas que cualquier otro gobierno anterior.
En sexto lugar tenemos a la política de “Tolerancia Cero” bajo la primera administración Trump (2017-2021), donde la política migratoria se endureció aún más. Se separó a miles de familias en la frontera como parte de una estrategia disuasiva. Hubo un aumento en las deportaciones rápidas sin derecho a audiencia.
En su actual mandato, la administración Trump ha impulsado lo que podría denominarse la séptima ola de deportaciones masivas. En esta ocasión, no solo se ha profundizado en el endurecimiento de las leyes migratorias, sino que estas medidas se han presentado como logros dignos de celebración. A través de los medios de comunicación, el presidente ha destacado y enaltecido estas deportaciones masivas como parte de su agenda política. Sin embargo, esta nueva ola ha alcanzado un nivel sin precedentes: el uso de la base naval de Guantánamo como centro de detención para inmigrantes latinos. Esta prisión, ubicada fuera del territorio continental estadounidense, ofrece al gobierno una ventaja significativa: al no estar sujeta a las leyes y protecciones constitucionales que rigen en el país, permite mantener a los detenidos en un limbo legal, lejos del escrutinio público y judicial.
Hablar de la Leyenda Negra, las antiguas guerras imperiales y el cisma católico podría parecer anacrónico para algunos en plena era postmoderna, una época que, en teoría, celebra la diversidad y la pluralidad. Sin embargo, esta percepción podría ser engañosa. Durante su discurso de investidura, el presidente Donald Trump resucitó el concepto del Destino Manifiesto y lo estableció como pilar rector de su administración. Al igual que en épocas pasadas, su retórica se dirigió contra los territorios y valores hispanos: reclamó el Canal de Panamá como propio, eliminó el idioma español de los sitios web de la Casa Blanca y firmó un decreto para cambiar el nombre del Golfo de México. En este contexto, la deportación masiva de latinos no es percibida como un acto reprobable a nivel internacional, sino que se presenta como un esfuerzo legítimo —e incluso necesario— por parte de la nación para “limpiar” o “purificar” su territorio.
Amador Ovalle
Médico y escritor de San Diego (Cesar). Uno de los fundadores del Café Literario Vargas Vila. Autor del Latinofobia y Entre fronteras, obra finalista en el Premio Internacional de Novela Palabra herida (2024).
Referencias
Lago, E. (03 de febrero de 2017). El peligro de hablar en español en Estados Unidos. El País. Obtenido de www.elpais.com
Marras, S. (1992). América Latina, marca registrada: conversaciones (Kindle ed.). Santiago de Chile: Ornitorrinco.
1 Comentarios
Excelente artículo Felicitaciones Dr Ovalle Que ilustración maravillosa
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