Ocio y sociedad

El altar del local 166: la manta wayúu como voz viva de La Guajira

Laura Daniela Barranco Carcamo

04/08/2025 - 06:50

 

El altar del local 166: la manta wayúu como voz viva de La Guajira
En el local 166 del Mercado Nuevo de Riohacha, Heidy Silva es la cuidadora de un legado cultural apreciable / Foto: archivo personal de la autora

 

En el corazón del Mercado Nuevo de Riohacha, donde el calor se mezcla con la sal del mar y la brisa recorre los pasillos sin pedir permiso, el local 166 se yergue como un altar, pero no religioso: es un altar de tela, memoria y dignidad. Allí conocí a Heidy Silva, mujer oriunda de Maicao, esposa de Luis Benjamín y cuidadora de un legado que se ha tejido con puntadas de resistencia y cultura.

La historia no comienza con ella, sino con él: Luis Benjamín, oriundo de Las Palmas, Bolívar, llegó a La Guajira desplazado por el conflicto armado. Su huida lo llevó a Maicao, donde lo acogió una tía que cosía mantas para sobrevivir. Fue en ese entorno donde aprendió el arte del manear: caminar las calles con una manta doblada en el brazo, ofreciendo la prenda de casa en casa, como hoy se vende el aguacate o el pescado en carretilla. Por aquel entonces, la manta Wayuu no tenía el valor simbólico ni económico que hoy se le atribuye. Era apenas una tela, una más. Pero para Luis fue un inicio, una promesa.

Años después, ya establecido con un local propio, conoció a Heidy, quien había llegado a Riohacha en el año 2000 para cuidar de un sobrino. En ese pequeño almacén de tela y resistencia, Heidy no solo encontró a su compañero de vida, sino también un llamado. Su cuñado le enseñó a cortar y coser, y su esposo le transmitió el amor por una prenda que es mucho más que moda: es linaje, territorio y cuerpo simbólico.

"Esto que ves no es una moda, es una manera de ser", dice Heidy, con una firmeza que solo otorga el arraigo. La manta Wayuu, vestidura típica de la mujer de esta etnia, ha evolucionado. De las dos versiones tradicionales —la "mini manta" para el diario y la de gala— se ha pasado a un universo de formas, telas y usos. Hoy, se ven mantas en las escuelas rurales, en las instituciones de salud, en oficinas y actos públicos. La identidad se sigue vistiendo, pero ahora también se profesionaliza.

“La manta es identidad, es ceremonia, es cotidianidad. No es solo lo que cubre, es lo que expresa”, cuenta Heidy mientras despliega con delicadeza una de sus creaciones. Cada color tiene un significado que en la cultura Wayuu no se improvisa. El rojo representa pureza, fuerza, sangre, y es usado en momentos de transición vital, como el paso de niña a mujer. También se emplea en rituales de protección: si alguien sueña con peligro o siente que hay energías negativas, se viste completamente de rojo, como si el color fuera un escudo. El azul remite al cielo y al mar; el amarillo al sol, la sabiduría y la claridad; el negro representa el duelo, la noche, la elegancia; el verde evoca la naturaleza y los cactus del desierto.

Las mantas no tienen diseños como las mochilas, sino que su expresividad nace de los cortes, los cuellos, la caída, los bordes. En algunos casos, se incluyen bordados que remiten a clanes, castas o animales representativos. También se borda el nombre “La Guajira” como una marca de origen. Es, en palabras de Heidy, una forma de decir: “Aquí estamos”.

El recorrido de esta familia no ha sido fácil. En una temporada de diciembre, a Luis le robaron toda su mercancía. Era su único capital. Salió corriendo detrás de los ladrones, gritando desesperadamente. Su grito se convirtió en llamado colectivo. La gente lo acompañó, y esa presión popular hizo que los delincuentes arrojaran las mantas. Recuperarlas no fue solo recuperar mercancía: fue recuperar el derecho a seguir creyendo en la dignidad del oficio.

Hoy, el local H&L El Renacer da empleo a entre cincuenta y sesenta mujeres. Muchas de ellas son Wayuu, otras no, pero todas han encontrado en la manta una fuente de sustento, aprendizaje y dignidad. “Hay mujeres que cosen desde su casa. Así pueden cuidar a sus hijos y sostener sus hogares. Cada manta lleva una historia, una familia”, dice Heidy. No es un eslogan: es una realidad cotidiana. Mujeres que nunca habían tenido una fuente estable de ingresos hoy construyen casa propia gracias a las mantas. Jóvenes que estudian con orgullo reconocen que sus madres, desde la costura silenciosa, les abrieron camino.

La clientela no se limita a la comunidad Wayuu. Cada vez más guajiros y turistas se acercan al local, se prueban una manta, se miran al espejo y exclaman: “¡Soy una Wayuu!”. Para muchos, ponerse una manta es vestirse con dignidad. “Es como si por un rato fueran parte de algo más grande, como si el tejido las adoptara”, reflexiona Heidy.

A quienes critican la comercialización de la cultura, ella responde con convicción: “No perdemos nada. Ganamos visibilidad. Ganamos que nuestra historia trascienda, que la gente entienda que La Guajira no es solo desnutrición ni desierto. Es amor, es sabiduría, es fuerza femenina en medio del desierto”.

La cosmovisión wayuu es profundamente matriarcal. Es la madre quien transmite el clan, la que nombra, la que hereda. Por eso, la manta no es un simple atuendo: es una extensión del linaje, una afirmación diaria. En cada pliegue de tela, en cada puntada, hay un acto político de permanencia. Las mujeres Wayuu no solo portan la manta; la encarnan. Es un cuerpo extendido, una voz que camina, una historia que se viste.

Heidy recuerda cómo muchas mujeres que no pertenecen a la etnia se han acercado al mundo de la manta y han terminado amando la cultura. “Empiezan a coser para sostenerse, pero terminan abrazando el arte, entendiendo la nobleza Wayuu”. En ese diálogo silencioso entre tela y aguja, se forjan puentes que cruzan lo étnico, lo económico, lo generacional.

La manta wayuu ha trascendido. Ha llegado a pasarelas, ferias de diseño, vitrinas internacionales. Pero en el local 166 sigue siendo lo que siempre fue: una afirmación viva. “Cada manta habla por sí sola”, dice Heidy. Y lo hace. Habla de una abuela que enseñó a tejer, de una madre que resistió, de una joven que sueña. Habla del duelo y de la esperanza. Habla de La Guajira profunda, esa que no aparece en los titulares, pero que sigue bordando futuro.

En las manos de mujeres como Heidy, la manta no es mercancía: es herencia viva. Y en el mercado de Riohacha, entre costuras, telas y memoria, cada día se reafirma una verdad que no necesita traducción: somos lo que tejemos. Y en La Guajira, se teje para recordar, para resistir y para seguir siendo.

La historia de Heidy Silva no es solo la de una mujer que aprendió a coser; es la historia de una transformación profunda que conecta el territorio, la cultura y el cuerpo. A través de su voz y sus manos, comprendemos que la manta Wayuu es mucho más que una prenda: es lenguaje, protección, orgullo y memoria. Heidy es testimonio vivo de cómo el arte textil puede ser refugio y también trinchera, puede ser sustento y también escuela. En su local no solo se vende ropa; se sostiene un sistema de afectos, de aprendizajes compartidos, de mujeres que resisten y crean en medio de la adversidad.

La cultura Wayuu emerge aquí no como una tradición estática, sino como una fuerza dinámica, matriarcal y profundamente espiritual. Cada manta confeccionada por estas mujeres porta un fragmento del desierto, del mar, del duelo y de la sanación. Porta el linaje de un pueblo que ha sabido sobrevivir sin renunciar a su identidad, que ha tejido el dolor en belleza y la cotidianidad en símbolo.

Y es, precisamente, eso lo que hace del local 166 un altar: no porque se rece, sino porque se honra. Se honra la historia, la tierra, los colores y los silencios hablados de un pueblo milenario. Allí, cada puntada es un acto de fe en la vida y en el futuro. Porque como bien lo dice Heidy, cada manta tiene alma. Y en La Guajira, el alma es lo que nunca ha faltado.

 

Laura Daniela Barranco Carcamo

2 Comentarios


Jhon Llerena 05-08-2025 05:29 PM

Excelente servicio y manejan precios super económicos ????????

Maria Victoria Rodriguez Acosta 06-09-2025 10:21 AM

felicidades por el.esfuerzo y dedicación. agradecimiento a Dios por su misericordia en poder see generadores de trabajo y de muchas sonrisas. Bendiciones que sigan adelante avanzando en beneficio de ka sociedad y de su familia

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