Ocio y sociedad
Sin mujeres no hay trabajo decente: la deuda pendiente con la igualdad salarial

Cada 7 de octubre, los sindicatos de todo el mundo se movilizan en una sola voz: por el trabajo decente, por empleos seguros, y por salarios dignos. La Jornada Mundial por el Trabajo Decente, impulsada por la Confederación Sindical Internacional (CSI) desde 2008, es más que una fecha en el calendario: es un grito colectivo frente a la precarización, la desigualdad y la injusticia que siguen marcando el mundo del trabajo.
Pero hoy, quiero alzar la voz desde una perspectiva imprescindible: la de las mujeres trabajadoras. Porque hablar de trabajo decente sin hablar de igualdad salarial es dejar a la mitad de la humanidad en la sombra. Porque sin mujeres, no hay trabajo decente.
El trabajo decente, una promesa aún incumplida
Cuando la Organización Internacional del Trabajo (OIT) definió en 1999 el concepto de trabajo decente, lo hizo con una aspiración clara: crear oportunidades para que todas las personas —mujeres y hombres— pudieran acceder a un empleo en condiciones de libertad, igualdad, seguridad y dignidad humana. Sin embargo, veinticinco años después, esa promesa sigue siendo una deuda pendiente para millones de mujeres en todo el mundo.
El trabajo decente implica mucho más que tener un empleo. Significa salarios justos, seguridad laboral, protección social, y derecho a la organización sindical. Significa, sobre todo, poder vivir sin miedo a la pobreza, sin la carga del doble o triple trabajo no remunerado, y con el reconocimiento pleno de que las mujeres no somos “ayuda”, sino fuerza productiva, creadora y esencial para las economías.
La CSI, que representa hoy a más de 207 millones de trabajadores en 163 países, lo ha dejado claro en cada campaña anual: sin justicia salarial, no puede haber justicia social.
La desigualdad salarial: una herida abierta
La brecha salarial de género sigue siendo uno de los rostros más evidentes de la desigualdad estructural. Según la OIT, las mujeres ganan, en promedio, un 20% menos que los hombres por el mismo trabajo o por trabajos de igual valor. Esta diferencia no se explica por mérito ni por esfuerzo, sino por una estructura laboral patriarcal que subvalora el trabajo femenino, lo invisibiliza y lo precariza.
En sectores feminizados como la educación, el cuidado, la salud o el comercio, los salarios son más bajos, las jornadas más largas y las condiciones más inestables. Son empleos esenciales —como quedó demostrado durante la pandemia—, pero tratados como si fueran prescindibles. Mientras tanto, los hombres siguen dominando los espacios de poder, las industrias mejor pagadas y los cargos de decisión.
El trabajo de cuidados, además, continúa siendo una trampa silenciosa para millones de mujeres. Las tareas domésticas, el cuidado de hijos, mayores o personas dependientes recaen desproporcionadamente sobre nosotras, sin remuneración y sin reconocimiento. Esta realidad impide que muchas mujeres puedan acceder a empleos formales, ascender profesionalmente o incluso participar plenamente en la vida económica.
Hablar de trabajo decente sin abordar esta brecha es ignorar la raíz del problema. No se trata solo de subir salarios: se trata de redistribuir el poder, el tiempo y la riqueza.
De la justicia salarial a la justicia social
En 2022, la CSI levantó la consigna “Justicia Salarial”, denunciando cómo la inflación y el aumento del costo de vida golpeaban con más fuerza a las familias trabajadoras. En 2023, la campaña se centró en “Es hora de un aumento salarial”, recordando que los salarios estancados frente a la inflación generan pobreza y desigualdad.
Pero detrás de esas cifras hay una verdad que incomoda: las mujeres son las más afectadas por esas crisis. Somos las primeras en perder el empleo en tiempos de recesión y las últimas en recuperarlo. Somos las que sostenemos hogares enteros con trabajos informales o mal pagados, las que sacrificamos nuestra salud y tiempo para que la economía no colapse.
Por eso, la lucha por el trabajo decente no puede desligarse de la lucha feminista. No habrá justicia salarial sin justicia de género.
Exigir igualdad salarial no es solo pedir más dinero; es reclamar dignidad. Es decirle al mundo que el trabajo de las mujeres vale tanto como el de los hombres. Que cuidar también es trabajar. Que limpiar, enseñar, curar, acompañar o sostener son tareas fundamentales para la vida y la economía, y merecen reconocimiento, derechos y salarios justos.
Una deuda global: políticas con perspectiva de género
Para lograr trabajo decente con igualdad real, los gobiernos deben asumir una responsabilidad ineludible. No basta con discursos o conmemoraciones: se necesitan políticas públicas transformadoras.
- Legislación efectiva para la igualdad salarial. Las leyes deben garantizar que, a igual trabajo, corresponda igual salario, con mecanismos de fiscalización reales y sanciones efectivas.
- Inversión en sistemas de cuidado públicos. Las mujeres no podrán acceder al trabajo decente mientras sigan siendo las únicas responsables del cuidado. Crear redes de servicios de cuidado es una inversión, no un gasto.
- Formalización del empleo informal. Millones de mujeres trabajan sin contrato, sin seguro, sin vacaciones ni pensión. Su inclusión en la economía formal es clave para la justicia laboral.
- Promoción de mujeres en espacios de decisión. Los sindicatos, empresas y gobiernos necesitan más mujeres en liderazgo. No como cuota, sino como garantía de que las políticas laborales reflejen las realidades diversas del mundo del trabajo.
- Educación y sensibilización. Combatir los estereotipos de género desde la escuela y los medios es esencial para erradicar la idea de que hay trabajos “de hombres” y “de mujeres”.
Las mujeres al frente de la lucha sindical
La historia sindical también ha sido una historia de mujeres que luchan, muchas veces desde el anonimato. Mujeres obreras, campesinas, trabajadoras del hogar, maestras, enfermeras, que se organizan, marchan y gritan “¡basta!” frente a la precariedad.
Cada 7 de octubre, ellas están ahí, en primera línea de las movilizaciones por el trabajo decente, recordándonos que los derechos laborales no se mendigan: se conquistan.
La fuerza del sindicalismo feminista es hoy una de las mayores esperanzas para cambiar las reglas del juego. Porque cuando las mujeres lideran, la agenda del trabajo se vuelve más humana, más justa y más inclusiva.
Sin igualdad, no hay decencia
El trabajo decente no será posible mientras las mujeres sigan cobrando menos, trabajando más y siendo invisibles. No hay economía sana con la mitad de su fuerza laboral precarizada. No hay justicia social si las mujeres tienen que elegir entre cuidar o trabajar.
Por eso, este 7 de octubre, alzamos la voz una vez más: sin mujeres no hay trabajo decente.
La deuda con la igualdad salarial no es una cuestión secundaria: es el núcleo mismo de la dignidad laboral. Exigimos su pago urgente, no con promesas, sino con políticas, con presupuesto y con voluntad.
Porque no queremos flores ni discursos. Queremos igualdad, salarios justos y trabajo digno para todas.
Y hasta que eso ocurra, seguiremos aquí: en las calles, en los sindicatos, en los hogares, en cada rincón del mundo donde una mujer trabaje y sueñe con un futuro más justo.
Porque cuando una mujer cobra lo que merece, ganamos todas. Y porque solo entonces podremos decir, con verdad y orgullo, que el trabajo es realmente decente.
Beatriz Ramírez David
Sobre el autor

Beatriz Ramírez David
Mundo en femenino
Consultora en temas de Mujer y Género, facilitadora social y comunitaria, conferencista, online speaker y escritora. Embajadora de mujeres liderando América Latina y Global Ambassador NERDS RULE INC. Página web: https://beatrizramirezdavid.wordpress.com/
1 Comentarios
Excelente artículo!. Nos motiva a alzar nuestra voz y a hacernos sentir en pro del empoderamiento femenino. Felicitaciones!.
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