Ocio y sociedad

El arcoíris que picó a Carmen Rubita

Álvaro Rojano Osorio

10/11/2025 - 06:20

 

El arcoíris que picó a Carmen Rubita

 

La muerte visitó a Carmen Rubita Navarro Palmera un lunes de marzo, a los sesenta años de edad, cincuenta de ellos dedicados a la elaboración de bollos de distintos sabores. Durante los nueve días de velorio, animados con ron Caña, tabacos, cigarrillos, calentillos, tintos y cuentos, fue recordada por la competencia que mantuvo con otras mujeres para demostrar quién era la mejor fabricante de bollos de Pedraza. Pero, sobre todo, fueron analizadas las circunstancias de su muerte.

Carmen Rubita, la de Jorge René, como era conocida, madrugaba todos los días para preparar sus bollos que, una vez cocinaba,  ponía a disposición de sus clientes.

─Comadre Carmen, ¿qué le pasa? ─le preguntó Lourdes Z.,  una mujer octogenaria  de cabellos cenizos, extremadamente delgada, de piel agrietada como la corteza del Carreto y dotada de un espíritu de investigadora de vidas ajenas.

Lourdes Z., la indagó, tras sorprenderle la forma seca y cortante como  esa madruga su comadre le respondió el saludo. También la inquietó la expresión de preocupación que se dibujaba en su rostro.  

Mientras tanto, los bollos de mazorca permanecían humeantes y amarrados con ataderos sobre la mesa donde acostumbraba a ubicarlos para que destilaran el agua del cocimiento. Un humo ligero se elevaba de las últimas astillas de leña encendidas en la hornilla donde los había cocinado. Jorge René Martínez Barrios, marido de la enferma, la contemplaba absorto, sentado sobre un burro de leña.

─Comita ─le respondió Carmen─, me preocupa una mancha roja que ha aparecido en mi pierna derecha, además de una picazón que tengo en todo el cuerpo desde anoche. Yo creo  saber de dónde me proviene eso.

─ Salí al patio a recoger unos trapos que había colgado en la cuerda que va del tamarino al guayabo, en el traspatio. Estaba lloviendo,  y en el camino se me apareció un arcoíris. Yo le conocí las intenciones; traté de esquivarlo, pero qué va, me correteó y me picó. Desde entonces guardaba la esperanza de que no hubiera alcanzado a depositar su colorido veneno en mis venas; pero, por lo que veo, me alcanzó. ¡Ay de mí, comaita!

Tras escucharla, Lourdes Z., salió hacia su casa  y, al rato, regresó con remedios naturales que aplicó en la zona de la pierna afectada. Sobre la sombra roja vertió un bañó compuesto de bicho macho, verbena hoja ancha, la solita y balsamina. Mientras que para la picazón le hizo beber un purgante de sal de Epsom y Glauber. Solo se le olvidó la mecha del mechón, como lo recomendaba Rosario Martínez.

Con el tratamiento, la mancha pareció detenerse, por lo que Lourdes Z. y Jorge René se llenaron de esperanzas, sobre todo cuando la enferma vomitó un líquido de color violeta. Ellos creyeron que era el veneno que  el arcoíris le había inyectado. Sin embargo, al segundo día de la aplicación de las plantas, lo que antes era rojo mostraba un intenso color naranja.

Una vez propagada la noticia en Pedraza sobre lo que le sucedía a Carmen Rubita, el sacerdote Augusto Campo Martínez Cueto se acercó a la vivienda de esta, llevando consigo agua bendita, con la que lavó el área afectada. Después de orar por ella, llamó a un lado a Jorge René para recomendarle a Fernando Waldir,  un  tegua famoso, especialista en combatir maldiciones y espíritus en las planicies del Caribe.

Contactado por Jorge René, el tegua arribó al pueblo al día siguiente. Entonces fue informado de que la paciente había amanecido con la piel de color amarillo, como las flores del árbol de polvillo que adornan las calles de los pueblos y los caminos durante el verano. Después de haber palpado a la enferma, confirmó que había sido picada por un arcoíris.

También dijo que, aunque era tarde — pues el veneno había avanzado en su cuerpo—, trataría de extraerle  la ponzoña que el arcoíris le había introducido, la razón por la que su piel presentara un color distinto cada día. Y pidiendo papel y lápiz elaboró una lista de plantas medicinales para suminístrale, entre las que incluyó   hojas amarillas de borrachero, de árbol de clemón, y la yerba de arco, que crece en las orillas de las ciénagas de aguas claras. 

Después de dar instrucciones a Jorge René  y a Lourdes Z., el tegua se sentó y, dirigiéndose a los presentes en la sala de la vivienda, les explicó que existían diversos tipos de arcoíris: el negro, que aparece en noches de luna llena; el blanco, que despunta en las madrugadas lluviosas; el de barro, que surge de las profundidades de los montes; y el común, que se ve cuando llueve y el sol brilla. En cuanto al que  le picó a Carmen, era una especie desconocida en la región y que, con seguridad, se había extraviado de su horizonte natural: los Llanos Orientales.

Al cuarto día de declarada la enfermedad, la piel de Carmen lucía de color verde y mostraba otros síntomas, como la pérdida del apetito, del sueño y, a veces, de la memoria. Para entonces, la congregación del Sagrado Corazón de Jesús, encabezada por la casi santa Alfa Diana, promovía una peregrinación de las socias a su casa, acompañadas del busto del santo.

El nuevo día llegó y otro fue el tono de piel de la paciente: el añil. Este color, por sus características oscuras, generó desesperanzas entre sus familiares y amigos, quienes creyeron que la gangrena había aparecido en el cuerpo de Carmen Rubita. Además  determinaron  que de nada habían servido los remedios del tegua Fernando Waldir; tampoco las oraciones en latín de Johana Celina L.,  ni las del cura Augusto  Campo. Tampoco el haberle puesto sobre la picadura un trozo de camisa del botánico Emil Emerson Bolaño Acosta. Mucho menos los brebajes del curioso Jean Jefferson Bolaño Ruiz quien juraba que a Carmen la había mordido era un patoco anaranjado.

Al séptimo día fue inminente su muerte. Así lo creyeron sus familiares cuando el color de su piel pasó de azul a violeta. Carmen, que llevaba un día inconsciente, despertó, pidió agua y sonrió a quienes la rodeaban. Después, llamó a Jorge René y le pidió hacerse en la cabecera de la cama y le dijo:

 ─Yo sé que voy a morir, pero me consuela saber que me mató el arcoíris más bello del mundo.

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Álvaro Rojano Osorio 

Sobre el autor

Álvaro Rojano Osorio

Álvaro Rojano Osorio

El telégrafo del río

Autor de  los libros “Municipio de Pedraza, aproximaciones historicas" (Barranquilla, 2002), “La Tambora viva, música de la depresion momposina” (Barranquilla, 2013), “La música del Bajo Magdalena, subregión río” (Barranquilla, 2017), libro ganador de la beca del Ministerio de Cultura para la publicación de autores colombianos en el portafolio de estímulos 2017, “El río Magdalena y el Canal del Dique: poblamiento y desarrollo en el Bajo Magdalena” (Santa Marta, 2019), “Bandas de viento, fiestas, porros y orquestas en Bajo Magdalena” (Barranquilla, 2019), “Pedraza: fundación, poblamiento y vida cultural” (Santa Marta, 2021).

Coautor de los libros: “Cuentos de la Bahía dos” (Santa Marta, 2017). “Magdalena, territorio de paz” (Santa Marta 2018). Investigador y escritor del libro “El travestismo en el Caribe colombiano, danzas, disfraces y expresiones religiosas”, puiblicado por la editorial La Iguana Ciega de Barranquilla. Ganador de la beca del Ministerio de Cultura para la publicación de autores colombianos en el Portafolio de Estímulos 2020 con la obra “Abel Antonio Villa, el padre del acordeón” (Santa Marta, 2021).

Ganador en 2021 del estímulo “Narraciones sobre el río Magdalena”, otorgado por el Ministerio de Cultura.

@o_rojano

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