Ocio y sociedad
La pasión por la selección colombiana
El fenómeno se confirmó nuevamente el viernes 06 de septiembre con un baile de camisetas amarillas y blancas que animaba las calles del país entero. El escudo de la selección colombiana fulguraba en cada una de ellas como un signo de indiscutible apoyo. Pero, en realidad, la pasión por el equipo nacional ya iba creciendo desde hace varias semanas.
En Valledupar, el rumor del partido Colombia-Ecuador ya era palpable cuando apareció la noticia de una eventual lesión de Falcao –el astro del equipo–, y eso, en una ciudad como Valledupar donde el interés por el futbol se percibe incluso en los partidos de la liga española como el Barça-Mardrid, no podía pasar desapercibido.
En la capital del Cesar, la pasión por la selección nacional es quizás mayor que en el resto del país. En este pedacito de la costa donde el aire es más liviano, el futbol se respira con intensidad, aunque el equipo local –debido a unos resultados inconstantes y un estadio en remodelación– no haga la unanimidad.
Ya a las 11 de la mañana del viernes, los locales de bebida se esmeraban en ultimar los preparativos para un partido que se anunciaba crucial. De no ganar, la calificación de Colombia se complicaba y, para una selección que ansía superar los resultados de tres décadas anteriores, esto era inconcebible.
Por eso había que apoyar de todas las maneras: ostentando la bandera, pegando bombas en las paredes, pintándose la cara o el cabello. “¡Cualquier vaina es bienvenida!”, nos comentó un aficionado con una carcajada que vendía camisetas a $20.000 cerca de la rotonda del Pedazo de acordeón.
A las 2 de la tarde la gente fue tomando posición. En la Novena, la Simón Bolívar, a pocos metros de los Poropos, y hasta en la sede deportiva de la Universidad Popular del Cesar aparecieron entusiastas con “vuvuzelas” y otros instrumentos ruidosos. Algunas parejas o grupos de amistades coreaban tímidas canciones que fueron apagándose con la noticia de un aguacero descomunal.
Barranquilla se borró durante unas horas bajo las aguas torrenciales. Comentaristas y presentadores hablaron de una posible cancelación del partido, pero, en Valledupar, la fe seguía intacta. “¡De aguaceros nosotros sabemos!”, expresó vivamente un seguidor de la tricolor en la terraza de Tierra de Cantores en la Novena. No tuvimos tiempo de aclarar si el “nosotros” era para Colombia o Valledupar. En todo caso, el ambiente seguía creciendo. Y con la confirmación de que el partido empezaría a las 5, la serenidad volvió a su estado mayor.
Los pronósticos siempre fueron optimistas. “Dos a cero con goles de Falcao”, nos dijo Irene, una joven universitaria en el Parque La Vallenata. “¡Tres a cero!”, pronosticó José Alberto, un mesero de la calle Simón Bolivar. Todos los resultados transmitían una nota de euforia aunque pocos se atrevían a apostar por un 5-0 que Colombia impuso a Argentina hace veinte años.
En el terreno, todo fue muy angustiante. Colombia jugó en los primeros instantes, se benefició de una expulsión y marcó a los pocos minutos. Toda la ciudad vitoreó las agallas de un equipo irreductible, pero en ningún momento el equipo de Ecuador se dejó someter.
“¡Esto está que arde!”, nos comentaba un motorista al detenerse en un semáforo a pocos metros de la Casa de la Cultura. Evidentemente, estaba afanado buscando un espacio donde ver el partido tranquilo.
El resto muchos lo saben. Colombia mantuvo el resultado hasta el final, sorteando las hazañas de unos ecuatorianos que volaban en el estadio barranquillero. La victoria se luchó hasta el final y hasta Dios parecía estar del lado colombiano: “¡Esto es un milagro!”, gritó Mileida en la terraza del Valleplaza cuando Ecuador falló el penalti que podía cambiarlo todo.
Después del pitido final, las celebraciones siguieron hasta las 4 de la madrugada y, salvo las imprudencias de una caravana tan loca como arrebatada, compuesta por centenares de motoristas que infundían el miedo a su paso por las calles de Valledupar, lo demás fue celebrado con mucha alegría y sobre todo mucho vallenato.
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