Ocio y sociedad
“Soy mototaxista y no soy un delincuente”
Se acerca el medio día. Sergio está sentado sobre su motocicleta prendida y estacionada en una concurrida avenida de Valledupar. Como él, hay al menos una docena de conductores en sus vehículos, que con la mano levantada le hacen señas a los transeúntes, ofreciéndoles en servicio de transporte.
“A Sabanas por favor”, le indica una joven, que se acerca y, ante su asentimiento, aborda el vehículo.
“Con gusto”, responde Sergio, mientras pone en marcha la moto azul que desde hace tres años le sirve como medio de empleo y transporte.
“Vamos a buscar la sombrita”, dice, al cambio de luces del semáforo, y empieza una especie de monólogo teniendo como audiencia a la parrillera que parece no escucharlo. “Es que esta temperatura está pesada estos días”, continúa, mientras avanza la carrera, abriéndose paso entre los carros y otras motos que a esa hora parecen multiplicarse en las calles de la ciudad que se antojan insuficientes frente al parque automotor que hay transitando.
Como si tuviera una necesidad imperiosa de desahogarse, de ser escuchado, Sergio habla de su infancia en los campos de Carmen de Bolívar, de donde él y su familia debieron salir desplazados por el conflicto armado; de su paso por varios lugares buscando adaptarse a una realidad que no era la suya, de un tiempo trabajando en el oficio de la construcción, de su fuerza que nunca desfallece y de su esperanza en un mejor estar para él y los suyos.
Algo de lo que dijo llamó la atención de su pasajera, que al llegar a otra “sombrita” rompió su silencio: “¿Y usted trabaja todo el día?... Lo considero, con este sol”.
“No. Yo ahora como a la una me voy a descansar un rato y vuelvo a salir como a las cinco. Es que uno tiene que provechar los momentos que hay pasajeros, a las doce y a las seis, para poder cuadrar el día, porque si no lo logramos a esas horas, ya no hacemos nada”. Se generó luego una conversación, en la que la pasajera mostraba interés por saber más de ese oficio que a ella le genera percepciones encontradas: de desconfianza y zozobra cada vez que conoce sobre un nuevo acto delincuencial cometido en motos, y de gratitud y solidaridad como en este momento que se encuentra con un conductor que le cuenta sus cotidianidades, sin que ella lo pregunte y más, sin que ella - inicialmente - se interese por lo que él dice.
Sergio es un joven de 28 años, alto y delgado, oriundo de El Carmen de Bolívar. Viste jeans, una camisa manga larga, una chaqueta, guantes, una gorra de tela y el casco de la moto; explica que es la indumentaria con la que puede enfrentarse al sol que lo acompaña en varias horas de labores. Es contador público graduado y tiene abundantes conocimientos sobre computación; sin embargo nunca ha ejercido estos campos. Vive en Valledupar con su esposa y dos hijos, de nueve y seis años. “La última carrera que hago ahora al medio día es ir a buscar a los pelaos al colegio”. Su hoja de vida reposa en los archivos de empresas en la ciudad, según dice, sin que hasta el momento haya contado con suerte de una oportunidad laboral, distinta a la que le ofrece su moto, las calles y el sol.
“Yo no pierdo la ilusión de poder hacer otra cosa. Le agradezco a Dios porque con esto me ha dado para sustentar a mi mujer y mis hijos, pero en este trabajo uno tiene todo en contra; nos atacan por todos lados, como si el hecho de manejar una moto lo convirtiera a uno en un delincuente. ¿Usted cree que es fácil andar sobre esta moto con este sol? La temperatura no baja de 40 grados, pero toca trabajar”. Y hace un rápido inventario con las muchas medidas que se han implementado desde la Administración Municipal con la intención de regular el mototaxismo; las cuales a su juicio han sido todas perjudiciales para él y muchos más: “Fíjese usted: Las restricciones por algunas calles, que los partes por casco y chaleco, que sólo debe conducir el propietario, que no se puede subir a nadie que no sea pariente cercano, que los sábados no se puede sacar la moto, que no se pueden hacer carreras a hombres mayores de 14 años, que no se pueden hacer carreras hasta el centro, que los retenes que están poniendo todo el tiempo y a eso súmele que cuando llega el Festival o algún otro acontecimiento, que uno podría hacer bastantes carreras, no nos permiten circular”.
Ante la retahíla, la pasajera intenta hallar una justificación para los decretos mencionados, en medidas tendientes a resolver el problema social de la inseguridad en la ciudad, así como la accidentalidad: “Es que hay muchos que andan en moto para atracar y matar”, dice, siendo casi interrumpida por su conductor: “Estoy de acuerdo con usted, amiga. Yo sé que este no es un transporte reglamentado por la ley y sobretodo que hay mucho delincuente por ahí que andan en moto, pero no todos somos matones y atracadores; no nos pueden estigmatizar a todos porque hay mucha gente honrada manejando moto porque no tienen otra opción. Pero nos meten a todos en la misma bolsa; pero los delincuentes también andan en carro, en cicla y a pie ¿O no?”.
“Bueno. Eso sí es verdad… Doble a la derecha en la esquina por favor”, dice la joven. Unos metros más adelante, Sergio detiene su vehículo, recibe dos mil pesos y agradece “por la charla”, que según asegura lo ayudan a sobrellevar las jornadas de calle y sol, con unos ingresos cada vez más exiguos. “Hace tres años uno salía a trabajar y lograba completar los cuarenta los cincuenta mil pesos al día; ahora usted no pasa de treinta mil, el día que le va bien. Tenga buena tarde amiga”, y toma la ruta hacia el colegio de sus hijos.
Lo que quedó para la joven parrillera después del viaje en la motocicleta de Sergio fueron muchas preguntas y reflexiones, en torno a la necesidad de que se tomen medidas en las ciudades para meter en cintura a la delincuencia, para dar ordenamiento a la movilidad, sin que con ello se afecte a las muchas personas que usan la motocicletas honradamente; cómo quitar el estigma a conductores como Sergio, que de manera eficiente prestan el servicio de transporte, con la ilusión de encontrar otra opción laboral; cómo ofrecer una solución eficiente de transporte a las cientos de personas que hoy se movilizan en moto, ante la deficiencia de movilidad que enfrenta la ciudad; cómo lograr que se excluyan promesas ilógicas de solución de las campañas políticas; cómo garantizar el orden público, frente a la vulnerabilidad del mismo a raíz de las dinámicas de esta problemática social de varias ciudades del país; cómo lograr que estas personas tengan una oportunidad de empleo y que los usuarios de transporte en la ciudad tengan la oportunidad de un buen servicio…
María Ruth Mosquera
@sherowiya
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