Ocio y sociedad

Aquellas buenas parrandas en San Fernando, Magdalena

Fabio Fernando Meza

18/10/2023 - 00:10

 

Aquellas buenas parrandas en San Fernando, Magdalena

 

La primera que se viene a mi mente es la de un 30 de mayo, yo era un niño y vivía con mis padres en la casa de mi abuela Rebeca. Al lado, estaba la casa de Nando Álvarez, en el frente había un bosque de almendros que regalaba una sombra deliciosa y en esa esquina se congregaba toda la crema y nata del San Fernando de los 80.

La banda de músicos de Pijiño animaba la parranda desde las buenas 8 de la mañana donde se tomaba Ron Centenario y se apostaba a las carreras de caballos que pasaba por la calle del medio, mientras que las maestras de la época arreglaban los fastos de la iglesia.

Para unos carnavales al frente de la casa del señor Elías Durán, bajo el naranjuelo estaba la parranda: Mundo Vanegas, Benicio Vergara, José Ruiz, Orlando Turizo, Antenor Benavides, Marcelino Puerta, Arnulfo Delgado, José Rafael Álvarez, Pedro Mejía, Nando Álvarez, mi papá, y el señor Elías. De pronto el señor Pedro Mejía dice: oye Benicio, ayer venía de ordeñar y llegando al “desecho” había una pila de mierda bien grande. Yo pensé, no joda, yo que seguro como más que este tipo y cuando cago y miro, es la mierda de un pajarito…Todos soltaron la carcajada, y yo ahí, en un rincón escuchando, luego alguien levantó la botella y se sirvieron una ronda de tragos. Las parrandas del Señor José Rafael terminan en su casa donde se le da por hacer cuanta morisqueta como meterse cigarrillos en las fosas nasales, cantar “El caballo Pechichón” de Alejo Durán, bailar, llorar, reír hasta que lo vence el sueño.

San Fernando en esa época era un pueblo que navegaba en la opulencia y para sus fiestas llegaban personas de los pueblos vecinos amigos o familiares de sanfernanderos quienes eran atendidos de la mejor manera y todo terminaba, por supuesto, en una buena parranda. Todo San Fernando se divertía sin importar religión ni afiliación política.

Iván Carreño siempre ha sido un buen parrandero. Sus parrandas se cuentan por días y se hace más palpable desde el 1 de diciembre día de su cumpleaños hasta el día de las velitas. A veces, en la cantina de Gustavo Méndez que quedaba a la salida del pueblo y donde muchos aprendimos a beber cervezas, Iván se quedaba dormido y era cuando Juan Carlos Ruiz Suárez, en medio de la bulla, se ponía en la tarea de contarle los pelos del bigote y por más que los contaba y los volvía a contar siempre daba la misma suma: diecisiete. Obviamente que yo nunca le he aguantado a Iván esa tarea tan exigente, yo cuando mucho le demoro media noche y eso que él me cuenta historias para que no me le duerma en el fulgor de la parranda: el año pasado para mi cumpleaños me tropecé con tu primo Donaldo y fuimos a comprar trago donde los cachacos de allá arriba frente a la plaza del cementerio. Nos pusimos a tomar los dos sentados en el pretil de la señora Dionisia y ahí nos cogió la madrugada. No joda, y cuando de pronto llega la mujer de Donaldo y comienza a insultarlo y a querer pegarle… Hubo un momento que ya no pude más, Fabio, y le dije que si ella fuera mujer mía me hubiera quitado la abarca y le hubiera dado un par de abarcazos y se hubiera ido a dormir. Donaldo se molestó. No, Iván, eso no lo hago, esa señora es como mi madre, me dijo. Yo le dije: tú sí estás jodido, Donaldo, yo conocí a tu difunta madre, cómo vas a comparar tú un vaso de leche con una cañandonga….

En esa década de los 80 cualquier noche se escuchaba una grabadora de baterías en cualquier esquina y uno sabía que eran Andrés Suárez, Nel Ruiz, Toño Helbrum, Teobaldo Oliveros, Mañe Pérez, Emiro Carreño…Una de esas noches sólo se escuchaba la canción “indecisión”, de los Betos, hasta que Nel se saturó y quiso cambiar el casete pero Toño no lo dejó y comenzó a llorar…¿Por qué se pone así, primo?, le preguntaba Nel, y en medio de la borrachera y el llanto Toño le respondió: Sahibe Yacub, que me dejó, primo, porque le fui infiel…Luego se robaron el gallo de Esther Jiménez, la esposa de Miguel Ángel Delgado, delante de ella, para hacer un sancocho y la señora Bertica Martínez Suárez tuvo que pagarlo, obviamente, luego de regañar a su tío Andrés…

Parrandear con mi tío Mello Delgado era sinónimo de carcajadas por las miles de historias que contaba para que yo no me aburriera y no me fuera a dormir: Mi mamá, sobrino, me mandó una vez para la montaña con Rosemberg, que estaba recién casado con su tía Carlina, yo era un muchacho muy tremendo y mi mamá Rebeca estaba aburrida conmigo y me mandó para allá. Nos fuimos en mula y llegamos a la finca de Rose a las 3 de la mañana y él comenzó a llamar a los trabajadores para que comenzaran a ordeñar, de pronto sale y se añingotó detrás de un matojo y desde allá seguía dando órdenes. Y yo me molesté cuando me dijo que  fuera a echar terneros y a enrejarlos y le respondí: No joda, Rose, tú por andar dando órdenes ni siquiera eres capaz de disfrutar el placer de una buena cagada…

Gracias a Dios que yo he tenido el placer de parrandear con los grandes parranderos de San Fernando: Mecho Oliveros, Rafael Jiménez Delgado, Iván y  Emiro Carreño, Ata, el médico Édgar Ruiz, Orlando Turizo, Toño García, David Ruiz, Juancho Ruiz Meza, mi hermano Manuel Joaquin, Rafael Caballero, José David Aguilar, Tomás Polanco… Con ellos hay que amarrarse bien los pantalones y es de amanecida.

Pero también hay contrastes: el señor Andrés Pérez el esposo de la señora Teolinda, parrandea dos veces al año: el 30 de mayo y el 31 de diciembre. Humbertico Chávez declama poesías de su inspiración pero sólo cuando está borracho e improvisa décimas perfectas. El “mono” Suárez  el dueño de la única cantina que por muchos años hubo en San Fernando, a un costado de la iglesia, por lo que poco tomaba tragos, pero cuando lo hacía iba y le compraba ron a la señora Amada Leiva y después de varios días y cegado por el licor iba  aponerle serenata a la señora Iris Delgado, esposa del señor Yolis.  A los pocos días iba  a pedirles disculpas muy apenado y de corazón a sus amigos los esposos, porque tenía la virtud de no acordarse de nada de lo que hacía mientras parrandeaba. Tenía el detalle de ir a la casa de las personas con quienes le decían había cometido alguna imprudencia por culpa de los tragos de más y pedir perdón.

Donde vive el señor Aquiles Yacub ahora,  antes había una caseta que se llamaba “la super bomba”. Era el sitio donde todo San Fernando iba a bailar y los papás se llevaban a las mamás y a los hijos. Pero los dueños no dejaban entrar a los hijos quienes se iban a comer raspao que vendía Roberto Suárez y Joselito a la entrada de la caseta, luego se iban a acostar en los pretiles de las casas vecinas a esperar que los padres salieran de bailar.

La primera cerveza que me tomé en la vida me la brindó Orlando Turizo Meza (q.e.p.d) en una caseta que había donde hoy vive mi amigo Yuris Álvarez y se llamaba “Casa Blanca”. No tuve nunca la oportunidad de parrandear en el “manduquito” la cantina del señor Miguel Castro en el barrio Arriba, yo era un niño y entrábamos pero a jugar “la lleva” y cuando comenzaba a llenarse nos sacaban. Pero estaba la cantina del señor Isaac, quien hasta su muerte la atendió y departía con su millón de amigos. Era allí donde Carlos Delgado Caamaño se emborrachaba él con su caballo y se ponían a bailar.

El señor José Nicomedes  Gómez es un parrandero de los de antes: poco parrandea pero cuando le entran las ganas lo hace por varios días, y cuando ya se quiere ir a recoger va donde la señora Nora, la esposa del señor Eduardito, para que ella le ponga un sobre nombre y poder irse  a dormir tranquilo y ella lo hace encantada: vete a dormir boca de burro comiendo maíz en pretil alto…

En San Fernando hay parranderos legendarios como Álvaro “pachón”, Carlos Arturo y Marquitos Palomino, el hijo de la señora Carmen Nieto. En una ocasión parrandeaba Marquitos en su carro de mil batallas pero manejaba Carlos Arturo, a quien le pidió que no fuera por ningún motivo a pasar por la casa de su mamá, pero fue lo primero que hizo Carlos. La señora Carmen Nieto usaba unas gafas grandes y oscuras y Marquitos desde la calle le gritó en medio de su borrachera antes de que ella lo regañara: ma´came, con esas gafas pareces una narcotraficante…!

Al señor Rafael Polanco (q.e.p.d.) le gustaba tomarse sus tragos y en el delirio de la parranda se dirigía a la casa del señor Leonardo Toro, hombre amable, servicial pero de baja estatura. El señor Rafael Polanco tenía un sueño que nunca se le hizo realidad: yo quiero coger al “torito”, carajo, metérmelo en el bolsillo del pantalón carajo, y dejarle las piernas afuera carajo, para cuando me pregunten carajo, Rafael Polanco qué llevas ahí carajo, yo contestar un llavero, carajo...

 “La Trilla”, nombre que se quedó en la memoria de los sanfernanderos porque fue una caseta de renombre donde muchos aprendimos a bailar, a conquistar novias, y a pagarle a la seño Bertilda por entrar a la pista donde no se podía respirar por culpa de tanta gente. También estaba “el naranjal” del señor Polo Novoa, tío de Fidel Pérez, quien me hace reír con sus exageraciones monumentales: Fabio, cuando mi tío Polo se muera voy a contratar a un cirujano para que le quite la cabeza al hijo y le ponga una de puerco…

Hubo una cantina que tenía la particularidad de estar abierta todos los días, se llamaba “No Llega”.

Recuerdo la época en que mi amigo David Ruiz Aguilera y yo sólo teníamos para comprar un par de cervezas, y antes de ponerlas en la mesa él me advertía muerto de la risa: Hablaítas, hablaítas que son para toda la noche…

 

Fabio Fernando Meza 

 

Sobre el autor

Fabio Fernando Meza

Fabio Fernando Meza

Folclor y color

Cronista colombiano originario de San Fernando (Santa Ana, Magdalena). En esta columna encontrar textos sobre la música vallenata, su historia y sus protagonistas, así como relatos cortos que han sido premiados a nivel nacional e internacional.

1 Comentarios


Gustavo Carreño Jiménez 21-10-2023 08:54 AM

Excelente recordatorio de aquellos eventos sellados para siempre en nuestra memoria: La parranda, un encuentro de integración social y de la vida cultural de los pueblos, genuino, incluyente. En ese sentido las Casetas fueron y son aún espacios de diversión, integración, unión y solidaridad. Después de la casa, la iglesia, el siguiente lugar, sin duda alguna es la caseta. En Algunas de ellas compartí, pero estoy seguro que papá, parrandeo con esos parrandero de tiro y trago largo, no lo dudo; mis hermanos Edgardo, Jairo y Juan, y mi primo Omar Carreño también se las patonearon. Finalmente, amigo Fabio, en aquellas carreras de caballo en la calle del medio, era niño entonces, tenía jinetes favoritos: Los hermanos Oliveros y el inolvidable Orlando Turizo, corría de pie, en medias, sobre la silla del caballo con una destreza y elegancia incomparables. Gracias por recordarnos aquellos tiempos inolvidables.

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