Ocio y sociedad
El pregón cansado de la alegría
A la media tarde se oye a lo lejos venir el eco: “Alegría, cocada, caballito, enyucadoooo”. Es un pregón añejo y fuerte que penetra en las casas, logrando ahuyentar en algunos la somnolencia producida por el sopor de esa hora del día y ofreciendo a otros un bocadillo redentor que les inyecta nuevos bríos para terminar sus jornadas. A medida que se acerca aquella voz, algunas personas se asoman a la puerta sosteniendo en sus manos el dinero para pagar la cuota de dulzura que con esmero se les ofrece.
Es una mujer de estatura media, delgada, adulta, con mirada penetrante y cansada. Su piel de ébano y sus pasos firmes traen a memoria duras faenas libertarias de tiempos remotos. Un trozo de textil forma el rodete que sostiene – como adherida - la ponchera grande sobre su cabeza; ahí trae manjares de diversas formas, texturas, colores: Unos de crispetas acarameladas y compactadas en una forma cilíndrica; unos dulces que dejan ver tiritas de papaya azucarada; unos trozos de lo que parece ser una torta horneada de yuca con ingredientes de alto sabor y aroma, y unas cocadas que dejan ver el coco rallado, pero también pedazos sueltos, como al azar, en caramelo de panela o de azúcar.
Levanta los brazos y descarga la ponchera para vender dos cocadas blancas y un enyucado, pero también para hacer un alto en el camino y tomar un respiro en plena jornada itinerante, tenaz, que le demanda suficiente ímpetu para mantenerse andando, después de haber andado muchos kilómetros, bajo un sol canicular, con un peso en la cabeza y la certeza de que mañana deberá hacer la misma ruta, la ruta de su vida, de la pervivencia familiar, de la eternización de los usos y costumbres de los suyos, de su esencia palenquera, su esencia negra.
Guarda los tres mil pesos en el bolsillo de un delantal blanco que le sirve de caja registradora y a la vez de guardador de bolsas, servilletas y otros utensilios de su trabajo; y se aleja, dejando tras ella la dulzura de su gastronomía artesanal y el eco de su pregón que arrastra cansancio y vida.
Es una vida rutinaria la de Francisca Torres Reyes o ‘Chica’ como la llaman sus cercanos. Bien temprano deja su lecho para ir al mercado a comprar los ingredientes de sus preparaciones, que tienen lugar en el patio de su casa en el barrio Villa Corelca de Valledupar. Han sido cerca de cuatro décadas aportando el toque de su ‘alegría’ a las tardes de cientos de clientes que la esperan porque saben que lo que ella les ofrece son exquisiteces de alta calidad.
En la plenitud de sus años, Chica abandonó su pueblo, San Basilio de Palenque, localizado en las faldas de Montes de María; se vino buscando nuevos horizontes o tal vez atraída por el recuerdo del hombre que le hacía temblar el alma. “Me vine sola. Antes vendía bollos y Alegría en Cartagena. Aquí empecé trabajando en casas de familia. Lo de los dulces vino después”.
Varios años antes, había salido de Palenque Maximiliano Herrera Tejedor (‘Maravilloso’ o ‘Mara’, como lo bautizaron sus amigos cesarenses, debido a su puño, semejante al del famoso boxeador), un trotamundos que recorrió pueblos y montañas, aterrizó en este valle y se topó con la muchacha que desde su adolescencia le convulsionaba los sentimientos. Unieron sus vidas y procrearon once hijos, a los que criaron a fuerza de trabajo; él como albañil y empleado de una empresa de servicios públicos, y ella como vendedora de dulces o ‘Palenquera’.
Aunque en su casa se escucha champeta y ellos mismos son evidencia de la herencia africana, hasta hace poco en la familia nadie hablaba la lengua palenquera, algunos miembros de las nuevas generaciones no conocían el pueblo y los que sí han estado allí no se adaptan a él, pues el contexto de su crianza fue distinto.
Bien entrada la tarde, Chica regresa a su casa, muy cansada, pero con el ama llena de satisfacción por el deber cumplido y de plenitud, esa que producen las bendiciones cuanto alcanzan a las personas, bendiciones que en su nombre proclaman cada uno de sus clientes satisfechos, a los que literalmente esta mujer les llena la vida de ‘alegría’.
María Ruth Mosquera
@Sherowiya
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