Ocio y sociedad
Oscar Muñoz y la conquista del sueño olímpico
Lo que hace es entrar a un escenario y lanzar patadas a un rival, con el objetivo de noquearlo y ganarle; teniendo muy claro que su intención no es hacerle daño al otro, sino usar mejor que él la técnica establecida por su arte marcial llamado taekwondo. Al final del encuentro, los que antes se lanzaban patadas terminan dándose la mano y abrazándose, dejando claro que no se trata de una enemistad, sino de un deporte que, en todos los casos, le apunta al bienestar físico y biológico del ser humano, a la integración social, a la construcción de paz, al goce colectivo y a la cristalización del anhelo de ser proclamado campeón.
Eso: alegría colectiva, es lo que producen las patadas de Oscar Luis Muñoz Oviedo, un joven alto, delgado, trigueño y generalmente callado, al que su talento y disciplina, sumados a la excelente orientación de personas entre las que se destacan Irma Gómez y Álvaro Vidal, lo tienen hoy en Río de Janeiro (Brasil), adonde llegó haciendo parte de una delegación de148 gladiadores que buscarán regresar a Colombia con una medalla colgada en su pecho, para regalarle momentos de júbilo a un país que lo necesita y merece.
Es una experiencia ya vivida por Oscar. Por eso su anhelo ocupa el espacio más grande de su equipaje: “Me llena mucho de orgullo poder volver a los Olímpicos y he estado trabajando fuerte para volver a dejar en alto mi deporte y el nombre de Colombia”, dijo al partir.
Sucedió hace cuatro años. El país entero lo esperó, entonando más fuerte que nunca el “Oh, gloria inmarcesible, oh júbilo inmortal”. Y no era para menos. Era la germinación del bien, por cuenta de un grupo de deportistas que regresaban victoriosos de la cita del deporte olímpico en ‘Londres 2012’. Hasta allá había viajado, imaginando cómo sería su regreso: “No me quiero ni imaginar qué pasaría si llego de Londres con una medalla”. Y eso fue justo lo que pasó: Regresó al país con una presea de bronce, el record del medallista olímpico más joven de su patria, uno de los 16 mejores del mundo en su categoría.
Entonces, hubo fiesta nacional, caravanas, reconocimientos, discurso presidencial e incentivos, todos merecidos, los cuales superaban en gran manera lo imaginado por el taekwondista. Pero los reconocimientos recién comenzaban, ya que al llegar a Valledupar, su lugar de residencia, la ciudad se desbordó para recibirlo como un héroe o como se les llama a quienes se convierten en objeto de especial admiración como él lo estaba siendo.
Aquel agosto de 2012, Oscar arribó al aeropuerto de Valledupar y encontró a una multitud que lo proclamaba; estaban sus familiares y amigos; había periodistas, autoridades municipales y departamentales, artistas que cantaron en su honor y que amenizaron el andar del río humano que en caravana lo trajo montado en el carro de bomberos hasta la plazoleta de la gobernación, donde hubo actos protocolarios en los que le sumaban incentivos económicos y mejoras para las condiciones de vivienda del campeón, que ya era más que justo y necesario.
Hoy, Oscar Muñoz está de nuevo frente al reto: “Mi meta principal en estos momentos es ser nuevamente medallista olímpico en Río. Con el favor de Dios, esta vez le estoy apuntando a la medalla de oro”, ha dicho. Y hay un deseo colectivo que les manda buena vibra a los atletas en Río, sabiéndolos a ellos, los 148 que están en Río, así como los que siempre representan al país en diversas disciplinas deportivas, seres generadores de alegrías, factores convocantes de unidad en torno a un deseo común, constructores de paz, héroes de carne y hueso.
Es Oscar un ejemplo de lo que significa la perseverancia, el resultado de fijarse una meta y avanzar sin retrocesos hacia ella. Cuando aún no caminaba, su familia se mudó de su pueblo natal (El Difícil, Magdalena) para un extremo de Valledupar, en el barrio Villa del Rosario, en el sur de la ciudad.
No fue fácil el nuevo comienzo para la familia, que entonces estaba conformada por el padre: Humberto Pompilio Muñoz, la madre: Cecilia Oviedo; cuatro hijos: Olson Humberto, Dailys Milena, Lucía Mercedes y Oscar Luis; después nacieron Rigo Humberto y Juan Pablo. Con la responsabilidad en sus hombros, el jefe del hogar emprendió la tarea de buscar el sustento diario, el cual encontró desarrollando labores de jardinería en el cementerio Jardines del Ecce Homo y como cotero en la central de abastos, tareas que aún desempeña.
Los niños entre tanto fueron creciendo demandando gastos de estudios, vestuario y alimentación, al tiempo que bailaban trompo en las calles polvorientas y elevaban cometas en el ‘paisaje sureño’ de Valledupar, arrullados por las aguas del río Guatapurí, su vecino cercano que en las noches de lluvia en la Sierra pega gritos que les arrebatan el sueño a muchos en el vecindario.
En ese entorno, Oscar –entonces de nueve años- se encontró con el deporte que se convertiría luego en el motor de sus emociones y en motivo de orgullo para todo un país. “Fue una casualidad. Yo fui con un compañero a hacer una tarea a la biblioteca (Colegio ‘Francisco Molina’) y vimos a unas personas practicando taekwondo. Me gustó porque estaban tirando patadas”. La confesión del campeón le da sustento a las palabras de su entrenador Álvaro Vidal, cuando relata que a Oscar le encantaba pelear, pero lo justifica como un instinto de supervivencia en un barrio en el que había que defenderse de otros niños.
‘Desde siempre’ le gustó el deporte de contacto, pero al conocer el taekwondo supo que ese era el suyo: “Empezando me pegaban mucho, pero yo también daba”, comenta.
Tampoco fue fácil el acceso a los entrenamientos, liderados en un comienzo por la experta Irma Gómez. A Oscar le tocaba hacer grandes travesías desde su casa en el sur hasta el Coliseo Cubierto, muy cerca del norte, a bordo de una bicicleta que había comprado gracias a esfuerzos de todos en su entorno, sobre todo de una entrenadora que pronosticaba lo que hoy es una realidad en la vida del medallista olímpico.
“Desde siempre mostró seriedad y ganas de ser el mejor en los entrenamientos. Estoy muy orgullosa de él; ese es el niño consentido de la Liga y el mío; es mi adoración porque está logrando los objetivos que yo no pude alcanzar”, dijo satisfecha Irma Gómez. Poco a poco el niño se convirtió en un adulto callado, sencillo, amable, disciplinado sin vicios y con unas ganas inmensas de salir adelante.
Sus patadas fueron abriéndole paso y su nombre empezó a escucharse en diferentes extremos de la geografía nacional en internacional. Después de ser varias veces campeón nacional, juvenil y de mayores, se ganó el cupo para ir al mundial juvenil clasificatorio a Juegos Olímpicos Juveniles de Singapur, donde logró el cuarto lugar. En el campeonato panamericano de taekwondo de Monterrey, México, ganó medalla de bronce, clasificó a los Juegos Panamericanos de Guadalajara, de donde saltó al Preolímpico, del que salió brillando para juegos Olímpicos Londres de donde se trajo una medalla de bronce.
Y no se ha detenido. Fue a Trujillo, Perú, de donde regresó con el primer puesto de los Juegos Bolivarianos; pasó a Veracruz, México, y alcanzó el tercer lugar en los Juegos Centroamericanos, posición que también logró en los campeonatos panamericanos de La Paz, Bolivia, y Aguascalientes, México; así como en el Open Internacional G1 Aguascalientes, México, y el USA Open en Reno, Estados Unidos. El Preolímpico Panamericano fue en Aguascalientes, México, donde fue segundo. De todo esto dan fe los trofeos que adornan su mesita de noche y el medio centenar de medallas que entre gorras y tarjetas cuelgan de las paredes de su cuarto.
Su cotidianidad transcurre entre prácticas, enseñanzas y uno que otro receso que aprovecha para ir a cine, jugar Paintball, compartir con su familia y amigos, montar en bicicleta o ir a los balnearios de Valledupar.
El taekwondo es su vida y es consciente de que con lo que hace inspira a muchos niños y jóvenes, como su hermano Rigo, que ven en él un ídolo, un ejemplo a seguir. Por eso trabaja duro, con responsabilidad, concentración y perseverancia como clave comprobada de éxito, aunque no siempre el objetivo se logra de entrada. “Cuando me propongo, algo lo hago, así me salga bien o mal”, enfatiza.
Es un sueño compartido, Colombia lo sigue en Río y espera que llegue el 17 de agosto cuando le corresponde el turno de competencia a su categoría (58 kg masculino); muchas plegarias se centran en Oscar y el conjunto de personas que han hecho posible que él esté ahí. “Será el resultado de un trabajo en equipo, detrás de mis triunfos se encuentran muchas personas a las que les debo lo que soy. No puedo dejar de agradecerle a mi entrenadora Irma Gómez, quien me descubrió; a mi actual entrenador Álvaro Vidal, quien no ha dejado de confiar en mis capacidades y habilidades, y al ingeniero Manuel Doria, quien también ha contribuido en mi formación personal y profesional”, dijo a través del Comité Olímpico Colombiano.
Está tranquilo, confiando en Dios, a quien considera dueño absoluto del resultado final, pues por su parte está dando lo que le corresponde y confiando en la frase en que pregona como su carta de presentación: Amat Victoria Curam (latín), que traducida al español indica que “la victoria es propicia a los que se preparan”-
María Ruth Mosquera
@Sherowiya
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