Ocio y sociedad

Una historia de vida, muertes, cantos y resiliencia

María Ruth Mosquera

26/08/2016 - 07:15

 

Ricardo Caicedo Canamejoy

Que la música, como el amor, es una medicina efectiva para sanar las heridas del alma, se ha dicho y comprobado profusamente. Abundan ejemplos de resiliencia estimulada a través de la práctica de algún arte, como en este caso, el canto y la creación musical.

Si el sufrimiento pudiera traducirse en años, Ricardo Caicedo Canamejoy sería un anciano de 32 años, testigo y protagonista de un inventario de sucesos intensos sobre la transformación de su existencia, la desintegración familiar, el sometimiento abrupto a una prueba de resistencia física y anímica y el encuentro frente a frente con una pasión salvadora: la música.

Es un joven cuyo crecimiento estuvo amenizado por el rumor de las aguas del río Patía, en Cumbitara, Nariño, al suroccidente de Colombia, y más tarde por el sonido de las ráfagas de fusil que espantaban a todos, segaban vidas, tronchaban sueños y desbarataban familias enteras, como la suya, que después de estar integrada por dos padres y 12 hermanos, hoy se reduce a él y su madre, una mujer cansada a la que se ha prometido cuidar, por amor y gratitud, hasta que la vida le alcance.

Su familia pagó como ofrenda obligatoria a la guerra la vida de tres de sus hermanos y otros parientes, que sufrieron en vida propia el desarraigo y la desventura de llegar a lo desconocido como desplazados sin techo y sin esperanzas, a merced de las ayudas, “nunca suficientes,” que en su momento les ofreció el Estado a los desplazados, que ese año -2006- en Nariño alcanzaron la cifra cercana a las doce mil personas, en 23 eventos masivos. Esto, según informe del Instituto Departamental de Salud de Nariño, basado en registros del Sistema Único de Registro de Acción Social.

Hace un par de semanas, sentado en uno de los pasillos de la Academia de Música Vallenata Andrés ‘El Turco’ Gil, en Valledupar (Cesar), Ricardo le dio lugar a los recuerdos y las lágrimas y se vio de nuevo en la vereda Miguel Nulpí (Cumbitara, Nariño) con sus padres y hermanos, cultivando caña, maíz, maní, fríjol, arroz, plátano, yuca y cacao. “En ese tiempo se hacía trueque con los otros: Yo le daba una cosa y usted me daba otra”, recuerda y añade que también la gente se rebuscaba barequiando[i] en minería artesanal. “Mi padre compró ganado y así fuimos surgiendo”.

Hacía pausas largas en sus evocaciones y guardaba silencio, dejando que se escuchara el sonido de acordeones, voces, guitarras y otros instrumentos que se fundían en el espacio de transmisión de saberes asociados al arte. Era un momento de sosiego, recreados con sonidos son gratos y sin sobresaltos. Ahí nadie le gritaba: “Corre que mataron a tu hermano”, o  “Ahí viene esa gente”. De alguna manera, aunque el dolor no ha dejado de doler, la vida ha empezado a atemperarse para él, la música ha empezado a desalojar el duelo de los rincones de su alma, a purificar los recuerdos con nuevos aprendizajes, con propósitos redentores, con un nuevo proyecto de vida en construcción; a llenar sus espacios de inspiración y cantos, con el anhelo urgente de ser el ejemplo que le diga a los suyos que sí es posible morir a tanto dolor y nacer a una vida nueva.

Fue una tarde en la que una tras otra vio las escenas que le hicieron trisas sus sueños de vida. En situación de desplazamiento, sin elementos para intercambiar con sus paisanos, debieron arreglárselas para subsistir. “Yo me levantaba a las cinco de la mañana a ayudarle a mi mamá a buscar leña, a buscar el ‘chiro’[ii]; comíamos en ese tiempo ‘chiro’ con manteca y sal, y una ollada de café para todo el día”.

Su historia es el ‘lugar común’ de miles de víctimas de esta guerra de la que el país anhela salir y que debieron acudir a su fuerza e ingenio para no morir en el desamparo, después de tener que abandonarlo todo para salvar la vida. En su caso, con su mamá vendían elementos varios en la orilla del río a quienes pasaran por ahí. “Yo estudié hasta sexto porque siempre he estado trabajando con mi mamá, ella es la que más me ha empujado a seguir adelante”.

En este punto de su relato, Ricardo contó que cuidar a su progenitora fue la última voluntad de su hermano mayor: Al regresar a casa después de sepultarlo, encontraron una carta de despedida y recomendaciones, y recitó de memoria un fragmento: “A los amigos, muchas gracias por el tiempo prestado, los que siempre estuvieron conmigo siempre los tendré en mi corazón. Cuiden a mi madre que yo solo sabré si ella come o no come; mi esposa, a la cual amo y adoro, colabórenmele a lo que más puedan, no dejen solos a mis hijos y únanse como hermanos en Cristo. Y no cobren venganza porque esto tarde o temprano puede cambiar”.

Fue en ese momento de su vida que ‘lo encontró’ un canto en el cual pudo leer su propia historia. “Los caminos de la vida no son como yo pensaba, como los imaginaba; no son como yo creía. Los caminos de la vida son muy difícil de andarlos, difícil de caminarlos, yo no encuentro la salida[iii]”. Ese día “el vallenato se me metió en las venas. Yo me reflejaba y decía eso es lo que me ha pasado, lo que estoy viviendo y decía: Algún día llegare a ser el ejemplo de mi tierra”.

Y fue hacia ese propósito al que enfocó los siguientes acontecimientos de su vida. Se fue a Bogotá y empezó a estudiar acordeón en una academia con ‘El Pollo López’, pero no hubo empatía con el instrumento, entonces probó a componer y cantar sus creaciones. Así empezó una carrera musical, que encontró un abrevadero en la academia de Andrés ‘El Turco’ Gil, a donde llegó un día buscando un lugar en el que pudiera avanzar hacia la meta que se había propuesto. “Quería mostrarle a alguien que supiera para saber si sí servía para cantante o no”. Y a ‘El Turco’ le pareció que sí tenía buenas ideas, pero que las debía mejorar”. Fueron dos años permanentes en Valledupar y una serie de regresos para pulir sus obras y beber de la savia del maestro.

Sus primeras canciones, ‘Desolación y ‘Si cantar yo pudiera’, aunque tienen como musa a una mujer,  arrastran entre líneas el sabor amargo de la guerra. Hoy cuenta con varias canciones grabadas, entre las que se ‘No me digas’, ‘Nunca vuelvas’ y ‘La vendedora de besos’. Y tiene cada vez más claro su sueño musical: “Que mis canciones se extiendan lo más lejos que se pueda; hacer saber que un cantautor de Nariño también puede hacer historia con el vallenato. Más de uno quiere ser cantante no más para llenarse los bolsillos de plata y crecerse ante las demás personas; en mí no está eso. Quiero darle una mejor vida a mi mamá, darle la mano a quien lo necesite porque me nace del corazón”.

Entre cantos y nuevos amigos, avanza hacia su futuro, pasando hoy por un duro proceso resiliente, en el que tendrá que edificar su vida sobre las cenizas aún tibias de la guerra. “Los grupos armados me desbarataron la familia completa; mejor dicho, estoy vacío. En mi corazón no sé qué habrá, hay de todo un poquito, mucha frustración; si yo me pongo a mirar hacia atrás todo lo que pasó… Como dice mi mamá: Soportar esto es muy duro”.

Ha tenido la oportunidad en ver cara a cara a sus verdugos. “Me he entrevistado con los que opacaron mu vida y me dicen que no sabían que yo cantaba. Me han dicho que si pudieran me apoyarían; entonces con la música les estoy demostrando a ellos que lo que hicieron estuvo mal y que con la música tengo la razón. Con la música me siento más en paz, más tranquilo”.

-¿Sientes paz en tu alma?

-“Bueno, la paz la encuentro con la música”

-¿Y el perdón?

-“El que perdona es Dios, pero más que todo es un ejemplo que él nos deja en su escritura: Que la venganza nunca es buena, que eso lo que va a traer es más muerte”.

Es por eso que en una visión prospectiva, se ve montando una academia musical en su pueblo, para enseñar lo que a él le enseñaron y “llenarme de perdón con la música, porque hay que dar alegría. No más tristezas. Esa es mi responsabilidad”.

¡Buen viento y buena mar!

 

María Ruth Mosquera

@Sherowiya



[i] Barequeo hace referencia al lavado de arenas por medios manuales sin ninguna ayuda de maquinaria o medios mecánicos y con el objeto de separar y recoger metales preciosos contenidos en dichas arenas. 

[ii] ‘Chiro’ se le denomina a una variedad de banano con un tamaño entre de 8 y 10 centímetros.

[iii] Canción Los caminos de la vida, de la autoría de Omar Geles, grabada inicialmente por la agrupación vallenata Los Diablitos, y con varias versiones en diversos géneros.

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