Ocio y sociedad

Fabio, un Zuleta con el don de la oralidad

María Ruth Mosquera

21/10/2016 - 09:15

 

Fabio Zuleta / Foto: María Ruth Mosquera

Sus habilidades no las despliega sobre los botones de un acordeón o a través de los prodigios de su garganta, como ha sido la constante en su progenie, en cuyo genograma hay puntos que dan cuenta de una sangre musical: su bisabuelo Job, su abuelo Cristóbal, su papá Emiliano, sus hermanos Emilianito, Poncho, Mario, Héctor y Efraín, su hijo Iván y muchos otros miembros de la Dinastía Zuleta. Sí abrió las puertas para que brotara su destreza para la creación poética que es inherente a su linaje y la cristalizó en canciones que van quedando como evidencia de ello, sin que sea esta su marca distintiva; porque lo suyo, su don, es la oralidad, la versatilidad para narrar  o “echar cuentos” como él simplifica su arte.

¿Cómo sucedió esto? ¿Por qué Fabio Zuleta Díaz no se hizo músico como sí lo hicieron sus hermanos? ¿De dónde heredó la pericia para narrar cuentos? Para responder estos interrogantes es menester hacer un viaje en el tiempo y llegar a la mitad del siglo pasado, el Cerro Pintao en Villanueva, para emprender el recorrido por la vida de este hombre, cuyo nombre está asociado al humor, a carcajadas, a la pervivencia de la tradición, del relato oral, y también a parrandas, a emprendimiento, errores, arrepentimientos y nuevos nacimientos.

Yo nací el ocho de julio de 1950, era martes, a las 5:30 de la mañana, en el barrio San Luis de Villanueva, en La Guajira. Me dijo mi mama que cuando nací canto un gallo giro, que era gago y por eso yo soy un poco ‘gagón’ a veces”. Las usanzas de la época establecían que cumplida la dieta de maternidad, a los cuarenta días de nacido el niño, era llevado para la finca en la Sierra, a once horas en mula desde el casco urbano. “Allá estaba Emilianito, María y Poncho, que ya habían nacido y llegué yo, que soy el cuarto de los ocho”.

La psicología explica los procesos de desarrollo afectivo de los niños, planteando que éstos nacen con una gran capacidad de aprender, buscar estímulos sociales y vínculos afectivos, como el apego (a personas, objetos…)[1] lo cual termina influenciando sus conductas, representaciones mentales y sentimientos. “Los niños en la Sierra hasta los cinco años lo que hacíamos era jugar en el patio. Papá sembraba café, plátano, malanga, arracacha, piña, verduras... A partir de los cinco años comenzábamos a trabajar. Nos íbamos con papa pa’ la rosa, el cogía café y nosotros recogíamos los granos que se caían; si estaba socolando, nos daba un machetico y ahí le cogimos nosotros ese amor al monte. La vida de la Sierra nos marcó mucho”. Esas marcas de las que habla Fabio se ven hoy, 65 años después, en la casa finca a la que ha ido a refugiarse del bullicio de la ciudad, donde se ha esmerado por replicar el entorno de su niñez: un fogón de leña de brasil, unas doscientas gallinas en el patio, cerdos, chivos, pavos, perros, guindas de plátano y guineo maduro traídos de la sierra y café siempre listo para ser bebido.

Permanecían en la zona rural, bajando los fines de semana para las fiestas de La Candelaria o Santo Tomás, para Navidad y Año Nuevo o hasta cumplidos los diez años cuando los bajaban para que estudiaran en la escuela. La llegada de los Zuleta al pueblo era un acontecimiento especial para vecinos y amigos. “Éramos ansiosos cuando llegaba el sábado porque traían vitualla de la sierra; uno se iba para allá cuando ellos bajaban”, recuerda el compositor Alberto ‘Beto’ Murgas[2], amigo de la familia Zuleta, quien se deleitaba comiendo guineo y naranja serranos. Describe Murgas que los muchachos eran campesinos serranos, malangueros, cuyos juegos de barriada eran la bola, la libertad, esconde la piedra, boliche, trompo y, por supuesto, la música. Y explica que la inclinación de Fabio hacia los cuentos se debió tal vez a que “estuvo más cerca de viejo Emiliano... Era el muchacho abispao desde niño. Él que no le captó a Emiliano el canto ni ser músico de acordeón; lo que le encantaba eran los cuentos que él echaba; parece que se sentaba al lado del viejo y veía, que eso de narrar también era algo valioso y de ahí que él desarrolló eso”, sostiene Murgas.

Era el barrio San Luis una cantera de músicos y, por ende, las parrandas y sonidos de acordeón y versos se convirtieron en insumos para que los muchachos fueran enriqueciendo su capital simbólico. Los adultos se reunían en parrandas, tocaban acordeón, echaban cuentos y bebían ron. Los muchachos, aunque no se les permitía participar activamente, sí se nutrían de todo lo que veían y oían.En cuanto a los hermanos, ya Emilianito tenía alborotada la pasión por el acordeón y buscaba los medios para acariciarlo a escondidas de sus padres. Yo no tenía definido nada. Nunca me llamó la atención el acordeón, ni otros instrumentos, sí el don del humor”, revela Fabio Zuleta. Y fue ese don del humor lo que bebió de las grandes parrandas, pero sobretodo de la cercanía permanente con su papá, un contador de cuentos. Le absorbía cada relato.

De su padre aprendió también a fumar; lo hizo a muy temprana edad, así como las parrandas, en las que dice haberse iniciado cuando apenas tenía trece años. “Es que nosotros nacimos en un hogar de músicos. Cuando abríamos los ojos lo primero que escuchábamos era un acordeón. Imagínate, en el San Luis de Villanueva. Comenzamos esas vidas muy jóvenes. Empecé a fumar  como de diez años en la Sierra y eso era normal. Papá fue un gran fumador de tabaco; había un fogón de leña en el suelo y mi papá me llamaba: Fabio, vení acá hijo, andá prendeme este tabaco; y uno agarraba el tizón y lo prendía y ahí le daba un chupón. Así inicié yo a fumar tabaco. Ya a los quince años comencé a fumar cigarrillos pielroja sin filtro, que era el que se fumaba en los montes y comencé a beber, de edad de 13 - 14 años hasta hace dos años”.

Fabio no tiene muy precisa la fecha en la que comenzó a narrar cuentos en público, aunque bromea diciendo: Yo creo que comencé cuando estaba mamando, creo que soltaba la teta y echaba un cuento”y se ríe, pero retomando el asunto, a su mente llegan imágenes suyas a los cinco año, rodeado por los vecinitos del San Luis y él repitiendo los cuentos que le aprendía a su papá. “Yo soy como él, desde niño, en la sierra era escuchándolo, sabes que la mente de un niño es un casete en blanco y a mí se me fue llenando de humor ese casete. Mi papa fue un gran narrador de cuentos, además de acordeonero, compositor, verseador, era un gran narrador de anécdotas y eso es lo que yo soy; Yo no soy contador de chistes, soy un narrador de anécdotas, eso hacía mi papa y eso soy yo”.  Eran entonces anécdotas que contaba por hobby, enriquecidas con los aportes propios, que fue perfeccionando a medida que pasaban los años y lo inspiraban las cotidianidades de su entorno, los acontecimientos sociales, sus primeras inquietudes amorosas.

Para entonces, a sus 18 años, se inspiró y compuso una canción que bien podría ser entendida como un impulso de Fabio para reivindicar su lugar en la familia; que pese a no tocar acordeón, a no ser compositor, no ser popular ni estar estudiando en bachillerato por fuera del pueblo, era tan hijo de Emiliano Zuleta Baquero y Carmen Díaz como lo eran Emilianito y Poncho: “Hacía mucho tiempo quería componer un son / para demostrarle a Poncho que yo también componía / y esto lo hago con todo mi corazón / porque también soy hijo de la vieja Carmen Díaz… No soy popular porque no toco acordeón / no soy compositor, no soy universitario / pero no me aflijo porque no tenga ese don / me siento orgullecido soy un hombre de trabajo”[3].

Fue un hombre enamorado, lo confiesa, aunque aclara que en la época de las primeras novias era muy inocente. “Era una vida muy sana, uno tenía 15 años y uno criado en la sierra era muy ingenuo”. Se enamoró solo de una niña, cuya mamá tenía una tienda y él debía inventar comprando cosas, lo que fuera, así no lo necesitara, para poder verla. Pero más temprano que tarde se liberaron sus aptitudes para cortejar y la alforja de sus amores comenzó a llenarse. Conoció a una jovencita, Denia Barros, de quien se enamoró hasta los huesos y se la llevó al altar para jurarle amor eterno frente a un cura. Tenía sólo 20 años cuando se casó, sin que la nueva condición de hombre de hogar lograra ponerle freno al conquistador que lo habitaba. “Fui bastante enamorado. Tengo once hijos con ocho mujeres diferentes. Ñeña es mi esposa y con ella tuve a Fabián, Iván y Fabiola, pero tuve ocho hijos más”. Son retoños con edades mezcladas o como él lo afirma con la dosis de humor que lo caracteriza: “Son menores y mayores. Son ahí revueltos, estando con Ñeña iba haciendo otros”, y trae a colación su respuesta un día que le preguntaron ¿Por qué con tantas mujeres? y a él se le ocurrió decir: “para no sufrieran todos cuando se les muriera la mamá. Si los hubiera tenido con la misma mujer, al morir ella, serían los ocho llorando, en cambio así van llorando de a uno”.

De esos amores extra matrimonio fueron quedando vestigios en forma de canciones de amor, como La Montañita. “En el año 74, Poncho compró una finca -Santa Elena - adelantico de Pueblo Nuevo, entre Bosconia, Cesar, y El Banco, Magdalena. Estaba en la carretera y frente a la casa había una montaña virgen como de diez hectáreas. Había un caserío cerca de nombre Rabo Pelao y yo tenía una novia de ahí, y allá frente a la casa donde yo vivía con Ñeña, mi esposa, había un manantial y la muchacha de Rabo Pelao, como no podíamos vernos porque la mamá la celaba mucho, se iba para el manantial a lavar, y yo le caía allá; a veces nos encontrábamos en la tardecita o en la mañanita”. Fue por eso que cantó: “Hay una montañita que me trae gratos recuerdos / tiene un amos sincero que por nada se marchita / y a las seis de la tarde llego yo / en busca de una cura pa mis males / hay borracha montañita pa’ quererla yo borracha montañita de gustarme... Y a veces nos vemos en la mañanita / porque hay tarde que no podemos vernos…”[4]. La misma musa y la misma montaña lo inspiraron para componer también Sol y Luna: “El sol se oculta por detrás de la montaña deseando acariciar tu piel / de igual manera tu recibes las mañanas deseosa de ver el sol también / el fuego ardiente de un sol rebelde, que a veces duerme, cuando le llueve, posado en ti surcando los cielos / y a mí me quema ese fuego ardiente, que me enloquece, perennemente cuando me miran tus ojos negros[5]. Son más de veinte canciones grabadas que tiene Fabio Zuleta, quien anuncia que está haciendo una canción para Dios.

Canciones que lo conectan con la condición de trovadores de su dinastía, pero él se dedicó a lo suyo, a hacer reír a la gente, aunque hace sólo 24 años descubrió que era posible obtener ganancias por ese talento dado por Dios, recibir una contraprestación por el servicio de recreación que brinda a la sociedad, a través de sus cuentos. “Mi hermano Héctor cumplía un año de muerto y yo fui al programa de Julio De la Rosa, en La Voz del Cañaguate, para hacerle un homenaje. Julio, conocedor de mis cuentos, me pidió que cotara uno y luego otro y otro”. Lo que siguió fue que Fabio se vinculó al programa, de modo que empezó a despertar a la audiencia con risas. Fueros sus primeros seis meses en radio. Luego de ese tiempo, comenzó su etapa independiente y se oficializó como echador de cuentos; reconoce que con muchos de esos cuentos traspasó la cerca de lo políticamente correcto y terminaron subidos de tono, pero todos esos eran ingredientes que completaban su repertorio y agradaba a su siempre creciente audiencia.

La pregunta que muchos se hacen es ¿cómo un contador de cuentos se logra mantenerse vigente y posicionado en primeros lugares por un cuarto de siglo? Para Fabio es sencillo, pues todo responde a un don y los dones de Dios son inagotables. Entonces se nutre de todo lo que le rodea. “Un cuento se arma hasta de ver volar una mosca. Juega la creatividad que tenemos los narradores de cuentos. Uno se surte mucho de la gente. Esto nace, como los pases en el caso de los acordeoneros y los versos para los poetas y compositores. Creo que escritos debo tener como 20 mil cuentos y me pongo a pensar el día que yo no eche cuento debo estar muerto. No me imagino vivo sin contar cuentos”. Es tal la relación de este hombre con las risas que suele suceder que no se lo toman en serio, dado que en medio de una conversación formal, por ejemplo de negocios, introduce algún vocablo distinto, muy suyo y sus interlocutores no pueden hacer más que soltar carcajadas. “Soy un hombre que Dios me mandó una gracia, un talento en el humor y, sin ser jactancioso, soy el único hombre en Colombia que tiene ocho horas de humor en radio, son ocho horas de alegría, y hoy lo pruebo con encuestas que soy el primer lugar de sintonía en la radio vallenata, y si mañana es Pedro o Juan, amén. ¿Por qué?, porque no tengo competencia, yo no soy locutor, no soy periodista, no soy historiador, no soy sino un hombre criollo que viene de la sierra de Villanueva con un hablao que ni mis hermanos lo tienen”.

Una vida mudable, cambiante; un trasegar constante entre risas, logros, fracasos y resiliencia. Pese a la gracia del humor, a las risas que representa, Fabio Zuleta Díaz ha debido atravesar tramos tenebrosos en el camino de su vida que le han significado sudor y lágrimas y que hoy se han convertido en testimonios que según cuenta hacen parte de una vida pasada. “Yo comencé a trabajar muy joven, me casé de 20 años y ahí comencé a trabajar. Hice de todo: Fui narcotraficante, tuve muchos triunfos y fracasos, tuve tienda, casa de empeño, cantina, inmobiliaria, consultorio médico… Yo fui siete veces rico y siete veces limpio. Yo hacía negocios y el demonio acababa con lo que hacía. Hoy mis negocios son la comercialización de mi libro y voy a tener mucha plata, pero dada de Dios, plata manejada por Dios porque no es ‘malavenida’ como la que me ganada la mayoría de las veces. Hoy que analizo mi vida, mi vida de desorden, y es que yo cuando no estaba borracho, estaba enguayabado o pendiente de beber. Era un mundo feo”.

En agosto de 2014 tuvo su última incursión en ese “mundo feo” del que habla y con el que reconoce haber causado mucho dolor a su mujer y sus hijos. El lunes 29 del mes, a las nueve de la mañana, Fabio arribó a su casa, borracho en extremo. “Yo tenía tres días de estar bebiendo, con mujeres, vicio y todo”. Atravesó la sala –ante la mirada triste y desesperanzada de Ñeña-  subió a la habitación en el tercer piso y se acostó a dormir un sueño profundo que duró hasta las tres de la tarde. Cuando despertó, protagonizó un episodio del que no ha podido ofrecer una explicación distinta a que fue un milagro de Dios. “Desperté y dije: ¡No bebo más nunca! No fue que lo medité, ni lo planeé; simplemente abrí los ojos y los expresé. Bajé al primer piso y ahí estaba mi esposa Ñeña en una mecedora, triste y preocupada. Yo me le acerqué y le dije: Ñeña, te voy a  decir algo que en 45 años de casados nunca te lo he dicho: A partir de este momento no bebo más nunca. Soy un hombre nuevo, en el camino del Señor. Si me queréi creé, creemelo; si no, deja que Dios y el tiempo sean los que hablen. Ella se puso a llorar y me dijo: Ojalá Fabio, ojalá”.

¡Y no ha bebido más!

Han pasado 25 meses de sobriedad en la vida de este hombre, para el cual ha sido una realidad el nuevo nacimiento del que habla en la Biblia, que él refuerza con un versículo: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas[6]. Ahora Fabio habla de un antes y un después, transformación que se dio literalmente en un abrir y cerrar de ojos. “Yo estaba bastante avanzado, yo iba como en un tobogán directo al hueco. Ahora estoy en una transformación: De la vida de Fabio con el demonio, a mi vida en las manos de Cristo. Es la hora y no me canso de preguntarle a Dios qué pasó conmigo. Este es un milagro. Yo dure cincuenta años en esa vida de parranda, de mujeres, de vicio, de drogas, y nunca cruzó por mi mente retirarme de eso; yo pensaba que esa vida era el gozo y estaba equivocado”.

En esta nueva vida, Fabio sacó a flote una nueva característica: ña de escritor y publicó el libro ‘Cuentos costumbristas’, que contienen unos cinco mil cuentos, acompañado de un disco compacto con narración de 14 de éstos y el testimonio de su transformación. Emprendió el que asegura será su último negocio: Cumplir el mandato de divino. “Dios me encomendó una misión y fue que le contara al mundo lo que yo hice en cincuenta años de vida desordenada; yo tengo la autoridad para decírselo a cualquier persona porque yo soy el testimonio vivo de que Dios puede cambiar la vida de una persona. Conmigo lo hizo, soy una nueva criatura. Ya son 25 meses y cada vez le cojo más fastidio a las cosas que vivía el Fabio del pasado”.

Para cumplir ese “mandato”, Fabio continúa con su arte de contar cuentos en ocho horas de radio que tiene en varias emisoras y un canal de televisión, pues dice que “Dios cambió mi corazón, mas no ha cambiado mi personalidad; sigo siendo el mismo Fabio criollo, sencillo, narrador de cuentos, humanitario”. Poco a poco ha ido ‘decolorando’ aquellos que eran subidos de tono y ha seguido con su proceso creativo, el cual sale a flote en diversas iglesias a las que ahora es invitado para contar su testimonio, llevando a la feligresía a vivir una experiencia de saltos constantes entre el llanto y la risa, debido a su estilo único. “Es que una cosa es hablar de cualquier testimonio impostando la voz y poniéndola así ceremonial y otra cosa es llegar diciendo: Vea, yo era una tusa, yo fui tremendo… y terminar con un chiste. Cuando doy el testimonio la gente llora, pero luego empato con un chiste y entonces no hacen sino reír y llorar”. Ahora se cuenta como uno de los tres cristianos que, entre más de 47 millones de colombianos, dan su testimonio con humor. Los otros dos son José Ordóñez y Don Jediondo. “Y no es por nada porque yo no más le chupo media hoy es a Dios”.

La nueva criatura que asegura ser se ha apartado también del bullicio urbano. Ha comprado una casa finca en las afueras de la ciudad y la ha dotado de elementos que recrean el entorno rural de su infancia. Tiene un cuarto especial, adornado con cortinas blancas, una mesa grande en el centro y un equipo que siempre está sonando música cristiana. “Acá paso mi vida. El 90 por ciento de mis relaciones ahora son con cristianos y jamás he vuelto a pisar una caseta de una parranda, sólo sigo con mi testimonio y mi humor costumbrista”. Han aumentado las contrataciones para presentar su testimonio y sus cuentos y ahora es pedido en todo el país, así como Miami, Costa Rica, Panamá y México.

Mira en retrospectiva su vida y afianza su paz actual, aunque si pudiera regresar el tiempo, haría una corrección puntual: Haber perdido la credibilidad de la gente. “Cuando un hombre pierde la credibilidad se acabó todo y yo la perdí por ignorancia, por desordenado, por bruto, por tantas cosas… Hoy soy un hombre serio. No le debo a nadie”. El mismo Dios que lo transformó se ha encargado de conjurar de su organismo la adicción a las cosas del mundo; su cuerpo no le pide nada de su vida anterior. “Cuando las cosas las haces en el poder de Dios es muy fácil hacerlo, para Dios nada es imposible. Yo no pensé nunca dejar el cigarrillo, el trago, el vicio y mira. Es que yo no me aparté, fue Dios quien me apartó porque tiene el propósito. Él me dijo Vaya a decirle el mundo que lo que usted hizo estuvo mal”.

Es un hombre feliz, su creatividad está tersa y lozana, los cuentos brotan de su mente como las cascadas que vio en su niñez, allá en el Cerro Pintao de Villanueva; a su casa ha entrado a habitar la paz y están haciendo preparativos con Ñeña para volverse a casar, después de 45 años del primer matrimonio; ella lo acompaña a la iglesia y sus hijos han descansado al verlos juntos y en armonía. Se declara orgulloso de ser lo que es: un Zuleta con el don de la oralidad; rama de un árbol que echó frutos de diversa índole, todos nutritivos para la cultura de su región, del mundo: “Los Zuleta somos una familia bendecida. Somos música, acordeón, verso, canto y cuento”.

 

María Ruth Mosquera

@sherowiya



[1] MJ Ortiz, MJ Fuentes, F López… - Desarrollo psicológico, 1999 - blocs.xtec.cat. 

[2] Alberto Beto Murgas Peñaloza, destacado compositor, acordeonero, profesional en saneamiento ambiental. Nacido en el barrio San Luis de Villanueva, La Guajira, contemporáneo y compañero de juventud de los Hermanos Zuleta. Creó en su casa de Valledupar, El Museo del Acordeón.

[3] Título de la canción: ‘Mi Orgullo’, grabado en 1975 por Rafael Orozco y Emilio Oviedo en el disco de larga duración ‘Adelante’.

[4] Grabado en 1997 por Diomedes Díaz y Elberto ‘El Debe’ López, en el disco de larga duración ‘De Frente’.

[5] Grabado en 1987 por Diomedes Díaz y Juancho Rois en el long play La Locura

[6] Segunda de Corintios 2:17.

 

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