Ocio y sociedad
Rita Lúquez, la ‘matrona’ del dulce vallenato
Una minúscula figura femenina se pasea por cada una de las cincuenta mesas que conforman la Feria del Dulce que se exhibe frente a la plaza Alfonso López de Valledupar durante los días de semana santa.
En cada trayecto, la mujer de piel oscura, sonrisa amable y hablar fluido y frentero, verifica que todo marche en orden: que los dulces se muestren adecuadamente, que los visitantes se vayan contentos, que la electricidad funcione, que los productos se vendan y, especialmente, que las mujeres que los ofrecen, estén motivadas y cómodas desarrollando la actividad en la que ella les indujo.
Su nombre es Rita Mercedes Lúquez Nieves, una vallenata raizal nacida en las entrañas del barrio Cañaguate, alma y vida de la ‘Fundación La Matrona y sus mujeres artesanas’, una entidad privada sin ánimo de lucro que a punta de dulces ha contribuido a que muchas familias vallenatas encabezadas por mujeres, salgan adelante con el bello arte de endulzar no solo la Semana Santa, sino los corazones de cada persona que los lleva a su boca. En esa tarea llevan 20 años.
El vínculo de “La matrona” -como esas mismas mujeres la apodaron- con la cocina se empezó a tejer desde hace más de medio siglo cuando ni siquiera superaba los 15 años de edad. Le encantaba ver cocinar a su abuela Juana Nieves Fuentes; quien residía en el barrio Obrero y en su casa tenía un gran patio en el que sembraba plátano, coco, guineo, papaya, grosella, y otras frutas más, que luego doña Juana transformaba en deliciosos dulces para compartir con sus vecinos porque anteriormente no se vendían.
Al momento que doña Juana se disponía a la labor de hacer los dulces, los ojos de su pequeña nieta se posaban sobre ella, tratando de saciar la curiosidad que la invadía y apropiándose de la manera en que los producía para décadas más tarde, conservar la práctica, potenciarla y compartirla con decenas de mujeres artesanas. “Quítate de ahí porque te quemas”, eran las palabras que siempre gritaba la abuela y que Rita hoy recuerda entre risas y nostalgia.
En su vida también apareció Elena María Ochoa, una señora conocida en la época por hacer y vender queques, almojábanas, enyucados y panelitas; a ella, Rita también se le “pegaba” para que le regalara pequeñas porciones de masa, en algunas ocasiones, cuando se la negaba, la niña se la robaba. Cuando su pilatuna era descubierta, la vieja Elena le halaba la oreja y le vociferaba una expresión similar a la que le lanzaba frecuentemente su abuela.
Distinguida por una increíble capacidad para organizar y organizarse, desde muy temprano supo que quería formar una hermosa familia y emprender un proceso de formación continua. A los 12 años hizo el primer curso de modistería, oficio que ejerció durante 12 años pero se convenció que quería pasar su vida en una cocina, en un proceso creativo que al día de hoy lleva exactamente 53 años porque desde su quehacer también aporta valores culturales a la región, enriqueciendo su patrimonio gastronómico.
Y fue así que con 13 años de edad, se propuso aprender a cocinar y lo hizo. Cumplidos los 18 y recién graduada del colegio, se casó y con el matrimonio, inevitablemente llegaron los hijos, siete en total: dos del primer matrimonio y cinco más con su actual esposo; un gran señor que ha sido sostén y apoyo importante para la consecución de los logros que ha querido alcanzar.
La constancia ha sido su bendición y El Servicio Nacional de Aprendizaje (SENA) su gran plataforma, puesto que en esa institución realizó todos los cursos que le fueron posible hacer: mercadeo, ventas, manipulación de alimentos, cocina, repostería, embutidos, lácteos, panadería, salsamentaría, etc. Luego, por medio de un concurso, el Sena solicitaba una persona para cubrir una vacante para instructora de dulces, Rita ganó el concurso y ya tiene más de 15 años laborando allí.
En la primera administración de Elías Ochoa Daza entró a trabajar en la Alcaldía Municipal en el año 1996. Era instructora de las adolescentes embarazadas les dictaba cursos de cocina, manualidades, cinta, bordado, calados, zapatería y otros más. En total, Rita asegura que dicta 36 cursos diferentes.
Un día antes de la Semana Santa del año 1996, bordó a Ochoa Daza para solicitarle permiso de colocar una venta de dulces frente al palacio municipal. Empezó con dos mesas de dulces y la ayuda de sus hijas, una yerna y unas vecinas. En total fueron ocho personas las que vendieron en su totalidad, la variedad de manjares preparados por Rita. Al año siguiente, las ventas crecieron y el número de mesas también, ya no eran ocho sino quince mujeres cabezas de hogar vendiendo los dulces en más de 15 mesas, laborando dignamente.
“Se terminaba la Semana Santa y después de pagar todo, repartíamos las utilidades y cada una se llevaba su plata para la casa; así estuvimos durante ocho años. Los dulces se hacían en mi casa, después se fue creciendo mucho y ya no cabían en mi casa, entonces, les dije que cada una hiciera los dulces en su casa. Así se fue organizando la cosa, y así fue que nació la Fundación La Matrona y sus mujeres artesanas’, ellas mismas colocaron el nombre a la fundación”, dice Rita Mercedes.
Al igual que los hacía su abuela Juana Nieves Fuentes en la década del 60, los dulces de la ‘Fundación La matrona’ se empezaron haciendo en fogón de leña y con paleta pero por la cantidad de pedidos que les solicitan en Valledupar y de otras ciudades de la Costa como Barranquilla, Cartagena, Montería e incluso de países como Venezuela, parte de la producción ahora se hace en estufa a gas pero conservando el proceso artesanal en su elaboración.
Mientras unas mujeres se encargan de hacer los dulces en sus casas, otras los venden en los puntos distribuidos por la ciudad y poblaciones cercanas como Valencia de Jesús. Aunque es la Semana Santa, el punto más álgido para la venta de dulce, durante el resto del año, Rita y sus mujeres artesanas también elaboran una buena cantidad de dulces que son vendidos para los diferentes eventos sociales. Comenta Rita que en una sola familia puede haber hasta seis personas productoras de dulces, convirtiendo a esta fundación y a la tradición dulcera de la ciudad en un destacable emprendimiento.
“La tradición de hacer dulces en la casa se perdió, ya la gente no hace dulces ni para Semana Santa sino que viene aquí a comprarlos. Hay personas que me encargan por kilos o por refractarias para repartirlos a sus familias e invitados. Aquí se los tenemos en el sabor y la cantidad que ellos quieran. Los dulces ya son reconocidos en otras ciudades y países”, dice.
Después de ocho años de fervorosas suplicas por la mejora de las ventas, Santo Ecce Homo les hizo el milagro, el lunes santo, día de exaltación al patrono de Valledupar, vendieron todo. Después de la misa y procesión por el Centro Histórico de la ciudad, feligreses locales y visitantes, se volcaron a las carpas dispuestas alrededor de la plaza para adquirir el dulce de sus preferencias.
Como en Semana Santa después de 20 años, la diversidad de sabores es alucinante: coco y leche (en diferentes presentaciones y combinaciones), plátano verde, grosella, yuca, corozo, papaya, toronja, maduro, mongo mongo, guandú, mango, piña, kiwi, mora, fresa, cereza, arracacha, café, hicaco, ñame, tamarindo, ciruela, mamón, en fin, son al menos 50 variedades de dulces que se encuentran por estos días frente a la plaza Alfonso López.
A sus 65 años todavía hay ‘Matrona’ para rato, se siente con las fuerzas, las ganas y el liderazgo intacto para mantener la tradición dulcera de Valledupar. Como buena matrona, no solo ha vigilado la evolución de sus artesanas en la conservación de la tradición dulcera y gastronómica de la región, también ha cuidado de ellas y les ha inculcado paciencia, valor y el respeto por el oficio que le ha dado todo “Voy a trabajar hasta que Dios me tenga acá. Voy a mantener mi fundación hasta que Dios quiera”.
Samny Sarabia
@SarabiaSamny
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