Ocio y sociedad
Dentistas y sacamuelas
Sin lugar a dudas, en este mundo mágico del Caribe colombiano, muchos personajes de nuestros pueblos han jugado un papel protagónico en su historia, su cotidianidad y su cultura. Estos personajes han asumido diferentes roles en la vida de sus localidades, pues su quehacer les ha conferido una importancia ante el resto de la comunidad; hay unos que me llaman la atención, son aquellos que han logrado granjearse el cariño y la consideración de los pobladores, porque eran los únicos capaces de aliviar uno de los dolores más intensos: el dolor de muelas.
Su importancia a los ojos del pueblo era tal, que lograron manejar la opinión política de sus localidades, y se rodearon de amigos que los convirtieron en padrinos de sus hijos, y por tanto llegaron a figurar como compadres de casi todo el pueblo. Con razón, nuestro nobel Gabriel García Márquez le dio vida en su mundo imaginario a Don Aurelio Escovar, ese dentista inolvidable, sacado sin duda del mundo real de la Costa Caribe colombiana. Gabo dotó a este personaje de una vitalidad y dignidad envidiable, partiendo desde su meticulosidad profesional al esterilizar sus instrumentos, hasta la responsabilidad histórica con su pueblo en esa época de dictaduras y violencias; la fuerza y vitalidad de este personaje de ficción, es tal que se atreve a vengar simbólicamente, por lo menos, veinte muertos de esa violencia política de los años cincuenta, extrayéndole sin anestesia, una muela con absceso al militar que ostentaba el cargo de alcalde del pueblo, en ese cuento magistral titulado “Un día de éstos” del libro de cuentos “Los funerales de la mamá grande”, publicado en 1962.
En cada uno de nuestros pueblos hubo y hay personajes que desempeñan este oficio. Permítanme hacer una evocación de los de mi pueblo: En sus 475 años de existencia, por supuesto que tuvo que haber decenas de sacamuelas, pero el rastreo que acabo de hacer, hurgando en la memoria de nuestros mayores, comienza con un señor de nombre Raúl del Valle, al que sus padres mandaron estudiar a Bogotá, recibiendo el grado de dentista en el Colegio Mayor de Bacteriología, terminado sus estudios, regresó a nuestro pueblo donde desempeñó su profesión hasta avanzada edad.
Es de grata recordación -para nuestros mayores- un sacamuelas distinguido, de vestir elegante, emprendedor y culto, que montó su consultorio en una casona del centro del pueblo y de inmediato frecuentó el reducido círculo social conformado por el médico, el boticario, los comerciantes y ganaderos, que mandaban la parada por esa época. Amaranto –nadie recuerda el apellido de este dentista– combinaba su oficio de sacamuelas con otras aficiones, en el patio de su consultorio tenía tendida una cuerda de la cual colgaban por su cuello una cantidad de botellas del mismo tamaño, con agua tinturada de anilina, cada una con un poco menos de líquido en un escalonamiento que iba desde el llenado completo hasta la botella vacía, cada una de ellas con el líquido de un color distinto en un iris agradable al ojo del espectador; era una marimba que él tocaba con una vara en forma magistral, sacando melodías que arrancaban el aplauso de los espectadores.
Amaranto fue el que por primera vez montó una emisora en Tamalameque con una programación cultural agradable, donde sobresalía el Trío de Los Hermanos Pantoja tocando boleros de antaño y la música de Bovea. También amenizaba la programación con una especie de cuenta chistes, un ciego irreverente y graciosos llamado Salvador Pantoja, que remedaba al tío Perfecto Ávila, y todas las noches divertía a la audiencia con una especie de Stand comedy donde contaba una serie de chistes y anécdotas, siempre del mismo personaje. Amaranto, en su visión de personaje distinguido y de formación filantrópica, fundó con bombos y platillos El Club Rotario de Tamalameque, el cual funcionó hasta su partida, ya que los miembros locales no tuvieron ni el liderazgo ni el interés por mantenerlo.
Hubo un santandereano de apellido Peinado que abandonó el pueblo después de darle muerte a un policía parrandeando en una cantina. También estuvo una especie de “Giro Sin Tornillo”, escapado de Disney, llamado Emilio de la Cruz, el cual con una vieja máquina de coser improvisó la fresa con la que perforaba los dientes de sus pacientes para luego taponarlos con calzas de amalgama y chispitas de oro, además su ingenio le permitió fabricar sus herramientas de sacamuelas, Emilio tenía la propensión de inventar palabras nuevas, de las cuales recuerdo por su sonoridad «guacarnaco» que en su jerga reemplazaba la palabra pendejo; otra de sus palabrejas era «circunfláutico», la que utilizaba para denotar cuando una persona quedaba perpleja.
Emilio de la Cruz era una persona hiperactiva que no resistía estar quieto en ninguna parte, recuerdo una vez, encontró en la puerta de la casa a un par de muchachos jugando ajedrez, le llamó la atención el juego, se cruzó de brazos y de pie se quedó mirando por largo rato el tablero y a los jugadores, y al ver que el de las negras demoraba para mover su ficha, se impacientó tanto, que de un manotazo dado al tablero desbarató el juego lanzando la expresión: «Pa’jodelos, guacarnacos».
El sacamuelas que mayor impacto me causó fue un curioso individuo llamado Orlando Villegas, que en su juventud se fue para El Banco Magdalena buscando trabajo, desempeñándose como mensajero y dependiente de una farmacia. Allí conoció a un personaje misterioso al que apodaban «Cordialito», al que los moradores de la ribera, le atribuían el conocimiento de sacar las muelas sin dolor con la aplicación de rezos y secretos.
Orlando se hizo su amigo, ganó su confianza, y fue tal el grado de empatía entre estos dos personajes, que «Cordialito» le enseñó paso a paso sus secretos, y, a partir de ahí, Villegas tomó la fama de sacar muelas con secretos. En efecto, Orlando, cuando era solicitado por alguien que se quejaba de un dolor de muelas, preguntaba «¿con gatillo o con la mano?», y, de acuerdo con la respuesta, procedía a extraer los molares. La gente prefería «con la mano» ya que su secreto, oración o hechizo anestesiaba las encías. Personalmente, en varias oportunidades, le vi en plena faena rodeado de curiosos incrédulos que admiraban su secreto de sacar las muelas sin usar las pinzas; debo decir que no solo sacaba la pieza careada, sino que extraía algunas piezas sanas, justificando con su decir aguardentoso que «una manzana podrida dañaba al resto de la canasta».
Diógenes Armando Pino Ávila
@Tagoto
Sobre el autor
Diógenes Armando Pino Ávila
Caletreando
Diógenes Armando Pino Ávila (San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Colombia. 1953). Lic. Comercio y contaduría U. Mariana de Pasto convenio con Universidad San Buenaventura de Medellín. Especialista en Administración del Sistema escolar Universidad de Santander orgullosamente egresado de la Normal Piloto de Bolívar de Cartagena. Publicaciones: La Tambora, Universo mágico (folclor), Agua de tinaja (cuentos), Tamalameque Historia y leyenda (Historia, oralidad y tradición).
1 Comentarios
Agradable y nostálgico relato para los tamalamequeros que alcanzamos a conocer a varios de los personajes aquí descritos. En mi caso, fui paciente de Emilio de la Cruz en dos ocasiones. Con todo respeto, me atrevo a agregar lo siguiente respecto a Orlando Villegas: hace más de veinte años, un paisano y amigo me comentó que una madrugada hizo reir la calavera de una vaca, ante la mirada atónita de quienes lo acompañaban en ese momento en el matadero municipal. Sin duda, el hombre tenía sus misterios. Como siempre, felicitaciones Diógenes por tus magníficos escritos. - Yuri Acuña Amaya - Libre pensador / Bogotá, 18 de enero de 2019.
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