Ocio y sociedad

La búsqueda de lo oculto

Alberto Muñoz Peñaloza

02/04/2019 - 08:15

 

La búsqueda de lo oculto

 

Crecí con la certeza de que salir a la calle era bueno, en todos los sentidos, desde airearse, orearse un poco (como decía doña Nefta Fuentes), aprender, aprehender y ganar cuando menos si se trataba de vender o comprar. No obstante, aquella mañana en que Carmela Tarifa, salió bien temprano pero, por la premura al caminar, la uña del dedo grande, de su pie derecho, quedó tirada por el refilón con una piedra iceberguiana, sin expresar dolor -ni mucho menos quejarse- gritó sin vacilaciones: ¡el que tiene es el que pierde!

Durante la década de los sesenta, el retozo social se hacía en el mercado público situado en el espacio que ocupa hoy día la Galería Popular. Ahora caigo en cuenta que se trataba de una especie de centro comercial primario con locaciones para todos los bolsillos, gustos y afanes. Para las confecciones estaba el “Almacen de los Pobres”, de Miguel Yanet; la mejor loza fina, china o foránea, en el local del fonsequero Ñaño Pitre, con pocillos en todos los tamaños y demás. Muchas más ofertas, incluida la gastronómica, porque se torna inolvidable la auténtica carne pangá’ que hizo famosa a la Negra More, cuya carne desmechada y el sancocho de chocozuela fueron famosísimos. Gilberto expendía el mejor guarapo del sector y Feduya bañaba el bocachico, antes de freírlo o guisarlo, en piscina de vinagre casero, limón criollo, ajo y gotas de naranja agria, con lo cual lo dejaba súper crocante, cuando era frito y en completud cuando se trataba de guiso. En la gitana, la cacharrería del señor Páez, estaban los boliches más redondos, trompos, bolas de números y muchas cosas más.

Por fuera del mercado había una serie de establecimientos comerciales como la Cacharreria Valledupar, de don Rubén Carvajal, con toda la gama que contenían las de entonces; Eternit, del señor Orlando A. López, donde el cemento abundaba y bundeaba; la tienda de don Pacho; la tradicional ‘Perla’ de don Manuel del Castillo; el almacén Popular de Telismar Mieles y Discolandia, una de las primeras tiendas de discos. Ahí disfruté, con “lengua” de la panadería Castilla y guarapo de panela, la primera canción de Beto Murgas ‘cariñito mío’ que le grabó el rebelde del acordeón, Alfredo Gutiérrez. Por todo ese sector estaban indígenas del Putumayo, que ofertaban la pomada llanera, el mentolito chino, el almanaque Bristol, aceite de tigre y las aseguranzas contra “el mal de ojo”, pediátricas y para adultos.

Ya era conocida la bulla, del Indio Manuel Maria, proveniente de Guayacanal, que rodaba también en los versos del canto del queridísimo viejo Emiliano Zuleta: “ay yo tuve una enfermedad, que nadie la conocía, y solo me pudo curar, ay el indio Manuel Maria (…)”. Mientras, crecía como la espuma la fama de Aura Soto, en Corral de Piedras, se escuchaba con notoriedad la cadena de logros, con niños, adultos y mayores, de Baudilio, quien erradicaba males, devolvía la prosperidad y aseguraba. Con el paso de los años se incrementó la búsqueda de soluciones y ganaron mucho prestigio, los de San Juan del Cesar, con Carlos Avila y Chelalo Daza a la cabeza. Mientras tanto, por la carrera séptima desde las instalaciones del viejo Felipe Gómez, hasta cinco esquinas, era posible encontrar culebreros, gitanas, magos, adivinos, los flamantes gestores de la pimientica y los artistas del paquete chileno.

Los acordeoneros de la época se ocuparon del tema. Luis Enrique Martínez, contó y cantó la historia del mago del Copey: “(…) El mago les dijo a toditas las mujeres, que desde la madrugada tenía el consultorio abierto, ellas madrugaban a las cinco e’ la mañana, la consulta era barata, solo valía treinta pesos; una de las mujeres copeyanas, pa’ asegurá’ el marido dio cien pesos (…)”.

Hubo una época en que las caravanas iban rumbo a Bellavista (Magdalena) más allá de Caracolicito y El Copey. El maestro Calixto Ochoa, registró en su paseo “el profesor Beleño” las ocurrencias de entonces: “Este Consejo yo le doy a los enfermos por muy grave que se encuentren nunca pierdan la esperanza, en Bellavista vive el profesor Beleño y él le devuelve la vida hasta la gente desahuciada, el profesor Beleño es un científico botánico que no engaña a ninguno porque es un hombre muy serio, ahí tiene de testigos todos lo que él ha curado que en realidad han probado la aptitud de sus remedios; él trabaja con plantas vegetales, sus curaciones todo’ la hemos visto, porque cura con la Virgen del Carmen, y también por medio de un Cristo Bendito (…)”. Todo esto encaminado en la búsqueda de explicaciones, justificaciones y/o soluciones para un sinfín de malestares, maleficios o frente a los cambios de situación por decisiones propias o de otros. Era un camino conducente a encontrar remedios para lo que no se consideraba normal ni mucho menos merecido aunque se recibiera como “castigo”. Los latinos somos dados a confiar en lo “desconfiable”.

La complicación mayor reside en la acumulación del amor, cuando se distorsiona, la infidelidad al presentarse y los factores externos vertidos a la situación a través de terceros que, mediante el uso de “poderes ocultos” afectan a la (s) victima (s). Cobra vigencia la hermosa canción del maestro Luis Enrique Martínez, “la ciencia oculta”, por recoger estos elementos: “La ciencia oculta ha progresado en Caraballo, en una forma que hasta a mí pena me da, con sentimiento a mí me dijo Mariano, que él este año de’ se pueblo se va; porque hasta su mujer se la quitaron, sin ser de su espontánea voluntad. Me daba lastima el relato de a Mariano, porque él me dijo casi llorando de rabia, compadre Martínez mi mujer me ha traicionado, estoy seguro sometida por Amalia; ahora pienso llevarla donde un mago, y tengo la esperanza de curarla. Una mañana estando yo en casa de Alicia, llegó Mariano contándome este relato, ay que a Celmira su adorada mujercita, con un secreto se la había robado Joaco; pero él ha jurado que se desquita, que’sa se la paga Bonet Camacho. Yo creo que Mariano tiene mucha razón, porque a él irá ha jurado que lo quiere, en la cabeza le aplicaron la oración, que joaco tiene pa’ robarse a las mujeres; un hombre que la riqueza que tiene, no pasa de un burro viejo orejon.”

Toda una suerte de agüeros, costumbres y el inconfesable hábito de caer rendidos ante lo fácil, pero sin dejar de lado la tradición de cuentos, leyendas, mitos y demostraciones domésticas que “esto es posible”. Entraba la mariposa de colores y la abuela decía, con precisión de relojera, que recibiría visita y así ocurría. Zumbaba el cucarrón, de aquí para allá y de allá por acá, sin dejar espacio de la vivienda sin pasar por allí, y hasta el más niño de la casa anunciaba la llegada de un visitante de lejanas tierras y así acontecía. Que hizo huésperes el fogón, las visitas que no se hacían esperar. Que la gallina cantaba como gallo, anunció de muerto. Que el sueño fue con culebra, chisme seguro, si no se la mataba, durante el sueño, se perdías pelea. Cuando el sueño era en rio o manto de agua oscura con turbulencia, o en quietud, muerte en camino. Mariposa negra en casa, muerte en la familia. Para Celia Cruz y muchos cubanos, derramarse la sal en cualquier cantidad era inminencia de ruina.

Ante el canto de la lechuza había que “tocar madera” para cortar la muerte, o tragedia, en camino. En cambio, soñar con muerto era matrimonio a la fija. El mal de ojos a los niños lo hacían, en algunos casos, madres al hijo y a correr para donde Pallares.

En la página 161 del Lexicón Del Valle de Upar, de la autoría de la Cacica, Consuelo Araújo Noguera, se incluye el significado de “huésperes: chisporroteo vivo y sucesivo que hace el fuego cuando está consumiendo la leña. En las costumbres y creencias regionales, los huésperes eran la señal inequívoca de que pronto llegarían visitas a la casa.”

Se sabe que a Gabriel García Márquez, mientras escribía cien años de soledad, lo visitaban grandes amigos que llegaban a su casa en Pedregal, en la capital mexicana. En sus memorias, García Márquez recuerda la visita de su compatriota Álvaro Mutis y de Carlos Fuentes, quienes le "daban cuerda para que les contara el capítulo en curso de la novela. "Yo me las arreglaba para inventarles versiones de emergencia, por mi superstición de que contar lo que estaba escribiendo espantaba a los duendes".

Mercedes Serna Arnaiz, Doctora en Filología Hispánica por la Universidad de Barcelona, Especialista en Modernismo hispanoamericano y literatura colonial hispanoamericana y Profesora titular de Literatura Hispanoamericana, en La alquimia y las artes mágicas en Cien años de soledad, afirma lo siguiente: El mundo de Cien años de soledad tiene muchos puntos de contacto con la filosofía oculta, con la literatura alquimista y el saber hermético. Los personajes de Macondo sobre los que recae la fundación y la destrucción del pueblo, Melquiades, José Arcadio Buendía y el último Aureliano, Aureliano Babilonia, creen en las ciencias ocultas.

Uno de los párrafos, siguientes al inicio, de Cien años de soledad, da cuenta de que José Arcadio Buendía, sin entender, extendió la mano hacia el témpano, pero el gigante se la apartó. «Cinco reales más para tocarlo», dijo. José Arcadio Buendía los pagó, y entonces puso la mano sobre el hielo, y la mantuvo puesta por varios minutos, mientras el corazón se le hinchaba de temor y de júbilo al contacto del misterio. Sin saber qué decir, pagó otros diez reales para que sus hijos vivieran la prodigiosa experiencia. El pequeño José Arcadio se negó a tocarlo. Aureliano, en cambio, dio un paso hacia adelante, puso la mano y la retiró en el acto. «Está hirviendo», exclamó asustado. Pero su padre no le prestó atención. Embriagado por la evidencia del prodigio, en aquel momento se olvidó de la frustración de sus empresas delirantes y del cuerpo de Melquíades abandonado al apetito de los calamares. Pagó otros cinco reales, y con la mano puesta en el témpano, como expresando un testimonio sobre el texto sagrado, exclamó:

Este es el gran invento de nuestro tiempo”.

Años después, en 1974, los hermanos Zuleta llevaron al disco “el indio Manuel María”, de su padre el Viejo Mile, y en un arranque de emoción Poncho resumió el contenido de la canción con su grito espontáneo ¡que viva el maranguango!

El tema no se quedó en versos y canciones, en dimes y diretes, hoy día hay más de diez mil entradas en los buscadores para conectarse con lo que anteriormente eran los magos, según los denominaban nuestros cantores, para librarse de maleficios y brujerías.

Dagoberto “el negrito” Osorio, le canta a Dios y recomienda la solución verdadera:

“La envidia es un mal sobre la tierra
Dios mio dame paciencia
Con tantos envidiosos
Porque cuando la persona es buena
Si ven que uno prospera
Se ponen trabajosos

Y viven buscando la manera señor
La forma de hacerle daño al otro
Pero Dios protege el alma buena mi Dios
Y domina bien los envidiosos (…)”.

 

Alberto Muñoz Peñaloza

@albertomunozpen

Sobre el autor

Alberto Muñoz Peñaloza

Alberto Muñoz Peñaloza

Cosas del Valle

Alberto Muñoz Peñaloza (Valledupar). Es periodista y abogado. Desempeñó el cargo de director de la Casa de la Cultura de Valledupar y su columna “Cosas del Valle” nos abre una ventana sobre todas esas anécdotas que hacen de Valledupar una ciudad única.

@albertomunozpen

1 Comentarios


Leonor Dangond 05-04-2021 11:34 PM

Bien hilado y dicho!

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