Ocio y sociedad

Más viejo que Bogotá

Diógenes Armando Pino Ávila

02/10/2020 - 04:45

 

Más viejo que Bogotá
Plaza de la iglesia en Tamalameque (Cesar) / Foto: archivo PanoramaCultural.com.co

Hay un pueblo, el mío, no sé si el de ustedes suscita lo mismo, pero San Miguel de las Palmas de Tamalameque es un pueblo apacible que se deja querer. Poblado de gentes humildes y querendonas, que te tratan con afabilidad y cariño aún te conocen. Mis paisanos son amigueros, dicharacheros, contadores de anécdotas y con un buen humor que nos sirve de capote para torear las vicisitudes del diario acontecer, con el que capoteamos las malas situaciones e incluso con el que zanjamos diferencias por profundas que sean.

Muchos de mis paisanos, a veces se quejan de que el tamalamequero es renuente a los protocolos y reverencias, mis coterráneos se saltan esos convencionalismos acartonados de poner la rodilla en tierra y llamar doctor a cualquiera por encumbrado que el personaje pretenda ser. Aquí te llaman por tu nombre o por tu apodo, no valen títulos ni pedigríes, al doctor Juan Carlos le dicen Juanca y punto, al señor alcalde le dicen Lucho, y qué, al magíster le dicen profe. A mí personalmente me encanta esta manera llana de tratarnos, me parece que genera confianza, de ahí que me llamen de mil maneras, de acuerdo al amigo o conocido que me trate, siendo paisanos me llaman de diferentes maneras y eso me hace gracia.

Nuestra gastronomía es sencilla y elemental, no saboreamos exquisiteces de gourmet, ni nuestra sazón es de fina procedencia de chef, nuestra cocina tiene sabores y olores humildes, pero no por ellos faltos de exquisitez, acá degustamos un sancocho de pescado o gallina criolla, una viuda de pescado (no viudo), una viuda de cabeza de bagre o un arroz de cabeza de bagre ahumado que nos dejan chupando los dedos.

Hasta hace pocos años dormíamos en petates fabricados en palmas de estera, que tejían en sus telares artesanales las ancianas de corregimiento de Antequera. Todavía llevan al muchacho donde Ilba Robles para que le rece el mal de ojos o la lombriz. Nuestros mayores asisten a los sepelios y disimulan detrás de las orejas alguna hojita de crespín para evitar el frío del muerto. Todavía usamos tomas de barbas de maíz para el mal de orina y le frotan hojas de paico a los bebés para evitar que las lombrices se le vengan por la vía respiratoria. Es decir, a pesar de la modernidad de los tiempos, seguimos manteniendo el espíritu de pueblo que ojalá nunca nos abandone.

Pues bien, ese San Miguel de las Palmas de Tamalameque, el mismo de la Llorona Loca que inmortalizó José Benito Barros en su canto. Mi pueblo tiene una rica y loca historia de sí mismo, contada por diferentes cronistas, ya que fue paso obligado de los expedicionarios españoles que remontaban el río Grande de la Magdalena buscando los andes donde pretendían encontrar los tesoros del Dorado.

Este pueblo fue avistado por Quesada frente a Mompox en 1536, luego comenzó una trashumancia río arriba por varios sitios en la margen derecha de dicho río. Estuvo situado en San Judas Tadeo de Portaca, hoy el Palomar, luego fue mudado a las sabanas de Tamalameque viejo, hoy Tamalamequito, más tarde lo movieron a los playones de Sompachay en la antigua población de Tamara, hoy el Banco, y, por último, un cura, que en lenguaje coloquial tamalamequero se le podría llamar «piedrateniente» por su ánimo quisquilloso y autoritario de nombre Fray Bartolomé Balzara, del que cuentan que cada vez que discutía con el corregidor mudaba las imágenes y campanas a despoblado y los domingos y fiestas de guardar, tañía dichas campanas y la gente asistía a misa y con el tiempo cambiaba de domicilio siguiendo al cura y su fe.

Éste, mi pueblo, según nuestra historia oficial, fue fundado por Lorenzo Martín, un adelantado de Ambrosio Alfinger en 1544, no hay registros del día de su fundación, pero aplicando un poco de lógica se deduce que fue un 29 de septiembre, ya que los españoles nombraban sus fundaciones con el santo del día, extraído del santoral católico y, si el pueblo se llama San Miguel de las Palmas de Tamalameque, es muy seguro que fue fundado el día de San Miguel Arcángel.

Esto en forma sucinta son algunos rasgos de un pueblo a orillas del río Grande de la Magdalena cuyas casas tienen grandes patios poblados de cocoteros, nísperos y guayabas y donde tuve el inmenso honor de haber nacido. Un pueblo con 476 años de vida, más viejo que Bogotá. Dios bendiga mi pueblo y mis paisanos.

 

Diógenes Armando Pino Ávila

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Sobre el autor

Diógenes Armando Pino Ávila

Diógenes Armando Pino Ávila

Caletreando

Diógenes Armando Pino Ávila (San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Colombia. 1953). Lic. Comercio y contaduría U. Mariana de Pasto convenio con Universidad San Buenaventura de Medellín. Especialista en Administración del Sistema escolar Universidad de Santander orgullosamente egresado de la Normal Piloto de Bolívar de Cartagena. Publicaciones: La Tambora, Universo mágico (folclor), Agua de tinaja (cuentos), Tamalameque Historia y leyenda (Historia, oralidad y tradición).

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