Ocio y sociedad

Pacho Cabeza

Diógenes Armando Pino Ávila

27/11/2020 - 05:00

 

Pacho Cabeza

 

Pacho Cabeza es un personaje de mi pueblo, nacido como todos nosotros en un hogar muy humilde, inició como ayudante de albañilería de un tío de él, muy reconocido como oficial de albañilería. Pacho no fue muy aventajado como aprendiz, pero su osadía le dio el ímpetu para autoproclamarse albañil cuando apenas comenzaba de ayudante, violando así el código no escrito de la ética de los albañiles de mi pueblo que tienen un sencillo ordenamiento de su carrera, ya que comienzan en el primer grado como ayudante, luego pasan a albañiles, donde todavía no tienen el conocimiento ni la confianza para contratar una obra, por ello pasan varios años trabajando al mando de un oficial de albañilería que subcontrata con un maestro algunas partes, sobre todo bases y paredes de una edificación. El oficial de albañilería de mi pueblo, al cabo de dos o tres años, da el salto a maestro y ya, conociendo los secretos ocultos de este arte, puede contratar directamente la construcción de una casa sencilla.

Pacho Cabeza no hizo la carrera como se acostumbra. Él, al sentirse con el conocimiento suficiente, se autoproclamaba en un nuevo escalafón y, así en forma rápida, hizo el recorrido por toda la carrera, llegando en forma rauda al grado de maestro de obra. Trabajó por un tiempo como maestro bajo la presión de sus colegas y la desconfianza de los clientes que no lograban creerle en su preparación acelerada en las artes de pegar ladrillos.

Por ello pasó de un oficio a otro en una lucha constante por la subsistencia, siempre derrochando un optimismo contagioso, el cual lograba con una parla fluida que fue ejercitando a través de los años, tratando de convencer de sus habilidades a sus posibles contratantes. Pacho Cabeza pasó de maestro de obra a adivinador de futuro, donde develaba a sus pacientes el destino de sus sortijas perdidas, infidelidades de esposos, malquerencias de vecinos y actos de brujería de enemigos declarados y ocultos.

Olvidaba decir que su nombre de pila es Francisco Contreras pero que todo el pueblo le conoce por ese diminutivo costeño con que llamamos a los Franciscos, por eso lo llamamos Pacho y lo de Cabeza no es un apellido, sino el sobrenombre que le ha acompañado desde su paso por la escuela primaria, donde debido al tamaño de su cráneo todos los muchachos lo llamaban Cabeza, de ahí que perdió su propio nombre y desde siempre todos pasamos a llamarlo Pacho Cabeza.

Pacho Cabeza se aburrió de las artes esotéricas y, cansado de la ingratitud de los clientes insatisfechos que le reclamaban por haberles cobrado por hacer regresar al hogar al cónyuge descarriado, le exigían la devolución de los emolumentos pactados y, ante la pérdida de su clientela decidió dar un cambio de rumbo a su forma de ganarse la vida.

En su labor de adivinador a través de sus clientas que llegaban a buscar sus sabios consejos, se había enterado de algunos problemas sexuales de los maridos de éstas y, en un momento de exaltación genial y lucidez de negociante se le reveló como un sueño la posibilidad de negociar con productos potenciadores sexuales y comenzó a abordar con mucha prudencia a los maridos de sus ex clientas. Les propuso la venta de productos para curar esos males que ocultaban vergonzosamente por afectar la autoestima de macho cabrío con que muchos se jactaban.

De ahí inició la venta de “pinga de guache”, yerbas y frutas que potenciaban, según él, la actividad sexual. Más adelante se encontró con el “Mero Macho” y otros productos bolivianos que no se comerciaban en las farmacias, pero que él conseguía y vendía en forma secreta con sus clientes en un pacto de confidencialidad y comercio, comprometiéndose a surtirlos periódicamente. Luego, pasó al Viagra, el que vendía a clientes con capacidad económica suficiente para comprarlo, y, más tarde, diversificó el negocio incluyendo pastas más baratas como el Cialis, Sildenafil, y que sé yo, otros menjunjes para este fin.

Hacía rato que no lo veía, y un día sentado frente a un incipiente taller de motos que estaban montando frente a mi casa, el dueño me dijo en voz baja «Ahí viene Pacho Cabeza», esperé que llegara frente a mi y lo llamé, le comencé a preguntar por su vida y por dónde andaba. Lucía en su enorme cabeza un sombrero sabanero de una talla gigante y terciada al hombro una mochila, me dijo que se la pasaba por los Llanos en su actividad profesional de ayuda a la sexualidad menguada de los hombres, vendiendo productos de buena calidad, metió la mano a la mochila y sacó una botella que en letras grandes decía SEVEN y para reafirmar lo escrito tenía un gran 7 al lado. Le pregunté que para que servía y soltó una carcajada y me dijo «Cada trago de esta botella permite echar siete polvos» y volvió a reír estruendosamente y se fue.

 

Diógenes Armando Pino Ávila

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Sobre el autor

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Caletreando

Diógenes Armando Pino Ávila (San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Colombia. 1953). Lic. Comercio y contaduría U. Mariana de Pasto convenio con Universidad San Buenaventura de Medellín. Especialista en Administración del Sistema escolar Universidad de Santander orgullosamente egresado de la Normal Piloto de Bolívar de Cartagena. Publicaciones: La Tambora, Universo mágico (folclor), Agua de tinaja (cuentos), Tamalameque Historia y leyenda (Historia, oralidad y tradición).

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