Ocio y sociedad
Ay cosita linda, mamá
Mientras salia la luna, el desfile de carretas y carretillas estimulaba la caminata fantasmal de los vendedores de la noche. Sobre las cinco de la tarde el blanquito de Rodri brillaba frente al teatro San Jorge, con el carreteo a lo lejos de los que se ubicaban en la “jurisdicción” de cinco esquinas y más allá.
Pinto, el taxista morenito y veterano en pases y volteretas por el alto de las minas, contaba y recontaba el producido del día, angustiado por la imposibilidad de llevar a su casa una mojarra frita, de las de “La española”, el restaurante anclado en el mezanini artesanal del Paisanito. Esquineado, Anibal Arias, se daba combate con Chemita Nuñez y Poncho López -el de Tavia Yanet- unas veces por el robo en las películas, “hace años no pasan una completa”, y las más por la disminución en el tamaño, sin justificación alguna, de las butifarras y los pastelitos. Es más, alegaba el mayor, hasta el redondel de bollo e’ yuca lo han recortado, ¡eso es inaceptable!
En la esquina del hombre bueno que fue Rafael Vega, padre de José, Rosalía y demás, a la una en punto de la tarde, permanecía el Negro Galindo, se paraba allí a contar el número de carros que pasaban para vigorizar su opinión respecto de que la verdadera hora lúgubre de Valledupar, iniciaba en ese momento, por el calor sofocante y la mala costumbre de los guaraperos por estacionar y ponerse a siestar justo cuando más se les requería. A pocos metros, en la sede de Anapo, los rojaspinillistas encabezados por el Papi Bolaño, llevaban a cabo la tercera reunión del día convencidos de su triunfo en las próximas elecciones aventurándose a presagiar la elección del General Rojas Pinilla, como presidente en la jornada de abril, el año siguiente. Por dignidad presupuestal, almorzaban con matrimonio tendero y guarapo de panela del que hacía Joaco, diagonal al Maicaito.
La calle 13 era un ir y venir continuo de carros, bicicletas y las pocas motos que se contaban en el Valle, entre otras la de Cesar Rojas y el patrol del Papa Sarmiento, con velocidad preocupante e inquietante. Unas cuadras más allá, frente a la casa del epónimo Chemita Carrillo, se había producido Díaz antes un tremendo accidente que incendió el camión del cuerpo de bomberos, en choque trágico, con varios muertos y heridos. En la esquina del bar germanía, ya se agitaba el movimiento por la reunión de emergencia convocada por el gran Cota Murillo para que “los condorones” se manifestaran, de manera enérgica, por la inequidad musical reinante en el bar Águila, donde no ponían una “una salsa”, ¡ni a palos!, en gracia de lo cual Dago, Yor Murgas, Mencho Olivella y Pacho Martínez, se dirigían al sitio, con disposición, esmero y determinación.
El corneteo, la gritería y el tropel rodante, anunciaban el paso de Arturito, novena abajo, con su maizada fantástica, ¡hoy le toca a los pobres!, pregonaba mientras señalaba el sitio de la próxima parada para despachar, en estricto orden de llegada. Una vez al mes, iba por esos lares, porque de resto atendía la clientela en el mismo recorrido procesional del Santo Eccehomo. De subida, Nando, el hombre de las ‘autopsias’ aceleraba el paso, en trance de temple, en busca de hamaca para una siesta breve, rumbo a su ‘sala quirúrgica’.
En pleno sopor de las dos de la tarde, aquel 1 de enero salí de donde mis abuelos, en la avenida castro, a medio paso de ‘Juancho el Dañao’ quien se dirigía urgente, a una reunión de negocios con algunos de los cacaos de entonces, “Don Jorge Dangond, don Amador Ovalle y Don Dámaso Villazón me exigen que esté allá, pero ya”. Cuando llegué a la intersección de la trece con octava, sonó la banda ubicada frente a la entrada proletaria en casa de TuraMaya: “al pie de tu ventanita rosada, Lalala lalala lalala, le dije ay cosita linda Mamá, Lalala lalala lalala, por qué no me das tus besos mi vida, Lalala lalala lalala, al son del merecumbé pa’gozar, Lalala lalala lalala; anoche, anoche soñé contigo, soñé una cosa bonita, que cosa maravillosa, ay cosita linda Mamá, soñaba, soñaba que me querías, soñaba que me besabas, y que en tus brazos dormía, un merecumbé pa’ bailar…”.
Iniciaba la celebración de otro aniversario de transportes Cosita Linda, su socio principal y gerente, Tomás Cipriano Mejia, estrenaba un par de mocasines Forchein cuyo nombre provenía del fabricante en Estados Unidos: Florsheim, originales los suyos, con medias, calzoncillos y camisillas Fu-ge, según el mismo dijo, camisa manga larga a rayas y gorra polinesia, emocionado, alegre y efusivo con sus acompañantes societarios, conductores, ayudantes, vecinos, Popo el responsable del parqueadero, vecinos y mirones, entre los que me contaba, a pesar de mi incipiencia existencial. Tomás González, el conductor más avezado, fijo en el bus de 2 de la mañana para Maicao, Guillermo y su bigote ‘metemono’, Popo Córdoba, Rojas el planillero madrugador y toda esa camada de personajes ligados a la difícil pero enaltecedora tarea de servir, unas veces con voluntad, otras de manera arrogante y las menos, en forma gratuita.
A un lado, Nacho el Químico, multiplicaba el ritmo de sus manos en la preparación múltiple de ostras, camarones, chipi-chipi, caracoles, en cocteles que enriquecía con gotas de verbena, yerbabuena y toronjil, con otras denominaciones inventadas por él, que, a manera de placebo bendito, producían el efecto deseado en tantísimos consumidores, de manera principal quienes ya habían recibo el grado de cabrones donde Luz, La Chibolo, las piedras o cuando menos en el Águila. A un lado, Mauricio el del callejón de Pedro Rizo, a quien muchos años después el gobernador Lucas Gnecco vinculó como obrero en la sede gubernamental haciéndose famoso como el popular “Mamen”, dio cuenta de una caja de pino blanco, en las que venía el “caballito blanco”, repleta de arepita e’ queque, merengue, chiricana y dulce, más media docena de panochitas, en la producción matinal de la incansable Eli Villero. Un par de discursos después continuó la intervención de la Banda, con baile público y fruncimiento colectivo de ceños por el aparecimiento imprevisto de Bartolo “toca la flauta” con los bolsillos repletos de piedras y decisión inalterable de lanzarlas, como ya lo hacía, un poco antes, desde la sede del viejo Porfirio y la señora Clara, que, por fortuna, tuvo un apaciguamiento feliz en gracia de haberse encontrado con don Moisés Villero, a quien el orate respetaba sin remordimiento alguno.
Al final de la tarde, Pipe y Jaime Sarmiento, se dirigieron al teatro San Jorge en busca de guarapo y de boletas para la función de luneta, esta vez, para otra de las buenas películas de Viruta y Capulina.
Alberto Muñoz Peñaloza
Sobre el autor
Alberto Muñoz Peñaloza
Cosas del Valle
Alberto Muñoz Peñaloza (Valledupar). Es periodista y abogado. Desempeñó el cargo de director de la Casa de la Cultura de Valledupar y su columna “Cosas del Valle” nos abre una ventana sobre todas esas anécdotas que hacen de Valledupar una ciudad única.
1 Comentarios
Descripciòn perfecta de algunos sitios íconos de nuestro viejo Valle y de los personajes del diario acontecer que dejaron hueyas, muchas de ellas ya empolvadas en mi memoria. Gracias por revivirlas
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