Ocio y sociedad
El papá herrero que no me regaló el apellido
Oscar Emilio Rincón Márquez, conocido como ‘Millo’, así era el nombre de mi padre, herrero de profesión y nacido en Convención, Norte de Santander. Ese cachaco se enamoró de Evelia María Vanegas Palomino, y en ese “tira y jala” del amor oculto nació en Chimichagua, Cesar, un sietemesino que en la vida tuvo varios apellidos.
Todo comenzó cuando él se alejó por no acabar con su hogar y, después de eso, cuando yo tenía dos años, mi abuela María Leona Palomino Méndez (toda una leona linda y amable); mi madre Evelia María, y mis tías Estela, Florina e Isabel, me llevaron para Barrancabermeja, Santander. Nunca supe de mi papá hasta cuando tuve 17 años.
Ante su ausencia fuí registrado como Juan de Dios Vanegas Palomino. Así crecí y estudié la primaria en la Concentración José Antonio Galán con la profesora Verónica Rodríguez y el maestro Sebastián Sajonero.
Después, como una historia inusual se dió el cambio de apellido al momento de la matrícula para ingresar al bachillerato en el Colegio Industrial de Barrancabermeja. A la hora de llenar el formulario el rector Gregorio Gamboa Valencia, pidió el apellido paterno y mi mamá sacó a relucir el Rincón. El rector pidió presentar el registro civil con ese primer apellido.
Ante eso vinieron las carreras y mi abuela, comadre de Prudencio Mejía, en aquel entonces Notario Público de Chimichagua, se comunicó con él y la solución era buscar personas que supieran que era hijo de Oscar Emilio Rincón Márquez, para elaborar un documento que ahora se llama extrajuicio.
Mi abuela viajó al pueblo, hizo el respectivo trámite y regresó con el nuevo registro civil teniendo el nombre de Juan de Dios Rincón Vanegas. Todo bien hasta ese momento y pude ingresar a la institución educativa.
Claro, que la mamadera de gallo fue grande por parte de algunos compañeros de la concentración José Antonio Galán con quienes me correspondió el primero de bachillerato, ahora sexto. “Oye, Juan cambiaste de colegio y hasta de apellido”.
El cariño del viejo ‘Millo’
Al final de sus días, mi viejo me recompensó con su cariño, hizo que viviera un tiempo con él y aunque no heredé nada de sus bienes, tampoco le pedí que me reconociera legalmente, sí me siento orgulloso de él que aunque no me dio el apellido, sí me enseñó a abrirme paso en la vida, a ser un luchador y a fuerte como el Yunque, que como buen herrero manejaba casi todos los días.
Siempre lo he dicho, llevo con orgullo el apellido Rincón y gracias a Dios lo he dejado muy en alto en distintos escenarios de la vida.
Al morir mi viejo, estuve en su sepelio y hasta en la iglesia expresé unas palabras que provocaron lágrimas porque las decía el hijo desconocido, el mismo que pasó muchos años sin tener la voz paterna dándome un buen consejo y diciéndome que me quería.
Al otro día de haber sido sepultado, mis hermanos me prometieron darles una vivienda a mis hijos, pero pasaron los meses, los años y eso quedó en el aire como la casa que le prometió el maestro Rafael Escalona a su hija Adaluz.
Aquellas bellas palabras se la llevó el viento, pero al viejo Oscar Emilio lo recuerdo caminando pausadamente por las calles de Pailitas, donde habitó en los últimos años, y diciéndome que me parecía mucho a él. “Hijo, hijo, eres la misma estampa mía”. Además, que lo de mi mamá Evelia María, la tejedora de petates y que elaboraba en su máquina de coser colchas de retazos, fue algo bonito.
En medio de las añoranzas del ayer nunca ha habido resentimientos en mi corazón, sino agradecimientos a esos viejos, Oscar Emilio y Evelia María, por haberme traído al mundo, ese mundo que he pintado en crónicas y que me ha dado muchas veces la alegría de ser padre, abuelo y bisabuelo.
Ese mundo que me viene otorgando infinidad de satisfacciones y haberme regalado la frase más bella por parte de Consuelo Araujonoguera que es mi aliento en momentos difíciles. “Los que triunfan son personas ordinarias con una determinación extraordinaria”.
En mi niñez nunca pude felicitar a mi papá y menos escribirle algo, como si lo hace ahora mi hijo Juan Guillermo, quien con su virtuosa pluma, me dice. “Papá sabes que me encanta decirte que te quiero cada vez que tengo la oportunidad. Hoy, quiero darte nuevamente los agradecimientos por ser ese padre noble, bueno, cariñoso y que pintas con tus letras ese bello mundo del folclor vallenato. Papá, te mereces un “Gracias” en mayúscula, por ser el hombre de mi vida y el mejor padre que alguien puede tener”.
Gracias hijo, porque al lado de tus hermanos y nietos he conocido las más bellas sonrisas y los “Te quiero”, que se alojan en mi corazón sin pedir permiso.
En estos días ante tantos hechos tristes que sacuden al mundo provocando dolores y lágrimas, afirmo que conmigo no se va a recrear el olvido porque la memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos.
Juan Rincón Vanegas
@juanrinconv
Sobre el autor
Juan Rincón Vanegas
Cultivo de folclor vallenato
Periodista, escritor y cronista, natural de Chimichagua, Cesar y ganador de distintos premios de periodismo con historias del folclor vallenato y sus distintos personajes. Actualmente se desempeña como Jefe de Prensa de la Fundación Festival de la Leyenda Vallenata.
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