Ocio y sociedad
Un último adiós a la Terraza de Artistas de Valledupar
Jesús Carrasco hace parte de esas personas que marcan a una ciudad sin quererlo. Un hombre que por su forma de ser, directo y dialogador, crea puentes (incluso donde sólo debería haber carreteras).
Con esta presentación no quiero desubicar al lector. Jesús Carrasco fue durante más de ocho meses el dueño de la Terraza de Artistas: uno de los pocos sitios de Valledupar donde, además de una cervecita, se podía contemplar una exposición fotográfica, compartir sus impresiones sobre un libro y también apreciar música jazz o cubana.
Lo conocí por primera vez en una visita a la Alianza Francesa, poco antes de una entrevista con un artista. Él estaba sentado en el patio, fumando uno de sus cigarrillos Marlboro y leyendo a Boris Izaguirre. Enseguida, trató de marcar el territorio: “Esto es la terraza de Artistas”, para que no la confundiera con la Alianza Francesa, y, por eso, congeniamos tanto: porque enseguida vi en él un personaje que aportaría vida a este magnífico lugar que es Valledupar.
El poco tiempo que dispongo habitualmente para sentarme a tomar algo con los amigos, hacía que cada encuentro, cada parada en la Terraza, se transformara en una fuente de sorpresas y un momento único para apreciar una Club Colombia.
Jesús es un alma inquieta. Lo demostró pocas semanas después de abrir la Terraza de Artistas con una tertulia dedicada al significado de los besos y su importancia en la sociedad. Lo hizo con el apoyo de unas fotografías famosas como “El beso entre hermanos” (donde se expone el acercamiento entre dos hombres políticos: Leonid Brezhnev y Erich Honecker).
Recuerdo que el tema acabó reflejando la ruptura que existe entre las generaciones de Valledupar. Los jóvenes expusieron su afán de libertad y los mayores trataron de afianzar la necesidad de moralidad.
Fue la puerta abierta a otros eventos como un taller de fotografía en el que, desde el principio, Jesús Carrasco tuvo algunas dificultades para convocar a los participantes. En algunas ocasiones, el hombre me comentaba la apatía que podía existir frente a propuestas novedosas como la suya. Pero más que eso, me encantaba ver el empeño que Jesús ponía para crear espacios donde opinar o expresarse.
A menudo, lo vía soltar una de esas expresiones españolas: “Macho, yo no entiendo –decía con un rostro perdido–, aquí parece que la gente ande siempre con prisas”. Era una percepción que trató de explicarme en varias ocasiones con un lujo de detalles.
Jesús no daba para entender cómo en una ciudad tan pequeña y, supuestamente tan tranquila, la gente no podía detenerse cinco o diez minutos para entablar una conversación con alguien.
Siguieron otros eventos –encuentros literarios y poéticos–, pero ninguno generó tanto ruido como la noche de bolero a la cual, lamentablemente, no pude asistir. Lo cierto es que, por primera vez, el dueño de la Terraza de Artistas se atrevió a cobrar por la entrada a un concierto de la agrupación Son Tananeo y eso dejó anonadado hasta el director de la Casa de la Cultura, Alberto Muñoz, quien me confesó su sorpresa.
El evento que recuerdo con especial cariño es el de la noche acrobática, porque, aunque no fue un éxito en audiencia, fue algo totalmente innovador. Hasta entonces, no había visto a nadie colgarse a un palo de mango para recrear en el aire unas figuras arriesgadas. Descubrí en ese momento la calidad artística de Claudio Guzmán, amigo cercano del dueño de la Terraza de Artistas.
Ambos volvieron a coincidir –junto con otros artistas locales– en una exposición que nunca pudo inaugurarse. El motivo es muy sencillo: cada vez que Jesús Carrasco anunciaba el lanzamiento de la exposición, ese preciso día caía un aguacero descomunal que arrasaba con todas las esperanzas.
Después de tres tentativas, el hombre me dijo textualmente: “¿Qué voy a hacer? Si el clima está en contra de esta exposición, mejor la dejamos de lado y pasamos a otra cosa”. Ese instante se me quedó grabado en la memoria para siempre. Sólo Jesús Carrasco podría ser el autor de una frase tan evocadora y sabia a la vez. Enfrentarse a las mareas no tiene sentido, y menos todavía a un aguacero de los que asolan la región Vallenata.
Desde el principio vi en Jesús Carrasco un hombre de letras, algo irónico y provocador, pero siempre acogedor. Algo así como un sabio catalán sacado del mundo macondiano en el que se inscribe Valledupar, pero en versión puramente castellana.
Cuando lo invité a publicar un texto en Panorama Cultural, me miró primero con una mirada de soslayo, así como si yo tratara de hacerle caer en una trampa, y luego me dijo que había escrito una carta dirigida a Karina Bolaños, la ex-ministra de educación de Costa Rica envuelta en un escándalo erótico-sexual. La publiqué de inmediato, ya que el mensaje hablaba de una manera insólita sobre los derechos de una mujer y una figura pública a tener una vida privada como todos los demás.
Recuerdo que los arranques inolvidables de Jesús Carrasco podían precipitar el fin de una velada sin que nadie entendiera por qué. Y si no me creen, consulten al actual coordinador de cultura, Boris Serrano, y el pintor Iguarán con quien alguna vez pude compartir una noche en la terraza hasta que, de repente, a las 11 de la noche, Jesús anunciaba el cierre inmediato. “Aquí tienen la cuenta”, nos dijo con ese apremio tan inesperado. Todos nos pusimos a reflexionar: ¿en qué lugar del mundo una terraza de artistas podría cerrar tan temprano? La respuesta es obvia: en Valledupar.
Así pues, la desaparición de la Terraza de Artistas supone un cambio notable en el panorama local. Se esfuma un espacio alternativo de entretenimiento e ideas cerca de un lugar tan necesitado como la Biblioteca Rafael Carrillo o el Palacio de Justicia. Pero por encima de todo, se va un ser querido que hizo todo lo que pudo para animar esta ciudad.
Johari Gautier Carmona
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