Ocio y sociedad

La muerte a veces se demora en llegar

Álvaro Rojano Osorio

17/12/2021 - 05:30

 

La muerte a veces se demora en llegar
Una vista de Calamar, Bolívar / Foto: revista Credencial

 

Gilberto Wades Barranco murió mientras fumaba un tabaco. Ana Soledad Argote Fontalvo, su esposa, lo encontró sentado en una mecedora, debajo del naranjito en el patio de la casa que heredó de su madre Mercedes Barranco Sánchez. Tenía sobre una de sus mejillas un hilillo de sangre seca con la figura de un río zigzagueante.  Esa tarde, mientras le llevaba un jarro de tinto, lo escuchó toser, sin que le diera importancia a este hecho.    

Gilberto era hijo de un inglés que la ventolera de la primera Guerra Mundial y el ruido del tren y la navegación por el río Magdalena llevaron como comerciante de baratijas a Calamar, donde conoció a Mercedes Barranco Sánchez, con la que sostuvo unos cortos, pero desbordantes, amores. El nombre y el apellido fue lo único que recibió de su padre, luego de bautizarlo en Calamar, al mes de nacido.  

El inglés fue el único hombre en la vida de Mercedes, relaciones y sus consecuencias que ella guardó como su mayor secreto. Lo del embarazo lo ocultó hasta que la tegua Etelvina Rodríguez descubrió que los suyos no eran dolores estomacales, sino contracciones de parto. Ella, pese a no ser partera, atendió el nacimiento, y fue quien le informó a Francisco Barranco Tapiael padre de la recién parida, lo que estaba sucediendo.   

Después del parto, Francisco, compungido por la inesperada noticia y por las consecuencias sociales que para él y su familia traería este hecho, fue a informarle a su esposa, Juana Sánchez Troconis lo que estaba sucediendo, para lo que caminó, entre ir y venir, casi veinticuatro horas, hasta llegar al pueblo, al borde de la ciénaga de Zapayán, donde trabajaba como maestra.  

El salir embrazada de un hombre con el que no estaba ligado matrimonialmente, lo que era mal visto por la mojigata sociedad de San Pablo, llevó a Mercedes a refugiarse en su hogar y en la iglesia en la que se destacó como devota y colaboradora. Aislamiento que fue moldeando el temperamento del niño, quien siempre fue esquivo con las personas que lo buscaban con fines amistosos, y reservado con quien consideró su único amigo. 

Tras la muerte de Francisco y Juana, tanto Mercedes como Gilberto quedaron bajo el amparo económico de Luis Guillermo, el tío paterno que ocupaba los cargos públicos de mayor importancia en el municipio. Fue quien lo llevó, desde que se hizo mayor de edad, por los mismos caminos políticos y burocráticos que había andado. Lo hizo nombrar oficial mayor, secretario de la alcaldía, alcalde encargado en varias oportunidades, y no alcanzó a serlo como titular pese al interés de los Tapias, de los Barranco y de los Sánchez Troconis.  

Ana Soledad, por su parte, era hija ilegítima de Luis Enrique Argote, un músico llegado a Cerro de San Antonio como miembro de una banda de viento de las antiguas sabanas de Bolívar, quien, tras enamorarse de Ana Clotilde, la madre de Ana Soledad, se fue detrás de ella para San Pablo, después de que Ovidio Antonio Torregrosa, su padre, se enfrentara con su hermano, por la herencia que su padre les había dejado.  Este, además de no volver a esa localidad, les hizo jurar a sus hijas, Ana Clotilde e Ignacia, que los hijos que tuvieran debían llevar el apellido Fontalvo, en reemplazo del que les había dado a ellas.   

Ana Clotilde y Luis Enrique Argote, además de Ana Soledad, fueron padres de Zoila y Remedios. Las tres se criaron con la madre y sus abuelos, porque del padre nunca hubo una explicación exacta del por qué los abandonó. Por un tiempo supieron de él, le escribía cartas llenas de amor a sus hijos, las últimas las fechó en Ciudad de Panamá y Santiago de Cuba.   

Los Fontalvo, prevenidos y dispuestos a casar a su descendencia con hombres de su misma posición social, consintieron las relaciones amorosas de Ana Soledad con un joven y recién llegado telegrafista que, sin pretensiones económicas, pero con argumentos como el ser simpático, poseedor de una sonrisa encantadora, de buenos modales, y detallista, la conquistó.  

Salomón Fernández, que para entonces ocupaba por tercera vez el cargo de alcalde municipal de San Pablo, acompañó al telegrafista a pedir la mano de la novia. Esa misma noche fijaron la fecha de matrimonio, el día del cumpleaños de ella, seis meses después. Los Fontalvo fueron quienes elaboraron el listado de los invitados al evento que fue organizado a la altura de su posición social. La casa de estos fue adornada con lujosos accesorios, mientras que Ana Soledad, aunque ansiosa, lucía sus mejores atuendos. La banda de viento contratada para animar la boda y el matrimonio fue la de los Barrios. 

Ni los Santander Bermúdez, que habían llegado desde Magangué para participar como padrinos del matrimonio, lograron convencerla de que perdonara al telegrafista luego de que Elvirita, su prima, le dijera que este, que esa noche, la de la boda, estaba haciendo el amor con la pariente de ambas, Amparo Barrios, en la casa y en la cama donde la noche siguiente irían a consumar el matrimonio. 

Ana Soledad, afligida pero dispuesta a cumplir su palabra de que jamás se volvería a enamorar, hizo de la máquina de coser y la costura, la forma de olvidar a quien la traicionó. Juramento que mantuvo hasta que, Leopoldito, como llamaban al tío por línea materna de Gilberto, se encargó de convencerla, años después del fracaso, que aceptara las pretensiones amorosas de su sobrino.    

Se aprovechó del cargo de juez y de la familiaridad, que lo unía con los Torregrosapara asegurarle a Gilberto que la convencería que renunciara a su juramento. Lo dijo cuando este, sorprendido por la propuesta del juez municipal de casarlo con ella, le recordó lo que había dicho a manera de sentencia. Después, cuando Leopoldito creyó haberlo convencido de que aceptara casarse, argumentó que cómo podría enamorarse de una mujer a la que solo veía vistiendo, cada año, a San Pablo y al Corazón de Jesús. También dijo que, a su edad, mayor de 40 años, y con una anciana madre que atender, no tendría fuerzas para ocuparse de una mujer menor que él.   

Solo cuando Gilberto aceptó unirse sentimentalmente a ella, Leopoldito la abordó un 27 de junio, después de la misa en honor al Sagrado Corazón, y le habló de las buenas intenciones de un hombre enamorado, soltero y sincero. Ella, alterada, le respondió, que ni lo uno ni lo otro le interesaba, porque había jurado no volverse a enamorar.   

Este, preocupado porque la sombra de la soledad que comenzaba a cubrir a ambos, perseveró en su propósito. El 25 de enero del año siguiente se casaron, en lo que pareció una ceremonia por conveniencia, después de la misa en honor a San Pablo. Para entonces ella había cumplido 37 años, y aunque lo intentaron, no tuvieron hijos. Aunque Ana Soledad pidió discreción en la celebración, el evento fue amenizado por la banda de los Charris.  

Ana Soledad regresó al patio luego de terminar la costura de un pantalón que debía entregar, para recordarle que a las tres y media de la tarde era la reunión el concejo municipal en la que iban a elegirlo como tesorero. Lo encontró como adormitado, lo llamó tres veces: Gilberto, Gibbo, Wades; puso el oído sobre el pecho de este, y gritó: ¡Está muerto!   

Entonces, buscó el tabaco en las manos de su esposo, miró al suelo donde lo observó, estaba casi entero, lo tomó y lo aspiró para evitar que se apagara. Le cerró los ojos a Gilberto, y se marchó por el camino por el que había llegado. Miró sin detenerse a quienes entraban a su casa, penetró a su habitación, cerró la puerta y la aseguró con un pestillo, y, sin que en sus mejillas corrieran lágrimas, se sentó en la cabecera de la cama. Convencida de que el tabaco había sido el causante de la muerte de su esposo, comenzó a fumarlo de manera decidida y esperando la muerte, aunque consciente de que ésta a veces demora en llegar.

 

Álvaro Rojano Osorio

Sobre el autor

Álvaro Rojano Osorio

Álvaro Rojano Osorio

El telégrafo del río

Autor de  los libros “Municipio de Pedraza, aproximaciones historicas" (Barranquilla, 2002), “La Tambora viva, música de la depresion momposina” (Barranquilla, 2013), “La música del Bajo Magdalena, subregión río” (Barranquilla, 2017), libro ganador de la beca del Ministerio de Cultura para la publicación de autores colombianos en el portafolio de estímulos 2017, “El río Magdalena y el Canal del Dique: poblamiento y desarrollo en el Bajo Magdalena” (Santa Marta, 2019), “Bandas de viento, fiestas, porros y orquestas en Bajo Magdalena” (Barranquilla, 2019), “Pedraza: fundación, poblamiento y vida cultural” (Santa Marta, 2021).

Coautor de los libros: “Cuentos de la Bahía dos” (Santa Marta, 2017). “Magdalena, territorio de paz” (Santa Marta 2018). Investigador y escritor del libro “El travestismo en el Caribe colombiano, danzas, disfraces y expresiones religiosas”, puiblicado por la editorial La Iguana Ciega de Barranquilla. Ganador de la beca del Ministerio de Cultura para la publicación de autores colombianos en el Portafolio de Estímulos 2020 con la obra “Abel Antonio Villa, el padre del acordeón” (Santa Marta, 2021).

Ganador en 2021 del estímulo “Narraciones sobre el río Magdalena”, otorgado por el Ministerio de Cultura.

@o_rojano

1 Comentarios


Leonardo Fabio castillo 17-12-2021 06:52 PM

Excelente artículo Felicitaciones historiador

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