Ocio y sociedad

Las riñas de gallo, una tradición vigente en el Cesar y Colombia

Redacción

08/11/2012 - 10:30

 

Pregunte a su alrededor y comprobará que más de un colombiano compite anualmente con uno o dos gallos en las riñas de su ciudad. En el departamento del Cesar, esa costumbre es bien conocida y tomada con mucha seriedad.

Un perfecto ejemplo son las competiciones organizadas durante el Festival Vallenato en el Coliseo que atraen a criadores de todo el país y a un público entusiasta, dispuesto a apostar fuerte sobre el animal más resistente.

¿Pero de dónde viene esa tradición tan anclada en nuestra región? La literatura y los historiadores nos invitan a viajar en el tiempo y en el espacio. En realidad, más que una afición local o regional, las peleas de gallo tienen una historia universal que el escritor vallenato Tomás Darío Gutiérrez Hinojosa escudriñó en su libro “Valledupar, música de una historia” (Grijalbo, 2000).

El juego de gallos como diversión es de un origen remotísimo. Las evidencias más concretas apuntan hacia un antepasado asiático rastreado en las selvas de la India, Birmania y las Islas Malayas.

“Los banquivoides –raza a la que pertenecen nuestros gallos finos– son originarios de Sumatra y de la India, en el hemisferio norte, sector del planeta en el que habitan con exclusividad todos los tipos de gallos del monte” (Tomás Darío Gutiérrez, p.279).

En Grecia, 520 a.c, las peleas de gallos se consideraban como algo muy importante en la vida del ciudadano. Es conocida la referencia que hizo el general griego Temístocles a la valentía de los gallos al pelear, en la arenga que dirigió a los atenienses en vísperas de la batalla de Salamina, diciéndoles que mientras estas aves luchaban hasta la muerte, sólo por el placer de vencer, ellos debían luchar por su patria y su libertad.

Las peleas de gallo llegaron al nuevo continente –y por consecuencia Colombia– por vía de los pobladores ibéricos quienes integraron las costumbres de los griegos y romanos. Ellos trajeron gallos a América e introdujeron esa práctica, primero en Santa Marta y, luego, en el resto de la costa.

“Referencias sobre las riñas de gallos pueden encontrarse durante toda la historia de los pueblos y ciudades de la antigua gobernación de Santa Marta, pero Valledupar se destaca por el alto nivel organizativo de este espectáculo” (p.282).

Es cierto que, hace pocos años, el Coliseo Gallístico de Valledupar era considerado uno de los mejores del país (aunque este título haya podido perderse en la última década). Eso demuestra que Valledupar sigue teniendo una posición destacada en las riñas gallísticas a nivel nacional.

Pero más allá de las tendencias y del lugar que pueda ocupar el Cesar, nos interesa conocer el motivo de semejante interés por el gallo. ¿Por qué a través de la historia de la humanidad, tantos caballeros, tantos guerreros, y demás señores han desarrollado tal estimación por los gallos de peleas?

Como posible respuesta debemos tener en cuenta que los gallos son de las pocas especies animales que cargan con la determinación de pelear con una fiereza indomable hasta la muerte.

En su libro, Tomás Darío Gutiérrez expresa que “un gallo no sólo es valiente hasta el último suspiro, sino además, un gran caballero cuando del sexo opuesto se trata: busca la comida, la encuentra, invita a su enamorada, pero por mucha hambre que tenga, jamás empezará a comer antes que su dama dé muestras de estar saciada” (p.279).

El orgullo y la obstinación del gallo son de admirar, es cierto, pero no debemos ignorar tampoco que, en la actualidad, muchas voces en pro de la preservación de los animales se alejan de estas alegorías y hablan de las riñas como manifestaciones violentas en las que queda reflejado el gusto por la violencia de un público.

Tradición o espejismo social, el debate está servido. Lo seguro es que los gallos siguen siendo una fuente de emociones para un departamento apegado a la tradición como el Cesar.

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