Ocio y sociedad

Oye, Librada, la vida vale la pena

Álvaro Rojano Osorio

20/04/2023 - 00:10

 

Oye, Librada, la vida vale la pena
La historia de Librada pasa por el municipio de María La Baja / Foto: cortesía

 

A mí me ha entrado todo en la vida, menos las letras, pero no me han hecho falta, porque he sido inteligente. Quien lo dice es Librada Mendoza Silgado, mientras nos ofrece café e invita a que tomemos asiento en la sala de su vivienda en Palenquito (Bolívar). Ella dice tener sesenta y ocho años, aunque su rostro refleja más edad; sin embargo, por su vitalidad, parece que fueran menos los cumplidos.

En este lugar la conocen como la “cancamajana”, que es un término palenquero utilizado para identificar al líder de una comunidad. Además, ha sido extractora de arena en el arroyo Ají molío, vendedora de baratijas, de pescado en Barranquilla, servicio doméstico, contrabandista de cigarrillos Marlboro, transportadora de marihuana de manera inconsciente y consciente, celestina, entre otros oficios. También lideró procesos de invasión de tierras, ahora se dedica a la microempresa y al cuidado de sus propiedades rurales.

Palenquito, que es una vereda de Malagana habitada por no más de doscientas personas, surgió en los años setenta, producto de la invasión a un predio denominado Ají molío, que es como se llama el arroyo que bordean la mayoría de las viviendas. El primer nombre que recibió fue el de "chucha (vulva) arrastrá", debido a que entre sus primeros habitantes hubo una mujer que, al carecer de una de sus extremidades inferiores, debía tirarse al suelo para movilizarse.

Librada llegó a este lugar en los años setenta, lo dice Guillermo Valencia Hernández, quien, además de vecino, fue su secretario, y a quien esta le reclama que la abandonó para irse como músico de Petrona Martínez. Después lo hizo Ana Claudina Silgado, su madre, conocida como La niña, quien era bailadora de fandango, tomadora de trago y experta en lanzar maldiciones, advirtiendo que eso de bendecir no servía para nada. También era conocida por un férreo temperamento, el que justificaba diciendo que el rabioso tenía que coger rabia todos los días, porque si no lo hacía se moría.

Fue en su temperamento en el que se apoyó para domar al tigre de Munguía, como identificaban a Pedro Mendoza, su marido, quien era respetado, temido por su fortaleza física, por su fama de saber de secretos del más allá, por su mal carácter. Quienes lo conocieron recuerdan que cada vez que se embriagaba se armaba de una antigua y filosa espada, entonces salía de Munguía para María la Baja, a caminar sus calles, a pedirle a cualquier hombre que le aceptara un desafío a muerte.

Era brujo y cogedor de brujas, dice su hija, quien asegura que construyó en el patio de su casa tres galpones en los que encerraba a las que capturaba. También atestigua que las oía clamar por su libertad mientras su padre las injuriaba, las azotaba con un látigo.

Pero, el tigre tenía en Claudina a su domador, lo hacía utilizando métodos como dormirlo, suministrándole brebajes, para, contrariando la prohibición de que lo hiciera, ir a bailar fandango a María la Baja. Entonces, la veían yendo por lomas, rumbo a la rueda de baile, vestida con trajes de variados y acentuados colores, calzando zapatos puntiagudos, a los que su hija identifica como patas de garza.

Munguía, que pertenece al municipio de María La Baja, era un pueblecito habitado por treinta adultos y cincuenta niños, así lo recuerda Librada, como si esa cuenta que sacó a los diez años fuera exacta. Todos eran de la familia Silgado, a excepción de su papá y de la cuñada de su mamá, María Pérez, a la que recuerda como cantadora de sextetos.  En él permanecieron hasta el día en que su madre decidió vender las doscientas hectáreas de tierra de la que era dueña. Ella dice tener claro las razones por las que, después de hacerlo en los años sesenta, se fueron para Barranquilla.

De la primera razón dice que se debió al desplazamiento forzado del que ella, cuando tenía ocho años, y su familia fueron víctimas. Fue una noche cuando temiendo ser asesinados abandonaron el pueblo. Corrieron en la oscuridad por lomas, por el monte, iban sin vestirse, sin calzarse, lo hacían presurosos por partir hacia dónde encontrar un refugio. Ella aún recuerda que mientras corría o caminaba, las puntas de los frutos de las matas de bicho seco por el verano le cortaban las piernas. El destino era Palenque, reinaba la oscuridad, se detuvieron en una plaza, era María la Baja, entonces, guiados por un compadre del Tigre, llegaron a ese lugar.  

A los seis meses regresaron a Munguía en compañía de la guardia cimarrona de Palenque. Después, cuando creían que el interés por la propiedad de Claudina había desaparecido, hombres armados con armas de fuego intentaron matar al Tigre. Lo salvaron, asegura Librada, sus poderes sobrenaturales. Además, se defendió con la perica, como esta llama a una espada que aún conserva, pero un disparo lo hirió, y evitando ser rematado se colgó de la rama de un palo de mango.

Mientras él combatía con dos sicarios, ella y sus hermanos menores se escondieron en el interior de un quiosco que utilizaban para expender gaseosas y panes. Después los hijos mayores del Tigre, armados con palos, manos de pilón y machetes, intervinieron contraatacando a los victimarios. Hubo muertos del lado de los atacantes, asegura Librada, cuyos cuerpos fueron lanzados a un arroyo. Ella también da testimonio de que la policía, antes de llegar a investigar los hechos, intentó poner una metralleta, a la que identifica como María palito, en una loma cercana, para matar a todos los habitantes del pequeño poblado, incluyendo perros y gallinas.

Al tigre, herido, se lo llevó la policía en una improvisada camilla hecha de palos para María la Baja. Volvió a su pueblo cinco años después, dos de los cuales estuvo en un hospital y tres, preso en Cartagena.

El ataque fue la segunda razón por la que se fueron para Barranquilla. Con la plata que produjo la venta de la tierra, adquirieron una casa en el barrio Carrizal. Fue cuando la matricularon en una escuela pública donde se dormía, para entonces había perdido el interés por el estudio, el que tuvo en Munguía, cuando le pedía a su padre que la mandara a un centro educativo que quedaba a una legua de su casa, y éste le respondía, entregándole un machete pequeño, afilado, mandándola a trabajar la tierra.

El irse a una ciudad con nuevas expectativas, pero sin herramientas para insertarse en la vida laboral, hizo que Claudina, El tigre y el resto de la familia, conocieran la pobreza que en Munguía espantaban con los cultivos de pan coger. Librada fue creciendo y encontró en el lavar, planchar, hacer aseo, cocinar en viviendas del barrio El Prado, una manera de sobrevivir. También vendió pescado por las calles de la ciudad, y cuando no conseguía trabajo, pedía comida porque eso de robar, asegura, nunca ha sido lo suyo. 

Pero ella, nacida en un pueblo y criada en el monte, se dejó ganar de la nostalgia, se embarcó en un bus para Cartagena, y, posteriormente, para Palenquito, donde vivía un hermano. Después llegó su madre, luego algunos de sus hermanos, todos llevando a cuesta el peso de la pobreza absoluta, quienes invadieron una de las orillas del Ají molío, donde levantaron sus viviendas. Para entonces, El tigre de Munguía había muerto en Barranquilla.

En este lugar la situación económica no cambió, tanto que esta asegura que vio la vida en un hoyo. Necesitada de producir para vivir, encontró en la extracción de arena del arroyo la forma de conseguir recursos económicos con los que asegurar la comida diaria. De ese tiempo recuerda la frase que expresó antes de dedicarse a esta actividad: “Yo voy a caer al arroyo porque es mejor que él me vea mis partes íntimas y no un hombre que no me va a dar nada.”

El día que más ganó plata con esta actividad fue cuando un individuo, al que ella y otras mujeres le vendieron arena, les regaló un billete de diez mil pesos. Días después, mientras observaba en la televisión la noticia sobre la muerte de Gonzalo Rodríguez Gacha, supo que había sido el donante. Entonces exclamó: “Ñerda, si yo trabajé para la mafia.”

Ella, quien dice compartir con los ideales del socialismo y el comunismo, reunió a un grupo de habitantes de Malagana y de Palenquito, y los invitó a invadir un predio. Tenía la experiencia, así lo asegura, porque en Barranquilla había participado en varias invasiones, tanto que dice haber sido la fundadora de algunos barrios.

El segundo predio ocupado fue el de propiedad de Enrique Segrera, pero fracasaron porque la policía capturó a los invasores. Los trasladaron para Cartagena, inicialmente para la cárcel de San Diego, pero no los aceptaron, después para Ternera, luego para la estación de policía del corralito de piedra, donde les dieron libertad. Sin plata para regresar, vestidos como agricultores y con machetes en las manos, caminaron por las calles de la ciudad.  Ella envolvió el suyo con un trozo de cartón antes de organizar el regreso.

Este fracaso no la doblegó, continuó participando en invasiones como la del predio denominado Sonrisa, que era de la familia Vélez de Cartagena, en otro en cercanías de Palenque, y en Matuya. Esta fue la última, intimidada por la muerte de cuatro cabecillas de los invasores, dejó de liderar este tipo de procesos.

Paralela a esta lucha, llevaba la de lograr la instalación y funcionamiento de los servicios públicos domiciliarios en Palenquito, entre ellos el de la energía eléctrica, para lo que se comprometió con el gerente de la electrificadora de Bolívar, a conseguirle sesenta votos para sus candidatos a ser elegidos para algunas corporaciones públicas. Otras fue la construcción y puesta en servicio del micro acueducto local, tarea en la que amenazó a un alcalde del municipio de Mahates con revelar su vida entre prostitutas y ron si no compraba los tubos que faltaban para culminar la obra. Aún sigue siendo política, y su lema es que, si alguno le da plata, le parte el brazo al agarrarla.

Yo sufría mucho porque era madre soltera de cuatro hijos. -señala Librada-. Tenía un marido que volvía después de la dieta que deben tener las recién paridas, por eso un día dije: esta maricada se va a acabar, para ser puta y no ganar nada, pepita estate quieta. Pero, apareció el ángel de mi guarda, tenemos cuarenta y siete años de estar juntos. Él me cogió nuevecita, me hizo una casa de material, grande. Por eso le digo a las jóvenes que sepan darlo, que aprovechen la juventud para que el marido les dé las cosas que necesitan, porque viejas ni quien les pare bola.

En estos días me he estado acordando de mi niñez en Munguía, de mis hermanos, de los que han muerto. De Petronita, mi hermana, esa a la que menciona Petrona Martínez en el disco que la hizo famosa, Ay Petronita, la arena me va a matar. También de mi hijo, al que mataron aquí en mi casa. Aún no he quitado la puerta del cuarto donde lo encontraron para asesinarlo, ahí está el hueco que dejó uno de los disparos que le hicieron, es que me da guayabo hacerlo. Sin embargo, cuando la tristeza llega a mi cuerpo con ganas de quedarse, la espanto, lo hago recordando lo que me dice Petrona Martínez: Oye, Librada, la vida vale la pena.

 

Álvaro de Jesús Rojano Osorio

Sobre el autor

Álvaro Rojano Osorio

Álvaro Rojano Osorio

El telégrafo del río

Autor de  los libros “Municipio de Pedraza, aproximaciones historicas" (Barranquilla, 2002), “La Tambora viva, música de la depresion momposina” (Barranquilla, 2013), “La música del Bajo Magdalena, subregión río” (Barranquilla, 2017), libro ganador de la beca del Ministerio de Cultura para la publicación de autores colombianos en el portafolio de estímulos 2017, “El río Magdalena y el Canal del Dique: poblamiento y desarrollo en el Bajo Magdalena” (Santa Marta, 2019), “Bandas de viento, fiestas, porros y orquestas en Bajo Magdalena” (Barranquilla, 2019), “Pedraza: fundación, poblamiento y vida cultural” (Santa Marta, 2021).

Coautor de los libros: “Cuentos de la Bahía dos” (Santa Marta, 2017). “Magdalena, territorio de paz” (Santa Marta 2018). Investigador y escritor del libro “El travestismo en el Caribe colombiano, danzas, disfraces y expresiones religiosas”, puiblicado por la editorial La Iguana Ciega de Barranquilla. Ganador de la beca del Ministerio de Cultura para la publicación de autores colombianos en el Portafolio de Estímulos 2020 con la obra “Abel Antonio Villa, el padre del acordeón” (Santa Marta, 2021).

Ganador en 2021 del estímulo “Narraciones sobre el río Magdalena”, otorgado por el Ministerio de Cultura.

@o_rojano

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