Ocio y sociedad
Historias de policías: “Le daba miedo dormirse por temor a no despertar jamás”
Para Maryuris Rodríguez Miranda, tener que levantar sola a sus tres hijos no ha sido tarea fácil, pero ése fue el compromiso que se hizo con José Gregorio Peña Antequera, su compañero permanente, mientras éste agonizaba. Pero, esta es una historia que inició el 7 de julio de 2022, cuando éste, un efectivo policial adscrito al Gaula, tuvo la misión, junto con otros compañeros, de recoger a unos capturados en El Carmen de Bolívar.
Para cumplir con esta labor en horas de la tarde emprendieron el camino desde Cartagena de Indias y la mala hora llegó. Al parecer, el estallido de una llanta del vehículo que conducía lo sacó de la vía, se volteó, y este sufrió múltiples fracturas. “Quedó con signos vitales, pero malherido”, relata uno de los compañeros.
Peña Antequera, quien ya cumplía 13 años de servicio de total entrega, dedicación y responsabilidad a la policía, tenía muchas razones para luchar por su vida, sus tres hijos y Maryuris, eran su mayor motivación; quería darles una buena vida. Ante de ser policía prestó el servicio militar, ya era su novio, y al terminar de hacerlo, ante la dificultad de conseguir empleo, su padre le facilitó una motocicleta para que se rebuscara, así se ganaba la vida, hasta que decidió ser policía, tenía 28 años, entró a la escuela y su vida le cambió.
Ese día, antes de salir de casa, abrazó a su pequeño hijo de solo dos años y este, como si presintiera que no lo vería más, lo abrazó con fuerzas y lloró para que su padre no se fuera. Pero el deber lo llamaba, entonces lo tomó en sus brazos y le dijo a Maryuris que lo acompañara hasta la esquina.
“Yo lo llamé al mediodía y le pregunté si venía a almorzar, me dijo que no podía porque estaba disponible y tenía que ir al Carmen de Bolívar. Antes de las dos de la tarde le hice una videollamada para que viera al niño, estaba feliz viendo a su pequeño hijo”, cuenta Maryuris.
Con voz entrecortada, relató que como a las seis de la tarde recibió una llamada del hospital San Juan Nepomuceno, con la noticia de que su esposo estaba en urgencias y que iba a ser trasladado a una clínica de Cartagena. “Me dijeron que no me preocupara, que no era tan grave”.
La sorpresa al verlo fue mayúscula, estaba malherido, tenía el cuero cabelludo en la mitad de la cabeza y fracturas por todas partes. “Yo solté el llanto, él me miró, y pese a todo ese intenso dolor que sentía, me dijo: “¿Qué haces aquí? ¿Dónde dejaste al niño?”.
La salud del policía que estaba próximo a ser subintendente era crítica, pero pese a estar dolorido se mantenía despierto. “Le daba miedo dormirse por temor a no despertar jamás”. Su mayor preocupación era su familia. “Verlo ahí me partió el alma, estaba frágil, pero preocupado por sus hijos”, afirma Maryuris.
“Yo todos los días le decía: vas a salir de esta situación de salud en la que te encuentras. Los niños le mandaban mensajes por teléfono y eso era como un aliento para él”. Los días pasaban y empeoraba, si se salvaba iba a quedar parapléjico. El 14 de julio el dolor se hizo insoportable y tuvieron que sedarlo para que descansara. “Le hablaba para darle ánimo. Llegaba al hospital en las mañanas y salía por la tarde con la esperanza de encontrarlo con vida al día siguiente”.
“Pero, pese a mis oraciones, a la esperanza de que se recuperara, en la madrugada del 15 de julio me llamaron del hospital y me dijeron que necesitaban a un familiar porque el paciente había sufrido tres paros respiratorios. Como pude me fui en una moto con un mal presentimiento, llegué llorando y me informaron que estaban haciendo todo lo humanamente posible para salvarlo”. La vida de aquel hombre corpulento de 40 años colgaba de un hilo, no era fácil reanimarlo, pues sus costillas estaban rotas y el temor de los médicos era hacer mucha presión.
“Dependíamos de un milagro, pero quizás no nos alcanzó la fe, sobrevino otro paro cardiaco y ese fue el último, no lo logró, yo sentía que la vida se me escapaba junto con la de él”, narra la mujer que lo conoció desde joven en el barrio Canapote donde vivían.
Lloraba y pensaba cómo les daría esa triste noticia a sus hijos. “Llegué a mi casa con el alma hecha pedazos, casi que sin fuerzas para decirles que su padre había muerto, allá encontré a la trabajadora social de la Policía dándonos orientaciones de cómo afrontar ese difícil momento”.
Con su muerte se esfumaron muchos sueños: casarse, ver crecer a sus hijos, darles educación y seguir escalando dentro de la Policía Nacional.
Emilio Gutiérrez Yance
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