Ocio y sociedad
Pueblo mágico
En los pueblos del Caribe colombiano y de muchas otras latitudes ocurren historias y episodios extraños, increíbles, extraordinarios, paranormales. En este artículo, narro algunas de ellas en calidad de testigo ocular en tiempos de niñez y juventud en mi Santa Ana (Magdalena) del alma. En todos los casos, se trata de eventos familiares, cercanos, por lo mismo me impregnan y constituyen al estar guardados en mi memoria, involucran personas a las que amé, estimé y conocí. En ningún caso pretendo que le den crédito, ni más faltaba, por supuesto hay campo para la duda metódica menos para el suscrito quién al vivirlos en carne propia pondera aquello de “ver para creer” del tomasino apostólico.
Larry, El invisible
Era una noche Santanera, de luna llena, silenciosa, apacible, de frescura fluvial. De repente, esa tranquilidad nocturnal y placidez de descanso casero se rompen con el estropicio de una persona corriendo afanosamente en el techo de mi casa, era Larry*, huía de la persecución policial después de cometer otra de sus travesuras, una vez más, buscaba refugio en casa, conocía de la profunda amistad y familiaridad entre Geña*, su mamá, y mi mamá a quién cariñosamente llamaba tía Tere.
Mamá, mis hermanos y yo nos levantábamos en el acto, el único que permanecía rendido a pesar del bullicio era papá, el trabajo, ajetreo diario y sus múltiples ocupaciones le pasaban factura. Ya en el patio de la casa Larry tocaba con cierto sigilo la puerta del patio, gagueando musitaba “tía ábrame, soy yo”. En ese momento pensaba, mamá lo ve como a otro hijo, y como buena madre, lo socorría y le abría la puerta, no sin antes decirle “ay mijo, no sabes el problema en que metes con Juan”, Juan era mi padre, un hombre correcto, honesto, rígido, legal.
Acto seguido, los agentes de policía tocaban con mucho respeto la puerta principal, por el frente, le anunciaban a mamá la práctica de una requisa, pues un maleante se había trepado al techo huyendo del “guante” de las autoridades. Los oficiales estaban convencidos de que lo más seguro es que se encontrara en el patio, camuflado entre los árboles, o, en alguno de sus recovecos. Ciertamente, no sabían que cuando mamá les abría la puerta para la inspección, ya Larry estaba dentro de la casa, seguro, protegido, camuflado.
En cierta ocasión los “aguacates”, como Larry les llamaba se retiraban luego de sus requisas y esfuerzos infructuosos, la malicia instó al oficial Muentes* a revisar el escondrijo de la parte trasera de la puerta que comunica la cocina con el comedor, minutos antes se había ocultado justamente ahí y había solicitado escobas, estábamos extrañados, desconocíamos sus intenciones, inexplicablemente las colocó con el cabezal hacia arriba, invertidas, de manera que cuando revisaron, no lo vieron, no encontraron nada, con sorpresa se había volado o invisibilizado.
Otra situación fue cuando se ocultó detrás de la puerta principal de la casa, la que da para la calle, otra vez de noche, como siempre los agentes revisaron el patio y ya de salida, antes de pasar a la terraza el agente Penagos* se detuvo a revisar, esta vez Larry no pidió escobas, antes se había quitado la camisa y se la había colocado al revés, nuevamente se hizo invisible y se atrevió a más, vimos que abrió la puerta y salió caminando, los policías no lo podían ver pero nosotros sí, raudamente tomó el destino de la calle de la albarrada, mamá Geña lo esperaba. Mi madre era una muy especial, jamás le haría daño a nadie, angelical, bondadosa, devotamente católica, seguramente mi vieja hablaba de estas cosas con Geña, sabe Dios como, cuando y de qué callada manera.
Cayito, El matarife
En los pueblos hay siempre personas con muchos conocimientos, saberes, prácticas y rituales acumulados con la pericia, el tiempo y la experticia. José Cayito* era uno de los carniceros reconocidos del pueblo, vivía en el barrio San Martín, mal llamado rincón guapo, atendía su clientela en su casa y en la plaza de mercado donde tenía un puesto otorgado por las autoridades.
Cada vez que Cayito caminaba por las calles del pueblo los perros aullaban en un solo coro canino a la hora que pasará, en la mañana, al medio día o por la noche, no sé qué poder o influencia ejercía sobre ellos, lo cierto es que los hechizaba y esto le agradaba sobremanera. Algunas veces confrontó con Larry en la cantina de Cato*, en el billar del cachaco Pérez o en cualquiera de las cantinas de la albarrada[1].
Cayito, era un guapo de verdad, dicharachero, de mayor edad que Cherry, en el billar, casi siempre le ganaba, También le ganaba a las trompadas. Larry desarmaba 3 o 4 policías en un santiamén, era temido en el pueblo, pero cada vez que se agarraban a puño limpio, Cayito le ganaba, le partía la boca o la nariz. Cierto día le preguntamos ¿Larry, por qué Cayito te tiene de bolita de quiñar?, a esto respondió: “Cayito sabe más que yo, no es lo mismo llamar al maligno que verlo venir”.
Tello, el Sansón
En un rincón de la ciénaga de Jaraba está Nazaret, papá la heredó de mi abuelo Juan. Como olvidar de aquel recodo paradisiaco: Los “corrales” de pescadores en tiempos de subienda, el brinco de los bocachicos saltando vivos y cayendo pataleando dentro de la barqueta cuando en familia la atravesamos, la pesca de mojarra amarilla en plena creciente en la costa bajo un árbol de totumo, uvero, uva de lata o mangle; el canto de las guacharacas y los chavarríes; las “manchas” de pato yuyos, pisingos y barraquetes migratorios; los ponches en manadas entre las taruyas o las hicoteas cazadas por los perros y llevadas al rancho en sus hocicos en demostración de eximios sabuesos.
En Nazaret nos acompañó Tello*, cuidandero apreciado por la familia, por mucho tiempo nos acompañó allí como también en “Rabón” fincaba en el corregimiento de Barro Blanco y en Los Corozales. Se destacaba en él su fortaleza física descomunal, una musculatura hecha a pulso, con el trabajo del ordeño, vaquería, caballería, hacha, machete.
En las peleas que hacía cuando se emparrandaba en San Fernando, Jaraba o Barro Blanco no tenía rival, caían por montones a diestra y siniestra, en la finca y los alrededores se murmuraban “esas no cosas de Dios”, comentaban que acudía a rezos, oraciones y cosas ocultas para potenciar su fortaleza de Sansón. Cuando llegaba a la finca y los efectos de esas cosas no cesaban, entraba al corral y ponía a bramar vacas, novillos y toros, algunos caían privados por sus golpes, patadas o gritos y cuando todavía tenía fuerza de sobra, peleaba con los arboles a cuales les arrancaba la concha con los nudillos de las manos, al día siguiente luego de la borrachera sus manos estaban postradas, maltratadas, hinchadas.
Rucho, el brujo
Rucho* fue un tío estimado, familiar de papa, tenía una parcela cercana a Nazaret, hombre de campo, gozó su minifundio, era el mejor curandero de toda la comarca. Sabía de la utilidad de las hojas, su rancho era una botica, siempre reposaban raíces, hojas, tallos, flores, bejucos y conchas, no había una culebra que no conociera, por lo mismo sus contras; también conocía y aplicaba rezos para combatir el gusano y otras plagas que le caían al ganado, mismos que curaba algunas veces a distancia sin necesidad de moverse de su parcela.
Cuando Tello estaba postrado con las heridas, golpes y maltrato de las peleas con sus enemigos arborizados tío Rucho aparecía como caído del cielo y en cuestión de horas lo restablecía. Un bastón le daba el mando sobre todas las serpientes, algunas veces su bastón se convertía en una de ellas, así las ahuyentaba. Una botella de contra era su pañuelo, en sus infaltables mochilas de majagua cargaban siempre ungüentos, cremas, menjurjes y demás. Pocas veces Tello acudía a papá, su patrón, médico, hombre de ciencia y formación, seguramente la cuestión no era de la órbita de las ciencias humanas, aquello se proyectaba más allá. En sus últimos días, se lamentaba de no saber a quién dejar esos saberes acumulados, según el debían estar en buenas manos, porque en malas, podían hacer mucho daño. Ninguno de sus hijos, descendientes de sus hijos o familiares cercanos siguió su camino, llevó una vida de típico hombre hicotea, despojado de ambiciones, modesta, sana, longeva.
*Nombres cambiados para proteger la identidad
Gustavo A. Carreño Jiménez
[1] Carreño Jiménez, Gustavo (2023). https://panoramacultural.com.co/medio-ambiente/9373/cuando-el-rio-era-la-vida-de-mi-pueblo
Sobre el autor
Gustavo A. Carreño Jiménez
Desmitificando a la India Catalina
Economista, Universidad de Cartagena. Especialista en Gerencia de Proyectos, Universidad Piloto de Colombia (Bogotá). Magister en Desarrollo y Cultura de la Universidad Tecnológica de Bolívar. Investigador Cultural. Maestro de Ciencias Sociales Distrito de Cartagena de Indias.
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