Ocio y sociedad

La traga de Bolívar con las Ibáñez

Eddie José Dániels García

16/10/2023 - 00:08

 

La traga de Bolívar con las Ibáñez
Nicolas Ibáñez a la izquierda y Simón Bolívar

 

Si no existiera la teoría de que el Libertador Simón Bolívar era estéril, como suelen suponer muchos de sus biógrafos e historiadores, bien podríamos afirmar que él fue el abuelo del eminente filólogo bogotano y presidente de la República Miguel Antonio Caro. Lo mismo podríamos decir de su gran amigo y posterior contradictor Francisco de Paula Santander. Esta suposición obedece a que tanto el “Padre de la Patria” como “El Hombre de las Leyes” sostuvieron en Ocaña, casi por la misma época, un ardiente triángulo amoroso con Nicolasa Ibáñez de Arias, quien era la abuela paterna del gramático capitalino, por ser la madre de su progenitor, el recordado poeta José Eusebio Caro Ibáñez. Aunque, en las últimas décadas, la historia de Colombia ha comentado hasta el cansancio la existencia de los “amores visibles” de los dos héroes de la Patria con la hermosa ocañera, jamás se ha mencionado algún indicio al respecto. Máxime, cuando existe la real posibilidad del vínculo familiar entre los dos gramático-poetas con los “dos padres de la Independencia”, sobre todo, porque la relación se dio en una época en que no existían fórmulas médicas ni procedimientos caseros para controlar o interrumpir un embarazo.   

A pesar de que las fechas históricas son susceptibles de muchas variaciones, como es lógico, debido a las precarias circunstancias que vivieron las épocas pasadas, muchos historiadores coinciden en afirmar que “la primera traga” del Libertador con la bellísima ocañera nació el 9 de enero de 1813, justo el mismo día que llegó a Ocaña y conoció Nicolasa, quien frisaba casi diecinueve años y hacia parte del mosaico de señoritas más distinguidas de la señorial villa ocañera, población que en ese momento tenía fama por la abundancia de mujeres hermosas y atractivas. Por esta razón era llamada la “Nueva Madrid”. El Libertador, quien estaba próximo a cumplir treinta años de edad, ya tenía una fama bien ganada de ser un personaje enamoradizo y un mujeriego empedernido. Además, gozaba la virtud de enamorarse a primera vista y “donde ponía el ojo ponía el plomo”, como reza el dicho popular. En ese momento el Libertador tenía 10 años de haber enviudado: su esposa María Teresa Josefa Antonia Rodríguez del Toro y Alayza, con quien se había casado en Madrid, el 26 de mayo de 1802, había fallecido en Caracas el 22 de enero de 1803, aún sin tener un año cumplido de haber realizado el enlace matrimonial.

La llegada del Libertador a Ocaña había sido anunciada con anterioridad. Acababa de realizar una campaña relámpago, entre finales de diciembre de 1812 y comienzos de enero de 1813, en la que había derrotado a las tropas realistas acantonadas en las poblaciones ribereñas del bajo Magdalena: Tenerife, Zambrano, Mompós, El Banco, Chiriguaná y Tamalameque. Con esta campaña victoriosa, las riberas del Magdalena habían quedado libres de enemigos y se había restablecido la comunicación fluvial desde Honda hasta Cartagena. Entonces, lleno de júbilo y con una gloria que no le cabía en el cuerpo, el Libertador, con su ejército patriota, abandonó el río y cruzó la cordillera oriental para llegar a Ocaña y tras disfrutar un descanso necesario, para planear las estrategias futuras, salir para Cúcuta con rumbo hacía Venezuela. Había realizado estas victorias, guiado por su espíritu autoritario y dominante, y sin esperar la autorización de sus superiores de Cartagena, los coroneles Manuel Castillo y Pierre Labatut, quienes solicitaron una corte marcial para que se juzgara y castigara su desobediencia. “Hay que juzgar a este caraqueño demente, que no entiende nada del arte de la guerra”, enfatizó el coronel Castillo.

Su arribo a Ocaña fue apoteósico: la entrada principal o calle real estaba adornada con arcos florales hasta la plaza central donde se realizaría el acto. Las autoridades civiles, militares y religiosas le habían preparado un recibimiento histórico, que incluía la imposición de una corona de laurel, símbolo de la victoria. Para realizar la coronación, fueron escogidas cinco adolescentes, entre las más bellas de la ciudad, quienes vestidas de blanco le imprimieron al acto una solemnidad celestial. La corte femenina estuvo integrada por: las hermanas Bárbara Vicenta y Juana de Dios Lemus, María de Jesús Patiño, Eusebia Sarabia y María Nicolasa Ibáñez, quien era conocida simplemente como Nicolasa. “Coronel, en nombre del pueblo ocañero, le imponemos esta corona como símbolo de las victorias que usted acaba de obtener, al derrotar las tropas realistas, en los pueblos situados en la ribera del río Magdalena. Continúe usted, conquistando triunfos para bien de nuestra Patria”, fueron las palabras pronunciadas, con una voz melodiosa, por Bárbara Vicenta Lemus, la encargada de ceñirle la corona. El pueblo entero aplaudió al Héroe y a sus soldados con enérgico entusiasmo y con una inmensa solidaridad fraternal.

La sorpresa del Libertador ocurrió ese mismo día, cuando fue hospedado en la casa de la familia Ibáñez, una de las más apreciadas de Ocaña, perteneciente al matrimonio conformado por don Miguel Ibáñez y Vidal y doña Manuela de Arias Rodríguez, padres de once hijos: cinco varones y seis bellas mujeres, cuyos nombres eran: María Nicolasa, Carmen, Josefa, Isabel, Manuela y Bernardina, llamadas cariñosamente “Las Ibáñez” en el afecto de la población. Cuentan los rumores históricos que desde que Bolívar vio a Nicolasa en la plaza principal, la reparó bien, le puso el ojo y quedó atraído por su belleza y lozanía. Era una muchacha alta, esbelta, de espíritu alegre y carácter voluntarioso. “A quien le dan pan que llore”, pensaba el Libertador, quien prolongó su descanso en Ocaña durante un mes y medio, hasta finales de febrero, hospedado en la casa de “las Ibáñez”. Al parecer, Nicolasa también se enamoró del Libertador a primera vista: la cautivaron la elegancia de su porte, la mirada penetrante de sus ojos negros, su vestimenta militar y sus constantes galanteos. Vivieron un romance ardiente y apasionado, del cual fueron testigos los hermanos y los padres de Nicolasa, quienes se hacían los de la vista gorda.

Lo curioso de este enlace romántico fue que en ese momento Nicolasa tenía un compromiso matrimonial con Antonio José Caro, un furibundo militar realista hijo de españoles, pero nacido en Bogotá en 1783, quien había conocido a su hermosa prometida dos años antes en Ocaña y habían acordado el matrimonio cuando ella cumpliera la mayoría de edad. Por esos días, mientras Caro se dirigía de Santa Marta a Ocaña para cristalizar el compromiso, había sido apresado por las tropas patriotas sublevadas y fue a parar a los calabozos de Mompós. Nicolasa le pidió a su amante clandestino que intercediera para que su novio fuera liberado y regresara a celebrar el matrimonio. Caro recobró la libertad, retornó a Ocaña y pudo casarse con Nicolasa el 13 de mayo de 1813. “A Caro le empezaron a salir los cuernos antes de casarse con Nicolasa”, han comentado varios historiadores. También, algunos afirman, equivocadamente, que Bolívar fue padrino de la boda, aseveración que no es cierta, pues él había salido de Ocaña para Cúcuta hacía más de dos meses. Volvió a ver a Nicolasa en octubre de 1914 cuando regresó a Ocaña y ya Nicolasa era madre de Manuela, su primogénita, quien nació a comienzos de ese año.

Al parecer, a Nicolasa Ibáñez solo le encantaban los militares:  ya casada, mientras el esposo vivía en Santa Marta, mantuvo una relación amorosa durante seis meses, entre junio y diciembre de 1815, con el coronel Francisco de Paula Santander, que el gobierno había ubicado en Ocaña para defender esta plaza.  Esta relación continuó en Bogotá, pues el matrimonio Caro-Ibáñez se trasladó a esta ciudad en 1816 y se prolongó durante veinte años, hasta el 15 de febrero de 1836, cuando Santander realizó su enlace matrimonial con la dama capitalina Sixta Tulia Pontón y Piedrahita, cuatro años antes de morir, el 6 de mayo de 1840. En septiembre de 1816 el papá de la Ibáñez fue condenado a muerte por Pablo Morillo, pero logró escapar la noche antes de la ejecución y se refugió en los pantanos ribereños del río Magdalena donde falleció. A comienzos de 1817, la viuda y sus otras hijas se trasladaron a Bogotá y se instalaron, junto con Nicolasa, en una modesta casa, a la que acudían Bolívar y Santander a visitar a Nicolasa y Bernardina, la última, que ya acercaba a los quince años y estaba “como para colgar en un alambre”. Mientras tanto, el esposo de Nicolasa vivía en Santa Marta con la cornamenta bien florecida.

“La segunda traga del Libertador” fue Bernardina, la benjamina de la familia, a quien le llevaba 21años de edad. La había conocido en 1813 cuando recaló en Ocaña y se hospedó durante 46 días en la casa del matrimonio Ibáñez-de Arias. En ese momento Bernardina era apenas una infanta de nueve años, había nacido en 1804. Es posible, aunque poco creíble, que desde esa época el Libertador “le había echado el ojo”. Era una niña que ya demostraba la belleza que la iba a iluminar cuando llegara a la adolescencia. Sin embargo, fue el 10 de agosto de 1819, cuando Bolívar quedó maravillado con la esbeltez de una hermosa quinceañera, bien formada, que hacía parte del cortejo de damitas que le dieron la bienvenida y le ciñeron la corona de la victoria, tres días después de la gloriosa Batalla de Boyacá, cuando llegó triunfante a la capital de la República. No obstante, aunque el Libertador ya tenía por costumbre examinar la belleza de las damitas escogidas en darle la bienvenida y coronarlo en las entradas jubilosas de las ciudades donde llegaba, para decidir a cuál de ellas se llevaría a la cama, con Bernardina no “le sonó la flauta” y “tacó burro”. El tiempo se le fue en visitarla y cortejarla, pero ella jamás le paró bolas, nunca atendió los requiebros ni aceptó los regalos que él solía mandarle.

Inconforme y desaminado con la resistencia de Bernardina, el Libertador la llamaba en secreto “La Melindrosa”, sin embargo, la ocañera no daba su brazo a torcer. Se había enamorado del coronel venezolano del ejército patriota Ambrosio Plaza, quien era amigo de Bolívar y lo había acompañado en todas sus correrías y en las batallas del Pantano de Vargas y Boyacá. Se enamoraron locamente, razón suficiente para que Bernardina no les prestara atención a los asedios del Libertador. Las intenciones de casarse se frustraron el 24 de junio de 1821 cuando el coronel Plaza fue asesinado de un tiro de fusil en la Batalla de Carabobo. Bolívar aprovechó la tristeza de Bernardina para incentivar sus requiebros, pero todo fue inútil. Después de tres años de insistencia, Bernardina tuvo un romance con Miguel Saturnino Uribe, un prolífico personaje, oriundo de El Socorro, Santander, que vivía en Bogotá y de quien se comentaba que tenía más de cien hijos. De esta relación nació una hermosa niña llamada María del Carmen, que, a los dieciséis años de edad, contrajo matrimonio con el cónsul de Dinamarca en Colombia, Karl Michelsen, quien, posteriormente, fue el abuelo paterno de María Michelsen Lombana, esposa de Alfonso López Pumarejo, y tatarabuelo de Alfonso López Michelsen.

Cuando nació José Eusebio Caro Ibáñez, el hijo de Nicolasa, el 5 de marzo de 1817, al parecer en Ocaña, aunque algunos historiadores dicen que el matrimonio Caro-Ibáñez se había trasladado para Bogotá en 1816, el esposo de Nicolasa, Antonio José Caro, vivía en Santa Marta, lo que deja una cierta duda sobre la paternidad de su hijo. Además, según las fuentes históricas, en esos años, los dos héroes seguían manteniendo sus relaciones amorosas con la perversa ocañera. Y muchos historiadores afirman, también, que la enemistad entre Bolívar y Santander, fue ocasionada por los celos que el uno sentía por el otro. Y otra razón que justifica la duda sobre la paternidad de José Eusebio es la dificultad que presentaban las comunicaciones en esa época. Los viajes en champanes por el río Magdalena y el trasporte en coches de caballos eran los únicos medios existentes. Y más difícil el segundo, puesto que se tardaban varios días en vadear los ríos, cruzar los montes y escalar las montañas. Y no creo que, con tanta dificultad, Antonio José Caro viniera frecuentemente desde la Villa de Rodrigo de Bastidas a entretener a su esposa. Hoy, después de más de dos siglos de haber ocurrido este episodio, me sobra la lucidez para afirmar que cualquiera de los dos gloriosos héroes de nuestra independencia pudo haber sido el abuelo del eminentísimo filólogo bogotano, don Miguel Antonio Caro.

 

Eddie José Daniels García

Sobre el autor

Eddie José Dániels García

Eddie José Dániels García

Reflejos cotidianos

Eddie José Daniels García, Talaigua, Bolívar. Licenciado en Español y Literatura, UPTC, Tunja, Docente del Simón Araújo, Sincelejo y Catedrático, ensayista e Investigador universitario. Cultiva y ejerce pedagogía en la poesía clásica española, la historia de Colombia y regional, la pureza del lenguaje; es columnista, prologuista, conferencista y habitual líder en debates y charlas didácticas sobre la Literatura en la prensa, revistas y encuentros literarios y culturales en toda la Costa del caribe colombiano. Los escritos de Dániels García llaman la atención por la abundancia de hechos y apuntes históricos, políticos y literarios que plantea, sin complejidades innecesarias en su lenguaje claro y didáctico bien reconocido por la crítica estilística costeña, por su esencialidad en la acción y en la descripción de una humanidad y ambiente que destaca la propia vida regional.

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