Opinión
Marina, la de Julio
Es que no hay manera de olvidarme de aquella mañana de enero, fresca como los amanaceres recientes, cuando no acaba de extinguirse la alegría decembrina, pese a ‘los cantos de sirena’ del primer mes del año. Valledupar, disfrutaba todavía el tropelin diario, por la mañana y en las tardes, de la muchachera mostrándose los regalos del Niño Dios, ni siquiera había llegado el día de Reyes.
Ahí cerca, en pleno barrio Cerezo, las brisas refrescantes en los primeros años de la década sesentera, mostraban el rigor climático rindiéndose ante el frescor y la murmuración del viento, como de la vecindad. El tema era el taconeo de la dama, vestida de blanco estricto, que, rumbo a su lugar de trabajo, repartía saludos amables a quienes estaban, a las personas que se asomaban y al mudo Jacob, embelesado con el porte, la elegancia y el donaire de quién avanzaba ‘como Pedro por su casa’. Al pasar por La Boston, la tienda mayor, el contador público, Gonzalito Clavijo, desfloró su timidez cuando, dijo, -que dama tan elegante va ahí, ¿quién será? Al instante, el señor Vidal, el propietario, aquietó el momento, “esa es Marina, la de Julio, la hija de don Julio Montalvo y la señora Llilla Castilla”. Poncho Rivero, que a esas horas terminaba la primera “germanía” del día, complementó, es una gran persona, trabaja donde Leónidas Lara e hijos, el concesionario.
Ni siquiera era coincidencia, se trataba de un ritual diario compartido, en el mismo momento, el fonsequero Fermín Medina, quejándose de calor se asomaba de cuerpo entero a la calle del Cesar, que entonces era la carrera quinta rodándose luego sobre la 12A, exactamente frente a la cacharreria La sorpresa, de dónde salía, en idéntica forma y hora, el viejo Carvajal, su propietario, en sentido opuesto, con mirada paisajistica, listos para apreciar el cruce elegante, previo el saludo a cada lado, mientras Maria Castilla murmuraba en la puerta de su casa, “aguaitá María Lourdes el par de sinverguenzasos de la esquina, le tienen el ojo puesto a Marina la de Julio. Que se metan, decía Lulu, los va a estacá el Gogo.
La avenida PeCastro era un pasadizo vial extendido que iniciaba frente a la casa inglesa de la época, con sardineles en todos los niveles, como límites en las aceras, de ese cauce de tierra y piedra, que cansaba andar de ida como de venida. Pero lo bello del sector eran las personas que habitaban y otras que, como la bellísima Sole María, lo visitaban con frecuencia. La elegantísima Inés Hinojosa, Lucy la de Tavía Yanet, Magolita Larrazabal. La More, de la gran Fina Castilla, Paulina la de Rosa Sarmiento, Nilda y La Ñora Barranco, las hermanas Pérez, hijas del inolvidable Cachaquito Pérez y hermanas del gran Cuchi Pérez, cuya lucha por la vida clama por más oraciones, La Pola, o sea, la hija de la señora Trini, famosísima por el peto mágico que alegraba el alma, las hermanas Ramírez, hijas de la matrona Adela, Clara y Luz Marina, hijas de la señora Rosa Orozco, Magola, Rosalía la del hombre de bien, Rafael Vega, Leonarda la de la señora Sixta Vergara.
Con el paso de los años, Marina Monsalvo Castilla, agigantó su desempeño vivencial, moviéndose en el campo laboral, con eficiencia, eficacia y efectividad, como siempre lo hizo, de manera principal en la gobernación del Departamento del Cesar, donde fabricó excelentes recuerdos de trabajo honesto, de apoyo funcional y servicio a la gran masa de necesitados, a sus superiores y compañeros, y a la comunidad en general.
A muy temprana entrada en la adultez, le correspondió asumir dos acontecimientos de la vida, un par de golpes emocionales, por la partida de su padre querido, cuyo fallecimiento constituyó un desafío a la sobrevivencia familiar. Unos años después, llegó el pretinazo devastador por la muerte prematura de Julito Monsalvo Castilla, encontrándose en los cimientos de su formación universitaria, como promesa promisoria por los buenos resultados académicos y su desempeño magistral como practicante del fútbol y puntero derecho de excepcionales condiciones.
Marina se puso al frente de la prole, Dios la premió con fuerza interior y expansiva capacidad amorosa y de sentido del deber, en gracia de lo cual, los resultados fueron formidables en el mantenimiento de la unidad familiar, de la profesionalización de hermanos menores, sobrinos y ayuda comunitaria. Uno de ellos, Lucas, fue un excelente funcionario público, la mayor parte de su tiempo laboral como magistrado Seccional en el consejo superior de la judicatura, Martha, excelente médica y amorosa madre, y compañera de vida de Jayson Penso, el alumbrado por más de 20 años, mientras Raúl hizo lo propio, Juancho abanderó la vida, luego de sus triunfos resonantes ante Caco Brito, el Tuerto y el Manco Martínez, peleadores callejeros que sucumbieron ante la supremacía de sus puños y valentía; Meche, firme en el recuerdo de su servicio laboral y el trofeo tácito como bailadora de música tropical, siempre y cuando ‘tocara’ la banda Picapiedra, con Armando Castilla, Hugues Maya y Olaya Araméndiz a la cabeza; José Manuel o “Cabecita”, que es lo mismo que destacar sus servicios en la terminal de transportes; y el gran Pedro, Paco Monsalvo, el magistrado musical de la familia, mejor promocionador de pañuelos y medias, y vendedor emérito de, arepita e queque merengue chiricana y dulce, en los cajoncitos de pino en qué se almacenaban las botellas de whiskie Caballito blanco, productos ‘asados’ en el horno internacional, pro Cuba, de la matrona del Cerezo, Elí Villero.
Hace unos días, Marina, la de Julio, partió al Cielo, a ocupar su puesto ganado como mujer virtuosa, hija, madre, tía, familiar, vecina y servidora, formidable, a reencontrarse con sus padres y hermanos fallecidos, a llevarle a Pellelle, noticias frescas de los retozos del Secre y de la novedosa afición de Asterio Castilla, ese baluarte excepcional del Cerezo, quien cambió la azulita del viagra por el sabor enrarecido de un polvo azulito extraño, que por poco se lo lleva, pero, para fortuna de todos, sigue ‘vivito y coleando’.
Alberto Muñoz Peñaloza
Sobre el autor
Alberto Muñoz Peñaloza
Cosas del Valle
Alberto Muñoz Peñaloza (Valledupar). Es periodista y abogado. Desempeñó el cargo de director de la Casa de la Cultura de Valledupar y su columna “Cosas del Valle” nos abre una ventana sobre todas esas anécdotas que hacen de Valledupar una ciudad única.
1 Comentarios
Esquisita anécdota del Cerezo.Enguayavador para mi porque conocí y conozco todos los. Personajes y me dolió la partida de Marina,Mi gran amiga desde el Colegio siendo Yo mucho menor,Pero es que a Mi lo que me importa es la amistad,No la edad.Alberto,Felicitaciones,Me encanto.
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