Opinión
Filosofía y guandolo del señor Gustavo
Estudié en La Normal Piloto de Bolívar, en Cartagena (uno de mis orgullos). Allí en ese entonces no daban el titulo de Normalista, ni Normalista Superior, en esa Normal conferían el título de “Maestro”, entre otras cosas la nuestra fue la última promoción de esas características, entrábamos acreditando haber terminado el cuarto de bachillerato (hoy noveno) y estudiábamos dos años en la Normal (cuatro quimestres —periodos de cinco meses), las promociones siguientes entraban a hacer sexto y la modalidad cambió ya formaban bachilleres pedagógicos.
En esos cuatro quimestres, estudiábamos, entre otras, Filosofía de la educación, sociología de la educación, historia de la educación, psicología del aprendizaje, didáctica, pedagogía y otras ciencias auxiliares de la educación. Esta institución contaba con una nómina de educadores de excelente calidad a los cuales, no le decíamos profesores ni ellos nos llamaban alumnos, ahí había un trato respetuoso dentro de la libertad, para nosotros ellos eran maestros y nosotros para ellos alumnos-maestros., y no era un formalismo, era el ambiente que respirábamos al estar ante la presencia de esos maestros. Era la inspiración y la imagen que proyectaban sin imposición alguna.
Tengo muchas anécdotas para contar sobre la Normal, hoy escogí una del maestro de filosofía, el cual, siendo psicólogo, también tenía estudios de filosofía. Un día en su clase después de disertar sobre el pensamiento de un filosofo de la antigua Grecia pregunto al grupo, ¿quién da una frase que le haya gustado de un filósofo? Un compañero dijo: “Solo sé que nada sé”. El maestro pensó unos instantes y dijo: “Elaboren un complemento para esa frase de Sócrates”. Nos pusimos en la tarea y cada uno dio un complemento que iba desde lo simple a lo complejo, lo insulso hasta lo interesante. El maestro nos escuchó con atención y trató de proseguir su clase sin hacer comentarios sobre ello, nosotros que lo conocíamos, le inquirimos que dijera su propio complemento. El sonriendo expresó: “Sócrates dijo: “Solo sé que nada sé”,—yo concluyo— sin embargo, sé más que la generalidad que nada sabe y cree que sabe, por que yo sé y estoy seguro que ignoro lo que no sé.”
A partir de ahí, inició una brillante disertación sobre el saber, la importancia de la lectura y sobre todo de emitir pensamiento crítico, con autonomía, conceptos propios y no popurrí de citas, salpicón de ideas de otros y nos alertaba para evitar la tendencia de pensar con el pensamiento de otro en la creencia que pensamos con autonomía, sin darnos cuenta que quien nos escucha, con un mínimo esfuerzo capta la vacuidad de lo que se dice, pues intuye que la propiedad intelectual de lo dicho no corresponde a la persona que lo emite.
Este maestro nos pudrió el cerebro con la lectura y el pensamiento crítico, siempre utilizando el ejemplo, la casuística. En la primera semana nos pidió leer un capítulo sobre “Materialismo histórico y empiriocriticismo”, nos presentamos a su clase sin leerlo, no mostró molestia alguna, tomó la tiza e hizo una exposición del tema y al terminar la clase nos puso de tarea la lectura de otro libro, diciendo que iba a calificar exposición del tema. Esa semana leímos como locos, nos reuníamos y discutíamos en el comedor, en los patios, en las murallas, en los pasillos. Cuando llegó el día, el MAESTRO entró al aula tomó la tiza y comenzó a exponer un tema que nada tenía que ver con el libro que nos había puesto a leer. Al terminar la clase dijo para la otra semana se leen este libro y dio otro título y otro autor. Un compañero le dijo: maestro, se le olvidó ponernos a exponer el libro Materialismo y empiriocriticismo. Él lo miro y nos miró con incredulidad y solo dijo: ¿Ustedes leyeron el libro para mí o para ustedes? Se despidió con un gesto de la mano y una inclinación de cabeza y salió del salón. En ese momento aprendimos que la lectura no era una imposición sino una necesidad del hombre que se prepara para la vida.
Un día, hablándonos sobre La ética a Nicómaco, tocó el tema de la Felicidad según Aristóteles y mencionó el término “Eudemonía” , se explayó en el tema rematando que la felicidad en realidad cada persona la siente a su manera, pero que eso es, solo un placer incompleto, pues estando gozando de ese placer, se empieza a pensar que lo del otro es mejor y ahí surge el ego inflado, la frustración disimulada y la envidia mal contenida, nos decía que había que aspirar a ser más, sabiendo más y que, si se daba tener más, eso no nos hacía superior a quien no tuviera la misma cantidad.
Hoy, desde mi pueblo, evoco estas enseñanzas y veo la realidad y sabiduría de ellas, pues la jactancia de riqueza o pertenencia a un club social de la elite de provincia pareciera que marcara el saber, pero, al mirar más allá de la provincia, se encuentra, que ese orgullo de pertenecer a ese club no es suficiente para hacer parte del Country, Los Lagartos o El Nogal y que, a lo mejor, las élites de esos últimos clubes hagan sentir pequeños a los de los clubes de provincia.
Por último, debo reconocer que en El Cesar hay gente capaz, profesionales bien preparados, artistas e intelectuales talentosos y como todo, también hay los que posan y se sienten más grade por dentro de lo que lo son por fuera, no es su culpa, esta pose es propia de una sociedad con demasiados rezagos feudales.
Un sociólogo joven me contó que conversando con un poeta de El colectivo literario El Manjol, (jóvenes poetas —algunos profesionales ya— que miran el mundo con irreverencia, pero con el sarcasmo que da la inteligencia) le preguntó:
—¿Hay pensamiento crítico en la dirigencia política del Cesar?
—El whisky del Club Valledupar parece que le adormeció las neuronas —contestó el poeta.
—¿Hay pensamiento crítico en la Universidad Popular del Cesar?
—Sí, el que entró por “La Gallera” movilizado con el guandolo que vende el señor Gustavo.
En efecto, en “La Gallera”, sitio de La UPC, se da discusión sobre temas variados: filosofía, sociología, literatura, música, política, derecho, etc. Creo que ahí se cocina el pensamiento de la universidad, pues estos muchachos emiten opiniones propias en ese espacio libre, muy propio de los que desde la marginalidad se atreven a pensar diferente a lo establecido por la política cesarense. Creo que es un espacio digno de estudio sociológico para analizar ese fenómeno.
Aclaro, no soy filosofo, me inquietan los temas generales y trato de dar una visión desde mi percepción, con mis propias palabras y mi propia forma de pensar, sé que eso incomoda a los que por tradición se acostumbraron a llevar “el saber” y la voz cantante en nuestro medio y que no aceptan que otros piensen y emitan conceptos propios, sin pedir permiso y sin rodilla en tierra.
¡Que viva La Gallera y el guandolo del señor Gustavo!
Diógenes Armando Pino Ávila
Sobre el autor
Diógenes Armando Pino Ávila
Caletreando
Diógenes Armando Pino Ávila (San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Colombia. 1953). Lic. Comercio y contaduría U. Mariana de Pasto convenio con Universidad San Buenaventura de Medellín. Especialista en Administración del Sistema escolar Universidad de Santander orgullosamente egresado de la Normal Piloto de Bolívar de Cartagena. Publicaciones: La Tambora, Universo mágico (folclor), Agua de tinaja (cuentos), Tamalameque Historia y leyenda (Historia, oralidad y tradición).
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