Opinión
Ecos del Festival de Guitarra en Codazzi

Con una guitarra al hombro, recorriendo calles pedregosas pocos iluminadas, bajo una luna tenue rodeada de imponentes nubes marcadas por el invierno, en una noche joven, con uno que otro charco formado por la lluvia del día anterior, un punto de encuentro y una cuadrilla de amigos esperando para salir a poner serenatas a las amigas o a las muchachas a las que estaban enamorando, o pendientes de que les dieran un "sí". Allí, en las terrazas de la Caja Agraria, con una pipona de aguardiente antioqueño comprada con una "vaca" que alguien del grupo recogió de billetes arrugados, de esos que se meten en el bolsillo en forma de moño y se van sacando con cuidadito.
Entre risas, cuentos y tertulias, esperando que la noche se fuera tornando adulta, practicábamos y escogíamos las canciones de acuerdo a la modalidad o la intención del enamorado. Por ejemplo, si estaba peleado con la hembra, interpretábamos “No digas que no te quiero, no digas que te olvidé, sabes que por ti me muero, ¿cómo es posible no me tengas fe?” de Otto Serge, y así sucesivamente según cada caso.
Fastidiados por los avechuchos, grillos y cucarrones que, a veces, se nos metían por las camisas, atraídos por las luces de las lámparas que nos proporcionaban aquel ambiente nocturno de invierno. Aquellos acontecimientos no impedían que finalmente cumpliéramos nuestro objetivo.
Noches de bohemia, de farras, versos y cantos que salían de las voces de aquellos muchachos desprevenidos, sin compromisos sociales. Hasta ese momento de nuestras vidas, solo compartíamos y nos divertíamos. ¡Cuántas canciones y melodías regadas por las calles de mi amado Codazzi, como la letra de la canción: “Regando con sus canciones florecitas”! Una alfombra de notas y acordes que solo el pincel del recuerdo puede plasmar en nuestra memoria.
Un cimiento formado por capas de cantos que, al humedecer la nostalgia, brotan como vapor y aún deambulan por sus calles, transportados como burbujas sobre las frías brisas de una madrugada tierna, anunciando un nuevo día, pues la noche en que nos arrullamos... envejeció.
Sí, eso dejamos en nuestro adorado pueblo. Cuentan que a veces se escuchan ecos de aquellas andanzas que con el tiempo se fueron extinguiendo, languidecen como gota de agua en un crisol.
Hoy, el sonido de una guitarra arruga mis sentimientos y se funde con la nostalgia que cada codacense esconde y añora, preparándose para visitar su pueblo. Sí, eso dejamos: un preludio majestuoso convertido en solemnidad.
Las noches de bohemia en Codazzi no sólo fueron momentos de música y camaradería, sino también capítulos de una juventud libre de preocupaciones, donde las serenatas eran el lenguaje del corazón y las calles, el escenario de recuerdos imborrables. Hoy, esos ecos resuenan en la memoria de cada codacense, entrelazando el pasado con el presente, y dejando un legado que perdura en cada nota, en cada verso. Aquellos tiempos no se desvanecen; siguen vivos, brotando en la nostalgia y guiando a quienes, como nosotros, aún sueñan con regresar a su amado pueblo. ¡Suenen guitarras!
Luis Carlos Guerra Ávila
Tachi Guerra
Sobre el autor

Luis Carlos Guerra Ávila
Magiriaimo Literario
Luis Carlos "El tachi" Guerra Avila nació en Codazzi, Cesar, un 09-04-62. Escritor, compositor y poeta. Entre sus obras tiene dos producciones musicales: "Auténtico", comercial, y "Misa vallenata", cristiana. Un poemario: "Nadie sabe que soy poeta". Varios ensayos y crónicas: "Origen de la música de acordeón”, “El ultimo juglar”, y análisis literarios de Juancho Polo Valencia, Doña Petra, Hijo de José Camilo, Hígado encebollado, entre otros. Actualmente se dedica a defender el río Magiriamo en Codazzi, como presidente de la Fundación Somos Codazzi y reside en Valledupar (Cesar).
1 Comentarios
En hora buena hermano, levantaste a de las cenizas del olvido, las nostalgia donde nacen los lloros
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