Opinión
Interconexión eléctrica y agonía de la magia
Mi pueblo, como la mayoría de los pueblos de la Depresión Momposina, recibían la energía eléctrica que suministraban unas plantas que se movían con ACPM. Era una tremenda odisea tener luz eléctrica porque dichas plantas se descomponían permanentemente y los repuestos había que traerlos de Barranquilla o Bogotá. Por lo tanto, sufríamos apagones de uno o dos meses y cuando dichas plantas se portaban bien, en muchos casos, no había el combustible en el pueblo o la electrificadora demoraba para comprar dicho suministro.
Las plantas se encendían a las seis o seis y treinta de la tarde y se apagaban al filo de la media noche, dándonos la luz solo seis horas diarias. Este comportamiento del suministro eléctrico condicionó la vida de nuestros pueblos, a la hora del almuerzo las mamás enviaban a los niños a la tienda de la esquina a comprar una cubeta de hielo para enfriar el líquido de sobremesa (agua de panela con limón), recuerdo que la cubeta de hielo la congelaban en nevera de querosén, las cuales solo la había en algunas tiendas y en casa de ganaderos o comerciantes.
Como nuestro pueblo, tenía gran cantidad de pescadores, algunos santandereanos venían con sus camiones 350 y compraban la pesca que se producía, para ello traían gran cantidad de bloques de hielo cubiertos en cascarilla de arroz y al momento de acomodar el pescado comprado extendían una capa de cascarilla de arroz, una capa de hielo y luego una capa de pescado bien acomodado, luego otra capa de hielo, otra de pescado, otra de hielo, las que cubrían con hojas de plátano y a éstas las tapaban con cascarilla de arroz, luego hielo, pescado, hielo y así sucesivamente. Los costados de la carrocería también eran cubiertas por costales y hojas de plátano.
Catalino Estrada, que hacía muchos años había llegado al pueblo desplazado por la violencia política del 48, venía del corregimiento El Contento jurisdicción del municipio de Gamarra Cesa, y se ganaba la vida como comerciante próspero, tenía un surtido depósito de abarrotes, una piladora de maíz y ante la necesidad que tenía el pueblo y los compradores de pescado, se le ocurrió montar una pequeña fábrica de hielo, ahí pasamos a comprar el hielo para el hogar el que era vendido por libras y teníamos que lavar al llegar a casa pues llevaba adherido a él mucha cascarilla de arroz. Los comerciantes de pescado pasaron a comprar el hilo en dicha fabrica ya que les salía mucho más barato que raerlo de otros municipios.
Hasta el año 1988 tuvimos el fluido eléctrico suministrado por planta de combustible, ese año, lo que llamaron “El Plan Percas”, permitió la interconexión eléctrica, construyeron torres y colgaron redes para traernos electricidad desde El Banco Magdalena. Recuerdo que el día que nos interconectaron, los políticos locales hicieron un acto en la plaza abrogándose la autoría de tal prodigio y el secretario de gobierno de entonces pronunció un discurso donde auguraba que ahora si iba a despegar la industria local, a lo que respondió un opositor político en su borrachera: “¡Será la industria de boli!”.
La llegada de la interconexión hizo que se cerrara la fabrica de hielo. Nuestros pobladores, de acuerdo a sus posibilidades económicas, compraron neveras. Lo mismo ocurrió con los televisores, pues nuestras gentes, escuchaban noticias por radios a baterías y escuchaban radionovelas, muy populares como la de Arandú y otras novelitas rosas tipo Corín Tellado pero en audio. La televisión antes, ya lo dije en otro escrito, la veíamos en algunas casas del centro, sobre todo en la de ganaderos y comerciantes que permitían que la gente del común se amontonara en la puerta a ver los episodios, mientras que los muchachos nos enracimábamos en las ventanas a ver series como “Perdidos en el espacio”, “Los Monkys” y programas como “El club del clan”.
Este adelanto tecnológico de la energía eléctrica trajo en la cultura daños colaterales, tales como, se acabaron “Los espantos” se alejaron las leyendas, y sobre todo, los abuelos y mayores perdieron el protagonismo ante los niños y jóvenes pues dejamos de frecuentarlos por las noches para que nos contaran cuentos de espanto.
Diógenes Armando Pino Ávila
Sobre el autor
Diógenes Armando Pino Ávila
Caletreando
Diógenes Armando Pino Ávila (San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Colombia. 1953). Lic. Comercio y contaduría U. Mariana de Pasto convenio con Universidad San Buenaventura de Medellín. Especialista en Administración del Sistema escolar Universidad de Santander orgullosamente egresado de la Normal Piloto de Bolívar de Cartagena. Publicaciones: La Tambora, Universo mágico (folclor), Agua de tinaja (cuentos), Tamalameque Historia y leyenda (Historia, oralidad y tradición).
1 Comentarios
Excelente anécdota, yo recuerdo aún año 1982 a 1988, esas vivencias, de energía eléctrica unas cuantas horas en la noche, recuerdo amontonado viendo TV en ciertos hogares, recuerdo los bloques de hielo resguardados en cascarilla de arroz, recuerdo camiones llevando pescado para el interior. Fueron años difíciles, con carencias, pero maravillosos
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