Opinión
Cosas que sólo suceden en Valledupar

La llegada del francés Luis Striffler a Valledupar en 1876, fue un avance para la historia del municipio. Con sus apuntes, que más tarde fueron plasmados en un libro de su autoría titulado “El río Cesar, relación de un viaje a la Sierra Nevada de Santa Marta en 1876”.
Relata en su obra, todo el recorrido desde Plato hasta San Sebastián De Rábago, en las proximidades a los picos nevados. Es importante como describe al Valledupar que vio en esa época, su alojamiento en la casa del médico Pavajeau, el mismo que atendió al cartógrafo Agustín Codazzi en la litera de su muerte en la cercana población de Valencia De Jesús, conocida en ese tiempo como, Espíritu Santo, hoy Codazzi.
Pavajeau era el único médico de la región, por lo tanto, se desplazaba a todas las poblaciones cercanas, donde requirieran sus servicios. Era hijo de un ex cónsul francés, amigo personal de Bolívar, no sé, porque vino a parar a Valledupar, lo cierto fue, que aquí contrajo matrimonio con una rica hacendada viuda, propietaria de muchas reses y una extensión considerable de terrenos, medidos, en pesos de tierra.
Pavajeau era un hombre culto, poseedor de una gran biblioteca y de un armonio que adornaba la sala de su casa, tocaba algunas danzas y contradanzas para espantar la soledad de la ciudad. Según narra Strefler, en ocasiones sus habitantes se iban a vivir a sus haciendas llevando consigo a los esclavos que les prestaban sus servicios domésticos y de labranza, regresaban para las fiestas patronales o en los fuertes inviernos huyéndole a las picaduras del mosquito jején.
También en la casa de Pavajeau, celosamente guardados y conservados, había tres baúles, que el libertador Simón Bolívar le encomendó con mucho esmero a su padre, nunca fueron abiertos para ver su contenido. Se creía que en su interior estaban contaminados con el virus de la tuberculosis que puso fin a la vida del padre de la patria.
Dos generaciones después, los hijos del odontólogo Roberto Pavajeau, profanan los baúles y encuentran unos vestidos que consideraron apropiados para lucirse en los carnavales, de modo que El Turco y Darío Pavajeau lucían para las fiestas de Momo Baco y Arlequín, las mejores galas que usó en vida Simón Bolívar, pero antes, les habían quitado los botones de oro y los habían vendido como oro quebrado en la joyería, El Diamante, de Ciro Pérez. Todo esto a escondidas de sus padres. Su madre, al advertir las travesuras de sus hijos, temerosa que se contagiaran, mandó sacar los baúles al patio, donde fueron incinerados con todo su contenido. Allí, además de las ropas del libertador, se quemaron documentos y algunas cosas de su uso personal del ilustre prócer de la independencia.
Hoy, tanto la familia Pavajeau, como la ciudad de Valledupar, lamentan este incidente, donde se perdió mucha información valiosa de la historia de la américa boliviana, cartas, documentos históricos y objetos que hoy serian un atractivo turístico para engalanar más, a la ciudad de los Santos reyes y que se perdieron por las travesuras de unos muchachos que en unos carnavales, lucieron uniformes, insignias, gorras y quepis, que usó Bolívar en momentos de gloria.
Arnoldo Mestre Arzuaga
Sobre el autor

Arnoldo Mestre Arzuaga
La narrativa de Nondo
Arnoldo Mestre Arzuaga (Valledupar) es un abogado apasionado por la agricultura y la ganadería, pero también y sobre todo, un contador de historias que reflejan las costumbres, las tradiciones y los sucesos que muchos han olvidado y que otros ni siquiera conocieron. Ha publicado varias obras entre las que destacamos “Cuentos y Leyendas de mi valle”, “El hombre de las cachacas”, “El sastre innovador” y “Gracias a Cupertino”.
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