Opinión
Los fantasmas de San Roque de Talaigua
Lejos quedaron los años en que transitar por ciertas calles y callejones de San Roque de Talaigua en las altas horas de la noche generaba un tremendo temor y eran contadas las personas que, armadas de valor, se aventuraban a hacerlo. Todo el mundo evitaba pasar por aquellos lugares que estaban envenenados con el chisme de algunos aparatos que aparecían de pronto y asustaban a los transeúntes. Se había regado el cuento de que salían manos peludas, hombres comiendo candela, calaveras riéndose, perros ladrando y otros cuerpos sobrenaturales que causaban privación a las personas. A estas cominerías se sumaban el cuento de las brujas, que, según los testimonios populares, volaban de un lado para otro en las apacibles horas de la madrugada y, también, el cuento de las lanchas incendiándose que navegan por la corriente del río Magdalena, frente a las aguas de la población. Y también hizo historia el “fantasma del chagualo”, un árbol inmenso que quedaba en la mitad del camino para Talaigua viejo, donde salía un hombre, a quien le faltaba una pierna, montado en un burro, con un garabato en la mano derecha.
Con el correr de los años, el arribo de la luz eléctrica, la iluminación multicolor y la llegada de la tecnología, la aparición de los fantasmas fue quedando en el olvido, y hoy sólo quedan algunos recuerdos fragmentados en la memoria de aquellas personas que aún no han ensombrecido sus luces mentales. Estos recuerdos salen a flote cada vez que se forman las tertulias familiares o se reúnen las amistades, y por curiosidad comienzan a evocar aquellos tiempos pasados para compararlos con los años presentes. Con la iluminación de las calles y de aquellos lugares que eran adornados con la oscuridad, los temores y el miedo callejero desaparecieron por completo. Y, por supuesto, en los hogares ocurre lo mismo: hoy los infantes no le tienen miedo a nada. La presencia de la televisión con sus numerosos programas infantiles ha llenado de valor a los menores, que se han olvidado del miedo. Y podemos afirmar que actualmente raros son los niños que saben qué es un fantasma o que se asustan cuando se les dice que les va a salir el diablo. Y mucho menos tienen idea de la existencia de las brujas que perseguían a los hombres infieles.
En mi época infantil, ubicada en la década del sesenta, un fantasma que hizo historia y generó un tremendo pavor en mi generación fue la “mano pelúa” que salía en el callejón del señor Pedro Mojica, cuya casa de esquina tenía un patio que se extendía varios metros de longitud. A la falta de luz y de casas, esta semi calle permanecía oscura y eran muchos los que afirmaban que después de las diez de la noche, por sobre la cerca del patio salía una mano llena pelo con los dedos abiertos, como pidiendo algo. “Te va a coger la “mano pelúa” de Pedro Mendoza”, nos decía Dona, cuando nos quedábamos hasta tarde en la calle y llegábamos tarde a dormir. Esto nos obligaba a llegar temprano, evadiendo, lógicamente, el citado callejón. Una historia similar generó la “makandá”, que era la calavera con un pañolón negro en la cabeza que salía en el patio de la casa de mi tío Enrique García, hermano de Dona, que colindaba con la plaza del cementerio. Ese sector permanecía totalmente oscuro y solo los osados se atrevían a transitarlo. Para castigar a los hijos o asustarlos, muchos padres de familia les decían: “Te va a coger la makandá”.
También se comentaba que, detrás de la iglesia, donde hoy queda el salón parroquial, salía un burro blanco con las orejas alzadas y moviendo el rabo, cuya imagen alcanzaba a identificarse plenamente con los rayos de la luna, pero, cuando la gente se acercaba, ésta desaparecía por completo. Asimismo, se hablaba de los llantos y quejidos de una mujer que se escuchaban en la calle de don Juan Matute, oscurecida por la arborización, y se extendían hasta la cuadra del señor Andrés Cortina. Y el terror se apoderaba de los enamorados clandestinos, cuando éstos tenían que buscar refugio en los lugares más apartados y tenebrosos para darle rienda suelta a sus amores furtivos. La plaza del cementerio, la Albarrada, donde nació “El Marqués de la Taruya”, el campo de fútbol y los patios de las escuelas públicas, eran los sitios más frecuentados, de donde los enamorados salían espantados cuando los asustaban los fantasmas. Sin embargo, también corría la versión de que los fantasmas eran seres de carne y hueso que se disfrazaban para identificar a los enamorados y luego regar el chisme en la sensiblería popular.
“Qué tiempos aquellos, don Eddie”, me dijo mi amiga María Cristina Arce, quien reside en Estados Unidos, se encuentra de vacaciones en San Roque de Talaigua, y tuvimos la oportunidad de charlar un largo rato. Fue una conversación fructífera y, sobre todo, amena, que se prolongó durante una hora, la cual nos alcanzó para evocar muchísimos episodios históricos de nuestra población, en particular, aquellos que ella desconocía por razones de su edad. Al rato María Cristina me dijo: “Don Eddie, me gusta el nombre San Roque de Talaigua que usted viene usando hace varios años”. “Así es”, le respondí. “Y aunque a mucha gente no le gusta, yo me conformo diciendo: en usándolo yo, no me interesa que nadie más lo use”, le respondí. Y este año voy a publicar un libro titulado: San Roque de Talaigua, el pueblo de mis entrañas”, le complementé. Casi al final de la visita, ella me preguntó: “¿Don Eddie, usted sabe de dónde viene la devoción de Talaigua por San Roque?”. Medité un poco y enseguida le respondí: “Sinceramente no lo sé, María Cristina, pero lo voy a investigar”. Y, por supuesto, esta será mi tarea preliminar en el año que acabamos de empezar.
Eddie José Daniels García
Sobre el autor
Eddie José Dániels García
Reflejos cotidianos
Eddie José Daniels García, Talaigua, Bolívar. Licenciado en Español y Literatura, UPTC, Tunja, Docente del Simón Araújo, Sincelejo y Catedrático, ensayista e Investigador universitario. Cultiva y ejerce pedagogía en la poesía clásica española, la historia de Colombia y regional, la pureza del lenguaje; es columnista, prologuista, conferencista y habitual líder en debates y charlas didácticas sobre la Literatura en la prensa, revistas y encuentros literarios y culturales en toda la Costa del caribe colombiano. Los escritos de Dániels García llaman la atención por la abundancia de hechos y apuntes históricos, políticos y literarios que plantea, sin complejidades innecesarias en su lenguaje claro y didáctico bien reconocido por la crítica estilística costeña, por su esencialidad en la acción y en la descripción de una humanidad y ambiente que destaca la propia vida regional.
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