Opinión
Retorno y éxodo, el pueblo llama
En estas fiestas de Natividad y fin de año, al ver llegar a mis paisanos que llenos de alegría retornaban de vacaciones estudiantiles y laborales, me llevaba a evocar mis años de estudiante en el SENA agropecuario de Gaira que aprovechaba junto con mis paisanos para viajar en el Tren de palito hacia nuestro querido Tamalameque, nos embarcábamos en Santa Marta Hasta Palestina, el viaje duraba varias horas y en todo el trayecto consumíamos como alimento el guineo paso que vendían en Ciénega, ya que nuestro recursos no daban para el almuerzo en el comedor del tren.
Años más tarde, cuando estudiaba en Cartagena, los viajes se hicieron más espaciados y solo viajaba en vacaciones, igual el trayecto era más largo, por tanto más horas de viaje y para ahorrar salíamos de Cartagena tipo 9 de la noche hasta Barranquilla, donde tomábamos otro bus hasta ciénaga, para tomar el mismo tren, con el agravante de dos o tres horas esperando que el Ferry nos cruzara el río Grande de la Magdalena, igual el menú aparte de la butifarras barranquilleras, era el guineo paso cienaguero.
Sin importar las penurias del viaje y el lánguido menú, éramos felices con la aventura del viaje y el deseo ferviente de volver a la tierra nativa, para abrazar a nuestros familiares y volver a ver a la muchacha que nos perturbaba el sueño en la distancia. Después del reencuentro familiar y el momento de contar sobre los estudios, las peripecias del viaje, salíamos a encontramos con los amigos que, igual a nosotros, habían vuelto de otras ciudades y los que sin oportunidades de salir se habían quedado en el pueblo sin estudiar.
Nos reuníamos en el parque o cualquier esquina y después de una charla amena, recordado anécdotas del pasado, llamándonos por los sobrenombres de la infancia, alguno proponía cambiar de sitio para tomarnos unos tragos. Reuníamos nuestro exiguo capital de estudiantes para hacer la vaca y comprar la botella y escuchando las baladas del momento nos emparrandábamos hasta que se agotaran los pocos recursos reunidos. Esta rutina la practicábamos una o dos veces por semana, el resto del tiempo, se iba en visitar las novias y hablar, hablar siempre del colegio o la universidad.
En vísperas de la Navidad y el Año nuevo, observé el retorno masivo de paisanos, el comportamiento era igual, charlas, anécdotas, mamadera de gallo y parranda como si el tiempo no hubiera transcurrido desde mi juventud a esta parte. Los saludos, los abrazos fraternos entre paisanos, el asombro y alegría del reencuentro de algunos que tenían años de no venir, el reconcilio de amigos y familiares. Los sancochos, las parrandas en los patios, los niños correteando en las calles, mientras los adultos preguntan quienes son los padres de esos niños. Otros ancianos comentan risueños de ver las mejillas coloradas a los niños venidos del interior, total los niños gozando de una libertad en las calles, descubriendo la vida pueblerina, haciendo amigos y reconociendo tíos y primos.
Desde el 7 de enero, comenzó el éxodo de nuestros paisanos, que retornan a las ciudades donde viven y laboran, supongo que van haciendo el balance económico de los excesos en las parrandas, sus menguados ahorros, las obligaciones que tienen que afrontar este nuevo año, el descuadre de sus gastos en estas vacaciones. La melancólica despedida de familiares y amigos, el abrazo de despedida y los deseos de salud y prosperidad deseados mutuamente.
Escuché a un amigo decir sobre los que se iban: “¡Van limpios, se bebieron los ahorros!”. Yo pienso en otra cosa, pienso que, si bien sus bolsillos van maltratados y sus ahorros menguados, llevan un cargamento de felicidad enorme, una recarga de cariño y sobre todo ¡Van llenos de pueblo! Llevan al pueblo dentro de su alma, vida, pensamiento y, eso no tiene precio. Han recuperado parte de su identidad y ese sabor a pueblo que alimenta el espíritu y llena de esperanza para volver.
Llevan envuelta en amor la despedida familiar, el cariño de los amigos, la imagen de las calles, el olor de la cocina y, muy dentro de si, el orgullo de haber nacido en su pueblo.
Diógenes Armando Pino Ávila
Sobre el autor
Diógenes Armando Pino Ávila
Caletreando
Diógenes Armando Pino Ávila (San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Colombia. 1953). Lic. Comercio y contaduría U. Mariana de Pasto convenio con Universidad San Buenaventura de Medellín. Especialista en Administración del Sistema escolar Universidad de Santander orgullosamente egresado de la Normal Piloto de Bolívar de Cartagena. Publicaciones: La Tambora, Universo mágico (folclor), Agua de tinaja (cuentos), Tamalameque Historia y leyenda (Historia, oralidad y tradición).
1 Comentarios
Así fue, es, y será, los que nos sentimos pueblerinos, recargamos Amor, cariño y fuerzas para continuar con nuestra rutina citadina
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